Bush se acercó cautelosamente al edificio en ruinas y miró a través de una sucia ventana. En la penumbra, dos negros estaban hablando con dos hombres blancos. De pronto se sintió tremendamente asustado de que ellos lo descubrieran y atraparan. Se alejó lentamente de las inmediaciones del estanque, echó a correr, y no se detuvo hasta que llegó jadeante frente a la casa del dentista. Ya no se sentía tan seguro de haber visto realmente lo que creyó haber visto… Tal vez sus nervios le hubieran jugado una mala pasada. La muerte de su madre lo tenía un poco trastornado, necesitaba irse de allí.
Tomó su equipaje y la caja de whisky y entró apresuradamente en la casa.
James Bush descorchó una botella del whisky indio, echó un poco para la señora Annivale, para Ted y para sí, y escuchó de malhumor lo que Bush decía sobre la nueva vida de acción que estaba a punto de emprender. Le habían dado instrucciones de no mencionar a Silverstone. Les explicó que iba a patrullar el pasado, proclamó que sus días de ocio habían terminado y que a partir de entonces iba a convertirse en un hombre de acción. Se sintió enormemente excitado, lo cual se expresaba con los gestos amplios de sus brazos.
—¡Lo han conseguido contigo! —exclamó el viejo Bush—. ¡Sólo un mes, y lo han conseguido! Te han afeitado la cabeza y al mismo tiempo te han llevado la inteligencia. ¿Qué es lo que eres? ¡Hablas de acción…! ¡La acción no es nada, puah!
—¡Tú preferirías emborracharte a muerte antes de actuar!
—¡Sí, pero, de ser posible, no con ese estiércol indio! Lástima que seas un analfabeto…, de otro modo recordarías lo que decía Wordsworth.
—¡Al diablo con tu maldito Wordsworth!
—¡Te contaré lo que dijo ese maldito Wordsworth!
—¡No me interesa saber lo que dijo!
—¡Te lo diré igualmente! —papá Bush se puso en pie y empezó a gritar a su hijo, que se levantó de un salto y lo agarró por las muñecas.
Ambos permanecieron de pie, mirándose fijamente mientras el viejo recitaba:
La acción es transitoria; un paso, un soplo…
el movimiento de un músculo de un lado a otro
ya está hecho,
y en el vacío subsiguiente, nos preguntamos
como hombres traicionados…
El sufrimiento es permanente, oscuro, tenebroso.
Y encubre la naturaleza del infinito.
—¿Qué te parece? A ver…
—¡Malditas estupideces monodireccionales! —Bush apartó a su padre y salió tambaleándose de la habitación. Los iba a engañar… No se daban cuenta de que todo lo ocurrido formaba parte de la propia existencia de un artista. Wordsworth debió haber tenido sin embargo el suficiente buen sentido como para reconocer su propio error: la acción estaba hecha tanto de sufrimiento como de inacción.
En la inacción de los dos días que siguieron descubrió otro acicate para sufrir. Pensó que se había dejado llevar por el curso de los acontecimientos no sólo porque podían serles favorables sino también porque procediendo así conseguía algo de seguridad para su padre. Pero si el patronazgo del gobierno no cubría más que el whisky, no estaba haciendo mucho por ayudarle; de hecho, lo estaba empujando por una vertiginosa pendiente.
Fue mientras el viejo Bush daba cuenta de la segunda botella de Black Wombat que conectaron la televisión; la imagen de un apacible campo llenó la esfera, y sobreimpreso se leía: “En pocos momentos más, un anuncio importante”. De fondo sonaba una banda militar.
—¡Traición! —exclamó Bush, y se puso de rodillas a trastear en los controles.
Apareció un hombre con dos cabezas…, pero inmediatamente se fundieron en una sola, obedientes al mando de Bush. La cabeza dijo:
—A resultas de los graves disturbios registrados en todo el país durante la pasada noche, ha sido puesta en vigor la Ley Marcial en todas las grandes ciudades. El pretendido ‘gobierno’ del general Bolt ha probado su inefectividad. En la mañana de hoy, militantes del partido de Acción Popular tomaron el cuartel general del gobierno tras una acción militar limitada. El bienestar del país es desde entonces responsabilidad del almirante Gleason, quien ejercerá el mando total sobre el gobierno y las fuerzas armadas hasta la restauración de los procedimientos gubernativos normales. El almirante Gleason hablará ahora a la nación. ¡Almirante Gleason!
Sobre un fondo de tambores, la imagen cambió a una habitación en la que un hombre corpulento vestido con uniforme militar, de pie tras un escritorio, enfrentaba la cámara. El enfoque fue concentrándose hasta que la imagen se completó con el busto del militar: cabeza y hombros. Tenía un rostro duro e inflexible, y su expresión no se alteró durante su breve discurso. Su amplia y prominente mandíbula contenía las frases que fueron surgiendo de su boca. El tono hizo recordar a Bush los gruñidos del sargento Pond.
