—Weiss sostiene que estos relatos folklóricos son la verdad fundamental que se oculta bajo nuestros temores y prejuicios. Como Susanne ha dicho, nuestra psicología. —Fabel hizo una pausa para coger otro bocado de
tagliatelli
—. El afirma que, cada vez que nos sentamos a leer una novela o a ver una película, en especial si tratan de cosas que nos amenazan, lo que tenemos entre manos no es sino una nueva versión de aquellos primeros cuentos.
Otto asintió vigorosamente y señaló a Fabel con el tenedor.
—Sí, bueno… algo de razón tiene. ¿Cómo es eso que dicen, que sólo hay cuatro historias básicas que uno puede contar? ¿O eran seis? —Se encogió de hombros.
—Como sea —dijo Fabel—. Todo esto está relacionado, de una manera bastante extraña, con un caso en el que estoy trabajando. Y eso significa que es hablar de trabajo, lo que está estrictamente prohibido.
—De acuerdo —dijo Otto con una sonrisa traviesa— pero mi última palabra es que puedo entender por qué a Jan le interesan los cuentos de hadas…
Susanne hizo un gesto de interrogación enarcando una ceja.
—La Bella… —Otto levantó la copa hacia Susanne, luego hacia Fabel— y la Bestia.
Domingo, 28 de marzo. 23:20 h
BLANKENESE, HAMBURGO
La sala de la piscina estaba oscura y silenciosa, el agua quieta y muda en la noche.
Laura se desvistió en el vestuario y se quedó de pie desnuda delante del cristal. Su piel seguía impecable, su cabello conservaba el brillo dorado y las curvas de su cuerpo seguían siendo elegantes y suaves. Había sacrificado mucho para mantener ese cuerpo, esa cara. Contempló ese ideal de perfección femenina por el que tantos fotógrafos y diseñadores habían pagado grandes sumas. Se llevó la palma de la mano al vientre. Era plano. Duro. Nunca había necesitado crecer ni estirarse. Laura contempló su propia perfección y se sintió inundada de asco y odio hacia sí misma.
Entró desnuda en la sala de la piscina. Dejó las luces principales apagadas y permitió que la oscuridad y el silencio la rodearan. Respiró profundamente y miró al otro lado de la reluciente obsidiana de la piscina, hacia el amplio ventanal que enmarcaba el paisaje nocturno de un cielo tormentoso. Podía entrar nadando en aquel cielo, liberar y limpiar la mente. Encendió solamente las luces subacuáticas. Un pálido fulgor azulado recorrió los bordes de la piscina. Laura entró en la parte menos profunda, dejando que el agua fresca, casi fría, le tensara la piel con un cosquilleo, le pusiera la carne de gallina y le pellizcara los pezones hasta convertirlos en dos puntas duras. Empezó a caminar hacia la parte más profunda, mientras el agua ondeaba con una electricidad azul en torno de ella.
Fue entonces cuando lo vio.
Una silueta. Más bien como una sombra grande y oscura en la penumbra azulada de la piscina. Había algo en el fondo. Había algo en el fondo de la piscina y nada de aquello tenía sentido. Laura avanzó hacia esa cosa, frunciendo el ceño. Trató de pensar qué demonios podría haberse metido allí y quién podría haberlo dejado. Se acercó un poco más pero aún no podía distinguir qué era aquel objeto inmóvil. Cuando estaba a unos dos metros de distancia la silueta se desplegó y salió a la superficie en un solo movimiento. Creció inmensamente bajo la mortecina luz azul, saliendo del agua y cerniéndose sobre ella y salvando la distancia entre los dos en un segundo. El tiempo se volvió más lento. El cerebro de Laura trató de dar sentido a lo que ocurría. ¿Sería la silueta de un hombre? No. Sin duda aquello era demasiado grande. Demasiado rápido. Su cuerpo era oscuro. Oscurecido con palabras. Él… aquello… estaba cubierto de palabras. Miles de palabras en la antigua caligrafía germánica. Cubriéndole todo el ancho pecho, girando en espiral y retorciéndose en torno a los brazos. No tenía sentido. Un cuento con la forma de un gigante estaba acercándose hacia ella. Ya estaba encima de ella. Una mano le agarró la garganta mientras la otra le empujó la cabeza hacia el agua iluminada de azul. Sí. Un hombre. Un hombre, pero un hombre que era una mole enorme y oscura, cubierta de palabras en caligrafía antigua. La apretaba de una manera en la que era imposible soltarse, pero sin aplastarla, como si supiera cómo aplicar la presión exacta para controlarla sin hacerle daño. Las manos eran amplias y de una fuerza inconmensurable. La cabeza de Laura ya estaba bajo el agua. En ese momento apareció el temor. Trató de gritar y la boca y la nariz se le llenaron con el agua débilmente clorada y el temor se convirtió en el pánico cegador del instinto de supervivencia. Se agitó con fuerza, clavando las uñas en los brazos y en el cuerpo de su atacante, pero era como si estuviera hecho de piedra. Jadeó y con cada jadeo su delgado cuerpo se inundaba más. Cuando el agua le llenó los pulmones las contorsiones, y el temor, se desvanecieron. Sus piernas dejaron de moverse. La serenidad y la belleza volvieron a su rostro.
