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Authors: José Manuel Roldán

Tags: #Histórico

Césares (64 page)

BOOK: Césares
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A Rubelio, que a la sazón estaba al frente de la provincia de Asia, lo perdió su suegro, Lucio Antistio Veto, empeñado en ver a su hija como emperatriz. Sin contar con su yerno, trazó un descabellado plan para sublevar, de acuerdo con Domicio Corbulón, el comandante del ejército estacionado en la provincia, a las tropas a su mando, mientras él, en Roma, se ocuparía de convencer al Senado. El procónsul, por su parte, un hom bre apacible y carente de energía, dejó a su suegro conspirar en Roma sin tomar ninguna determinación. Pronto Tigelino estuvo al tanto de los manejos de Antistio y denunció a Rubelio ante Nerón, como instigador de una vasta conspiración que pretendía sustituirlo en el trono. Para magnificar el alcance del supuesto complot, complicó a Cornelio Sila, un pobre hombre, desterrado por orden del emperador en Marsella, cuya peor desgracia era estar casado con la hija mayor de Claudio, Antonia, que siempre había considerado a su cuñado Nerón como un usurpador. El siniestro prefecto del pretorio consiguió mano libre para actuar. A los pocos días, unos asesinos a sueldo liquidaron a Sila y enviaron su cabeza a Roma, donde a Nerón, al contemplarla, no se le ocurrió otra cosa que «hacer burla de ella diciendo que la afeaban sus canas prematuras». En cuanto a Rubelio, se mostró impertérrito cuando supo por su suegro que un pelotón de soldados estaba en camino para suprimirlo. De acuerdo con sus convicciones estoicas, no opuso resistencia a sus asesinos. En este caso, el comentario de Nerón al contemplar su cabeza fue: «¿Por qué, Nerón, has temido a este hombre narigudo?».

Tácito, en su relato, relaciona directamente ambas muertes con la determinación del emperador de desembarazarse de su esposa Octavia para desposar a Popea:

Libre de temores, se dispuso a apresurar su matrimonio con Popea, diferido por aquellos miedos, y a alejar a su esposa Octavia, la cual, a pesar de su vida recatada, le resultaba insoportable por el nombre de su padre y por el favor de que disfrutaba entre el pueblo. Sin embargo, envió una carta al Senado sin confesar nada sobre las muertes de Sila y Plauto, pero afirmando que uno y otro tenían espíritu subversivo, y que él ponía gran cuidado en la seguridad de la república. Con tal pretexto se votaron acciones de gracias y que se excluyera a Sila y Plauto del Senado, con lo que el escarnio vino a ser más grande que sus calamidades. Así pues, al recibir el acuerdo de los senadores y ver que todos sus crímenes se le toman por acciones egregias, repudia a Octavia acusándola de esterilidad; al momento se casa con Popea.

Fue Tigelino el encargado de buscar la perdición de Octavia, amañando, de acuerdo con Popea, falsas acusaciones para incriminarla. En principio se pensó en el adulterio. Para ello se eligió, entre los esclavos de la empera triz, a un joven flautista egipcio como objeto de la supuesta culpable relación. Ni siquiera con la intimidación consiguió Tigelino del servicio de Octavia más que unas cuantas voces que incriminaran a su ama. Una de las esclavas, incluso, entre los suplicios del tormento, llegó a espetar al despiadado esbirro que el sexo de Octavia era más puro que la boca de él. La decisión, en todo caso, estaba tomada, y la emperatriz, declarada culpable, fue alejada de la corte, en un discreto aunque confortable retiro en Campana, bajo custodia militar. Unos días después Popea conseguía hacer realidad su anhelado deseo de convertirse en la esposa del emperador.

Pero Nerón no había contado con la reacción popular. Las manifestaciones de simpatía por la desgraciada emperatriz, al conocer el injusto destierro, provocaron un verdadero motín en Roma, y Popea se dio cuenta de que mientras Octavia viviese no conseguiría disfrutar de paz y seguridad. Logró convencer a Nerón del peligro que podría representar como estandarte de una revolución dirigida contra él. Como dice Tácito, «estas palabras efectistas y acomodadas para provocar el miedo y la ira aterraron a su destinatario y reanimaron su ardor». Había que buscar razones más sólidas que el simple adulterio para acabar con ella. Era preciso convertirla también en conspiradora y culpable, en consecuencia, de un delito de alta traición. Una vez más se recurrió al verdugo de Agripina, el liberto Aniceto, preso en el dilema de confesar haber cometido adulterio con Octavia y ser recompensado por ello o sufrir una condena a muerte. La elección no ofrecía dudas. Aniceto, «con su innata perversidad y la complacencia que le imponían sus anteriores infamias», urdió, en frase de Tácito, «incluso más falsedades que las que se le habían ordenado». Cumplida su parte, logró ganarse un confortable exilio en Cerdeña, donde murió de muerte natural.

