Bush pensó que no era prudente esperar nada bueno de las maquinaciones de la chica. Creyó haber detectado en sus maneras cierta reserva, como si se le hubiera impuesto un objetivo ajeno…, y a él no le era difícil conocerlo. Si los violentos de Acción Popular la acorralaron cuando habían atrapado a Lenny, lo más probable era que la hubiesen enganchado en algún curso de entrenamiento, igual que Lenny y él mismo. Al descubrir la falta de voluntad de la muchacha y su habilidad como viajera mental por amplios radios, seguramente pudieron haberla entrenado
también a ella
para matar a Silverstone, como lo habían entrenado a él. Sería por eso que no le había revelado sus intenciones. El cerebro de Bush trabajaba a gran velocidad. Veía la telaraña del presente extendiéndose sobre el desprevenido pasado.
Y no la habrían enviado a ella sola, una vez que el régimen pudiera haber descubierto la desaparición de Bush entre los siglos… Seguro que la habrían enviado con alguien, ya que, por muy experta viajera mental que fuera Ann, la muchacha necesitaba compañía siempre…, como antes con Lenny y con él mismo.
Por eso, dentro de cinco minutos iba a volver con alguien, sí. Habría varios agentes de Acción Popular en el palacio, y seguro que traería alguno con ella, aunque también viniera Silverstone. Quizás aguardarían por si él disparaba contra Silverstone, y ésa sería entonces la única posibilidad de evitar que lo ejecutaran… La ventaja inicial —él lo sabía— era la siguiente: ellos no podían tener ninguna certeza de lo que él pudiera hacer. Y él haría todo lo posible por salvar a Silverstone.
No tenía la menor intención de permanecer en ese lugar y dejarse capturar en esa atestada antecámara. No confiaba en Ann, nunca había confiado en ella, ni siquiera cuando hacían el amor; era más bien por deporte que lo hacía, como un desafío, y no por cariño… Ella era una treintona, tan inestable como él.
Cruzó la puerta mientras se guardaba la pistola de gas en el bolsillo, sujetando la suya de rayos en su mano derecha.
La puerta del almacén de ropa, del lado opuesto del corredor, estaba abierta. Era una habitación amplia. Allí, dos maduras matronas con almidonados mandiles blancos planchaban lencería, calentando las enormes planchas en un hornillo… Una rápida y desinteresada mirada le mostró los rojos monogramas ‘VR’ y las coronas en los bordes de las sábanas. Oculto junto a la puerta vigilaba el corredor en penumbras. Estaba esperando que los problemas se presentaran. Era un medio de permanecer en contacto.
La espera minaba sus exaltados nervios. Por supuesto, siempre podía regresar a 2093… Pero allí estarían, aguardándolo; y si se sumergía sin resistencia en el pasado, el devónico, el cámbrico, sus nuevas resoluciones lo seguirían implacables, le harían compañía por toda la eternidad. ¡Qué largo era el tiempo, incluso el tiempo humano! Bien mirado, prefería terminar en el Palacio de Buckingham.
Alguien venía corriendo por el pasillo. Bush oyó y pensó: “¡Dios, está loco!”. Y se metió aún más en la oscuridad del quicio.
Apareció un hombre de desordenados cabellos rubios, con el rostro hendido por una sonrisa contagiosa. Extendió una franca mano hacia Bush. El gesto era tan espontáneamente amistoso que Bush lo respondió igualmente sonriente incluso antes de darse cuenta de quién era ese hombre…, ¡el más amistoso de los extranjeros!
—¡Tú!
—¡Yo!
¡Era él mismo, surgiendo del tiempo como un dios para bendecir su empresa! Hicieron una especie de intercambio de amor, y Bush se sintió desbordado por la emoción al ver y sentir esa extensión de sí mismo. Se sintió incapaz de pronunciar palabra. Pero la visión estuvo apenas instantes con él —casi como amedrentada— antes de deslizarse dentro de su mente a través de sus ojos. La imagen se borró de sus retinas, dejó de sentir una mano sobre su mano. El corredor estaba de nuevo desierto, y su propio futuro se mezcló en algún lugar con el apilado montón de las demás horas.