La más profunda de las alegrías llenó la mente moribunda de Laura von Klostertadt. Eso estaba bien. Eso era lo que tenía que ser. Castigo y perdón. Su madre siempre había tenido razón: Laura era mala. Indigna. Inepta como madre. Inepta como novia. Pero había sido absuelta. La alegría de Laura en la muerte se produjo por su conciencia de dos hechos. Ya nunca más envejecería. Ahora estaría con su hijo.
Lunes, 29 de marzo. 8:40 h
STADTPARK, WINTERHUDE, HAMBURGO
Fabel levantó la mirada y contempló el edificio que asomaba entre los árboles que lo bordeaban, cerniéndose por encima de la amplia zona abierta que se desplegaba delante de él. Los altísimos arcos de la fachada de ladrillos rojos parecían estirados, como si una mano invisible tirara de toda la estructura hacia arriba. Las nubes pasaron por encima del inmenso techo abovedado. Siempre le había fascinado aquel edificio; si uno no sabía cuál había sido su función original cuando lo construyeron, y si no tuviera su función actual grabada en la fachada, encima de los altos arcos, en letras de un metro de altura, podría pasar horas tratando de adivinar para qué servía. Fabel siempre había pensado que era como un templo importante de alguna religión perdida de la Antigüedad: parte egipcio, parte griego, parte alienígena.
El Planetario, en un principio, había sido construido como nada más que una torre de agua. Pero en la época en que se construyó estaba generándose una confianza cada vez mayor en una Alemania que acababa de unirse y en el amanecer de un nuevo siglo, combinada en aquel entonces con un fervor casi religioso por la ingeniería civil. Ahora, un siglo más tarde, el edificio permanecía allí como testigo del fracaso del siglo anterior y de la división y nueva reunificación de Alemania. La monumental torre de agua se había convertido en el Planetario y en el edificio más famoso de Winterhude.
Fabel contempló la amplia zona ajardinada que se extendía delante del Planetario. A doscientos metros de distancia se desplegaba una valla temporal hecha de postes metálicos y cintas de escena del crimen. A un lado había una fila de policías; al otro, una multitud cada vez mayor.
—Parece que ya ha corrido el rumor de la identidad de la víctima —dijo Maria Klee, acercándose a Fabel en la escalinata del edificio—. No hay duda de que pronto tendremos aquí a la prensa y la televisión.
Fabel bajó al área del césped. Habían montado una gran carpa forense para proteger el escenario del crimen, y Fabel y Maria se pusieron los chanclos protectores que les entregó el técnico forense de la SpuSi antes de correr la lona y pasar al interior de la tienda. Holger Brauner estaba inclinado encima del cuerpo y se incorporó cuando ellos entraron. Había una mujer joven desnuda sobre el césped, con las piernas juntas y las manos dobladas sobre los pechos. Su cabello tenía un sorprendente color dorado y se lo habían cepillado y desplegado a su alrededor como un sol. Fabel notó que había una pequeña parte del cabello que alguien había cortado deliberadamente, dejando un agujero. Incluso en la muerte, la belleza del rostro de esa mujer y las formas perfectas de su cuerpo eran extraordinarias. Tenía los ojos cerrados, una rosa roja entre las manos dobladas y el pecho y daba toda la impresión de estar dormida. Fabel contempló a esa mujer, esa perfecta estructura de carne y hueso, una arquitectura que no tardaría en desmoronarse y convertirse en polvo. Pero, por ahora, la palidez de la muerte en su cara no hacía otra cosa que otorgarle a la piel la perfección de la porcelana.
—Entiendo que no necesitas presentación —dijo Holger Brauner, volviéndose a agachar junto al cuerpo.
Fabel lanzó una risita amarga. Le había costado muchísimo establecer la identidad de la primera víctima; no tendría ningún problema con ésta. En Hamburgo, podría reconocerla casi cualquiera. Apenas le vio la cara, Fabel supo que estaba mirando a Laura von Klostertadt, la supermodelo que aparecía en carteles y revistas de toda Alemania. Como el Von sugería, Fabel sabía que Laura provenía de una familia aristocrática. Pero la notoriedad de los Von Klostertadt no se debía a la fatigada nobleza de la familia sino a su muy contemporánea presencia comercial y política. Las cosas iban a ponerse difíciles, y Fabel lo sabía. Estaba avecinándose una tormenta mediática fuera de la tienda que protegía el escenario del crimen y el radar de Fabel ya podía percibir a altos cargos abalanzándose sobre él a gran velocidad.
—Dios mío —dijo por fin—. Odio los homicidios de celebridades.
—¿Y qué piensas de una celebridad asesinada por un asesino en serie que tú estás buscando? —Brauner le entregó a Fabel una bolsa de pruebas transparente. Contenía una minúscula tira de papel amarillo.
—Oh, por Dios, no —dijo Fabel—. Dime que no es el mismo.