Aún era necesario acumular más infamias para redondear los pretextos del crimen. En un edicto, Nerón proclamó que Octavia había corrompido a Aniceto para ganarse el apoyo de la flota y que incluso había abortado de un supuesto fruto de estos amores ilícitos para esconder su infidelidad, ciertamente olvidándose de la esterilidad que antes el propio emperador había achacado a su esposa como excusa para repudiarla, según el certero comentario de Tácito. No importaba. Octavia fue desterrada a Pandataria, la siniestra isla que había servido de cárcel a otras mujeres de la domas imperial: Julia, la hija de Augusto, Livila, la hermana de Calígula o las dos Agripinas… Unos días más tarde, la infortunada Octavia recibía la orden de suicidarse o, mejor dicho, «fue suicidada». Así expone Tácito los tétricos detalles sobre su fin:

La sujetan con grilletes y le abren las venas de todos los miembros; y como la sangre, paralizada por el pavor, fluía demasiado lenta, la asfixian en el calor de un baño hirviendo. Y se añade una crueldad más atroz: su cabeza, cortada y llevada a la Ciudad, fue contemplada por Popea.

Y apostilla con repugnancia los decretos de acción de gracias y los donativos ofrendados a los templos por este crimen, como por los restantes ordenados por el príncipe, de un Senado envilecido y acobardado. Unos años más tarde, un autor anónimo, erróneamente identificado con Séneca, rehabilitaría en su tragedia Octavia el nombre de la emperatriz, recreando su trágico destino.

Pero Popea no estaba destinada a disfrutar de su triunfo por mucho tiempo.Aunque el nacimiento de una hija, Claudia, en enero del año 63, proporcionó a madre e hija el título de
Augusta
, hasta ahora sólo ostentado por Livia y Agripina, cuatro meses después moría la niña y Nerón, herido por el dolor, no encontró otro consuelo que subirla a los cielos, decretando su divinización.

La nobleza senatorial se encontraba ahora librada al arbitrio de Nerón, sin posibilidad de oponerse a su política represiva e intimidatoria: herida en su dignidad, obligada a plegarse a los cambios de costumbres, en contraste irreducible con la tradición romana, y aterrorizada ante los peligros más concretos de posibles acusaciones de lesa majestad.

Sin duda, los elementos más radicalmente contrarios a la tradición del entorno ideológico de Nerón influían en la nueva dirección política, pero, en todo caso, la responsabilidad final era obra del propio
princeps
. Y aunque Tigelino estimulara y favoreciera la conducta de Nerón respecto a la aristocracia senatorial, su papel, frente al anteriormente representado por Burro y Séneca, no sobrepasó los limites de instigador o mero brazo ejecutor. Por lo demás, la ruptura con la cámara no llegó a consumarse y, al menos superficialmente, se mantuvieron las relaciones de colaboración oficial para los actos de la administración ordinaria. Durante los años de poder personal de Nerón, a partir de 63 d.C., independientemente de las tendencias dirigidas a convertir el principado en un reino de tipo grecooriental, bajo el manto del filohelenismo, el
princeps
siguió manifestando un interés, bien que esporádico o caprichoso, por la realidad política diaria de las provincias del imperio, donde apenas llegaba el eco de los escándalos y crímenes de la lejana corte.

Pero la represión senatorial tenía también una vertiente de grandes posibilidades, especialmente peligrosa para el estamento más rico del imperio: la de las confiscaciones como consecuencia de las condenas en procesos políticos. La apropiación por Nerón de los bienes pertenecientes a la familia de Rubelio Plauto y la noticia ofrecida por Plinio elViejo sobre las confiscaciones en África de seis grandes terratenientes son dos datos que descubren el panorama de las dificultades financieras de Nerón, que iba a agravar la catástrofe del incendio de Roma, contribuyendo a aumentar la impopularidad del emperador.

El incendio de Roma

E
n la noche del 18 al 19 de julio del año 64 d.C., un
dies ater
(«día negro») para los supersticiosos romanos
[40]
, estalló en las proximidades del circo Máximo un gran incendio que, extendiéndose hacia el Palatino y el Celio, destruyó dos tercios de la ciudad. El fuego, enseñoreado de la Urbe durante nueve días, apenas respetó tres de las catorce
regiones
o distritos en las que Augusto había dividido Roma. Éste es el dramático relato de Tácito:

