Read Cuando la guerra empiece Online

Authors: John Marsden

Tags: #Aventuras

Cuando la guerra empiece (25 page)

BOOK: Cuando la guerra empiece
13.34Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Jo, Ellie —dijo Lee—. ¿Por qué siempre tienes que estar dándole vueltas a las cosas? El futuro es el futuro. Ya se las resolverá solo. Podrías pasarte el día aquí sentada especulando sobre él, y al final del día, ¿qué tendrías? Un montón de suposiciones sin respuesta. Y mientras tanto no habrías hecho nada, no habrías vivido, porque habrías estado demasiado ocupada pensándolo todo.

—Eso no es verdad —dije, empezando a sentirme molesta—. La forma en que cogimos el camión y fuimos a rescatarte, eso se pudo hacer porque lo pensamos. Si no nos hubiéramos planteado todas las posibilidades de antemano, no habría salido bien en la vida.

—Pero hubo muchas cosas que tuvisteis que improvisar sobre la marcha —dijo él—. Recuerdo que me dijiste que habíais cambiado de plan sobre algo, creo que sobre la ruta que cogisteis. Y hubo muchas más cosas, como el frenazo para dejar fuera de combate al coche de detrás: aquella eras tú fluyendo con tu instinto.

—Entonces, ¿crees que debería guiarme siempre por el instinto en vez de por la razón?

Él se rió.

—Así dicho, no. Supongo que hay un momento para cada cosa. Te diré cómo funciona. Es como mi música. —Lee era muy bueno: ya estaba en sexto de piano, el más avanzado de su edad de todo Wirrawee—. Cuando estoy aprendiendo una pieza, o cuando estoy tocando, tengo que usar el corazón y la mente. Mi mente está pensando en la técnica, y mi corazón está sintiendo la pasión de la música. Y supongo que pasa lo mismo con la vida. Tiene que haber ambas cosas.

—¿Y tú crees que yo soy toda cabeza y nada de corazón?

—¡No! Deja de tergiversar lo que digo. Pero acuérdate del tío que vivía aquí. Su corazón se fue secando poco a poco, como una pasa, y al final lo único que le quedaba era la razón. Espero que le sirviera de consuelo.

—¡Entonces crees que soy toda cabeza y nada de corazón! Crees que acabaré en esta cabaña, convertida en la ermitaña del Infierno, sin amigos y sin nadie que me quiera. Pues perdona, pero me voy al jardín a comer gusanos.

—No, solo pienso que a la hora de que te guste alguien, por ejemplo yo, te andas con demasiado cuidado y eres demasiado calculadora. Deberías fluir con tus sentimientos.

—Pero mis sentimientos son que estoy confusa —dije con tristeza.

—Eso será seguramente porque tus sentimientos están nublados por tu mente. Puede que tus sentimientos broten de manera clara y sin dudas, pero antes de llegar a la superficie, tu cerebro se mete por medio y lo lía todo.

—Entonces, ¿soy como una tele que está colocada demasiado cerca de un ordenador? ¿Tengo interferencias? —No estaba segura de si realmente me sentía así o solo era Lee que intentaba convencerme. Los chicos son capaces de cualquier cosa.

—¡Exacto! —dijo Lee—. La pregunta es, ¿qué programa están poniendo en tu tele? ¿Un debate sobre el significado de la vida o una apasionada historia de amor?

—Yo sé lo que a ti te gustaría que fuera —dije—. Una peli porno protagonizada por nosotros.

Él sonrió.

—¿Cómo podría decirte que te quiero por tu mente después de todo lo que he dicho? Pero así es.

Era la primera vez que hablaba de amor, y aquello me puso un poco en guardia. Aquella relación podía convertirse en algo serio fácilmente. El problema era que yo estaba evitando hablar de Homer, y una de las razones por las que Lee no podía entenderme era porque no sabía lo de Homer —aunque ya había intuido algo el día anterior—. Creo que todo habría sido menos lioso si yo hubiera sido más sincera con él. Pero yo sí pensaba en Homer, y seguía confundida. Suspiré y me puse en pie.