—Me temo que sí. —Brauner se puso de pie—. Le sobresalía un poco de la mano. Por eso sugerí a los primeros policías que llegaron aquí que te llamaran. Es el tipo que buscas, Jan.
Fabel examinó el papel a través del plástico. El mismo papel. La misma letra minúscula, obsesiva, meticulosa, en tinta roja. Esta vez había una sola palabra:
«Dornröschen
».
—¿La rosa con espinas? —Maria se había acercado para examinar la nota.
—Un cuento de los hermanos Grimm. Más conocido en la actualidad como «La bella durmiente», en su versión hollywoodense.
—Mira esto… —Brauner señaló la mano de la mujer muerta, que sostenía la rosa. Una de las espinas estaba clavada profundamente en la parte más carnosa del pulgar—. No hay sangre. Esto se hizo deliberadamente, post mortem.
—Así fue como durmieron a Rosa con espinas, o la Bella Durmiente. Se pinchó el pulgar.
—Pensé que era con una rueca, no con una rosa —intervino Maria.
Fabel volvió a ponerse de pie. Laura von Klostertadt permaneció inmóvil, aunque Fabel casi esperó que soltara un satisfecho suspiro de sueño y que girara a un costado.
—Está mezclando las metáforas, o condensando elementos de distintos relatos, como prefieras. La Bella Durmiente se pinchó el dedo con una rueca, en su cumpleaños número quince, pero mientras dormía ella y su castillo quedaron rodeados por rosas con espinas, una defensa hermosa pero impenetrable. Supongo que el Planetario representa el castillo. —Se volvió hacia Brauner—. ¿Puedes darme una causa de muerte estimativa?
—Todavía no. Hay muy pocas señales de violencia, salvo unos mínimos moretones en el cuello, pero no basta para sugerir estrangulación. Möller podrá darte más datos cuando haga la autopsia.
Fabel señaló vagamente el abanico formado por el cabello dorado.
—¿Qué piensas del pelo? El hecho de que le cortara una parte. No veo ninguna relación con la historia de la Bella Durmiente.
—No tengo la menor idea —dijo Brauner—. Tal vez fuera un trofeo. No cabe duda de que esta mujer tenía un cabello hermoso, y tal vez él vea ese elemento como algo característico de ella.
—No… No, no lo creo. ¿Para qué empezar a coger trofeos ahora? No se llevó nada de los otros cuerpos.
—Nada que nosotros sepamos —dijo Brauner—. Pero tal vez esto del pelo sea otra cosa. Alguna especie de mensaje.
El cielo estaba un poco más despejado cuando Fabel y María salieron de la tienda y los ladrillos rojos del Planetario se veían lavados por la lluvia y brillantes bajo la luz fría.
—Este bastardo está volviéndose arrogante, Maria. Por supuesto que hay un mensaje en esto. —Fabel señaló con la mano un grupo de árboles, pero su gesto sugería que estaba mirando más allá de ellos—. Este sitio prácticamente puede verse desde el PolizeiPräsidium. Estamos justo al sur de aquí. De hecho, la cúpula del Planetario es claramente visible desde las plantas superiores del Präsidium. Está alardeando delante de nosotros… literalmente.
Maria cruzó los brazos e inclinó un poco la cabeza.
—Bueno, el principal sospechoso hasta la fecha es Olsen, y nos acercamos mucho a él. Tal vez la elección del sitio sea un mensaje suyo. Nosotros nos acercamos a él, de modo que él se acerca a nosotros. Como dices, prácticamente a la vista del departamento de policía.
—Podría ser. O podría ser que la elección de la ubicación tenga algo que ver con su historia.
—¿La historia del Stadtpark?
Fabel negó con la cabeza.
—No específicamente, sino la de este lugar, Winterhude. Ésta es una zona muy antigua, Maria. Muy anterior a cuando Hamburgo empezó a crecer a su alrededor. Aquí hubo un asentamiento en la edad de piedra. Supongo que si hay un significado más profundo éste es secundario al hecho de que lo hiciera tan cerca del Präsidium, pero tal vez algo en la historia del lugar esté relacionado. —En la época en que Fabel asistía a la universidad, había pasado muchas horas de verano en ese sitio, el Stadtpark, con una pila de libros a un lado. Nadie sabía con seguridad de dónde venía el nombre de Winterhude, pero
«Hude
» era una palabra del antiguo bajo alemán que significaba «lugar protegido». Él siempre había sentido una peculiar comodidad cuando se encontraba en aquel terreno, que llevaba seis mil años de ocupación continua. Era como si lo conectara con la historia que estaba estudiando.
—O bien —dijo Maria— podría ser simplemente que concordara con la clase de ubicación que necesitaba para llevar a cabo su fantasía.
Fabel estaba a punto de contestar cuando vio un gran Mercedes todoterreno que se subía al césped y paraba junto al cordón policial. Dos hombres salieron del vehículo. Fabel los reconoció instantáneamente.
—Mierda… —El hecho de que su radar de «altos cargos» fuera tan preciso no le generó ninguna satisfacción—. Lo que nos faltaba.