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Authors: José Manuel Roldán

Tags: #Histórico

Césares (58 page)

BOOK: Césares
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La muerte de Claudio

D
esde el momento de su matrimonio, Agripina había buscado enérgicamente lograr para su hijo la sucesión.A este propósito, como hemos visto, había conseguido de Claudio la mano de su hija Octavia para Nerón, su adopción el año 50 como hijo adoptivo del emperador y el título de
princeps iuventutis
, así como su designación como cónsul, al investir la toga viril. Nada parecía oponerse a la voluntad de la emperatriz, que había ido acumulando progresivamente honores y poder. Pero una serie de circunstancias adversas a partir del año 54 alertaron a Agripina de la posibilidad de que sus esperanzas se vieran reducidas a humo. Fue primero el choque con Narciso ante Claudio, durante el espectáculo en el lago Fucino, pero, sobre todo, una nueva actitud del emperador hacia su hijo Británico, que amenazaba con desbancar a Nerón en la sucesión.Agripina reaccionó con un desesperado contraataque, que tuvo como objetivos inmediatos, en primer lugar, la abuela de Británico, Domicia Lépida, a la que consiguió eliminar; luego, el más firme apoyo de Claudio y de la causa de Británico, el liberto Narciso. Finalmente había llegado el turno del propio emperador.

Claudio murió el 13 de octubre del año 54. De los once autores que tratan su muerte, sólo Séneca, acérrimo partidario de Agripina, defiende que se trató de una muerte natural; el resto considera que fue envenenado por la emperatriz. De los relatos de la muerte, el de Tácito es el que ofrece más sustanciosos detalles:

Agripina, que ya desde tiempo atrás estaba decidida al crimen… deliberó el veneno a elegir: uno súbito y de efecto precipitado denunciaría el crimen; si escogía uno lento que lo fuera minando, era de temer que Claudio, cerca de la muerte y dándose cuenta del engaño, volviera al amor de su hijo. Quería algo especial, que le perturbara la mente y dilatara su muerte. Se elige como artífice de tal obra a una mujer a la que llamaban Locusta, recientemente condenada por envenenamiento y largo tiempo tenida como uno de los instrumentos del reino. Por el veneno de aquella mujer fue preparado el veneno, y suministrado por Haloto, uno de los eunucos, que solía servir y probar los manjares.

Quedó todo tan pronto al descubierto que los historiadores de aquellos tiempos cuentan que el veneno se echó en una suculenta seta, y que la fuer za de la poción no se sintió inmediatamente, ya fuera por la estupidez de Claudio, ya porque estuviera borracho; también pareció que una descomposición de vientre lo había salvado. Con ello se aterrorizó Agripina y, como temía lo peor, despreciando la desaprobación de los presentes, emplea la complicidad del médico Jenofonte, la cual ya se había preparado. Éste, como si tratara de favorecer los esfuerzos de Claudio por vomitar, le clavó en la garganta —según se cree— una pluma mojada en un veneno rápido, no ignorando que los grandes crímenes se acometen con peligro y se rematan con premio.

La muerte de Claudio fue mantenida en secreto, y su cuerpo, envuelto en mantas para impedir el rigor mortis y ganar así tiempo para asegurar la sucesión de Nerón.Agripina, mientras, consolaba a Británico, impidiéndole, al igual que a sus hermanas Antonia y Octavia, entrar en la habitación de su padre. Burro, el prefecto del pretorio impuesto por Agripina, aseguró con efectivos de la guardia las entradas del palacio, en tanto Séneca preparaba el discurso que debía pronunciar Nerón ante los pretorianos y el Senado. Finalmente se anunció, poco después del mediodía, que Claudio había fallecido, según la versión oficial, mientras contemplaba plácidamente una representación cómica.

Las últimas voluntades de Claudio, que el Senado pensaba leer ese mismo día, nunca llegaron a hacerse públicas. Según Dión, el testamento fue destruido por Nerón porque favorecía a Británico. Probablemente, la intención de Claudio había sido, siguiendo la tradición de Augusto y Tiberio, asegurar a Nerón y Británico una sucesión conjunta, encomendándolos al Senado como sus herederos.

El cuerpo de Claudio estuvo expuesto durante seis días y, finalmente, el 18 de octubre, con una fastuosa ceremonia, fue incinerado, y sus cenizas depositadas en el mausoleo de Augusto. El propio Nerón se encargó de la oración fúnebre; al día siguiente, pedía al Senado su deificación y Claudio pudo entrar en el número de los dioses, eso sí, de acuerdo con la cruel parodia imaginada por Séneca, convertido en calabaza.

