Cuento de muerte (21 page)

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Authors: Craig Russell

Tags: #Intriga, #Policíaco

BOOK: Cuento de muerte
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El cielo estaba gris y oscuro sobre la ciudad cuando Maria y Fabel pararon el coche directamente en la puerta del edificio de apartamentos de Olsen. Fabel se había cambiado la chaqueta y había tomado un par de píldoras de codeína para aliviar el dolor del hombro, así como los latidos que empezaba a sentir en la cabeza. Cuando salió del BMW, hizo una señal hacia una gran furgoneta sin marcas aparcada en mitad de la calle. Cinco hombres corpulentos que llevaban vaqueros y camisetas gruesas desmontaron del vehículo y avanzaron ágilmente por la calle. Sobre su ropa de civil portaban corazas protectoras en las que estaba grabada la palabra POLIZEI, y se habían puesto pasamontañas y cascos de asalto. Dos de los hombres cargaban entre ambos un ariete corto y pesado. Tres más, con un atuendo similar, llegaron a la carrera desde un coche aparcado a unos cincuenta metros de distancia en la otra dirección. El comandante del MEK se detuvo cuando llegó a la altura de Fabel, quien asintió con la cabeza y dijo:

—Segundo piso. 2 B. Haced lo vuestro…

Desde la calle, Fabel y Maria oyeron un fuerte ruido cuando los hombres del MEK reventaron la puerta de Olsen con el ariete. Hubo algunos gritos, luego silencio. Un par de minutos después apareció el comandante del MEK en la puerta del edificio, con el casco y el pasamontañas en una mano y su Sig-Sauer automática en la otra. Sonrió inexpresivamente.

—No hay nadie en casa —dijo.

—Gracias, Herr Oberkommissar. —Fabel se volvió hacia Maria—. ¿Vamos?

La puerta del apartamento seguía montada en las bisagras, pero el marco alrededor de la cerradura estaba destrozado en astillas largas y afiladas. Fabel y Maria se pusieron guantes blancos de látex antes de entrar. Era un apartamento razonablemente grande, con una amplia sala, tres dormitorios, una gran cocina comedor y un cuarto de baño. Los muebles eran antiguos y pesados, aunque a Fabel le sorprendió lo ordenado y limpio que se encontraba todo. El televisor de la sala era bastante viejo, pero Olsen había invertido mucho dinero en su cadena musical. Un inmenso equipo Bang & Olufsen ocupaba la mayor parte de una pared. El tamaño y la potencia de los altavoces parecían desproporcionados para esa sala; de todas maneras, por alguna razón, Fabel no podía imaginar que alguno de los vecinos se quejara a Olsen por el ruido. Había una estantería para CDs clavada en la pared junto a la cadena, y Fabel notó que Olsen había catalogado su colección de música con la misma meticulosidad con que lo había hecho con los repuestos en su garaje. Echó un vistazo a la colección de música de Olsen: Rammstein, Die Toten Hosen, Marilyn Manson. No era la clase de música que uno pone a bajo volumen como fondo de una cena con invitados.

Holger Brauner, el jefe del SpuSi, el equipo forense, golpeó a la destrozada puerta detrás de Fabel.

—¿Es una fiesta privada? ¿O puede entrar cualquiera? —Señaló con la cabeza el CD que Fabel tenía en la mano—. ¿Rammstein? No pensaba que te gustaban esa clase de cosas.

Fabel se rio y volvió a poner el CD en la estantería.

—Estaba fijándome si había algo de James Last.
Hansi
es lo mejor después de un día difícil.

—Y tú has tenido un día bastante complicado, por lo que he oído… ¿Es cierto que has solicitado un traslado al escuadrón de perros peligrosos?

Fabel sonrió sarcásticamente.

—Por otra parte, Herr Kriminalhauptkommissar, ¿podría usted hablar con Frau Wolff? No creo que haya comprendido del todo el concepto de proteger la integridad de una prueba forense.

—Lamento lo de la motocicleta, Holger. ¿Has encontrado alguna coincidencia?