Sintió que los sollozos ascendían por su garganta, que las lágrimas ardían en los ojos. Pero poco antes de que pudiera recobrar el control de la situación, escuchó otros ruidos procedentes del corredor.
En absoluto silencio, oyó los sordos pasos de gente que se acercaba en viaje mental. Retrocedió para que su silueta no se destacara contra la luz de la puerta abierta, del lado en que las mujeres planchaban.
Sería una satisfacción saltar sobre Silverstone como Silverstone había saltado sobre él en el jurásico… seguramente confundiéndolo —por algún curioso error precognitivo— con un asesino entrenado por Stanhope, Howes y compañía.
Dos siluetas aparecieron y se detuvieron a un metro de Bush. Inmediatamente vio que provenían de su propio tiempo, aunque ambas llevaban disfraces de la época. Una era Ann, aún con su uniforme de doncella. La otra, un caballero vestido con levita y chaleco. No pudo distinguir su rostro mientras miraba fijamente a Ann, a no ser las patillas lisas como costillas de carnero. Pero evidentemente no era Silverstone.
Ambos penetraron en la antecámara de la Administración de Palacio. Bush los siguió, su pistola de rayos enarbolada.
—¡Arriba las manos! —dijo.
Los recién llegados se volvieron hacia él, sorprendidos. Y entonces Bush pudo ver el rostro del hombre. Ni siquiera bajo esas patillas era posible dejar de reconocerlo. También llevaba una peluca que le cubría el calvo cráneo. Una vez había sobornado a Bush con una botella de Black Wombat Especial. Era quien le había dado las órdenes para su misión asesina, y debía ser uno de los hombres que más deseaba matarlo por haber fallado en tal misión. Su nombre era Howes.
Si Ann lo había traído, pensó Bush, eso quería decir que ella lo había traicionado. Mujer al fin, no debía confiar en ella, no lo amaba. Y le disparó. Ella no estaba a más de cuatro pasos y su cuerpo se derrumbó cuando el rayo lo penetró.
Mientras Bush giraba para apuntar hacia Howes, vio que el capitán extraía su arma. El tiempo se desarticuló de nuevo. Vio que la pistola se elevaba y lo apuntaba, vio el cambio de la expresión de Howes al pulsar el botón. Durante todo ese tiempo el brazo de Bush fue elevándose lentamente, lentamente, como el de un cadáver bajo el agua… Ann rodaba a sus pies, con el cabello rubio cubriéndole el rostro.
Vio partir el disparo de Howes, y luego cayó cruzado sobre el cuerpo de Ann a reunirse con ella en el olvido.
—Usted que cita a Wordsworth —dijo Howes fríamente—. ¡De pie, vamos!
Las náuseas habían hecho doblarse a Bush, y lo arrancaron de una incoherente y desordenada inconsciencia. Se sentó; aún respiraba penosamente. Howes le había disparado con una pistola de gas, cuyos efectos eran desagradables pero no fatales. Sujetándose la frente, Bush deseó que hubiera sido al revés.
Howes lo había arrastrado hasta un dormitorio, una enorme habitación amueblada algo excéntricamente, incluso para los tiempos victorianos, con una cama de latón en un costado, y en el otro una masiva chimenea ejecutada como una parodia del estilo
cinquecento
; el artefacto era además el soporte de dos enlutadas damas y un sorprendente número de querubines menores moldeados en bronce. Bush los contempló con una horrorizada sorpresa: parecían todo lo que necesitaba para completar su desorientación. Los estaba viendo de cerca, tendido sobre una amplia piel de oso polar de pelaje inaccesible para su tacto.
