Cuento de muerte (38 page)

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Authors: Craig Russell

Tags: #Intriga, #Policíaco

BOOK: Cuento de muerte
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Anna regresó a la sala y Fabel se dirigió hacia el despacho de la Mordkommission. Algo le inquietaba. Una idea que estaba en el fondo de su cabeza, en un rincón mal iluminado, fuera de su alcance.

Se sentó en su despacho. Se quedó quieto y en silencio, mirando por la ventana hacia el parque Winterhuder. Hamburgo se extendía a lo ancho a través del horizonte. Fabel trató de despejar la mente de detalles, de las miles de palabras oídas y leídas sobre este caso, de los tableros de investigación y de las fotografías de los Tatort, los escenarios del crimen. Observó el sedoso cielo celeste y blanquecino que se cernía sobre la ciudad. En algún lugar, lo sabía, había una verdad fundamental, esperando ser revelada. Algo simple. Algo puro y cristalino y definido, con bordes claros y precisos.

Cuentos de hadas. Todo tenía que ver con cuentos de hadas y con dos hermanos que los habían recopilado. Dos hermanos que reunían materiales de investigación filológica y que buscaban «la voz verdadera y original de los pueblos germanófonos». Los impulsaba su amor por el idioma alemán y el ferviente deseo de mantener vivas las tradiciones orales. Pero, más que eso, eran patriotas, nacionalistas. Emprendieron sus investigaciones en una época en que Alemania era una idea, no una nación; cuando los caciques napoleónicos intentaban extirpar las culturas locales o regionales.

Pero los Grimm habían cambiado de rumbo. Cuando se publicó la primera serie de cuentos, no fueron los académicos alemanes quienes respondieron con un entusiasmo abrumador comprando grandes cantidades de ejemplares, sino la gente común. Justamente la gente cuya voz habían intentado registrar los hermanos. Y, más que nada, los niños. Jakob, el que buscaba la verdad filosófica, había accedido a los deseos de Wilhelm y había adaptado los cuentos para la segunda edición, haciéndolos más asépticos y en ocasiones adornándolos hasta que duplicaron su extensión. Hans Dumm, que podía embarazar a las mujeres sólo con mirarlas, desapareció. La preñada pero ingenua Rapunzel ya no preguntaba por qué su ropa ya no le iba bien. Dornröschen, o la Bella Durmiente, ya no era violada mientras yacía en su sueño encantado sin que nadie pudiera despertarla. Y la dulce Blancanieves, convertida en reina al final de la historia original, ya no ordenaría que a su malvada madrastra le pusieran zapatos de hierro al rojo vivo y la hicieran bailar hasta la muerte.

La verdad. Los hermanos Grimm habían buscado la verdadera voz del pueblo alemán y habían creado sus propias ficciones. ¿Y era, finalmente, una voz alemana auténtica? Como Weiss había señalado, había ecos de relatos franceses, italianos, escandinavos, eslavos y otros en las historias y fábulas compiladas por los Grimm. ¿Qué era lo que el asesino buscaba? ¿La verdad? ¿Hacer verdad la ficción, como el ficticio Jakob Grimm de Weiss?

Fabel se puso de pie, se acercó a la ventana y observó las nubes. No lograba comprenderlo. El asesino no estaba sólo tratando de hablarle, estaba gritándole a la cara. Y Fabel no podía oírlo.

Dieron un golpe en la puerta y Werner entró con una carpeta en la mano. Fabel se dio cuenta de que llevaba un par de guantes forenses de látex. Miró la carpeta con gesto de interrogación.

—Además del material que Weiss te ha dado, he estado revisando sacos llenos de correspondencia que llegaron a la editorial. Estas cartas se remontan a casi un año atrás y yo he llegado a más o menos seis meses atrás. Me he cruzado con unos cuantos chiflados con los que me gustaría charlar —dijo Werner. Abrió la carpeta y, con cuidado, cogió el borde de una hoja con la mano enguantada entre el índice y el pulgar—. Entonces he encontrado esto… —Sacó la carta de una sola hoja de la carpeta, sosteniéndola por una esquina.

