¡Y Sheeana lo sabe! Ese es el cebo que hace bailar delante de mí.
Al ver que Idaho no hablaba, Odrade dijo:
—Cuéntame acerca de esas otras vidas.
—Falso. Pienso en ellas como una vida continuada.
—¿Sin muertes?
Dejó que se formulara en silencio una respuesta. Memorias seriadas: las muertes eran tan informativas como las vidas. ¡Muerto tantas veces por el propio Leto!
—Las muertes no interrumpen mis memorias.
—Una extraña forma de inmortalidad —dijo ella—. ¿Sabes que los Maestros tleilaxu se recrean a sí mismos? Pero tú… ¿qué esperan conseguir, mezclando diferentes gholas en una sola carne?
—Preguntádselo a Scytale.
—Bell estaba segura de que eras un Mentat. Se sentirá encantada.
—Creo que no.
—Yo haré que se sienta encantada. ¡Oh! Tengo tantas preguntas, que no estoy segura de por dónde empezar. —Lo estudió, la mano izquierda apoyada en su barbilla.
¿Preguntas?
Las demandas Mentat fluyeron a través de la mente de Idaho. Dejó que las preguntas que se había formulado tantas veces avanzaran por sí mismas, formando sus esquemas.
¿Qué buscan los tleilaxu en mí?
No podían haber incluido células de todos sus yoes ghola para esta encarnación. Sin embargo… tenía todas las memorias. ¿Qué lazo cósmico acumulaba todas esas vidas en este único yo? ¿Era ésta la clave a las visiones que le perseguían en la Gran Cala? En su mente se formaban semimemorias: su cuerpo en un cálido fluido, alimentado por tubos, masajeado por máquinas, sondeado y cuestionado por observadores tleilaxu. Sintió murmuradas respuestas de semidurmientes yoes. Las palabras no tenían significado. Era como si escuchara un idioma desconocido procedente de sus propios labios, pero sabía que era vulgar galach.
El alcance de lo que había sentido en las acciones tleilaxu lo maravillaba. Investigaban un cosmos que nadie excepto la Bene Gesserit se había atrevido nunca a tocar. El que la Bene Tleilax hiciera aquello por razones egoístas no le restaba ningún mérito. Los interminables renacimientos de los Maestros tleilaxu eran una recompensa que merecía el atrevimiento.
Sirvientes Danzarines Rostro listos para copiar cualquier vida, cualquier mente. El alcance del sueño tleilaxu era algo tan asombroso como los propios logros de la Bene Gesserit.
—Scytale admite memorias de los tiempos de Muad’Dib —dijo Odrade—. Algún día tendrías que comparar notas con él.
—Ese tipo de inmortalidad es algo que puede ser negociado —advirtió él—. ¿Puede venderla a las Honoradas Matres?
—Puede. Vamos. Volvamos a tus aposentos.
En su cuarto de trabajo, ella le hizo un gesto en dirección a la silla de su consola, y él se preguntó si seguía aún detrás de sus secretos. Odrade se inclinó sobre él para manipular los controles. El proyector encima de sus cabezas produjo una especie de desierto hasta un horizonte de rodantes dunas.
—¿La Casa Capitular? —dijo ella—. Una enorme franja en torno a nuestro ecuador.
—¿Por qué me reveláis esto ahora?
—Nuestros días de engañarnos los unos a los otros han pasado.
La excitación se apoderó de él.
—Truchas de arena, habéis dicho. ¿Pero hay algún nuevo gusano?
—Sheeana los espera pronto.
—Requieren una gran cantidad de especia como catalizador.
—Hemos esparcido una gran cantidad de especia ahí afuera. Leto te habló de la catálisis, ¿verdad? ¿Qué otra cosa recuerdas de él?
—Me mató tantas veces que hay un dolor cuando pienso en ello.
Ella disponía de las grabaciones de Dar-es-Balat en Dune para confirmarlo.
—Sé que te mataste tú mismo algunas veces. ¿Él te echaba simplemente de su lado cuando ya no le servías?
—A veces cumplía con las expectativas y entonces se me concedía una muerte natural.
—¿Valía todo ello su Senda de Oro?
No comprendemos su Senda de Oro ni las fermentaciones que produjo.
Lo dijo.
—Interesante la elección de la palabra. Un Mentat piensa en los eones del Tirano como una fermentación.
—Que entró en erupción con la Dispersión.
—Conducida también por los Tiempos de Hambruna.
—¿Creéis que él no anticipó las hambrunas?