—Claro que sí. La impresión que tomamos en la escena salió de un neumático de motocicleta 120/70-ZR17. Es el modelo estándar de la rueda delantera de la motocicleta BMW R1000S. Las marcas de desgaste de la moto de Olsen concuerdan exactamente con la impresión que tomamos. De modo que él es el tío que buscas. O, al menos, la motocicleta que estaba en el Naturpark era la suya. Lo único que tenemos que hacer es encontrar las botas que llevaba. Echaré un vistazo por aquí.

—Es probable que las tenga puestas ahora —dijo Fabel, tratando de recordar el calzado que llevaba Olsen por la mañana.

Maria había estado revisando el cuarto de baño. Apareció cargando algunos frascos que parecían de productos medicinales.

—Herr Brauner, ¿tiene alguna idea de para qué son estas medicinas?

Brauner examinó los frascos.

—Isotretinona y peróxido de benzoilo… ¿El tipo que buscáis tiene mala piel, por casualidad?

—Sí —dijo Fabel.

—Esto se usa en el tratamiento para el acné… —La voz de Brauner fue apagándose mientras contemplaba los frascos como si tuviera una idea que luchaba por salir a la superficie y tuviera que concentrarse para ayudarla a formarse—. Aquellas huellas de botas eran enormes. Talla cincuenta. ¿El tipo que buscáis es muy alto? ¿Y musculoso?

Maria y Fabel se miraron.

—Sí. Muy corpulento.

—Esta puede parecer una pregunta extraña, pero ¿había alguna otra cosa, humm, extraña, en su aspecto? ¿Tenía el pecho muy estrecho, o bizqueaba?

—¿Estás haciéndote el gracioso? ¿O crees que lo conoces? —Fabel se echó a reír.

Brauner seguía mirando las medicinas para el acné y movió la cabeza con irritación.

—¿Habéis notado algo así?

—No —respondió Fabel—. No bizqueaba ni tenía el pecho muy estrecho. Ni tampoco era un jorobado con dos cabezas.

—No… —El sarcasmo de Fabel no alcanzó a Brauner, quien hablaba más para sí mismo que para aquél—. Una cosa no implica la otra.

—¿Holger? —dijo Fabel con impaciencia. Brauner apartó la mirada del medicamento.

—Lo siento. Creo que este tipo puede ser uno entre mil. Literalmente. Sus antecedentes sólo se relacionan con violencia, ¿verdad? Casos en los que él se descontroló más que acciones criminales premeditadas.

—Por lo que sé, sí —dijo Fabel—. Salvo una condena por vender mercancía robada. ¿Qué has descubierto, Holger?

—Tal vez nada, pero Olsen tiene un temperamento explosivo, una altura poco común, es muy corpulento, sufre de acné a una edad en la que la mayoría de nosotros lo hemos dejado atrás. Sospecho que podríamos estar enfrentándonos a un cariotipo XYY.

—¿El síndrome del supermacho? —Fabel reflexionó un momento—. Sí. Encajaría. Ahora que lo mencionas, realmente encajaría. Pero no sabía lo del acné. —Fabel ya se había topado antes con un macho XYY.

El síndrome del cariotipo XYY tiene lugar cuando, en lugar del cromosoma 46XY, que es el normal para un varón, éste nace con un cromosoma masculino adicional y el tipo de cromosoma 47XYY. Estos «supermachos» se caracterizan por una altura excesiva, rasgos masculinos acentuados, madurez emocional y social más lenta y un sistema rebosante de testosterona. Con frecuencia, esto produce temperamentos irritables y violentos. La opinión médica estaba dividida en cuanto a exactamente qué efectos tenía el XYY, si es que los tenía, sobre el comportamiento violento o las tendencias criminales, pero el varón XYY con el que Fabel se había tenido que enfrentar era, al igual que Olsen, enorme y capaz de una violencia imprevisible. Unas polémicas investigaciones habían revelado una cantidad desproporcionada de varones XYY en la población carcelaria; muchos XYY, sin embargo, tenían una vida productiva y muy satisfactoria, habiendo canalizado su agresividad en carreras dinámicas. Fabel volvió a mirar el CD.