—Vivimos en un incierto tiempo de transición. Todos nosotros debemos aceptar severas restricciones si queremos superar estos años críticos. Acción Popular, el partido que represento, ha actuado para garantizar que la nación emerja victoriosamente de sus problemas. El corrompido régimen que hemos derribado nos ocultaba hasta qué punto está llegando la bancarrota. El general Bolt fue un traidor. Tenemos pruebas documentales de que estaba a punto de huir a la India, llevándose con él lingotes y tesoros artísticos ilegalmente adquiridos. Fue un penoso deber para mí haber asistido ayer por la tarde a la ejecución del general Bolt, efectuada con plena legalidad en beneficio del pueblo de esta nación.
Pido a cada uno de vosotros que me brinde toda su cooperación. Acción Popular es el partido del pueblo, pero Acción Popular no puede tolerar ninguna actividad imprudente por parte del pueblo en estos graves tiempos. Los traidores que apoyaron a Bolt serán detenidos a objeto de que sean juzgados en los próximos días; os rogamos que colaboréis en su arresto. No me andaré con rodeos. Debo deciros que tenemos enemigos fuera del país que se sentirían felices de tomar ventaja sobre nosotros en estos tiempos de inseguridad. Cuanto antes podamos eliminar a los enemigos que están dentro de nuestras fronteras, más pronto seremos capaces de imponer una paz fuerte, nacional e internacionalmente.
Que nuestro lema sea ‘Unión a través de la Acción’. Unidos, saldremos triunfantes de todas nuestras penurias.
Las palabras finales desencadenaron de nuevo el redoble de los tambores. Gleason siguió mirando fijamente a la cámara, sin pestañear, hasta que la imagen desapareció y James Bush se inclinó sobre el hombro de su hijo y desconectó la esfera.
—Suena como si fuera a ser peor que Bolt —dijo sombríamente la señora Annivale.
—Bolt era uno de los moderados —dijo James—. ¡Pondrá fuera de combate a todos esos viajeros mentales…, ya lo veréis! —pronunció aquella advertencia con una especie de tono malsano que instantáneamente ofendió a Ted.
—¡Entonces, esperemos que esa Acción sea transitoria, papá, como proclama tu viejo poeta!
La atmósfera de la casa era demasiado agobiante; el estudio de Bush seguía siendo un revoltijo desde que lo hubo devastado. Con la cabeza pesada por la bebida, salió a dar un paseo sin rumbo concreto. Cualquiera que fuese el líder de las hormigas, su trabajo seguiría siendo matar a Silverstone…, a menos que Howes y Stanhope le dieran nuevas órdenes. Con la mente en blanco, sus pasos lo llevaron hasta el estanque de encharcadas aguas. El edificio en ruinas se veía tranquilo y siniestro; ¿realmente había sido el complot del asesinato de Bolt lo que oyó de aquellos cuatro hombres, o sólo había sido una extraña especie de precognición?
Calmado, Bush se quedó un rato junto a la maloliente orilla, contemplando un par de ranas que chapoteaban saliendo del agua de un modo que le recordó a los peces pulmonados del devoniano. Construyó mentalmente gigantescos móviles escenográficos CEC con enormes títulos como ‘El curso de la evolución’, en los cuales las aletas se agitaban y se transformaban en piernas que se convertían en alas que se convertían en olas que se convertían en aletas…
Su propia misteriosa y probablemente cíclica evolución mental abordó a su debido tiempo una nueva fase. El camión había venido a buscarlo; su permiso había terminado. Dijo adiós a su padre y a la señora Annivale y subió al vehículo. Pero todo aquello era distante. También ellos habrían podido ser apenas huellas en un estrato de comprimida luz solar. Tenía la impresión de estar cayendo en las primeras etapas del estado hipnagógico que la disciplina Wenlock requería.
Y en la extraña y brutal miseria del acuartelamiento estaba aún mucho más remoto.
Cuando penetraron en el familiar patio y la barrera descendió tras ellos, Bush vio que había allí oscuras siluetas del futuro. El lugar era vigilado; se preguntó si estarían aguardando el hundimiento o la aclamación del nuevo régimen.
Saltó del camión y se quedó un rato observando desfilar un pelotón. Era una de las nuevas unidades, formada apenas dos días atrás, y que todavía tenía que aprender los secretos del movimiento en formación. El sargento Pond, con su más rugiente y maldiciente voz, intimidaba a conciencia a sus reclutas en un honesto intento de transformarlos en autómatas. Bolt, Gleason o cualquier otro eran lo mismo para Pond, escudado en su propio cuadrilátero de tiranía.
El pelotón se detuvo desordenadamente a una orden de Pond. A uno de los reclutas se le cayó la gorra al suelo; Bush lo miró detenidamente y creyó reconocer ese despreciable rostro. Las probabilidades de que fuera no eran muchas —con la cabeza afeitada era difícil asegurarlo—, pero después de todo el régimen estaba rastreando las profundidades del pasado… A buen seguro era Lenny, sudoroso en el nuevo pelotón de Pond.
Cuando Bush se presentó ante Howes, le señaló el hecho. El capitán asintió, ladró una orden a un cabo, y cinco minutos después Lenny estaba rígidamente de pie delante de ellos en su versión particular de firmes, las mejillas profundamente hundidas, la mirada yendo ansiosamente de Howes a Bush alternadamente.