Ella no respondió, mantenida en silencio por el punto de vista Mentat de él.
La Senda de Oro: la humanidad «entrando en erupción» en el universo… nunca más confinada a un solo planeta y confinada a un único destino. Todos nuestros huevos ya no en un mismo cesto.
—Leto pensaba en toda la humanidad como en un solo organismo —dijo él.
—Pero nos alistó a todos en su sueño, contra nuestra voluntad.
—Vosotros los Atreides siempre hacéis esto.
¡Vosotros los Atreides!
—¿Entonces has pagado tu deuda hacia nosotros?
—Yo no he dicho eso.
—¿Captas mi actual dilema, Mentat?
—¿Cuánto tiempo llevan trabajando las truchas de arena?
—Más de ocho años estándar.
—¿Cuán rápido está creciendo nuestro desierto?
¡Nuestro desierto!
Hizo un gesto hacia la proyección.
—Es más de tres veces más grande de lo que era antes de las truchas de arena.
—¡Tan aprisa!
—Sheeana espera ver pequeños gusanos cualquier día.
—Tienden a no salir a la superficie hasta que alcanzan unos dos metros.
—Eso es lo que dice ella.
El habló con todo meditativo:
—Cada uno de ellos con una perla de la consciencia de Leto en su interminable sueño.
—Eso es lo que
él
dijo, y nunca mintió acerca de tales cosas.
—Sus mentiras eran más sutiles. Como las de una Reverenda Madre.
—¿Nos acusas de mentir?
—¿Por qué desea verme Sheeana?
—¡Mentats! Pensáis que vuestras preguntas son respuestas. —Odrade agitó la cabeza en burlón desaliento—. Tiene que aprender tanto como sea posible acerca del Tirano como centro de adoración religiosa.
—¡Dioses de las profundidades! ¿Por qué?
—El culto de Sheeana se ha difundido. Está por todo el Antiguo Imperio y más allá, llevado por los sacerdotes supervivientes de Rakis.
—De Dune —la corrigió él—. No penséis en él como Arrakis o Rakis. Nubla vuestra mente.
Ella aceptó su corrección. Ahora era un completo Mentat, de modo que Odrade aguardó pacientemente.
—Sheeana hablaba a los gusanos de arena de Dune —dijo él—. Y ellos le respondían. —Se enfrentó a su interrogadora mirada—. Uno de vuestros viejos trucos con vuestra Missionaria Protectiva, ¿eh?
—El Tirano es conocido como Dur y Guldur en la Dispersión —dijo ella, alimentando su ingenuidad Mentat.
—Tenéis una misión peligrosa para ella. ¿Lo sabe?
—Lo sabe, y tú puedes hacerla menos peligrosa.
—Entonces abre tu sistema de datos para mí.
—¿Sin límites? —¡Sabía lo que iba a decir Bell de aquello!
El asintió, incapaz de permitirse la esperanza de que ella pudiera aceptar.
¿Sospecha lo desesperadamente que deseo esto?
Era un dolor allá donde mantenía su conocimiento de cómo podía escapar.
¡Acceso sin trabas a la información! Ella pensará que deseo la ilusión de la libertad.
—¿Serás mi Mentat, Duncan?
—¿Qué otra elección tengo?
—Discutiré tu petición en el Consejo y te daré nuestra respuesta.
¿Es la puerta de escape abriéndose?
—Tengo que pensar como una Honorada Matre —dijo él, hablando a los com-ojos y a los perros guardianes que revisarían luego su petición.
—¿Quién mejor que uno que vive con Murbella puede hacerlo? —preguntó ella.
La corrupción lleva infinitos disfraces.
Thu-zen tleilaxu
No saben ni lo que pienso ni lo que puedo hacer,
meditó Scytale.
Sus Decidoras de Verdad no pueden leer en mí.
Eso, al menos, era algo que había salvado del desastre… el arte del engaño aprendido de sus Danzarines Rostro perfeccionados.
Avanzó blandamente por su zona de la no-nave, observando, catalogando, midiendo. Cada mirada sopesaba a la gente y a los lugares con una mente adiestrada a ver fallos.
Cada Maestro tleilaxu había sabido que algún día Dios le impondría una tarea para probar sus compromisos.
¡Muy bien!
Aquello sí era una tarea. Las Bene Gesserit, que proclamaban que compartían su Gran Creencia, juraban en falso. No eran limpias. Y él ya no disponía de compañeros para purificarle a su regreso de lugares alienígenas. Había sido arrojado al universo powindah, hecho prisionero por servidores de Shaitan, perseguido por rameras de la Dispersión. Pero ninguna de esas diabólicas criaturas conocía sus recursos. Ninguna sospechaba cómo le ayudaría Dios en aquellas circunstancias extremas.
