Klatt, el agente de Norderstedt, contestó la pregunta.
—Estoy convencido de que sí. La similitud en el aspecto de ambas chicas es inquietante. Estoy seguro de que quienquiera que secuestrara y matara a Martha Schmidt secuestró a Paula Ehlers.
Fabel asintió. Estaba claro incluso para él, a pesar del hecho de que él jamás había visto a ninguna de esas chicas en vida, que se parecían demasiado como para que se tratara de una coincidencia.
—¿Y qué hay de las otras víctimas, Hänsel y Gretel? Si Olsen eligió combinar sus celos sexuales con su «temática homicida», entonces debe de haberse producido alguna clase de conflicto. El sabía demasiado bien que las víctimas que había elegido no eran hermanos.
—Tal vez no sienta que tenga que ser demasiado «literal»… —respondió Petra Maas, la Kommissarin que Fabel había incorporado al equipo. Era una mujer alta y delgada de casi cuarenta años con un pelo castaño que enmarcaba un rostro inteligente—. Por ejemplo, esta última víctima encajaba con la Bella Durmiente o con la Rosa con espinas debido a la fama de su belleza, pero doblaba en edad al personaje del cuento. La mayoría de los planes de los psicópatas son flexibles. En el SoKo, el departamento de delitos sexuales, nos encontramos con cosas parecidas. Los violadores y los asesinos en serie tienen psicosis similares. Si Olsen es vuestro «asesino de los cuentos de hadas», entonces es probable que decida si tal o cual víctima encaja con lo que busca en términos generales, no específicos.
—O tal vez vea algo específico en las dos víctimas del Naturpark que nosotros no percibimos —sugirió Susanne.
Fabel hizo una pausa mientras miraba la superficie de la mesa pero veía, en realidad, la opulenta mansión de los Schiller, su funcional despacho, la frialdad de Vera Schiller.
—De acuerdo, entonces Hanna Grünn era una empleada de la empresa de Markus Schiller. O, mejor dicho, en la empresa dirigida por Markus Schiller para su esposa Vera. Ella detentaba el verdadero poder en la panificadora, puesto que la había heredado de su padre. ¿Estamos pasando algo por alto?
—Tal vez el asesino viera a Vera Schiller, alegóricamente, como la madrastra perversa, y Hanna y Markus serían los niños del bosque —reflexionó Hans Rodger, el otro agente del SoKo de delitos sexuales.
—No es una teoría muy convincente —intervino Henk Hermann, el Kommissar de la SchuPo—. Pero si es cierta, entonces el asesino sabía al menos algo de la historia de las víctimas. Lo que nos lleva otra vez a Olsen.
—La cuestión es: ¿qué conocimientos tenía el asesino sobre las otras víctimas? —dijo Fabel—. ¿Cuál era su conexión con ellas?
Susanne giró en su silla para enfrentarse directamente a Fabel.
—El hecho de que conozca algo de la historia de las víctimas no significa que tuviera algún contacto significativo con ellas. Si sacamos a Olsen de la escena un momento, el asesino tal vez estuviera esperando a una pareja, a cualquier pareja que usara aquel sitio como punto de encuentro, y luego los matara, como hacía el Hijo de Sam en Estados Unidos.
Fabel miró por la ventana hacia el Winterhuder Stadtpark y la ciudad que se extendía a lo lejos.
—Lo que más me preocupa es que está volviéndose más audaz.
—Pero eso también significa que podría estar volviéndose más descuidado. —La voz llegó desde el umbral. Una mujer joven y bonita, con el pelo negro y corto y un pintalabios demasiado rojo, que llevaba una chaqueta de cuero de aspecto algo andrajoso, se acercó a la mesa. Se movía con una facilidad exagerada, pero Fabel se dio cuenta de que hizo un ligero gesto de dolor cuando se sentó.
—Deberías estar recuperándote —dijo él.
—Me encuentro bien,
chef
… —dijo Anna Wolff y, como respuesta a la ceja enarcada de Fabel—… Y en condiciones de volver al trabajo.
Fabel les indicó a Anna y Maria que fueran a su despacho al terminar la reunión. No estaba convencido de que Anna estuviera en condiciones de hacer nada excepto las tareas más livianas, pero tuvo que admitir para sí mismo que le alegraba verla regresar. El equipo que había formado era superior a la suma de sus partes: cada uno de sus agentes poseía habilidades especiales y fortalezas individuales que se amplificaban al combinarlas. Cuando faltaba algún miembro, el equipo en general se debilitaba, y no sólo en número. Fabel sabía que era probable que también Werner, como había hecho Anna, volviera a trabajar antes de lo aconsejable en términos médicos; pero su lesión era más seria y su regreso tardaría bastante en producirse.