Fabel la miró. Fijamente. La carta que Werner tenía en la mano estaba escrita con una letra minúscula y con tinta roja, en una hoja de papel amarillo.

Holger Brauner había confirmado que el papel era exactamente el mismo de las tiritas, todas cortadas de una sola hoja, que se habían hallado en las manos de cada víctima. El doctor también había afirmado que su primera corazonada era correcta y que el papel era de una marca genérica y masiva que se vendía en supermercados, tiendas de productos consumibles para oficinas y tiendas de informática de todo el país. Era imposible rastrear dónde y cuándo se había comprado. La letra también coincidía, y se esperaba que el análisis químico de la tinta no arrojara ninguna sorpresa. Lo que más excitó a Fabel del hallazgo de Werner era que se trataba de una carta. La carta de un fan. No era un elemento dejado en el escenario de un homicidio. Y eso podría significar que el asesino no habría tenido tanto cuidado en eliminar huellas forenses. Pero se equivocaba. Brauner había confirmado que no había rastros de ADN ni huellas digitales en la carta ni cualquier otro elemento que pudieran rastrear hasta su autor.

Cuando le escribió a Weiss, sabía que iba a matar. Y también sabía que la policía terminaría por encontrar esa carta.

Brauner había hecho cuatro copias de una fotografía de la carta, ampliada dos veces y medio respecto al tamaño original. Una de esas ampliaciones estaba clavada en el tablero de incidentes.

 

Lieber Herr Weiss:

Deseaba ponerme en contacto con usted sólo para decirle lo encantado que estoy con su libro más reciente,
Die Märchenstrasse
. Tenía muchísimas ganas de leerlo, y no he quedado defraudado. Creo que ésta es una de las mayores y más profundas obras de la literatura alemana moderna.

Al leer su libro, se me hizo muy claro que usted habla con la auténtica voz de Jakob Grimm, así como Jakob quería hablar con la auténtica voz de Alemania: nuestras historias, nuestras vidas y nuestros temores; nuestro bien y nuestro mal. ¿Sabía usted que W. H. Auden, el poeta británico, escribió, en una época en que su país estaba librando un combate mortal con el nuestro, que los
Cuentos de hadas de los hermanos Grimm
representaban, junto con la Biblia, los cimientos de la cultura occidental? Así de grande es su poder, Herr Weiss. Así de grande es el poder de la verdadera y cristalina voz de nuestro pueblo. Yo he oído esa voz muchísimas veces. Sé que usted lo entiende; sé que usted también la oye.

Usted ha hablado en muchas ocasiones sobre cómo la gente puede pasar a ser parte de un relato. ¿Cree también que los relatos pueden convertirse en personas? ¿O que todos somos un relato?

A mi manera, también yo soy un creador de cuentos. No, me estoy arrogando un papel que no me corresponde: en realidad yo registro cuentos. Los despliego para que otros los lean y comprendan su verdad. Somos hermanos, usted y yo. Somos Jakob y Wilhelm. Pero mientras usted, como Wilhelm, edita, adorna y hace más compleja la sencillez de estos cuentos para atraer a su público; yo, como Jakob, busco presentarlos en su verdad cruda y brillante. Imagínese a Jakob, escondido en el exterior de la casa en el bosque de Dorothea Viehmann, escuchando los cuentos que ella sólo les contaba a los niños. Imagine esa maravilla: cuentos centenarios, mágicos, transmitidos de generación en generación. Yo he experimentado algo similar. Eso es lo que exhibiré ante mi público, eso es lo que ese público contemplará con admiración y temor.

Con amor de un hermano a otro,

Dein Märchenbruder

Fabel releyó la carta. No decía nada. Ni siquiera habría despertado la sospecha de Weiss ni la de sus editores. Sonaba como un aficionado chiflado hablando de sus propios escritos, no como un asesino explicando sus planes de recrear los cuentos de hadas de los Grimm con cadáveres reales.

