Casa capitular Dune (18 page)

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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Casa capitular Dune
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¿Creéis que puedo escapar de este lugar?
Aquello las silenció, excepto una débil protesta.
¡Recuerda! Somos la antigua muñeca: siete veces abajo, ocho veces arriba.
Apareció con una bamboleante imagen de una pequeña muñeca roja, con un sonriente rostro de Buda y las manos apoyadas sobre su prominente barriga.

—Obviamente te estás refiriendo a los remanentes del Dios Emperador —dijo Lucilla—. Yo tenía otra cosa en mente.

La Gran Honorada Matre se tomó su tiempo considerando aquello. El naranja desapareció de sus ojos.

Está jugando conmigo
, pensó Lucilla.
Tiene intención de matarme y darme como comida a su animalito de compañía.

¡Pero piensa en la información táctica que puedes proporcionar si conseguimos escapar!

¡Nosotras!
Pero no había forma de evitar la exactitud de aquella protesta. Habían traído su jaula del transbordador mientras aún era de día. Las inmediaciones del cubil de la Reina Araña estaban bien planeadas para dificultar el acceso, pero la planificación divertía a Lucilla. Una planificación muy antigua, totalmente pasada de moda. Estrechos lugares en las inmediaciones con torres de observación proyectándose del suelo como tristes setas grises sostenidas en los lugares adecuados por sus micelios. Bruscos recodos en los puntos críticos. Ningún vehículo terrestre normal podría tomar esos recodos a una cierta velocidad.

Había mención de todo aquello en el estudio crítico de Teg sobre Conexión, recordó. Defensas absurdas. Uno sólo tenía que traer equipo pesado o atacar esas burdas instalaciones de cualquier otra forma y las tendría completamente aisladas. Estaban conectadas subterráneamente, por supuesto, pero esto podía eliminarse mediante explosivos. Lígalos, córtalos de su fuente, y caerán en pedazos.
¡No más preciosa energía llegando por vuestros tubos, idiotas!
Una visible sensación de seguridad, y las Honoradas Matres creyéndoselo. ¡Para sentirse tranquilas! Sus defensores podían gastar grandes cantidades de energía en inútiles despliegues para proporcionar a esas mujeres una falsa sensación de seguridad.

¡Los pasillos! Recuerda los pasillos.

Sí, los pasillos de aquel gigantesco edificio eran enormes, a fin de que pudieran pasar por ellos los gigantescos tanques en los que los Navegantes de la Cofradía se veían obligados a vivir cuando estaban en la superficie de un planeta. Sistemas de ventilación a lo largo de los salones, en la parte baja, para arrojar la mezcla necesaria del gas de melange. Podía imaginar esclusas abriéndose y cerrándose con vibrantes reverberaciones. A los hombres de la Cofradía nunca habían parecido importarles los ruidos fuertes. Las líneas de transmisión de energía para los suspensores móviles eran gruesas serpientes negras ondulando por los pasillos y metiéndose en casi todas las habitaciones que había visto. Los Navegantes podían husmear por todos los lugares que quisieran.

Mucha de la gente a la que vio llevaba pulsores direccionales para guiarse. Incluso las Honoradas Matres. Así que se perdían allí. Todo el mundo bajo aquel enorme techo con sus fálicas torres. ¿Lo encontraban atractivo los nuevos residentes? Fuertemente aislados de la cruda realidad exterior (a la que nadie de la gente importante salía nunca excepto para matar cosas o contemplar a los esclavos en sus divertidos trabajos y juegos). Pero a través de todo aquello, había visto una mezquindad que hablaba de un mínimo de gasto de mantenimiento.
No están cambiando mucho. El plano terrestre de Teg aún es exacto.

¿Ves lo valiosas que pueden ser tus observaciones?

La gran Honorada Matre se agitó, extrayéndose de su meditación.

—Es simplemente posible que decida después de todo permitirte vivir. Siempre que satisfagas algo de mi curiosidad, por supuesto.

—¿Cómo sabes que no voy a responder a tu curiosidad con un grumo de pura mierda?

Las vulgaridades divertían a la Gran Honorada Matre. Casi se echó a reír. Aparentemente nadie la había advertido que tomara precauciones contra las Bene Gesserit cuando recurrían a la vulgaridad. La motivación de todo aquello podía ser algo inquietante.
Nada de Voz, ¿eh? ¿Acaso cree que es mi único recurso?
La Gran Honorada Matre había dicho lo suficiente y había reaccionado lo suficiente como para dar a cualquier Reverenda Madre algo seguro por donde agarrarla. Las señales de cuerpo y palabra siempre traían consigo más información de la necesaria para la comprensión. Era una inevitable información extra que estudiar y almacenar con toda la demás.

—¿Nos encuentras atractivas? —preguntó la Gran Honorada Matre.

Extraña pregunta.

—La gente de la Dispersión posee toda ella un cierto atractivo —dijo.
Dejemos que piense que he visto a muchas de ellas, incluyendo a sus enemigas
—. Sois exóticas, en el sentido de extrañas y nuevas.

