Cuando la guerra empiece (20 page)

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Authors: John Marsden

Tags: #Aventuras

BOOK: Cuando la guerra empiece
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—Parece que está hinchada —dije.

—Tendrías que haberla visto ayer —contestó Lee—. Ahora está mucho mejor.

—Eso es por el masaje que te di ayer en la pala del camión.

—¿Qué se siente cuando te disparan? —preguntó Chris. Lee ladeó la cabeza y se quedó pensativo por un instante.

—Es como si te atravesaran la pierna con un trozo muy grande de alambre de espino al rojo vivo. Pero no me di cuenta de que era una bala. Pensé que algo de la tienda se había caído y me había golpeado.

—¿Te dolió? —pregunté yo.

—Al principio no. Pero luego no podía apoyarla. Entonces Robyn me cogió. No empezó a dolerme hasta que estuvimos dentro del restaurante y me tumbé. Entonces sentí como si me estuvieran quemando. Me dolía un montón.

Homer había desinfectado toda la zona de la herida y estaba empezando a colocar de nuevo la venda. Cuando Robyn examinó mi cabeza, encontró un profundo corte por encima del nacimiento del pelo y me lo curó. Parecían las únicas heridas que teníamos. Cuando terminó, fui a buscar el Land Rover, y lo encontré con todo dentro muy bien organizado y escondido donde habíamos acordado, a unos quinientos metros de la casa, en el viejo huerto donde mis abuelos habían construido su primera casa en aquellas tierras.

Teníamos todo el día por delante antes de subir a las montañas para encontrarnos con los demás. Dormir era la prioridad de todos, salvo de Chris, que había dormido mucho en comparación con nosotros. Le tocó el primer turno de vigilancia. Y el segundo y el tercero y el cuarto. Era demasiado peligroso dormir en la casa, así que cogimos las mantas y nos instalamos en el pajar más viejo y alejado que encontramos. Yo puse a todos de los nervios al salir para coger las armas del Land Rover, pero es que no podía dejar de pensar en lo que había pasado en casa de Corrie y en lo que había dicho Homer de que teníamos que aprender de aquello; teníamos que aprender nuevas formas de sobrevivir.

Y luego dormimos y dormimos y dormimos.

Dicen que los adolescentes son capaces de pasarse el día durmiendo. A mí siempre me habían alucinado los perros, lo felices que parecen durmiendo veinte horas al día. Pero también los envidiaba. Es el tipo de vida que siempre me habría gustado llevar a mí.

Nosotros no llegamos a dormir veinte horas, pero no porque no lo intentáramos. Yo me desperté un par de veces a lo largo de la noche, me di la vuelta, miré a Lee, que parecía inquieto, luego a Robyn, que estaba a mi lado durmiendo como un bebé, y luego volví a sumergirme en un profundo sueño. Por una vez en la vida, pude recordar mis sueños con todo detalle. No soñé con disparos, ni con vehículos chocando, ni con gente gritando y muriendo, aunque desde entonces he soñado bastante con esas cosas. Aquella mañana soñé que papá hacía una barbacoa para un montón de invitados, en casa. Yo no podía ver lo que estaba cocinando, pero estaba muy afanado con su enorme tenedor, ensartando unas salchichas o algo así. Parecía que todo el pueblo estaba allí, paseándose por la casa y por el jardín. Yo saludé al padre Cronin, que estaba de pie junto a la barbacoa, pero él no me contestó. Entré en la cocina, pero había demasiada gente. Luego apareció Corrie, pidiéndome que fuera a jugar con ella, y habría estado bien si no fuera porque ella tenía ocho años. La seguí y bajé hasta el río, y me subí en un barco. Resultó que allí estaba casi todo el pueblo, y que mamá y papá dirigían el barco, y en cuanto Corrie y yo nos subimos, soltaron amarras y zarpamos. No sé adónde íbamos, pero hacía calor, todos estaban sudando, la gente se quitaba la ropa. Miré hacia la orilla y allí estaba el padre Cronin, saludándonos con la mano —¿o quizás estaba sacudiendo el puño en el aire porque nos estábamos desnudando todos—. Y no sé si nos estábamos desnudando porque hacía calor o por otra razón. Corrie estaba allí, quieta, pero ya no teníamos ocho años, y luego ella tenía que ir a algún sitio, con alguien, y entonces apareció Lee en su lugar. Él también se estaba desnudando, muy serio, como si fuera un ritual sagrado o algo así. Los dos nos tumbamos juntos todavía muy serios, y empezamos a tocarnos, suavemente y con ternura. En eso estábamos cuando me desperté sudando y me di cuenta de que estaba a pleno sol. El día se estaba volviendo cada vez más caluroso. Me volví y miré a los demás, al primero que vi fue a Lee, que me estaban mirando con ojos oscuros. Yo estaba tan cortada después de aquel sueño que me puse roja y empecé a hablar atropelladamente.