—Venga, lisiado, vamos a echa un vistazo a la cabaña.

Aquella era mi tercera expedición a la cabaña, y estaba empezando a perder interés. Pero Lee estuvo husmeando un rato. Aquella vez había más luz; probablemente dependía del momento del día, y ahora se filtraban algunos rayos de sol que, en la pared del fondo, mitigaban la oscuridad. Lee se acercó a la única ventana que había, un cuadrado sin cristal en aquella misma pared. Sacó la cabeza por ella y echó un vistazo al macizo de menta, y luego inspeccionó el marco podrido de la ventana.

—Es muy bonito —dijo—. Mira estas juntas. Espera, aquí hay algo de metal.

—¿A qué te refieres? —Me acerqué a él y empezó a forcejear con la repisa de la ventana. Entonces vi a qué se refería: la madera de la repisa estaba podrida, y entre las esquirlas descompuestas se podía ver una superficie de metal sin brillo. Lee levantó la repisa. Estaba claro que estaba pensada para eso, porque debajo había una cavidad perfectamente trazada, no mucho más grande que una caja de zapatos. Y dentro de ella había una caja de metal gris, de este tamaño precisamente.

—¡Vaya! —Yo estaba atónita y entusiasmada—. ¡Qué fuerte! Seguro que está llena de oro.

Sin apartar la vista, Lee la levantó.

—Es bastante ligera —dijo—. Demasiado para estar llena de oro.

La caja estaba empezando a mostrar signos de oxidación, con algunas líneas rojas abriéndose paso a lo largo de la superficie, pero estaba en buen estado de conservación. No estaba cerrada con llave, y se abrió fácilmente. Me asomé sobre el hombro de Lee, pero lo único que vi fueron papeles y fotografías. Fue un poco decepcionante, aunque después me di cuenta de que el oro no nos habría servido de mucho, con aquella vida de guerrilleros que llevábamos en el monte. Lee levantó los papeles y las fotos. Debajo había una especie de pequeño estuche azul, parecido a un monedero, pero de un material algo rígido y con un pequeño cierre dorado. Lee lo abrió con cuidado. Dentro, envuelto en papel de seda y sobre un pañuelo de lino blanco, había un colorido lazo, ancho y corto, unido a una pesada medalla de bronce.

—Genial —murmuré—. Era un héroe de guerra.

Lee cogió la medalla. El anverso presentaba la efigie de un rey —no estoy segura de cuál—, con las palabras «El que valeroso fuere». Lee le dio la vuelta. Grabada en el reverso figuraba la siguiente inscripción: «A Bertram Christie, por su gallardía, Batalla de Marana», y una fecha demasiado borrosa para leerla. El lazo era rojo, amarillo y azul. Tocamos la medalla, la sentimos, nos preguntamos acerca de ella, y luego volvimos a envolverla con cuidado y a dejarla en su caja antes de centrar nuestra atención en los papeles.

Había varias cosas: un cuaderno, una o dos cartas, algunos recortes de periódico y un par de documentos que parecían oficiales. También había tres fotografías: de una pareja joven de expresión severa en el día de su boda, de una mujer sola de pie frente a una tosca casa de madera, y de la misma mujer con un niño pequeño. La mujer era joven, pero parecía triste; tenía el pelo negro y largo, y un rostro delgado y suave. Podría ser española. Miré fijamente aquellas fotos.

—Deben de ser las personas que mató —susurré.

—Si son las personas que mató, es raro que haya guardado las fotos —dijo Lee.

Me fijé en el rostro del hombre de la foto de boda. Parecía joven, quizá más que la mujer. Miraba fijamente a la cámara, con unos ojos claros e intensos y una barbilla rotunda y bien afeitada. Yo no veía nada de asesino en su cara, ni nada de víctimas en la cara de su mujer y su hijo.