—No lo sé, Holger. Encajaría con este rock agresivo, pero su conducta en su taller fue muy tranquila… La forma en que convenció a Werner de que volviera a entrar al taller, por ejemplo. Tenía toda una estrategia de huida bien planeada.

—Probablemente estaba hirviendo bajo la superficie, pero había deducido que tenía que controlarse hasta que encontrara la oportunidad de huir. También encajaría con el uso excesivo de la fuerza. No tenía necesidad de golpear tan fuerte al Kriminaloberkommissar Meyer. Una clásica falta de control en el momento del estallido temperamental.

—¿Eso no tendría que estar en sus antecedentes? —preguntó Maria.

—Tal vez —respondió Brauner—. Si se sometió a un análisis de cariotipo en el momento del arresto. Y si, por cierto, sí es un cariotipo XYY. Tal vez no sea más que un cabrón con mala uva.

Se separaron y se dedicaron a buscar cada uno por su cuenta en el apartamento de Olsen, como visitantes a una galería o a una exposición en un museo, atisbando la totalidad para luego detenerse a examinar en detalle cualquier cosa que les hubiera llamado la atención. No había nada allí que sugiriera el recargado ego psicópata de un asesino en serie, pero a Fabel seguían molestándolo las contradicciones que encontraba en la personalidad de Olsen. Todo estaba limpio y ordenado. Fabel pasó a uno de los dos dormitorios. Era evidente que se trataba del de Olsen. Los pósteres de la pared habrían sido más apropiados para el dormitorio de un adolescente que para el apartamento de un hombre de casi treinta años. Había algunos elementos personales —un reloj de gran tamaño pero barato, un peine y un cepillo, artículos de tocador y un par de frascos de loción para después del afeitado— dispuestos en orden sobre la cómoda. Fabel abrió las pesadas puertas de un robusto armario. La ropa y el calzado que había en su interior eran enormes, y Fabel se sintió como si estuviese hurgando en la recámara de un gigante dormido. Además de ser de talla grande, el vestuario de Olsen era funcional y eficiente: un traje formal con un par de zapatos de vestir; media docena de camisetas, con nombres y logotipos de bandas de rock racista, pero dobladas y guardadas como si su madre hubiera hecho la limpieza esa misma mañana; dos pares de vaqueros, uno negro, otro azul; dos pares de zapatillas deportivas; dos pares de botas. Botas.

—Holger… —Fabel gritó por encima del hombro hacia el otro dormitorio, al tiempo que se ponía un par de guantes de látex para evidencias forenses. Levantó un par de botas y examinó las suelas. El dibujo era poco profundo. El segundo par parecía mucho más fuerte. Cada bota tenía diez pares de ojales y dos cierres de correa y hebilla. Obviamente, eran botas de motorista. Estaba girándolas para examinar las suelas cuando Brauner entró en la habitación. El jefe forense tenía en la mano una copia satinada de la impresión de la huella encontrada en el Naturpark. Hasta Fabel pudo darse cuenta a primera vista de que coincidían.

Brauner abrió una bolsa de evidencias y la sostuvo mientras Fabel levantaba las botas de una a una cogiéndolas entre los enguantados dedos índice y pulgar y las dejaba caer en la bolsa.

—Ahora lo único que tenemos que hacer —dijo Fabel— es encontrar a nuestra Cenicienta…

27

Viernes, 26 de marzo. 21:00 h

PÓSELDORF, HAMBURGO

Aquél era otro más de los rituales de una relación: cuando los amigos de uno de los individuos se convierten en amigos de la pareja. Aquella cena había sido idea de Fabel, y cuando vio a Otto, su más viejo amigo, allí sentado conversando con Susanne, la incorporación más reciente en su vida, se sintió sorprendentemente contento. La habitual torpeza inicial de los saludos y las presentaciones se había evaporado casi de inmediato gracias a la natural calidez sureña de Susanne, y quedó claro desde un principio que a Otto le caía bien. Que la aprobaba. Fabel no estaba seguro del porqué, pero sabía que esa aprobación era muy importante para él. Tal vez se debía a que Otto y Else habían estado presentes durante todo el matrimonio con Renate y los cuatro habían estado sentados en torno a una mesa de restaurante, igual a aquélla, muchas veces.