—¡Oh, Dios, he matado a Ann! —dijo, pasándose la mano por el rostro.
Howes, de pie junto a él, dijo:
—Lo estaba buscando, Bush. ¿Qué tiene que decir en su defensa?
—Hablaré cuando me sienta capaz de levantarme, no antes.
Howes sujetó a Bush por el brazo y tiró de él. Y entonces, mientras se levantaba, Bush intentó golpear a Howes. Pero los efectos del gas no se habían disipado todavía y le fue imposible poner la fuerza suficiente en el golpe, que Howes bloqueó fácilmente.
—Bueno, ya está, Bush… ¡Ya está de pie! Tenemos problemas aquí, y quisiera saber dónde estuvo metido desde que dejó 2093… ¡Adelante, empiece a hablar!
—Nada tengo que decirle a usted ni a nadie de su régimen.
—Sospecho que usted no sabe de qué lado estoy, o de qué lado está usted mismo.
—Sé lo suficiente acerca de mí mismo, gracias. ¡Ocúpese de sus propios asuntos!
—De acuerdo, entonces empecemos por usted. ¿Por qué disparó contra Ann?
Bush no podía dejar pasar esa pregunta.
—¡Usted lo sabe! ¡Fue porque me traicionó! Lo trajo a usted hasta aquí para que me matara. Y no me diga lo contrario.
—Si fuera así, ¿por qué no disparó antes
contra mí
, si yo era el peligro? —Howes notó la vacilación de Bush, y prosiguió—: Yo le diré por qué. Leí su dossier en el Instituto Wenlock mucho antes de enviarlo tras Silverstone. Usted está perturbado con respecto a las mujeres pues cree que su madre lo traicionó de alguna manera; desde entonces ha tenido siempre una compulsión a traicionar a las mujeres antes de que ellas puedan traicionarlo a usted.
En la necesidad de justificarse, Bush dijo:
—Howes, usted no sabe lo que ocurrió. No podía llevar a cabo sus descabelladas órdenes. Estuve meditando, fuera de su alcance. Observé los problemas de una familia perdida en la historia, sus esperanzas y sufrimientos. Había allí una mujer en cuya ayuda habría hecho cualquier cosa.
La reacción de Howes no fue de simpatía. Bush intentaba a menudo la confesión para desarmar al contrario; nunca había funcionado, pero él estaba demasiado imbuido en su idea para renunciar a esa táctica inútil.
—Es posible. Usted es un tipo realmente retorcido. Y le diré por qué ha cometido usted un tremendo error respecto de Ann…, y respecto de mi papel en este asunto.
—¡Al infierno con sus sermones! Dispare contra mí y terminemos de una vez. O sacrifíqueme al Gran Señor Gleason… ¡O a su jefe actual, quienquiera que sea!
Howes se apoyó en el entablado de roble de la pared y dijo:
—Lo he arrastrado hasta aquí para hablar con usted, no para matarlo, Bush. Estoy con problemas, y no soy su enemigo, aunque no niego que no siento gran aprecio por usted. Ahora escuche: Ann lo quería. Puedo decir que dio la vida por usted. Yo la envié a este tiempo de aquí para encontrarlo y matarlo antes de que usted matara a Silverstone… Sabíamos que llegaría aquí en el peor momento. Usted cree que Ann era una pequeña zorra, ¿eh? Era solamente una pose para proteger su fragilidad interior. Cuando ella lo encontró en el corredor, no fue capaz de hacerle daño alguno. Vino a decírmelo y…
Bush rió fríamente.
—Seguro, usted realizaría el trabajo por ella. ¡Un corazón muy tierno! Eso es lo que podríamos llamar delicadeza.
—No lo dudo. Pero usted no comprende la situación. He estado muy ocupado estas últimas semanas mientras usted viajaba tranquilamente, para preocuparme por usted. Pero apenas Ann vino a decirme que había llegado, supe que había cambiado de opinión acerca de matar a Silverstone… Lo conozco bien, ¿ve? ¿Estoy en lo cierto? Usted vino aquí para advertirlo, no para matarlo, ¿verdad? ¡Puedo leerlo en su rostro, hombre!