—Vaya, la temperatura ha subido casi diez grados —dije—. Me estoy asando. Tendré que moverme. Debo de haber estado durmiendo más tiempo del que pensaba.

Cogí mi manta y me cambié al otro lado de Lee, pero aproximadamente a la misma distancia de él. Seguía hablando atropelladamente.

—¿Necesitas algo? ¿Te traigo algo? ¿Has descansado? ¿Te duele mucho la pierna?

—Estoy bien —contestó él.

Me calmé un poco después de haberme apartado del sol. Desde mi nueva posición pude ver al otro lado del prado, la maleza y las montañas.

—Es bonito, ¿verdad? —comenté—. Toda la vida viviendo aquí y a veces ni me doy cuenta de lo bonito que es. Todavía no me puedo creer que podamos estar a punto de perderlo. Pero eso me ha hecho fijarme ahora en todo. En cada árbol, cada roca, cada pajar, cada oveja. Quiero llevarme una foto en mi mente, por si acaso, bueno, por si acaso.

—Sí, es bonito —dijo Lee—. Tú tienes suerte. El restaurante no tiene nada de bonito. Y aun así, siento lo mismo que tú por tus tierras. Creo que es porque hemos levantado todo nosotros mismos. Si alguien rompe una ventana, está rompiendo el cristal que mi padre cortó, el mismo cristal que yo he limpiado cientos de veces, y si rajan las cortinas, están rajando las cortinas que hizo mi madre. Te acabas encariñando con un sitio, y acaba siendo especial para ti. Supongo que adquiere cierta belleza.

Me arrastré un poco más hacia él.

—¿No te sentiste fatal al encontrarlo todo destrozado?

—Había tantas cosas por las que sentirse fatal que no sabía por dónde empezar. Creo que ni siquiera lo he asimilado todavía.

—Yo tampoco. Cuando vinimos esta mañana y vi que habían estado aquí. No sé. Me lo había imaginado, pero aun así me sentía fatal, aunque no lo suficientemente mal. Y luego me sentí culpable por no sentirme peor. Creo que, como tú has dicho, son demasiadas cosas. Han pasado demasiadas cosas.

—Sí.

Fue solo una palabra, pero siempre recordaré cómo la dijo, como si le importara mucho todo lo que yo había estado diciendo. Me deslicé un poco más cerca de él, y seguí hablando.

—Y cuando pienso en Corrie, en lo terrible que ha tenido que ser para ella. Mucho peor que para mí. Ha debido de ser espantoso para todos los que tenéis hermanos pequeños. Me imagino cómo se sentirán los padres de Chris, en el extranjero, pensando que quizá nunca puedan volver al país, sin tener ni idea de cómo está su hijo.

—Aún no conocemos el alcance de esto. Podría afectar a muchos países. ¿Te acuerdas de aquella broma que hicimos sobre la tercera guerra mundial cuando estábamos en el Infierno? Puede que no estuviéramos tan equivocados.

Me rodeó con su brazo y nos quedamos allí tumbados, mirando las viejas vigas de madera del pajar.