Miró hacia Susanne y sonrió. Ella llevaba recogido su cabello negro como un cuervo, dejando al descubierto el cuello y los hombros. Susanne tenía una sorprendente belleza natural y la mínima aplicación de maquillaje realzaba sus asombrosos ojos y sus cejas altas y enarcadas. Ella le devolvió la sonrisa, con un gesto de complicidad. Fabel había reservado una mesa en un restaurante italiano de la Milchstrasse, a apenas dos minutos andando de su apartamento. La desventaja de su piso era que no se prestaba para dar cenas y Fabel casi siempre escogía aquel restaurante cada vez que tenía invitados. Estaban charlando de temas sin importancia cuando Otto trajo a colación el tema de los libros que Fabel le había comprado.

—¿Qué tal vas con la novela de Weiss? —preguntó.

—Bien… bueno, bastante bien. Entiendo a lo que te referías cuando mencionaste que tenía un estilo ampuloso. Pero es asombrosa la manera en que te hace entrar en el mundo que describe. Y cómo comienzas a asociar a Jakob Grimm con el personaje de ficción en lugar de con la personalidad histórica. Supongo que eso tiene que ver con la propia teoría de Weiss. —Fabel hizo una pausa—. También he estado revisando las obras de los hermanos Grimm. Sabía que habían coleccionado un montón de relatos folklóricos, pero no tenía idea de que eran tantos. Y también todos aquellos mitos y leyendas.

Otto asintió con un gesto de su inmensa y puntiaguda cabeza.

—Eran personas muy dedicadas y talentosas. Y formaban un equipo formidable. Su trabajo con el idioma alemán, con la lingüística en general, fue, como sabes, pionero. Y sigue teniendo influencia a día de hoy. Ellos definieron la mecánica del lenguaje, la forma en que los lenguajes evolucionan y toman elementos uno del otro. Es irónico que se los recuerde como autores de cuentos cuando en realidad no escribían. Bueno, en realidad, sí editaron y reescribieron algunas de las versiones posteriores, para hacerlas más aceptables.

—Mmm, es cierto… —Susanne bebió un sorbo de vino y luego dejó la copa sobre la mesa—. Como psicóloga, me resultan fascinantes los cuentos de hadas. Hay muchas cosas profundas en ellos. Muchas cuestiones sexuales.

—Exacto —dijo Otto, sonriéndole a Susanne—. Los hermanos Grimm no eran escritores: eran compiladores, lingüistas y filólogos que recorrieron lugares remotos de Hessen y otros sitios del norte y centro de Alemania, recopilando viejos relatos y fábulas folklóricos. Al principio no reescribían ni embellecían los cuentos tradicionales que compilaban. Pero la mayoría de aquellos relatos no eran tan agradables como aparecieron en las ediciones posteriores, ni tan asquerosamente endulzados como en las versiones de Disney y otros. Cuando sus compilaciones se convirtieron en éxitos de ventas, en especial las de los cuentos infantiles, comenzaron a quitar o a hacer más asépticos algunos de los elementos más oscuros y sexuales.

—Por eso todos seguimos teniendo un poco de miedo de los cuentos de hadas —añadió Susanne—. Nos los cuentan en la cama antes de dormir cuando somos niños pero en realidad son advertencias e instrucciones sobre cómo evitar toda clase de males y peligros. Y también tratan de los riesgos que se ocultan en las cosas que conocemos y que nos inspiran confianza. El hogar. La amenaza de lo conocido y familiar es tanto parte de esas fábulas como el temor a lo desconocido. Y es interesante que uno de los motivos más comunes de esos relatos sea la madrastra perversa.

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