—¿Y nuestras proezas sexuales?

He dicho «exóticas», Madame Araña, no «eróticas».

—Hay un aura en ello, naturalmente. Algo excitante y magnético para muchos.

—Pero no para ti.

¡Ve a su barbilla!
Era una sugerencia de la horda.
¿Porque no?

—He estado estudiando tu barbilla, Gran Honorada Matre.

—¿De veras? —Sorprendida.

—Es sin la menor duda la barbilla de tu infancia, y deberías sentirte tremendamente orgullosa de este parecido de juventud.

No complacida en absoluto, pero incapaz de demostrarlo. Golpea a la barbilla de nuevo.

—Apuesto a que tus amantes te besan a menudo la barbilla —dijo Lucilla.

Ahora furiosa, e incapaz todavía de reflejarlo.
¡Amenázame! ¡Adviérteme que no use la Voz!

—Quiero besar barbilla —dijo el Futar.

—He dicho que luego, querido. ¡Ahora cállate!

Emprendiéndola con su propio animalito.

—Pero tienes preguntas que quieres hacerme —dijo Lucilla. La dulzura personificada. Otra señal de advertencia fácilmente distinguible.
Soy una de esas que derrama azúcar sobre todo. «¡Qué encantador! Qué agradables momentos los que paso contigo. ¡Es todo tan maravilloso! Si fueras algo más lista para no estropearlo todo. Fácilmente. Rápidamente.» Pon tu propio adverbio.

La gran Honorada Matre intentó durante un tiempo recuperar la compostura. Se daba cuenta de que había sido situada en desventaja, pero no podía decir cómo. Cubrió el momento con una sonrisa enigmática, luego.

—Pero dije que te soltaría. —Apretó algo en el lado de su sillón, y una sección de la jaula tubular se corrió a un lado, llevándose la red de hilo shiga con ella. Al mismo instante, una silla baja se alzó de un panel en el suelo directamente frente a ella y a menos de un paso de distancia.

Lucilla se sentó en la silla, con las rodillas tocando casi a su inquisidora.
Los pies. Recuerda que matan con los pies.
Flexionó sus dedos, notando que habían estado comprimiendo sus manos en puños. ¡Malditas tensiones!

—Tendrías que comer y beber algo —dijo la Gran Honorada Matre. Pulsó otra cosa en el lado de su sillón. Ahora fue una bandeja lo que se alzó del suelo al lado de Lucilla… plato, cuchara, un vaso lleno de un líquido rojo.
Mostrándome sus juguetes.

Lucilla tomó su vaso.

¿Veneno? Huélelo primero.

Probó la bebida. ¡Té-estim y melange!
Estoy hambrienta.

Lucilla devolvió el vaso vacío a la bandeja. El estim en su lengua olía fuertemente a melange.
¿Qué está haciendo? ¿Cortejándome?
Lucilla sintió un flujo de alivio ante la especia. El plato contenía alubias con salsa picante. Las comió después de probar el primer bocado en busca de aditivos no deseados. Ajo en la salsa. Se sintió suspendida por una brevísima fracción de segundo de la Memoria de este ingrediente… un ingrediente especial para la cocina exquisita, específico contra licántropos, un posible tratamiento para la flatulencia.

—¿Encuentras agradable tu comida?

Lucilla se secó la barbilla.

—Muy buena. Tienes que felicitar a tu chef. —
Nunca felicites al chef en un establecimiento privado. Los chefs pueden ser reemplazados. La anfitriona es irreemplazable
—. El toque del ajo es encantador. —
Ya basta de distracciones. Este no es momento para recopilar el pasado de los usuarios del ajo.

—Hemos estado estudiando algunas de las bibliotecas salvadas de Lampadas. —Exultante:
¿Ves lo que habéis perdido?
—. Tan poco de interés enterrado entre toda aquella cháchara.

¿Desea que seas su bibliotecaria?
Lucilla aguardó en silencio.

—Algunas de mis ayudantes piensan que puede haber indicios de la localización del nido de vuestras brujas ahí, o al menos una forma de eliminaros rápidamente. ¡Tantos idiomas!

¿Necesita una traductora? ¡Sé obtusa!

—¿Qué es lo que te interesa?

—Muy poco. ¿Cómo puede ser posible el necesitar relatos del Yihad Butleriano?

—Ellos también destruyeron bibliotecas.

—Y ese antiguo… ¿Cuál era su nombre? Oh, sí: Karl Marx. ¿Qué posible significado pueden tener sus escritos en nuestros días?

Está dando vueltas en torno a lo que sea que le interesa. Ofrécele un pequeño discurso.

—Karl Marx cometió el mismo error que cometen la mayoría de los hombres celosos: pensar que todo lo que él odiaba era malo y que merecía los mejores correctivos. Nunca se enfrentó al hecho de que los celos y el odio son en sí mismos el problema. La primera corrección ha de producirse dentro de uno mismo.

—¡Otra de vuestras ilusiones de brujas!

—Nadie es inmune a la ilusión, Gran Honorada Matre. Sin embargo, sí puedes fortalecerte contra la desilusión.