Examinó a los dos miembros femeninos de su equipo, tan diferentes entre sí. Anna estaba sentada en la silla en actitud rígida, aún tratando de ocultar la incomodidad que le causaba la grave lesión de su muslo. A su lado estaba Maria, sentada, como siempre, con una compostura serena y vestida con colores que combinaban a la perfección. Sin embargo, menos de un año antes, una herida recibida en el transcurso de una investigación había dejado la vida de Maria pendiendo de un hilo. Una agente recién recuperada, otra recuperándose y otro en el hospital. A Fabel no le gustaba aquello. Para nada. El proceso investigativo parecía estar convirtiéndose en una actividad cada vez más peligrosa. Sabía que necesitaba reforzar su equipo.
—Anna, necesito que vuelvas a tener un compañero. Tú también, Maria, al menos hasta que Werner salga del hospital. Como ya habéis notado, he convocado a Petra Maas y a Hans Rodger del SoKo de delitos sexuales. Son buena gente. Me siento inclinado a solicitar que su incorporación se extienda por lo menos hasta que termine esta investigación. Pero también necesitamos un miembro permanente en el equipo. He estado postergando la decisión porque, bueno, creo que todos necesitábamos tiempo para superar la muerte de Paul, pero la razón principal es que no había encontrado a nadie que me pareciera que tenía lo que hace falta para formar parte del equipo. Hasta ahora.
—¿Klatt? —preguntó Anna.
Fabel no respondió, sino que se puso en pie y avanzó hacia la puerta del despacho, la abrió y llamó a alguien que estaba en la sala principal de la Mordkommission.
—¿Podría pasar, por favor?
Un oficial alto y uniformado entró en el despacho. Maria se puso de pie y sonrió. Anna permaneció sentada, con una expresión de hosca resignación.
—Herr Kommissar Hermann… —dijo Fabel—. Ya conoce a la Kriminaloberkommissarin Klee. Y ella es la Kriminaloberkommissarin Wolff, con quien trabajará usted a partir de ahora…
Martes, 30 de marzo. 14:40 h
BLANKENESE, HAMBURGO
Fabel había quedado en encontrarse con Maria en la mansión de Laura von Klostertadt en Blankenese. Era una propiedad inmensa, como había previsto. Su construcción databa de una fecha posterior a la de sus vecinas y su diseño tenía una clara influencia de Jugendstil. En muchos aspectos le recordaba las opulentas mansiones
Art Decó
californianas que parecían dominar los
films noirs
hollywoodenses de los años treinta y cuarenta. Fabel sintió que tendría que haber llegado en un Oldsmobile, levantándose el cuello de un impermeable al tiempo que aparcaba en la entrada para coches.
El interior de la casa estaba lleno de espacios abiertos y líneas rectas. Fabel y Maria entraron en una amplia sala de recepción. Tenía una altura del doble de lo normal y ante ellos se extendía un ventanal alto, elegante y arqueado que llegaba hasta el techo. La ventana tenía vidrios coloreados con un diseño modernista que eran la única nota de color en una sala blanca como el hielo.
—La cuestión con el minimalismo es que nunca puedes excederte con él… —Fabel soltó una risita que murió bajo la mirada de incomprensión de Maria.
Fabel se sorprendió cuando vio a Hugo Ganz, el Innensenator, aguardándolos en el vestíbulo. Su tez estaba aún más rosada de lo habitual. A su lado había un joven delgado que podría haber tenido veintisiete o veintiocho años, pero que llevaba un traje excesivamente conservador, como si quisiera ataviarse con la autoridad que su edad le negaba. Tenía los mismos rasgos finos y el cabello rubio pálido de la mujer muerta, pero esos rasgos no le sentaban del todo bien a un hombre.
—Herr Kriminalhauptkommissar Fabel, le presento a Hubert von Klostertadt —dijo Ganz—. El hermano de Laura.
—Lamento mucho su pérdida, Herr Von Klostertadt —dijo Fabel, estrechándole la mano. La mano de Von Klostertadt era fría y su apretón mecánico. Aceptó con un abrupto gesto de cabeza las condolencias de Fabel. Sus ojos celestes eran claros y francos. O bien había cubierto su pena con una frialdad glacial, o bien el grado en que la muerte de su hermana lo afectaba tenía sus límites.
—¿Ha avanzado algo con la investigación, Herr Kriminalhauptkommissar?
Ganz intervino antes de que Fabel pudiera responder.
—El principal sospechoso ha huido, Hubert. Un psicópata llamado Olsen. Pero es sólo cuestión de tiempo hasta que el Kriminalhauptkommissar Fabel y su equipo lo encuentren y lo arresten.
Fabel se quedó en silencio durante un momento. Estaba claro que el Kriminaldirektor Van Heiden mantenía a Ganz totalmente informado de todos los detalles de la investigación y, a su vez, el Innensenator pasaba la información, como lo consideraba conveniente, a cualquiera que considerara conveniente. Fabel decidió en ese mismo momento limitar sus informes del desarrollo de la investigación a Van Heiden.
—Tenemos abiertas varias líneas de investigación. —Fabel lanzó una mirada significativa a Ganz—. ¿Vive usted aquí, Herr Von Klostertadt?