—He soñado contigo —dije.

—¿Cuándo?

—Ahora, aquí, en el pajar.

—¿Ah, sí? ¿Y qué has soñado?

—Pues, que estábamos haciendo algo parecido a lo que estamos haciendo ahora.

—¿Si? Pues me alegro de que se haya hecho realidad.

—Yo también.

Yo también me alegraba, pero estaba confusa entre mis sentimientos por él y mis sentimientos por Homer. La noche anterior había estado cogida de la mano de Homer, sintiéndome tan a gusto, con aquella calidez, y allí estaba ahora, con Lee. Él me dio un beso suave en la nariz, luego otro un poco menos suave en la boca, y luego me besó varias veces más, apasionadamente. Yo también lo besaba, pero entonces paré. No estaba dispuesta a convertirme en la golfa del pueblo, y no me parecía muy buena idea estar con dos chicos a la vez. Suspiré y me aparté de él.

—Voy a ver cómo está Chris —dije.

Chris estaba la mar de bien. Estaba dormido, yo estaba furiosa. Grité, chillé y luego le di una patada, una patada fuerte. Hasta yo misma me sorprendí de lo que hice. Incluso ahora, cuando lo pienso, me vuelvo a sorprender de mí misma. Lo que más me asustaba era pensar que quizá todas aquellas cosas violentas que había hecho, con el tractor cortacésped y el camión, me habían convertido en un monstruo horrible en solo un par de noches. Pero, por otra parte, era imperdonable que Chris se hubiera dormido. Había puesto en peligro la vida de todos nosotros por ser tan flojo. Recuerdo que cuando estábamos en el campamento de Outward Bound, hablando en el almuerzo, alguien contó que en el Ejército el castigo por quedarte dormido cuando estás de guardia es la muerte. Nos quedamos todos impactados. Pero podíamos entenderlo, y quizás aquello fuera lo más impactante, que era totalmente lógico. Frío y despiadado, pero lógico. No esperas que la vida sea así, al menos no tan extrema. Pero, por un momento, sentí ganas de matar a Chris. Y él tenía cara de miedo cuando se apartó rodando y se puso de pie.

—Dios santo, Ellie, relájate, ¿vale? —murmuró.

—¿Que me relaje? —le grité a la cara—. Eso es lo que estabas haciendo tú, ¿no? Como sigamos relajándonos, estamos muertos. ¿No te das cuenta de cómo ha cambiado todo esto, Chris? ¿Es que no lo entiendes? Porque si no lo entiendes, mejor que cojas un fusil y acabes de una vez con nosotros. Porque eso es lo que estás haciendo cuando te relajas.

Chris se marchó, ruborizado y murmurando para sí. Yo ocupé su sitio. Tras un minuto o dos, creo que entré en una especie de estado de choque postergado. Hasta entonces había bloqueado mis reacciones emocionales porque no había tiempo para esos lujos. Pero dicen que las emociones reprimidas son emociones postergadas. Y yo llevaba mucho tiempo postergando emociones, y ahora les había llegado el momento de pasar factura. No recuerdo lo que pasó durante la mayor parte de la tarde. Mucho después, Homer me dijo que me pasé horas envuelta en mantas, sentada en un rincón del pajar, temblando y diciéndole a todo el que se acercaba que tuviera cuidado. Supongo que atravesé el mismo proceso que Corrie, solo que un poco distinto. Recuerdo claramente haberme negado a comer, que tenía mucha hambre, pero que no quería probar bocado porque estaba segura de que me pondría enferma si lo hacía. Homer me comentó que, en realidad, tragaba como una lima, hasta tal punto que pensaron que la comida me iba a sentar mal y se negaron a darme más. Qué raro.

Me enfadé mucho cuando no me dejaron conducir el Land Rover, porque había prometido, solemnemente a mi padre que no le dejaría conducirlo a nadie más. Pero, de repente, me cansé de discutir, me arrastré hacia la abarrotada parte trasera junto a Lee y me puse a dormir. Homer condujo el Land Rover hasta la Costura del Sastre. De haberlo sabido, no habría dejado de discutir tan repentina y definitivamente.