—¡No te hagas la condescendiente conmigo!

Es más aguda de lo que pensábamos. Sigue mostrándote obtusa
.

—Creía que era yo el objeto de condescendencia.

—¡Escúchame, bruja! Crees que puedes ser insensible en defensa de tu nido, pero no comprendes lo que significa ser realmente insensible.

—No creo que me hayas dicho todavía cómo puedo satisfacer tu curiosidad.

—¡Es vuestra ciencia lo que queremos, bruja! —Bajó un poco su voz—. Seamos razonables. Con tu ayuda, podemos conseguir la utopía.

Y conquistar todos vuestros enemigos y lograr un orgasmo cada vez.

—¿Crees que la ciencia posee las llaves a la utopía?

—Y a una mejor organización de nuestros asuntos.

R
ecuerda: la burocracia aumenta el conformismo… Eleva esa «fatal estupidez» al status de religión.

—Una paradoja, Gran Honorada Matre. La ciencia tiene que ser innovadora. Trae consigo el cambio. Por eso la ciencia y la burocracia sostienen una lucha constante.

¿Acaso conoce sus raíces?

—¡Pero piensa en el poder! ¡Piensa en lo que puedes controlar!
—No las conoce.

Las suposiciones de la Honorada Matre acerca del control fascinaban a Lucilla. Controlabas tu universo; no te balanceabas con él. Mirabas hacia afuera, nunca hacia adentro. No te adiestrabas a sentir tus propias y sutiles respuestas, sino que producías músculos (fuerzas, poderes) para superar todo lo que definías como un obstáculo. ¿Eran ciegas esas mujeres?

Cuando Lucilla no dijo nada, la Honorada Matre continuó:

—Hallamos mucho en la biblioteca acerca de la Bene Tleilax.

Incluso los tleilaxu vieron la falacia del «control».

—Os unisteis a la Bene Tleilax para muchos proyectos, bruja. Múltiples proyectos: cómo anular la invisibilidad de una no-nave, cómo penetrar los secretos de la célula viva, vuestra Missionaria Protectiva, y algo llamado «El Lenguaje de Dios»

¡Aquí está! ¡Eso es lo que le interesa!

Lucilla exhibió una tensa sonrisa. ¿Temían que pudiera haber algo bueno allí, en algún lugar?
¡Déjaselo probar un poco! Sé sincera.

—No nos unimos a los tleilaxu en ninguno de ellos. Tu gente ha interpretado mal lo que ha encontrado. ¿Te preocupas acerca de ser tratada con aire condescendiente? ¿Cómo crees que se sentiría Dios al respecto? Esa es la función de la Missionaria. Los tleilaxu sólo tienen una religión.

—¿Vosotras organizáis religiones?

—En absoluto. La aproximación organizativa a la religión es siempre como una disculpa. Nosotras nunca nos disculpamos.

—Estás empezando a aburrirme. ¿Por qué hemos encontrado tan poco acerca del Dios Emperador? —¡Lanzándose a fondo!

¡Está acalorándose de nuevo!

—Quizá vuestra gente lo destruyó.

—Ahhh, entonces tenéis un interés hacia él.

¡Y tú también, Madame Araña!

—Había supuesto, Gran Honorada Matre, que Leto II y su Senda de Oro eran temas de estudio en muchos de vuestros centros académicos.

¡Eso fue cruel!

—¡Nosotras no tenemos centros académicos!
¿Lo ves?

—Encuentro sorprendente tu interés por él.

—Un interés casual, nada más.

¡Y ese Futar saltó de un roble golpeado por un rayo!

—Nosotras llamamos a su Senda de Oro «el juego de los papelitos». Arrojó sus papelitos para que siguiéramos su rastro a los vientos infinitos y dijo: «¿Veis?, así son las cosas». Eso es la Dispersión.

—Algunas prefieren llamarlo la Búsqueda.

Y vosotras lo llamáis el imperio que perdisteis.

—¿Podía predecir realmente nuestro futuro? ¿Es eso lo que os interesa?
—¡Diana!

La gran Honorada Matre tosió en su mano.

—Decimos que Muad’Dib creaba el futuro. Leto II lo descreaba.

—Pero si yo pudiera saber…

—¡Por favor! ¡Gran Honorada Matre! La gente que pide que el oráculo prediga su vida lo que desea saber realmente es dónde está enterrado el tesoro.

—¡Por supuesto!

—¿Conocer todo tu futuro y que nada te sorprenda nunca? ¿Es eso?

—Más o menos con esas palabras.

—Tú no deseas el futuro, tú deseas extenderte hacia la eternidad.

—No hubiera podido decirlo mejor.

—¡Y decías que yo te aburría!

—¿Qué?

Naranja en sus ojos. Cuidado.

—¿Ninguna otra sorpresa, nunca? ¿Qué puede ser más aburrido?

—Ahhh… ¡Oh! Pero no es eso lo que quiero decir.

—Entonces me temo no comprender lo que quieres, Gran Honorada Matre.

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