Tras catorce años de reinado, Claudio imprimió al principado un nuevo giro, que lo alejaba cada vez más del régimen creado por Augusto para seguir la senda de un declarado despotismo. En el honesto esfuerzo para desarrollar los principios implícitos en ese régimen, el emperador te nía que chocar necesariamente con la vieja aristocracia senatorial, que, pendiente de su propio interés y privilegios, no podía comprender ni aprobar una evolución natural que tendía a subrayar los componentes autocráticos. Pero el despliegue de esta política conllevaba al tiempo la mayor centralización del poder en las manos de un solo hombre, y la indeterminación de las tareas de la tradicional clase gobernante. Así, al perseguir un directo anclaje al principado de Augusto, Claudio destruyó en un buen porcentaje el delicado balance del sistema, abriendo el camino a nuevas e inciertas experiencias de gobierno, como la que iba a ensayar, con un trágico desenlace, su sucesor, Nerón.

El hijo de Domicio y Agripina

C
uenta Suetonio que cuando Nerón vino al mundo el 15 de diciembre del año 37, en Antium (Anzio), una estación balnearia cercana a Roma, muy frecuentada por la aristocracia romana, su padre, Domicio Ahenobarbo, respondió a las felicitaciones de sus amigos con el siniestro comentario de que «de Agripina y de él no podía nacer más que algo detestable y fatal para el mundo». Para el biógrafo latino, la herencia biológica, a la que dedica los primeros cinco capítulos de la vida del emperador, era esencial para explicar una personalidad a la que achaca los peores crímenes imaginables. Los rasgos negativos de Nerón han acompañado desde la Antigüedad a hoy su imagen, hasta modelarla como uno de los peores monstruos que ha producido el género humano. Matricida en el
Hamlet
de Shakespeare, fratricida en el
Británico
de Racine, imagen del Anticristo en la tradición cristiana, Nerón es hoy para nosotros poco más que el tirano sanguinario y ridículo imaginado por Sienkiewicz en su inolvidable
Quo vadis?
y plasmado en la pantalla magistralmente por Peter Ustinov. Pero más allá de las superficiales truculencias con las que ha sido estigmatizado por la tradición, sólo el análisis de su reinado y de los presupuestos ideológicos que le sirvieron de fundamento pueden explicar algo más coherentemente su compleja personalidad y su descabellada acción personal, que aniquiló, al tiempo que su propia vida, la descendencia de Augusto, y sumergió a Roma, tras un siglo de paz interna, en los horrores de una nueva guerra civil.

Lucio Domicio Ahenobarbo, como fue llamado Nerón en el nacimiento, era hijo de Agripina, bisnieta de Augusto, y de Domicio Ahenobarbo, representante de una de las más ilustres familias de la vieja nobleza republicana. Para Suetonio, sin embargo, en la personalidad del futuro emperador iba a ser determinante, sobre todo, la herencia paterna, con antepasados que habían destacado por su arrogancia, violencia y costumbres disolutas. La rama de los
Ahenobarbi
, «Barbas de Bronce», una de las dos de la
gens
Domitia
, debía su apodo al ancestro del tronco, Lucio Domicio, a quien los propios Dióscuros
[36]
habrían honrado cambiando el color negro de su barba por otro amarillo cobrizo, que, desde entonces, fue señal distintiva de casi todos sus descendientes. De uno de ellos, el cónsul del año 92 a.C., el famoso orador Licinio Craso, contemporáneo suyo, decía «que no era raro verle barbas de bronce, puesto que tenía semblante de hierro y corazón de plomo». Uno de sus descendientes, el tatarabuelo de Nerón, estuvo implicado en el asesinato de César y participó en la batalla de Farsalia, al lado de Bruto y Casio. Su hijo Cneo formó parte del estado mayor de Marco Antonio, al que traicionó para pasarse a Octaviano cuando estuvo seguro de su victoria, lo que le valió conservar su fortuna y su familia el poco tiempo que aún permaneció en vida. Ello permitió a su hijo Lucio —en la familia se alternaban los nombres de Lucio y Cneo— medrar en el nuevo régimen y fortalecer tanto su posición personal, gracias a su matrimonio con Antonia, la mayor de las dos hijas de Marco Antonio y de la hermana del
princeps
, Octavia, como familiar, al conseguir para la
gens
Domitia
la entrada en el patriciado. Comandante distinguido en Germanía y honrado por Augusto como fideicomisario de su testamento, fue recordado, sobre todo, por su arrogancia, prodigalidad y crueldad, pero también por dos de las pasiones que absorberían la voluntad de Nerón: las carreras de carros y las representaciones teatrales. Fue el hijo de este personaje el padre de Nerón, cuya biografia, plagada de brutalidades y tropelías, resume Suetonio así:

Tuvo [Lucio Domiciol de Antonia la Mayor un hijo, el padre de Nerón, cuya vida fue de las más detestables.Acompañando al Oriente al joven Cayo César, mató a un liberto que se negó a beber la cantidad de licor que él le mandaba. Excluido por esta muerte de la sociedad de sus amigos, no se con dujo con mayor moderación. En la vía Apia aplastó a un niño, lanzando adrede su caballo al galope. En Roma, en pleno foro, reventó un ojo a un caballero romano que discutía acaloradamente con él. Era tal su mala fe que no satisfacía a los vendedores el precio de lo que compraba… Acusado a fines del reinado de Tiberio de un delito de lesa majestad, de gran número de adulterios y de incesto con su hermana Lépida, sólo el cambio de reinado le pudo librar del castigo. Murió de hidropesía en Pyrgi…

Tampoco la madre de Nerón, Agripina, podía considerarse un dechado de virtudes. Repasemos brevemente su biografía. Hija de Germánico y de Agripina la Mayor pertenecía al círculo más estrecho de los miembros de la familia imperial. Su padre, Nerón Claudio Druso, hijo de Druso, uno de los dos hijastros de Augusto, había heredado de él, con el victorioso nombre de Germánico, su popularidad, que trató de refrendar en los mismos escenarios de lucha, de los que fue sustraído por su tío,Tiberio, para ser enviado a Oriente, donde cayó víctima de una misteriosa muerte, que su viuda Agripina cargó sobre la conciencia del emperador. Con apenas cuatro años de edad acompañó a su madre, que llevaba en su regazo la urna con las cenizas del infortunado Germánico, en el triste camino hasta Roma. Y en los años siguientes hubo de asistir, uno tras otro, a los infortunados destinos de su madre y de dos de sus hermanos, Nerón y Druso. Aún en vida de Tiberio, en el año 28, se casó con Domicio Ahenobarbo y pudo sustraerse así a la atmósfera sofocante del palacio imperial. Cuando el tercero, Cayo, sustituyó en el trono al odiado Tiberio, Agripina y sus dos hermanas, Drusila y Livila, pudieron saborear su nuevo papel de primeras damas, respetadas y colmadas de honores.

Ambiciosa por encima de cualquier medida, desplegó su incansable energía en la conquista del palacio imperial y, puesto que su condición de mujer le impedía obtener para ella misma el trono, trató de conseguirlo para su hijo. Una anécdota transmitida por Tácito resume plásticamente su determinación en este objetivo. Al parecer, antes del año 54 se le había vaticinado que su hijo gobernaría, pero que mataría a su madre. «Que me mate, con tal de que gobierne», parece que respondió entonces. Apenas nacido Nerón, pidió a su hermano Calígula que eligiera un nombre para el niño, con la esperanza de captar así su favor. Cayo se sustrajo a la trampa, con una de sus corrosivas ocurrencias, proponiendo el de uno de sus acompañantes, su tío Claudio, por entonces el hazmerreír de la corte. Ultrajada, Agripina buscó por otros medios su promoción y la de su hijo. Y la encontró en Emilio Lépido, su cuñado, recientemente viudo de su hermana Drusila, al que convirtió en amante, mientras Domicio, su marido, trataba de aliviar sus achaques fuera de Roma, en la localidad etrusca de Pyrgi. Con su cuñado y su hermana Livila, en un extraño trío de pasiones e intereses, urdió un complot contra el emperador. Descubierta la conspiración, Lépido fue eliminado y Agripina, acusada de adulterio, se vio obligada a trasladar a Roma la urna con las cenizas de su amante, en un remedo del doloroso trance que su madre había tenido que sufrir años atrás, para partir luego hacia el destierro en una minúscula isla del Tirreno, privada de sus bienes. Mientras, su hijo Nerón, de apenas cuatro años, que había perdido a su padre poco antes, era entregado a la tutela de su tía paterna, Domicia Lépida, una mujer tan rica como tacaña.

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