No sé bien cómo aquella noche conseguí llegar andando hasta el Infierno, meterme en una tienda junto a Corrie, que estaba como loca de contenta de vernos, y dormir durante tres días, despertándome solo de vez en cuando para comer, ir al baño y hablar a duras penas con los demás. Recuerdo haber estado consolando a Chris, que estaba convencido de que él era el causante de mi crisis nerviosa. No se me ocurrió preguntar cómo Lee había podido llegar hasta el Infierno, pero cuando fui recuperando la cordura descubrí que habían hecho una camilla con ramas para trasladarlo. En medio de la oscuridad y a lo largo de toda la bajada, Robyn y Homer se turnaban en un extremo de la camilla mientras el delgado Chris llevaba el otro extremo.

Supongo que así se redimió por lo que había hecho.

Durante esos tres días tuve las pesadillas que no había tenido aquella mañana en el pajar. Había figuras diabólicas huyendo de mí a gritos, y yo iba pisando cráneos, que se rompían bajo mis pies. Había cuerpos quemados que extendían sus manos hacia mí, suplicando clemencia. Yo mataba a todo el mundo, incluso a las personas que más quería. Manipulé sin cuidado unas bombas de gas y acabé causando una explosión que voló mi casa, con mis padres dentro. Incendié un pajar en el que estaban durmiendo mis amigos. Atropellé a mi prima echando marcha atrás con un coche, y no pude rescatar a mi perro cuando fue arrastrado por una inundación. Y aunque corría de acá para allá pidiendo auxilio, gritando a la gente que llamara a una ambulancia, nadie respondía. Parecía no interesarles. No es que fueran crueles, simplemente estaban ocupados, o no les importaba. Yo era un demonio de la muerte, y no quedaban ángeles en el mundo, nadie que pudiera hacerme mejor de lo que era o salvarme del daño que estaba causando.

Y entonces me desperté. Era temprano, muy temprano. Iba a ser un buen día. Me quedé tumbada en el saco de dormir, mirando el cielo y los árboles. ¿Por qué existirían tan pocas palabras para designar el color verde? Cada hoja y cada árbol tenían su propio tono de verde. Un ejemplo más de que la naturaleza seguía yendo por delante de los humanos. De repente algo revoloteó de una rama a otra en la copa de un árbol: era un pajarillo de color rojo oscuro y negro con unas alas largas que estaba inspeccionando cada centímetro de la corteza. Más arriba aún, un par de cacatúas blancas surcaban el aire. Por los gritos, supe que había una bandada en algún lugar fuera del alcance de mi vista, y que aquellos dos pájaros se habían quedado rezagados. Me incorporé para intentar ver el resto de la bandada, pero seguían fuera de mi vista. Así que salí de la tienda, agarrando el saco junto a mi pecho, como si fuera una especie de insecto a medio salir de su crisálida. Las cacatúas se dispersaron por el aire como unos ángeles estentóreos. Se arremolinaron, pero eran demasiadas para contarlas, y, cuando desaparecieron de mi vista, seguía oyendo sus amistosos chillidos.

Solté el saco de dormir y me acerqué al arroyo. Robyn estaba allí, lavándose el pelo.

—Hola —me saludó.

—Hola.

—¿Cómo te encuentras? —Bien.

—¿Tienes hambre?

—Sí, un poco.

—No me extraña. No has comido nada desde antes de ayer por la tarde.

—¿En serio?

—Ven. Te prepararé algo. ¿Te gustan los huevos?

Me comí unos huevos duros fríos —no podíamos encender fuego durante el día—, unas galletas, un poco de jamón y un cuenco de muesli con leche en polvo. No sé si fueron las cacatúas, Robyn o el muesli, pero cuando terminé de desayunar sentí que las fuerzas me volvían.

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