—¿Quién es Dorothea Viehmann? —Werner estaba de pie junto a Fabel, mirando la imagen ampliada de la carta.

—Era una anciana que encontraron los hermanos Grimm… O, más precisamente, Jakob —respondió Fabel—. Vivía en las afueras de Kassel. Era una narradora famosa pero se negó a contarle ninguno de sus cuentos a Jakob Grimm; entonces éste se ocultó fuera de la ventana para espiarla mientras ella contaba los cuentos a los niños de la aldea.

Werner puso cara de que estaba impresionado. Fabel se volvió hacia él y sonrió.

—He estado instruyéndome.

A esas alturas el resto del equipo ya se había reunido y había un murmullo de voces cuando se acercaron a la nueva evidencia. Fabel les pidió que le prestaran atención.

—Esto no nos dice nada que no sepamos. La única información adicional que podremos obtener serán los indicios psicológicos que Frau Doktor Eckhardt pueda deducir de su contenido. —Susanne no regresaría de Norddeich hasta el día siguiente, pero Fabel ya había hecho que le enviaran una copia al Institut für Rechtsmedizin, y planeaba llamarla más tarde a casa de su madre para leerle el texto y ver cuál era su reacción inicial.

Henk Hermann levantó la mano, como si estuviera en el colegio. Fabel sonrió y Hermann, tímidamente, la retiró.

—Ha firmado como «Märchenbruder» —señaló—. ¿Qué significa eso, Hermano de los cuentos de hadas?

—Es evidente que siente una conexión muy fuerte con Weiss. Pero tal vez haya algún otro significado. Y conozco a la persona ideal para llamar y preguntárselo.

—La persona ideal —dijo Werner— sería el propio asesino.

—Y ésa —dijo Fabel en tono sombrío—, tal vez sea justamente la persona a la que voy a preguntárselo.

Weiss cogió el teléfono al segundo tono. Fabel supuso que estaría en su estudio, trabajando. Le explicó que habían descubierto una carta dirigida a él y enviada a la editorial, que claramente era obra del asesino. Weiss no recordaba haberla visto y escuchó en silencio mientras Fabel le leía el contenido.

—¿Y usted está convencido de que habla sobre esos asesinatos? —preguntó Weiss cuando Fabel terminó.

—Sí. Es la misma persona, sin duda. ¿Hay algo en lo que dice que le resulte significativo? ¿La mención de Dorothea Viehmann, por ejemplo?

—¡Dorothea Viehmann! —dijo Weiss en tono cínico—. La fuente de la sabiduría folklórica alemana a cuyos pies se inclinó Jakob Grimm. Y, obviamente, también su insensato psicópata.

—¿Y no debería?

—¿Qué nos pasa a nosotros los alemanes? Estamos constantemente buscando una identidad, tratando de averiguar quiénes somos, y en todos los casos siempre terminamos con la respuesta equivocada. Los Grimm veneraban a Viehmann y tomaban sus versiones de los cuentos de hadas alemanes como si fueran las sagradas escrituras… casi literalmente. Pero Viehmann era su apellido de casada. Su apellido de soltera era Pierson. Francesa. Los padres de Dorothea Viehmann fueron expulsados de Francia porque eran protestantes, hugonotes. Ella sostenía que había oído los relatos que narraba a viajeros que pasaban por Kassel. La verdad es que muchas de las historias que les transmitió a los Grimm eran de origen francés, de los años de su infancia. Eran las mismas que Charles Perrault recopiló en Francia un siglo antes, o más. Y ella no era la única. Había una misteriosa Marie a quien se adjudica haber transmitido «Blancanieves», «Caperucita Roja» y «La Bella Durmiente». El hijo de Wilhelm aseguraba que era una antigua sirvienta de la familia. Resultó ser una adinerada dama de la alta sociedad llamada Marie Hassenpflug, también de familia francesa, que había aprendido los cuentos de sus niñeras francesas. —Weiss se echó a reír—. De modo que la pregunta es, Herr Fabel: ¿La Bella
Durmiente es Dornröschen o la belle au bois dormant
? ¿Y Caperucita Roja es
Rotkäppchen o le petit chaperon rouge
? Como ya le he dicho, estamos buscando continuamente la verdad de nuestra identidad y siempre nos equivocamos. Y por lo general terminamos recurriendo a observadores extranjeros para que definan quiénes somos.

