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Authors: José Manuel Roldán

Tags: #Histórico

Césares (62 page)

BOOK: Césares
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Pero la debilidad de la curia y, sobre todo, la tendencia del gobierno imperial a inmiscuirse en los ámbitos tradicionalmente asignados a los senadores, en consonancia con el programa de absolutismo monárquico, tenían que obrar necesariamente en detrimento de la autoridad del Senado. Y así, en la práctica, a pesar de estas y otras provisiones de escasa importancia en favor de la aristocracia senatorial, la dirección del gobierno quedo firmemente en manos del emperador, a través de sus consejeros. De este modo, se sustrajo la tesorería del Senado, el
Aerarium Saturni
, al control de los magistrados tradicionales, los
quaestores
, y se puso bajo la autoridad de
praefecti
nombrados exclusivamente por el emperador. Pero, contrariamente a la costumbre establecida, que hasta ahora había canalizado los fondos del
Aerarium
, el tesoro público, al
fiscus
, es decir, a la hacienda imperial, Nerón, de acuerdo con sus consejeros, transfirió de sus fondos privados cuarenta millones de sestercios al tesoro del Estado,
ad retinendam populi fidem
, «para mantener la confianza popular», como medida social propagandística destinada a elevar la figura del emperador como dispensador de beneficios, en especial para la población de Roma.

De las medidas que incluía, sobresalen las encaminadas a asegurar los abastecimientos a la Urbe, problema nunca satisfactoriamente resuelto, al que ya Claudio había dedicado una especial atención a raíz de los disturbios del año 51, provocados por la escasez de grano y la consiguiente hambruna, en los que el pueblo amotinado llegó a poner en peligro la vida del emperador. Además de rematarse las obras del puerto de Ostia, cuya silueta fue estampada en los reversos de una serie monetaria, se intentó reducir los gastos de transporte de cereales por vía marítima, con una exención de impuestos para los fletes. Pero tampoco faltó, en numerosas ocasiones, el inmediato recurso a las distribuciones gratuitas de alimentos, las llamadas
sportulae
, en favor de la plebe urbana.

Tampoco se descuidaron provisiones para atender al bienestar de Italia y del imperio, como el establecimiento de veteranos en las ciudades de Capua y de Nuceria, dirigido a compensar la disminución del número de ciudadanos itálicos; o la atención a la red viaria provincial, base de la administración y del comercio, que atestiguan buen número de miliarios con el nombre de Nerón.

A finales del año 57 d.C. el inestable equilibrio entre el programa de despotismo y la salvaguardia de los privilegios senatoriales iba a sufrir el primer choque con un oscuro proyecto de reforma fiscal, sobre cuya paternidad y propósitos existe una buena dosis de incertidumbre. Consistía en la abolición de los impuestos indirectos, pretextando los abusos perpetrados por los publican, los funcionarios encargados de su recaudación, y significaba una profunda modificación del sistema económico romano, que afectaba gravemente a muchos intereses financieros privados y al propio tesoro del Estado, que habría perdido hasta una quinceava parte del total de sus ingresos, sin una contrapartida equivalente de entradas por otros conceptos. El gobierno imperial tenía un complicado sistema de imposición indirecta, basado en los derechos de aduana,
portoria
, y en el impuesto del 5 por ciento, la
vicesima
, que gravaba la transmisión de herencias y la liberación de esclavos. Los
portoria
, especialmente, gravaban el consumo y, con ello, recaían sobre el conjunto de la población, pero naturalmente resultaban más pesados para las clases humildes. Su abolición, con el evidente alivio económico para la población tanto urbana como provincial, habría estimulado la economía del imperio, al dar implícitamente facilidades a la exportación de mercancías para Italia y favorecer el consumo con una baja sensible en los precios de los productos alimenticios y en los artículos de primera necesidad. Pero, en contrapartida, la abolición de los
vectigalia
afectaba negativamente a los intereses de los recaudadores de impuestos, en su mayoría del orden ecuestre, y a los propietarios italianos, que, con el sistema aduanero proteccionista, podían frenar la invasión de mercancías extranjeras y la caída de los precios de los productos italianos. Además temían que la desaparición de los
vectigalia
se compensara con el establecimiento de impuestos directos.

El proyecto, tanto si se enmarca en la política general de Séneca y Burro como si se atribuye a las tendencias de Nerón por emanciparse de la tutela de sus mentores con provisiones personales, era utópico y contó con la decidida oposición del estamento senatorial, ante la que hubo de plegarse el gobierno. Apenas unas cuantas medidas parciales de limitado alcance vinieron a sustituir el ambicioso programa, como un control más riguroso de la actividad de los publicanos y mejoras en la percepción de los impuestos. En todo caso, fue la primera fricción seria con el estamento senatorial, que dio origen a la formación de una facción ideológica y política anti
Neroniana
, que echaba por tierra las esperanzas en un Senado dócil, convertido casi en un cuerpo de funcionarios.