Sigue una catástrofe —no se sabe si debida al azar o urdida por el príncipe, pues hay historiadores que dan una y otra versión—, que fue la más grave y atroz de cuantas le sucedieron a esta ciudad por la violencia del fuego. Surgió en la parte del circo que está próxima a los montes Palatino y Celio; allí, por las tiendas en las que había mercancías idóneas para alimentar el fuego, en un momento estalló y creció el incendio y, azuzado por el viento, cubrió toda la longitud del circo… El incendio se propagó impetuoso, primero por las partes llanas, luego subiendo a las alturas, para devastar después nuevamente las zonas más bajas; y se adelantaba a los remedios por lo rápido del mal y porque a ello se prestaba la Ciudad, con sus calles estrechas que se doblaban hacia aquí y hacia allá y sus manzanas irregulares, tal cual era la vieja Roma. Se añadían, además, los lamentos de las mujeres aterradas, la incapacidad de los viejos y la inexperiencia de los niños, y tanto los que se preocupaban por sí mismos como los que lo hacían por otros, arrastrando o aguardando a los menos capaces, unos con sus demoras, los otros con su precipitación, ocasionaban un atasco general. Muchos, mientras se volvían a mirar atrás, se veían amenazados por los lados o por el frente, o si habían logrado escapar a las zonas vecinas, acababan también aquéllas ocupadas por las llamas, e incluso las que les parecían alejadas las hallaban en la misma situación. Al fin, sin saber por dónde huir ni hacia dónde tirar, llenaban las calles, se tendían por los campos; algunos, perdidos todos sus bienes, incluso sin alimentos con que sustentarse por un día, otros por amor a los suyos a quienes no habían podido rescatar, perecieron a pesar de que hubieran podido salvarse. Y nadie se atrevía a luchar contra el incendio ante las repetidas amenazas de muchos que impedían apagarlo, y porque otros se dedicaban abiertamente a lanzar teas vociferando que tenían autorización, ya fuera por ejercer más libremente la rapiña, ya fuera porque se les hubiera ordenado.

Nerón no se encontraba en la ciudad, a la que regresó desde Anzio para dirigir personalmente los trabajos encaminados a extinguir el incendio, abriendo edificios públicos y jardines para dar refugio a los sin techo y tomando provisiones para la distribución de trigo a bajo precio entre la población. Hoy nadie duda del carácter fortuito del desastre, aunque el mismo Tácito, más adelante, registra el rumor que acusaba al emperador de ser el autor del incendio y de haberlo observado cantando, desde la torre de Mecenas, su poema
El saqueo de Troya
. La sospecha es inverosímil y difícilmente puede creerse en un intento deliberado de incendio, precisamente en una noche de plenilunio. Por otra parte, no era el primero que estallaba en una ciudad de casas apiñadas, donde la madera era el fundamental elemento de construcción. Pero, sin duda, la catástrofe fue utilizada por la oposición, que vio en la rápida y grandiosa reconstrucción emprendida por Nerón un argumento decisivo para probar su culpabilidad.

En efecto, bajo la dirección de los arquitectos Severo y Céler, se procedió a la reconstrucción y embellecimiento de Roma, sobre bases más modernas y de acuerdo con un plan urbanístico que, con una mayor salubridad, evitase en el futuro catástrofes semejantes. El proyecto exigía ingentes gastos, que todavía vino a aumentar la construcción de un nuevo y gigantesco palacio imperial para sustituir a la
Domus Transitoria
, que había sido pasto de las llamas. La
domus Aurea
, la «Casa Dorada», se levantó en los terrenos del Celio y el Esquilmo, con parques, pórticos, lagos, fuentes y bosques, donde se materializaba el nuevo gusto artístico de la corte
Neroniana
y que fue decorada con ingentes cantidades de obras de arte expoliadas en Italia y en las provincias.Así describió el complejo Suetonio:

De su extensión y magnificencia bastará decir que estaba rodeada de pórticos de tres hileras de columnas y de trescientos metros de longitud; que en ella había un lago imitando el mar, rodeado de edificios que simulaban una gran ciudad; que se veían asimismo explanadas, campos de trigo, viñedos y bosques poblados de gran número de rebaños y de fieras. El interior era dorado por todas partes y estaba adornado con pedrería, nácar y perlas. El techo de los comedores estaba formado de tablillas de marfil movibles por algunas aberturas, de las cuales brotaban flores y perfumes. De estas salas, la más hermosa era circular y giraba noche y día, imitando el movimiento de rotación del mundo; los baños estaban alimentados con las aguas del mar y las de Albula.Terminado el palacio, el día de la dedicación, dijo: «Al fin voy a vivir como un hombre».

Presidiendo el complejo, que nunca llegaría a ser terminado, se levantaba una colosal estatua de Nerón, de treinta metros de altura, revestido con los atributos del dios Helios, el Sol. Tras el suicidio de Nerón en el año 68 y la condena de su memoria decretada por el Senado, toda el área se destinó al entretenimiento público. En su lugar surgieron el anfiteatro Flavio o
Colosseum
, cuyo nombre evocaba la desaparecida estatua, y las termas de Tito, pero una parte de la
Domus Aurea
quedó englobada en nuevas construcciones, y aún existe. En estas salas, convertidas en grutas (
grotte
, en italiano) con el paso del tiempo, encontraron inspiración los artistas del Renacimiento, que copiaron la decoración, llamada, por su lugar de origen,
grottesca
, que en castellano ha derivado a los términos «grotesco» y «grotesco»
[41]
.

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