—No creo que este psicópata se ponga a hilar fino sobre la cuestión patriótica. —Fabel no tenía tiempo para otro sermón de Weiss—. Sólo quiero saber si le parece que hay algo significativo en el hecho de que mencionara el nombre de Viehmann.

Hubo un breve silencio al otro lado de la línea. Fabel imaginó al corpulento autor en su estudio, con toda esa madera oscura absorbiendo la luz.

—No, creo que no. Sus víctimas han sido de ambos sexos, ¿verdad?

—Sí. Al parecer como asesino está a favor de la igualdad de oportunidades.

—El único significado que le encuentro a la mención de Dorothea Viehmann es que los Grimm realmente la veían casi como una fuente única de antigua sabiduría. Y parecían pensar que las mujeres eran las verdaderas guardianas de la tradición oral alemana. Si el asesino se centrara en las mujeres, en especial en ancianas, entonces tal vez podría haber alguna conexión. —Una vez más, se produjo un breve silencio al otro lado de la línea—. Hay una cosa de la carta que me inquieta. Que me inquieta verdaderamente. Es la forma en que está firmada.

—¿Qué?… ¿
«Dein Märchenbruder
»?

—Sí… —Fabel percibió la incomodidad en la voz de Weiss—. «Tu hermano de los cuentos de hadas». Como usted probablemente sepa, Jakob murió cuatro años antes que Wilhelm. Éste recitó una apasionada elegía en el funeral, donde decía que Jakob era su
Märchenbruder
… Su hermano de los cuentos de hadas. Mierda, Fabel, este maníaco piensa que él y yo estamos juntos en esto.

Fabel respiró profundo. Había existido una sociedad en todos estos asesinatos. Y Weiss había sido el otro socio. Salvo que éste no lo sabía.

—Sí, Herr Weiss, me parece que él cree eso. —Fabel hizo una pausa—. Piense en su teoría de volver realidad la ficción. En eso de permitirle a la gente que «viva» en sus relatos.

—Sí, ¿qué pasa con eso?

—Bueno, al parecer él lo ha metido a usted en el suyo.

50

Miércoles, 21 de abril, 9:45 h

INSTITUT FÜR RECHTSMEDIZIN, EPPENDORF, HAMBURGO

Fabel odiaba el depósito de cadáveres.

Detestaba estar presente en las autopsias. No era tanto la natural repulsión física por la sangre y las vísceras, aunque eso también lo afectaba, revolviéndole una zona entre el pecho y el estómago y produciéndole náuseas; era más lo inexplicable de que un ser humano, el centro de un universo propio, vasto y complejo, de pronto se convirtiera en una determinada cantidad de carne. Era lo inanimado de los muertos, la repentina, total e irrevocable destrucción de la personalidad, lo que odiaba tener que afrontar. En cada caso de homicidio, Fabel trataba de mantener algo de la víctima vivo en su cabeza, como si él o ella todavía estuvieran con vida pero en una habitación lejana. Las veía como personas que habían sido injustamente maltratadas y él intentaba repararlo, como si se tratara de una deuda con los vivos. Incluso cuando visitaba los escenarios de los crímenes, o examinaba fotografías de las heridas fatales, esa sensación de que estaba tratando con una persona no disminuía. Pero, para Fabel, ver los contenidos del estómago de alguien vertidos como una sopa en una bandeja para luego pesarlos transformaba a esa persona en un cadáver.

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