Lee se puso a desplegar los documentos. El primero parecía un recorte de periódico de un sermón. Solo leí el primer párrafo. Era un versículo de la Biblia, y decía: «La boda del necio es quebrantamiento para sí, y sus labios son lazos para su alma». Parecía largo y aburrido, así que dejé de leer. El otro recorte era un breve artículo titulado «Las víctimas de la tragedia del monte Tumbler descansan en paz». Decía así:

Este lunes, un pequeño grupo de dolientes asistió a la parroquia del monte Tumbler, de la Iglesia de Inglaterra, donde el padre Horace Green ofició el rito de entierro, tras el cual se dio sepultura a Imogen Mary Christie, del monte Tumbler, y a su hijo, el niño Alfred Bertram Christie, de tres años de edad.

Aunque la familia Christie no era muy conocida, pues habían llegado hacía poco y vivían a bastante distancia del pueblo —además de ser de temperamento reservado—, la tragedia ha conmocionado a los vecinos del distrito, que quedaron especialmente conmovidos con el sermón del padre Green, que decía así: «El hombre nacido de mujer, corto de días y hastiado de sinsabores, sale como una flor y es cortado».

Los difuntos fueron posteriormente inhumados en el cementerio del monte Tumbler.

El lunes próximo se celebrará una asamblea pública en la escuela de Bellas Artes del monte Tumbler, bajo la dirección del juez de paz don Donald McDonald, para volver a debatir la posibilidad de contratar los servicios de un médico para el distrito del monte Tumbler. La tragedia de la familia Christie ha reavivado la inquietud por contar con un servicio médico en la zona.

El 15 de abril, se abrirá una investigación sobre las muertes de la señora Christie y su hijo, con motivo de la visita del juez del distrito. Mientras, al agente Whykes ha recomendado que no se preste oídos a los rumores infundados sobre los hechos de este caso, recomendación que comparte profundamente este corresponsal.

Eso era todo. Lo leí por encima del hombro de Lee.

—Parece plantear más preguntas que las que responde —dije.

—Y no menciona en ningún momento al marido —dijo Lee.

Lo siguiente era una tarjeta formal en papel color crema, aunque había amarilleado. Parecía ser la mención que acompañaba a la medalla. En un lenguaje ampuloso, se describían los actos heroicos del soldado Bertran Christie al correr bajo fuego enemigo para rescatar a un «cabo de otro regimiento», herido e inconsciente. «Al conducir a su compañero a salvo de vuelta a su línea, el soldado Christie arriesgó su propia vida y demostró su gallardía, por lo que su Majestad tiene el honor de concederle la medalla de san Jorge».

—Curiorífico y rarífico— dijo Lee.

—Es como lo que te pasó a ti con Robyn —dije yo—. La verdad es que se habría merecido una medalla.

Quedaban algunas cosas sueltas: certificados de nacimiento de los tres miembros de la familia, el certificado de matrimonio de Bertram e Imogen y una postal de esta última dirigida a Bertram que solo decía: «Cogeremos el tren de las 4:15. Mamá te envía recuerdos. Tu ferviente esposa, Imogen». Había también algunos documentos bancarios y un cuaderno con un montón de cuentas y cifras. Yo señalé una de las entradas y dije:

—«Cama de matrimonio: 4 libras, 10 chelines y 6 peniques».

—¿Cuánto es eso? —preguntó Lee.

—Unos ocho dólares, creo. ¿No había que multiplicar por dos las libras para hacer la conversión? Lo que no sé es cómo se hace con los chelines y los peniques.

Llegamos al último de los documentos oficiales, una extensa hoja con un sello rojo en la parte superior. Estaba mecanografiado y firmado al final con una rúbrica de tinta negra. Nos acomodamos para leerlo, y descubrimos, en el parco lenguaje del juez de instrucción, la historia del hombre que había matado a su mujer y a su hijo:

Sea sabido por todas las personas al servicio de los tribunales de su Majestad que yo, HAROLD AMORY DOUGLAS BATTY, debidamente nombrado Juez de Instrucción del distrito del monte Tumbler, hago las siguientes conclusiones y recomendaciones respecto a las muertes de IMOGEN MARY CHRISTIE, de veinticuatro años y casada en este distrito, y ALFRED BERTRAM CHRISTIE, de tres años, niño nacido en este distrito, ambos residentes en el 16A del camino de Aberfoyle, a setenta kilómetros al este del monte Pink:

1. Que los fallecidos encontraron la muerte el día o en torno al día 24 de diciembre, a manos de BERTRAM HUBERT SEXTON CHRISTIE, como resultado de unas heridas de bala en la cabeza.