Unos patrulleros de civil lo habían capturado en los comienzos del jurásico ‘causando disturbios’, y lo trajeron de vuelta al presente. El resto de la pandilla había escapado.
Lenny negó saber nada acerca de Stein. Howes llamó a Stanhope, ya que se trataba de un asunto de seguridad. Los dos capitanes, Bush, Lenny y su escolta, recorrieron el pasillo hasta una pequeña habitación vacía. El recluta empezó a gritar desde el mismo momento en que entró. Las paredes y el suelo estaban manchados con sangre, y en un rincón había unos palos de golf retorcidos. Howes se disculpó y se fue. La escolta montó guardia fuera.
La boca de Stanhope se curvó en un rictus horripilante. Tomó uno de los palos y le mostró a Bush cómo utilizarlo. Lenny gruñó y cayó al suelo. Bush tomó el palo, húmedo allí donde Stanhope lo había cogido. Lo hizo descender en un golpe brutal sobre las costillas de Lenny. Era fácil… ¡Y agradable! ¡Acción!
Más tarde se consideró a sí mismo como un hombre traicionado. Lenny no les dijo nada, excepto la reiteración de que se había peleado con Stein y que el viejo se había apartado de ellos; perdió una buena cantidad de sangre, pero no les dijo nada.
Después de lavarse y tomar en solitario una excelente comida, Bush pasó a equiparse para su misión de asesinato. Le proporcionaron un resistente atuendo de una sola pieza y una mochila. Tanto la ropa, repleta de profundas bolsas y bolsillos, como la mochila, contenían multitudes de cosas que podría necesitar en el viaje, incluso una pistola de rayos capaz de matar a cuatrocientos metros (la mayor distancia a que se suponía que alcanzaría a ver a su presa en viaje mental), una pistola de gas y dos cuchillos; uno enfundado en su cinturón, otro asomando de la punta de su bota derecha. Iba cargado con píldoras de vitaminas, de estimulantes, y agua concentrada, y equipado con un filtraire último modelo.
Una ansiedad nerviosa se apoderó de él cuando le ordenaron presentarse ante el coronel que estaba al mando del cuartel. Con todo el equipo a sus pies, permaneció un rato ante la puerta de la oficina del oficial, aguardando la orden de entrar. Transcurrieron cincuenta minutos antes de que un sargento lo introdujera.
El coronel era un hombre pequeño de ademanes suaves, sepultado bajo un enorme montón de órdenes emanadas del nuevo régimen de Acción Popular. Seguramente había quedado libre de toda acusación de ser hombre de Bolt…, de lo contrario no estaría allí.
Nada fundamentado dijo a Bush, y lo poco que expuso fue más bien con torpeza, forcejeando miserablemente con los papeles mientras hablaba. Al concluir, dijo:
—El almirante Gleason aprecia a los hombres que hacen bien las cosas. Silverstone es un enemigo del Estado porque sus enseñanzas podrían traer confusión a todos nosotros… Bueno, a nosotros no…, a nuestros hermanos más débiles. Digamos que podría tornar confusa la salida de la actual situación. Si usted consigue encontrar a Silverstone y eliminarlo, su nombre llegará hasta el almirante; yo me encargaré de ello. No se considere un asesino; piense que es un ejecutor en misión de Estado. Puede retirarse.
El mismo destartalado camión que había traído a Bush lo aguardaba para conducirlo hasta la estación mental. ¡Pronto podría escapar! Mientras colocaba su equipo en la parte trasera del vehículo, apareció el capitán Howes. Miró a Bush con repugnancia. Bush recordó haberle visto la misma expresión cuando el capitán abandonó la sala de torturas.
—¿Se cree usted capaz de matar a Silverstone? —preguntó.
Bush sintió la necesidad de ser franco con aquel hombre, de mostrarse abierto y expansivo. Pero no pudo conseguirlo; se sentía cerrado incluso consigo mismo.
—Sí.
—Procure hacerlo entonces. Muchas cosas dependen de usted.
—Sí —la afirmación define mucho más que la negación.
Subió al camión. Mientras se levantaba la barrera pudo ver que Pond estaba dando un paso ligero a su pelotón a través de las sombras del futuro.
En la estación mental volvió a ser otra persona. Entregado a manos de cirujanos y enfermeras, era allí un singular paciente.
Tomaron un cuidado especial con Bush. Ellos también habían recibido órdenes. Lo pertrecharon con dosis suplementarias de CSD… Bush observó cambios en el diseño de la droga, que en esa ocasión era cristalina. Fue instalado en un cubículo especial (de tal modo que jamás podría volver a su propio tiempo sin ser detectado y llevado a rendir su informe). Una enfermera con una sonrisa aséptica y por completo ajena a la lujuria tomó la reglamentaria cantidad de su sangre, y le rebanó diestramente un poco de tejido de la tetilla izquierda. Estaba bajo la acción de un sedante ligero, recitando unos pocos fragmentos de la disciplina, acurrucado en posición fetal.