Esta actitud debía debilitar paralelamente la posición de los consejeros del emperador, partidarios del entendimiento con la cámara y de la salvaguardia de sus privilegios, frente a una afirmación despótica del príncipe, que si en principio se manifestó sobre todo en el ámbito del capricho privado, no iba a dejar de afectar al destino del Estado. El cambio está relacionado, en el año 58, con la aparición y fuerte influencia de un nuevo personaje en el entorno íntimo de Nerón, Popea Sabina, que, según Tácito, sería «el origen de grandes males para la república» y que describe de este modo:

Vivía en la ciudad una tal Popea Sabina, hija de Tito Olio, pero que usaba el nombre de su abuelo materno, el antiguo cónsul Popeo Sabino, de ilustre memoria y que había brillado con los honores del triunfo; en cuanto a Olio, cuando todavía no había ocupado cargos, lo había perdido su amistad con Sejano. Tenía esta mujer todas las cualidades, salvo un alma honrada. En efecto, su madre
[38]
, destacada por su belleza entre las damas de su época, le había dado a un tiempo gloria y hermosura; sus riquezas estaban a la altura de lo ilustre de su linaje; su conversación era grata y su inteligencia no despreciable. Aparentaba recato pero en la práctica se daba a la lascivia; raramente aparecía en público y sólo con el rostro parcialmente velado para no saciar a quienes la miraran o porque así estuviera más bella. Nunca se preocupó de su fama, no distinguiendo entre maridos y amantes; sin ligarse a afectos propios ni ajenos, trasladaba su pasión a donde se le mostraba la utilidad. El caso es que, estando casada con el caballero romano Rufrio Crispino
[39]
, del que había tenido un hijo, se la atrajo Otón con su juventud y sus lujos y porque se le consideraba el más notable amigo de Nerón. No tardó el matrimonio en seguir al adulterio.

Plinio, Juvenal y Dión Casio ofrecen detalles de la obsesiva preocupación de Popea, cuyos cabellos color ámbar inspiraron una poesía de Nerón, por mantener juventud y belleza: su costumbre de bañarse en leche de burra o el exótico cosmético ideado por ella, que utilizaba para prevenir los estragos de la edad, conocido como «crema de Popea». Se cuenta que, cuando descubrió mirándose al espejo las primeras arrugas en su rostro, expresó su deseo de morir antes que perder sus encantos. Privada de escrúpulos en la satisfacción de su ambición, pretendía también escapar a las normas de la vida común: por esta razón se sintió atraída por los cultos orientales y quizás por el judaísmo, aunque Flavio Josefo, que la conoció, no la llama seguidora de esta religión sino simplemente creyente en el Dios Supremo.

Fue el propio Otón, el inseparable compinche de Nerón, quien, incautamente o a propósito, con las continuas alabanzas sobre las cualidades de su mujer, atrajo la atención del emperador, que, al conocerla, acabó perdidamente enamorado. Popea utilizó toda la batería de sus trucos de seducción: en principio, mostrándose cautivada por el deseo de caer en sus brazos; luego, a medida que fue atrapándolo en sus redes, espaciando los encuentros amorosos, actitud para la que puso como pretextos su condición de casada y la repugnancia a compartir los favores de Nerón con una sirvienta como Acté. Decidido a eliminar el estorbo del marido, el emperador envió a Otón como gobernador a la lejana Lusitania, donde permanecería hasta el año 68, cuando, muerto Nerón, se convirtió en uno de sus efimeros sucesores.

Pero a Popea no le bastaba con ser la amante en exclusiva del emperador. El siguiente paso era convertirse en emperatriz. Para ello era necesario superar dos obstáculos, Agripina y Octavia, la madre y la esposa de Nerón.Agripina, sobre todo, se resistió con uñas y dientes al divorcio de su hijo, y para ello desplegó no sólo todas sus energías sino —lo que no está demasiado claro en nuestras fuentes— también sus ya algo marchitos encantos, dispuesta a ofrecerse a Nerón en una relación incestuosa, un crimen nefando incluso para los criterios morales de la época. Así relata Tácito el repugnante intento:

Agripina, en su pasión por conservar el poder, llegó hasta el punto que en pleno día, a horas en que Nerón se hallaba excitado por el vino y el banquete, se ofreció varias veces a su hijo borracho, muy arreglada y dispuesta al incesto; que cuando ya los que al lado estaban advertían sus lascivos besos y las ternuras precursoras de la infamia, Séneca buscó ayuda contra las artes de aquella hembra en otra mujer, haciendo entrar a la liberta Acté; que ésta, inquieta tanto por el peligro que ella corría como por la infamia del príncipe, le advertiría de que se había extendido el rumor del incesto, del que su madre se gloriaba, y de que el ejército no toleraría el imperio de un príncipe sacrílego. Fabio Rústico narra que esto no fue deseo de Agripina sino de Nerón, y que dio con todo al traste la habilidad de la misma liberta. Ahora bien, la versión de Cluvio es también la de los restantes autores, y la fama se inclina asimismo en este sentido, ya porque realmente Agripina concibiera en su ánimo tanta monstruosidad, ya por parecer más creíble la invención de tan novedosa pasión en quien en sus años juveniles había cometido estupro con Lépido por ambición de poder, en quien con similar concupiscencia se había rebajado a satisfacer la apetencias de Palante, y en quien se había ejercitado para toda clase de infamias por su matrimonio con su tío.