2. Que los fallecidos vivían con BERTRAM HUBERT SEXTON CHRISTIE, granjero, en relación de esposa e hijo respectivamente, en una cabaña de madera en la dirección antes mencionada, siendo este un lugar remoto del distrito del monte Tumbler.

3. Que no existen pruebas de desavenencia marital entre BERTRAM HUBERT SEXTON CHRISTIE e IMOGEN MARY CHRISTIE, y que, muy al contrario, BERTRAM HUBERT SEXTON CHRISTIE era un esposo y padre afectuoso, IMOGEN MARY CHRISTIE una esposa diligente y ecuánime, y el niño ALFRED BERTRAM CHRISTIE un infante gentil, según el testimonio de WILSON HUBERT GEORGE, granjero y vecino de los fallecidos, y de MURIEL EDNA MAYBERRY, mujer casada y vecina de los fallecidos.

4. Que el médico o la enfermera más próximos al hogar de los Christie se encontraban en el lago Dunstan, a más de un día y medio de viaje, si no más.

5. Que en aquel momento había activos varios incendios forestales graves en las inmediaciones del camino de Aberfoyle, de la carretera del monte Tumbler al monte Octopus, al camino de Wild Goat y al sur del monte Pink, que dejaron aislada la propiedad de los Christie, y que BERTRAM HUBERT SEXTON CHIRSTIE conocía esta información.

6. Que los fallecidos encontraron la muerte BIEN como resultado del incendio que consumió la residencia de los Christie, y durante el cual resultaron terriblemente quemados, y que BERTRAM HUBERT SEXTON CHRISTIE, pensando que sus heridas eran mortales e incapaz de soportar su sufrimiento, y sabiendo que no podía acceder a asistencia médica inmediata, los mató con sendos disparos en la cabeza con un fusil propiedad de BERTRAM HUBERT SEXTON CHRISTIE; y que este es el testimonio de BERTRAM HUBERT SEXTON CHRISTIE O BIEN que ambos fallecidos fueron premeditadamente asesinados por BERTRAM HUBERT SEXTON CHRISTIE con el mencionado fusil, y sus cuerpos deliberadamente quemados en un intento por ocultar los hecho de este caso.

7. Que la ciencia forense no permite determinar qué sucedió primero, si los disparos o las quemaduras, según el testimonio del doctor JACKSON MUIRFIELD WATSON, médico y científico forense del Hospital del Distrito de Stratton, en Stratton.

8. Que las pesquisas policiales no han permitido localizar a ninguna otra persona que contara con pruebas acerca de las muertes de IMOGEN MARY CHRISTIE y ALFRED BERTRAM CHRISTIE, según el testimonio del agente FREDERICK JOHN WHYKES, de la comisaría de policía del monte Tumbler.

9. Que, con las pruebas de que dispongo, no puedo extraer ninguna conclusión adicional sobre el modo en que los fallecidos encontraron la muerte.

SE RECOMIENDA:

1. Que se considere con carácter urgente la provisión de servicios médicos al monte Tumbler.

2. Que el Fiscal General presente una acusación de ASESINATO PREMEDITADO contra BERTRAM HUBERT SEXTON CHRISTIE.

Firmado por mí, HAROLD AMORY DOUGLAS BATTY, en el Juzgado del Distrito del monte Tumbler, a día 18 de abril.

BOOK: Cuando la guerra empiece
13.34Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Party Season by Sarah Mason
Wicked Beloved by Susanne Saville
A Week in Winter: A Novel by Willett, Marcia
The Outsiders by SE Hinton
Fences in Breathing by Brossard, Nicole
Contact Imminent by Kristine Smith
The Nightmare Man by Joseph Lidster
Lengths For Love by C.S. Patra
Catch Me by Lorelie Brown