Yo también vine aquí para salvar a Silverstone. Esperaba que usted se pusiera de mi lado… Es por eso que Ann me fue a buscar y me trajo hasta aquí para hablar con usted. ¡Y usted la mata sin darle la menor oportunidad…!
—Me está mintiendo… ¡No hace más que contarme malditas mentiras! Fue usted y ese loco de Stanhope los que primero me enviaron a matar a Silverstone. ¡No pretenda haber cambiado repentinamente de bando!
—Repentinamente no, Bush… Mi mentalidad es muy diferente de la suya. Yo siempre he estado del mismo lado: contra Bolt o Gleason y todo lo que representan…, aunque Gleason esté demostrando ser mucho más tiránico de lo que fue Bolt.
Bush se frotó la nuca y miró a las dolientes damas broncíneas de la chimenea.
—Está loco si espera que acepte todo eso. ¿Qué es lo que pretende al contármelo?
—Silverstone sabe cosas que pueden derribar al partido de Acción Popular…, y no solamente a Acción Popular sino a cualquier régimen totalitario. Wenlock, como usted debe saber, fue confinado a una institución mental, bajo estrecha vigilancia. Está perfectamente sano. Aunque antiguamente consideraba a Silverstone como un rival, tras lo que ha sufrido últimamente ve en él a un aliado. Hemos conseguido infiltrar algunos de nuestros hombres entre los guardias que vigilan a Wenlock, quien, como Silverstone, es una de las figuras clave de la revolución que está por venir. Estoy trabajando para ellos.
Bush lo miró con desconfianza.
—Pruébelo.
—¡Usted es mi prueba! Ya sabe que mi trabajo era enviar asesinos y agentes a matar o traer de vuelta a todo posible enemigo del régimen. Saboteé muy eficientemente el sistema utilizando oficiales incompetentes en el curso de entrenamiento, y el idiota de Stanhope fue de gran ayuda para mí, pues pude elegir así a los hombres menos adecuados para aquellos trabajos. ¡Usted, como asesino de Silverstone, es mi obra maestra!
Inesperadamente, ambos se echaron a reír. Bush no aceptaba aún por completo lo que Howes le había dicho; sentía vagamente que había alguna pieza de evidencia que él tenía que ser capaz de aprehender para refutar a Howes. Pero de todos modos, algo en la expresión del capitán lo tranquilizaba.
—Supongamos que acepto lo que dice. ¿Qué viene a continuación?
Howes se relajó y apartó el arma con un gesto en cierto modo ostentoso. Extendió la mano.
—Entonces estamos los dos del mismo lado. Tenemos que irnos de aquí…, con Silverstone, antes que los matones de Acción Popular lo atrapen.
—¿Y el cuerpo de Ann? Quisiera llevarlo de vuelta a 2093.
—Eso deberá esperar. Ahora es demasiado peligroso. Primero Silverstone —esbozó a grandes rasgos la situación; el nuevo gobierno estaba apretando la mano sobre el país, prohibiendo los sindicatos, cerrando universidades, promulgando sus propias injustas leyes, controlando severamente las importaciones, llevando a cabo arbitrarias purgas. Howes había conseguido establecer un estrecho contacto con el movimiento revolucionario, pero los otros lograron neutralizarlo y entonces ya no hubo nada más que hacer… En todo caso, su presencia en los centros revolucionarios del pasado sería inútil. Viajó mentalmente desde su propio escondite, acompañado por Ann.
Tardaron un poco en localizar a Silverstone, quien había abandonado el jurásico a poco de iniciarse la captura de los sospechosos, y se había ocultado en varias eras hasta que finalmente alcanzó 1901, el límite superior de su capacidad de viajar.