—No, Dios mío. No. ¿En el «Palacio de hielo»? Este era el lugar de Laura y su soledad. Yo tengo un apartamento en el Alster. Sólo he venido a ayudar en la medida en que pueda.
—¿Y sus padres? ¿Les han informado?
—Están volviendo de Nueva York —dijo Hubert—. Habían ido allí para un acto de beneficencia… para las víctimas alemanas del 11 de septiembre.
—Nos hemos encargado de que la policía de Nueva York les notificara la noticia —explicó Maria.
Fabel asintió.
—Si no le molesta, me gustaría echar un vistazo.
Hubert le dedicó una sonrisa fría y cortés y señaló uno de los cuartos que daban al pasillo.
—Estaré en el despacho con Herr Ganz. Tengo que revisar algunos papeles de Laura.
—Si no le molesta, Herr Von Klostertadt —dijo Maria—› preferiríamos que no tocase nada por el momento. Hemos de revisar todo antes.
—Por supuesto. —La temperatura de la sonrisa de Hubert descendió unos grados más. Ganz posó una mano sobre el codo de Hubert en un gesto paternal.
—Esperemos en mi casa, Hubert.
Fabel y Maria recorrieron la mansión, pasando de habitación en habitación como una pareja de potenciales compradores. Estaba claro que Laura von Klostertadt tenía un gusto excelente en muebles y adornos. Un gusto contenido. Demasiado contenido. Era como si hubiera buscado deliberadamente combinar opulencia con austeridad. Había una habitación en particular que molestaba a Fabel, una sala grande y espaciosa inundada de luz de una ventana que daba al sur. Era la clase de habitación que la mayoría de la gente convertiría en la sala principal de la casa; pero el único mueble consistía en un armario lateral con una cadena de CD en una pared y un sillón individual, de respaldo alto, ubicado, como un trono, en el centro de la sala, frente a la ventana. A pesar de lo vacío que estaba, Fabel se dio cuenta de que esa sala se utilizaba. Había una sensación de desolación, de soledad, en esa sala, que hizo que Fabel supiera que Laura von Klostertadt había sido una persona muy angustiada. Se acercó al armario y abrió una de sus puertas deslizantes. Había un puñado de discos compactos en su interior, todos de música clásica contemporánea. A Fabel le sorprendió el hecho de que, hasta cierto punto, su gusto musical coincidía con el de ella. Los CD eran de compositores modernos, escandinavos o bálticos; había obras de Arvo Pärt y Georg Pelecis, así como
Música Dolorosa
de Peteris Vasks. Fabel examinó el reproductor de CD. Había un disco puesto: el
Cantus Arcticus, Opus 61
del compositor finlandés Einojuhani Rautavaara.
Fabel presionó el botón de reproducción y se sentó en la única silla. Una flauta imitaba las subidas y bajadas de un pájaro. Luego comenzó el
Cantus
, no con voces humanas, sino con el de las aves marinas del Ártico. Los cantos de los pájaros cobraron fuerza, los gritos disonantes de golondrinas marinas y gaviotas se combinaron, y la flauta y los bronces dejaron paso a extensos y lentos paisajes orquestales y al tañido de un arpa. Fabel ya había oído antes esa pieza; de hecho, él tenía el mismo CD y, como siempre, se sintió transportado a un extenso paisaje helado y blanco del Ártico, un panorama imaginario que era tan yermo como hermoso. El Palacio de Hielo. Fabel recordó la frase que había usado Hubert, el hermano de Laura, para describir esa mansión, para describir el frígido aislamiento de su hermana en ese lugar.
Escuchó la música un momento antes de apagar el equipo de sonido. Luego Maria y él continuaron recorriendo la casa, en una silenciosa pero implacable invasión del ámbito más privado de la vida de otra persona. Revolvieron los libros de Laura, los armarios que estaban junto a su cama y, en el vestidor que daba al dormitorio, los cosméticos que encontraron en el inmenso tocador de los años treinta con su espejo iluminado.
A continuación pasaron a la parte trasera de la casa. Una puerta doble de paneles se abría a una larga piscina, que se extendía muy próxima a la pared por un costado mientras que en el otro había un vestuario y una sauna. Al otro extremo unas ventanas ocupaban toda la pared, a través de las cuáles sólo se veía el cielo. Fabel sintió que era como mirar un dibujo animado de nubes.
—Vaya… —oyó exclamar a Maria a su lado—. Esto debió de costar una fortuna.
Fabel se imaginó nadando en aquella piscina, hacia el cielo. Igual que en la sala tan austera de la planta inferior, Laura von Klostertadt había dejado algo de ella allí. Aquél era otro lugar de reflexión solitaria. Por alguna razón, la idea de una fiesta en torno a aquella piscina parecía ridícula. Recorrió el largo de la piscina hasta el ventanal del otro extremo. De pie junto al cristal, podía ver los bancales de la ribera de Blankenese que se alejaban abruptamente hasta que la tierra se aplanaba hacia la orilla del Elba y, más allá, los verdes mosaicos de los Altes. Laura se había ubicado por encima de todos. Inalcanzable.