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Authors: José Manuel Roldán

Tags: #Histórico

Césares (29 page)

BOOK: Césares
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El meollo de la cuestión estaba en la dificultad de transmitir hereditariamente el papel y la posición que Augusto había concentrado en sus manos, basados en la
auctoritas
, la combinación de nacimiento, estatus y virtudes personales, que justificaban los poderes concedidos por el Senado y el pueblo. En consecuencia, Tiberio necesitaba demostrar que, lo mismo que Augusto, estaba en posesión de esa
auctoritas
y, por tanto, podía asumir tales poderes. Pero además, como consecuencia de la complicada política dinástica de Augusto, Tiberio no era el único que podía aspirar a ser aclamado como
princeps
, puesto que, como queda dicho, contaba con rivales que podían disputárselo, en concreto los dos hijos que se había visto obligado a adoptar:Agripa Póstumo y Germánico.

Así, y en flagrante contradicción con las opiniones expresadas en público, el temor a sus posibles rivales le impulsó, no bien conocida la muerte de Augusto, a tomar medidas para impedir que se le escaparan las riendas del poder. De este modo lo expone el historiador Tácito:

En Roma, cónsules, senadores, caballeros, corrieron a convertirse en siervos… Los cónsules Sexto Pompeyo y Sexto Apuleyo fueron los primeros en prestar juramento de fidelidad a Tiberio César… Pues Tiberio ponía por delante en todo a los cónsules, como si se tratara de la antigua república y no estuviera decidido a ejercer el imperio… Ahora bien, muerto Augusto, había dado santo y seña a las cohortes pretorianas en calidad de
imperator
; tenía guardias, armas y todo lo demás que es propio de una corte; los soldados lo escoltaban al foro, los soldados lo escoltaban a la curia. Las cartas que envió a los ejércitos daban por sentado que se había convertido en
princeps
; en ninguna parte, a no ser en el senado, se expresaba de manera vacilante.

El problema que Póstumo pudiera representar como rival quedó eliminado, no obstante, de inmediato. El último vástago de Agripa se encontraba preso en el islote de Planasia desde el año 7 d.C., bajo vigilancia militar. No bien muerto Augusto, Póstumo perdía también la vida a manos del oficial al mando de la guardia, que lo ejecutó después de recibir instrucciones por escrito. La responsabilidad sobre el tremendo crimen posiblemente jamás pueda ser aclarada, enredada entre un intrincado cúmulo de rumores y acusaciones. Tácito, no obstante, es tajante: «La primera fechoría del nuevo principado fue el asesinato de Agripa Póstumo», acusando a Tiberio y Livia. Suetonio, en cambio, deja en suspenso el juicio:

Se ignora si Augusto fumó esta orden al fallecer para evitar las turbulencias que podían producirse tras su muerte, o si Livia la había dado en nombre de Augusto, y si en este caso fue por consejo de Tiberio o sin saberlo él. En todo caso, cuando el tribuno fue a comunicarle que había dado cumplimiento a aquella orden, contestó «que no había dado ninguna orden y que había de dar cuenta al Senado de su conducta». Mas por lo pronto quiso librarse de la indignación pública y no se habló más del asunto.

En todo caso, la muerte de Póstumo precipitó la de su hermana, Julia, que había sido esposa de Tiberio. Cicateramente, anuló las asignaciones con las que se mantenía en su destierro y dejó que se extinguiera por inanición, a finales del mismo año 14 Así lo relata Tácito:

Una vez que alcanzó el imperio y ella se encontraba proscrita, deshonrada y, tras la muerte de Agripa Póstumo, privada de toda esperanza, la dejó perecer lentamente de hambre y miseria, pensando que su muerte, por lo lejano de su exilio, había de quedar en la oscuridad.

Tiberio, en todo caso, ya tenía los resortes del poder en la mano cuando se inició el proceso, engorroso y equívoco, de su aclamación imperial. Un primer acto, la lectura del testamento de Augusto, no estuvo exento de alguna desagradable sorpresa para el candidato. Augusto dejaba dos tercios de su fortuna a Tiberio y el restante a su esposa Livia, pero, al mismo tiempo, decidía para ella que fuese adoptada en la
gens
Julia. Se convertía así en hija de su esposo, con sus mismos nombres:
Iulia
Augusta
. Los senadores se apresuraron a amontonar sobre la madre del futuro
princeps
apelativos honoríficos, como el de «Genitora» (
Genitrix
) o Madre de la Patria, e incluso se llegó a proponer que, en la titulatura oficial, Tiberio fuese denominado «hijo de Julia». Tiberio, incomodado, cortó de raíz estas propuestas. Desde entonces, las relaciones con quien tanto había luchado para verlo en el poder fueron de deferencia, con todo tipo de concesiones honoríficas en público, pero también de firmeza y de independencia en los temas de gobierno.