Tanto si la iniciativa partió de Agripina como del propio Nerón, la resistencia de la emperatriz a aceptar los planes de matrimonio de su hijo fue el factor principal de la decisión de Nerón, sin duda por instigación de Popea, para acabar de una vez por todas con la dominación de la madre. Como en el caso de Británico, tampoco ahora Nerón podía hacer partícipes a Séneca y Burro de su aberrante determinación, para la que buscó como cómplice y ejecutor al liberto Aniceto, prefecto de la flota de guerra con base en Miseno, en el golfo de Nápoles, que había sido uno de sus preceptores y que odiaba a Agripina. En un primer momento se pensó en el veneno, pero Agripina, experta ella misma en la utilización de tales sustancias, tras el asesinato de Británico estaba sobre aviso, además de haber inmunizado su cuerpo con toda clase de antídotos. Fue Aniceto quien ofreció la solución, ciertamente retorcida y espectacular. Se aproximaba la
Quinquatriae
, una fiesta de primavera en honor de Minerva, que tenía lugar el 19 de marzo. Nerón decidió celebrarla en su finca de recreo de Baiae, en la costa napolitana, e invitó a su madre a acompañarle, con la excusa de sellar una reconciliación, a la que ayudarían la ocasión y el bello escenario. Agripina aceptó trasladarse en barco desde su retiro de Anzio hasta Baiae, donde Nerón organizó una velada en su honor, a cuyo término, muy entrada la noche, la emperatriz fue conducida a una galera, ricamente engalanada, que la reintegraría a su casa. El plan para asesinarla consistía en desplomar sobre Agripina el techo del camarote, cargado de planchas de plomo, para aplastarla bajo el peso, y, a continuación, partir mediante un mecanismo el barco en dos, provocando un naufragio, en el que, en caso de haberse salvado de la trampa, perecería ahogada. Ya en alta mar, se hizo funcionar el mecanismo, pero el dosel bajo el que se encontraba Agripina, acompañada de una amiga, Acerronia Pola, amortiguó el golpe y, además, el barco apenas se abrió. En la confusión que siguió, Agripina supo mantener la sangre fría y, percatándose de que intentaban asesinarla, pidió a su amiga que se hiciese pasar por ella. Los marineros, engañados, cuando la oyeron pedir auxilio, acabaron con la desgraciada dama, a golpes de garfios y remos. Mientras, Agripina, una experta nadadora, aunque herida en el hombro, logró alcanzar a nado la costa, donde fue recogida por una barca de pescadores y llevada a su mansión.

Fingiendo ignorar el complot, la emperatriz envió a su liberto Agermo para que «anunciara a su hijo que por la benevolencia de los dioses y su propia fortuna había escapado de un terrible riesgo», mientras con frío aplomo se ocupaba en buscar el testamento de Acerronia, que la había nombrado su heredera en caso de muerte. Nerón, al enterarse del fracaso del plan y preso de un loco pánico, temiendo la reacción de su madre, no tuvo otro remedio que confesar ante Séneca y Burro, solicitando de ellos una solución. Se descartó que fuera la guardia pretoriana la encargada del matricidio, habida cuenta de la popularidad de la hija de Germánico entre la tropa, por lo que se encomendó a Aniceto terminar lo que había empezado. Pero ya no podía fingirse un accidente; había que justificar el crimen. Fue el propio Nerón quien arrojó a los pies del desprevenido Agenor una espada, para, acto seguido, cargarlo de cadenas acusado de haber intentado matar al emperador por instigación de su ama. A continuación,Aniceto, con dos oficiales de la flota, se encaminó a la villa de Agripina, que esperaba impaciente el regreso de su enviado. Tras derribar la puerta, los asesinos entraron en el dormitorio, donde la emperatriz tuvo todavía la sangre fría de decir al prefecto que si «había venido a visitarla, podía anunciar que se había recuperado, pero que si estaba allí para cometer un crimen, no estaba dispuesta a creer capaz de ello a su hijo; él nunca habría ordenado un matricidio». Uno de los esbirros la golpeó con un garrote en la cabeza; el otro desenvainó la espada, a la que Agripina ofreció su cuerpo desnudo, despojándose de la túnica y gritando. «¡Herid en el vientre!».A un tiempo, los tres la cosieron a cuchilladas.

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