El contraste de pareceres entre el Senado y Tiberio volvió a repetirse a propósito de los funerales de Augusto. Tiberio se opuso a que el féretro fuese transportado a hombros de senadores, considerándolo un gesto público extravagante, al tiempo que limitó el fasto de las honras fúnebres. En todo caso, mientras el cuerpo de Augusto ardía en la pira funeraria, un senador juró haber visto su imagen ascender al cielo, afirmación que el Senado secundó poco después al contar al muerto entre el número de los dioses.

No obstante, fue a continuación cuando salió a la luz la penosa crisis interior del candidato, que afirmaba considerar el principado como una pesada carga o, como él mismo expresivamente decía, «que sujetaba a un lobo por las orejas».Tras los discursos de los cónsules, que proponían entregarle el principado, Tiberio reaccionó con uno de los rasgos típicos de su carácter, el complejo de inferioridad, rechazando la sucesión con buen número de pretextos: su edad avanzada, su vista deficiente y las pesadas tareas que esperaban al
princeps
, que sólo un genio como el divino Augusto había podido resolver. Ante las súplicas de los senadores, se ofreció a cargar con una parte de la administración del imperio y, finalmente, tras un tumultuoso y tenso debate, en el que algún senador impaciente llegó a gritar «¡dejadle que lo tome o lo deje!»,Tiberio terminó por aceptar el principado, a condición de poder dimitir cuando lo desease y rechazando el nombre de Augusto, según su punto de vista, depreciado tras haber sido concedido a su madre, Livia.

La sesión de investidura no había resultado de acuerdo con los escondidos propósitos que Tiberio albergaba: más que una aclamación, que intentó burdamente arrancar entre reticencias y pretextos, como reconocimiento de una confianza pública en su capacidad, en su
auctoritas
, resultó una simple aprobación de la moción propuesta por los cónsules, conseguida tras una agotadora sesión de gestos hipócritas y adulaciones. Había sido un mal principio. Las relaciones entre
princeps
y Senado ya no dejarían de discurrir por esos inquietantes cauces.

La fallida comunicación con el Senado en la sesión de investidura no iba a ser el único problema con el que habría de enfrentarse Tiberio en los primeros meses de su reinado. Más grave fue la inquietante agitación que por entonces comenzó a extenderse en los ejércitos estacionados en el Rin y el Danubio. Sus causas eran de carácter elemental: largo servicio, recientemente extendido de 16 a 20 años; pobre soldada, y difíciles perspectivas de acomodo en la vida civil tras el licenciamiento. El cambio de emperador y la situación insegura que ello creaba parecían ofrecer una buena ocasión para hacer prevalecer sus reivindicaciones. El motín comenzó en las tres legiones estacionadas en un campamento común en Panonia. Tiberio creyó la situación lo suficientemente grave como para enviar a su propio hijo Druso, acompañado de Lucio Ello Sejano, prefecto del pretorio, con tropas escogidas. La fría acogida que dispensaron al enviado del
princeps
, ante quien presentaron sus reivindicaciones, cambió cuando, a favor de un eclipse de luna, que impresionó profundamente a las tropas, y de las promesas de Druso de interceder ante su padre, decidieron reintegrarse a sus cuarteles. La disciplina fue restablecida sin excesiva dificultad y Druso pudo regresar a Roma.

No fue tan fácil, por el contrario, aplacar los ánimos de las tropas del Rin que, en dos ejércitos de cuatro legiones cada uno, comandadas por sendos legales imperiales, tenían como general en jefe a Germánico. La rebelión explotó primero en el ejército del Rin inferior, en donde los centuriones más odiados fueron masacrados. Germánico, que se encontraba en las provincias galas ocupado en la confección de un censo, no logró imponerse, en principio, con la necesaria firmeza a los amotinados, algunos de los cuales llegaron incluso a ofrecerle su apoyo para intentar un golpe de Estado contra Tiberio, que Germánico rechazó tajantemente. El joven general apeló en vano a la lealtad de los soldados: de nada sirvió una escenificación histriónica de suicidio, amenazando arrojarse sobre su propia espada; sus soldados le animaron a hacerlo. Sólo con la utilización de una carta falsificada de Tiberio que garantizaba parte de las exigencias de los amotinados, y con sobornos de su propio bolsillo, logró una breve tregua en el motín. Finalmente, fue otro gesto teatral el que resolvió el problema, al hacer saber que alejaría del campamento, por falta de seguridad, a su mujer,Agripina, y a su hijo, Cayo, el futuro emperador Calígula, al que las tropas adoraban. Así lo relata Tácito:

[…] su mujer se negaba a marchar, protestando que era descendiente del divino Augusto y que ante los peligros no se mostraría una degenerada. Al final, abrazándola con gran llanto a ella y al hijo común logró convencerla de que partiera. Allá marchaba el triste cortejo de mujeres: la esposa del general convertida en una fugitiva, llevando en brazos a su hijo pequeño; en torno a ella las esposas de los amigos… Unas mujeres ilustres, sin un centurión para guardarlas, sin un soldado, sin nada propio de la esposa de un general, sin la habitual escolta, se marchaba a tierra de los tréveros para confiarse a una fe extranjera. Empezaron entonces a sentir vergüenza y lástima… Le suplican, se plantan ante ella, le piden que vuelva, que se quede, rodeando unos a Agripina y volviendo los más al lado de Germánico…

Germánico, tras el final de la revuelta, no encontró otro medio de levantar la moral de las tropas que conducirlas a una acción militar al otro lado del Rin, que si no terminó en una catástrofe como la sufrida no mucho tiempo atrás porVaro en los mismos escenarios, fue gracias a la sangre fría y determinación de Agripina, animando a los soldados en retirada. No podía evitarse que Tiberio comparara las respectivas actuaciones de Druso y Germánico. Y tampoco que reprochara a su hijo adoptivo haber puesto en peligro, con su falta de autoridad y sus concesiones, pero también con su desatinada campaña, la propia estabilidad de las fronteras septentrionales del imperio. Si las relaciones entre el
princeps
y Germánico resultaron resentidas con estos hechos, tampoco quedaría sin consecuencias el modo en que Tiberio había resuelto el conflicto, al ser acusado en Roma de haberse servido de dos jóvenes para reprimir el levantamiento en lugar de arriesgarse a intervenir con su autoridad personalmente.

Tiberio y el senado

E
n todo caso, el problema había sido resuelto, y así, Tiberio, superadas las primeras incertidumbres, tenía vía libre para materializar sin trabas su programa de solicitar la colaboración del Senado, como corporación, en el gobierno del Estado. Pero a despecho de su buena voluntad, las carencias psíquicas de su temperamento dubitativo, su creciente misantropía, incrementada por las adulaciones de que era objeto, iban a condenar este programa al fracaso. Frente a su antecesor, a Tiberio le faltaba capacidad de comunicación para representar el complejo papel que requería el inestable régimen del principado. Augusto había ejercido el poder frente a la aristocracia como si no lo poseyera, mientras Tiberio, que poseía el poder, mostraba no querer ejercerlo. Lo que Augusto había representado como un teatro, Tiberio pretendió tomárselo en serio. Así, el restablecimiento de la
res publica
, que para Augusto fue una ficción sobre la que construyó la concentración en sus manos de todos los hilos del poder, fue para Tiberio una cuestión real, en la que trató de empeñarse con honestidad. Pero no era consciente de que, mientras tanto, los miembros de esa aristocracia dependían demasiado de la voluntad del
princeps
para su propia promoción y, en consecuencia, no podían orientar su comportamiento de otra manera que tratando de seguir, de forma servil y oportunista, sus deseos. En consecuencia, la ficción de un régimen autocrático disfrazado con el ropaje de instituciones republicanas, que Augusto y el Senado representaron conscientes de sus papeles y, por tanto, a sabiendas de su falsedad, intentó Tiberio convertirla en real, enfrentando a los senadores a una imposible disyuntiva: actuar como si todavía el Senado fuese el centro de decisión y, por tanto, ignorando la existencia de un poder autocrático superior, y, al mismo tiempo, doblegarse a la exigencia del
princeps
de ser reconocido como portador, en última instancia, de ese poder.

La consecuencia de esta disyuntiva sólo podía ser incomprensión, perplejidad, adulación y miedo entre la aristocracia senatorial, incapaz, tanto de forma colectiva como individual, de encontrar un lenguaje flui do de comunicación con quien pretendía ser entre ellos solamente un
primus interpares
. El Senado estaba empeñado en hacer la voluntad del
princeps
, pero sin tener, por lo general, idea clara de cuáles eran sus deseos. Una anécdota relatada por Tácito ejemplifica plásticamente esta actitud. En un juicio ante el Senado, que le concernía directamente…

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