¡Me purificaré yo mismo, Dios!
Cuando las mujeres de Shaitan lo habían arrancado de las manos de las rameras, prometiendo refugio y «toda la ayuda necesaria», él había sabido que no hablaban con la verdad.
Cuanto mayor es la prueba, mayor es mi fe.
Hacía tan sólo unos minutos, había observado a través de una brillante barrera cómo Duncan Idaho daba su paseo matutino por el largo corredor. El campo de fuerza que los mantenía separados impedía el paso de los sonidos, pero Scytale vio los labios de Idaho moverse, y leyó la maldición.
Maldíceme, ghola, pero nosotros te hicimos y aún podemos utilizarte.
Dios había introducido un
Sagrado Accidente
en el plan tleilaxu para este ghola, pero Dios siempre tenía amplios designios. Era tarea de los fieles encajar en los planes de Dios y no pedirle a Dios que siguiera los designios de los humanos.
Scytale se dedicó a su prueba, renovando su sagrado compromiso. Fue hecho sin palabras, a la antigua manera del
S’tori
Bene Tleilax. «Para alcanzar el S’tori no es necesario ningún conocimiento. El S’tori existe sin palabras, sin siquiera un nombre.»
La magia de su Dios era su único puente. Scytale sentía esto muy profundamente. Siendo el más joven Maestro en el más alto kehl, había sabido desde el principio que sería elegido para esta tarea definitiva. Ese conocimiento era una de sus fuerzas, y lo sabía cada vez que miraba a un espejo.
¡Dios nos formó para engañar a los powindah!
Su delgada e infantil apariencia estaba contenida en una piel gris cuyos pigmentos metálicos bloqueaban las sondas escrutadoras. Su diminuta forma distraía a aquellos que lo veían y ocultaba los poderes que había acumulado en las seriales encarnaciones ghola. Tan sólo la Bene Gesserit arrastraba consigo memorias más antiguas, pero sabía que el mal las guiaba.
Scytale se frotó el pecho, recordándose a sí mismo que lo que estaba oculto allí lo estaba con una habilidad tan grande que ni siquiera una cicatriz señalaba el lugar. Cada Maestro llevaba sus riquezas allí… una cápsula de entropía nula conservando las células germinales de una multitud: compañeros Maestros del kehl central, Danzarines Rostro, especialistas técnicos y otros que sabía iban a ser atractivos a las mujeres de Shaitan… ¡y a tantos enclenques powindah! Paul Atreides y su bienamada Chani estaban ahí. (¡Oh, lo que había costado todo esto hurgando las ropas de los muertos en busca de células al azar!) El original Duncan Idaho estaba ahí, con otros predilectos Atreides… el Mentat Thufir Hawat, Gurney Halleck, el Naib Fremen Stilgar… los suficientes siervos y esclavos potenciales como para poblar un universo tleilaxu.
El súmmum de los súmmums en el tubo de entropía nula, aquellos que anhelaba traer a la existencia, le hacían contener el aliento cada vez que pensaba en ellos. ¡Danzarines Rostro perfectos! Mímicos perfectos. Grabadores perfectos de la personalidad de una víctima. Capaces de engañar incluso a las brujas de la Bene Gesserit. Ni siquiera el shere podía impedirles el capturar la mente de otro.
El tubo que consideraba como su última fuerza en los tratos. Nadie debía saber de él. Por ahora, catalogaba fallos.
Había los suficientes huecos en las defensas de la no-nave como para sentirse satisfecho. En sus vidas seriales, había recopilado habilidades de la misma forma que sus compañeros Maestros recopilaban chucherías agradables. Siempre lo habían considerado demasiado serio, pero ahora había hallado el lugar y el tiempo para la vindicación.
El estudio de la Bene Gesserit siempre le había atraído. A lo largo de los eones, había adquirido todo un cuerpo de conocimientos sobre ella. Sabía que contenía mitos e informaciones erróneas, pero la fe en los propósitos de Dios le aseguraba la visión de que seguiría sirviendo a la Gran Creencia, no importaban los rigores de la Sagrada Prueba.
¿No envió Dios a su profeta a Rakis, para probarnos y enseñarnos?
Había muchas cosas que evaluar en las mujeres de Shaitan, y se vio a sí mismo en posición de ampliar sus conocimientos, refinándolos para los propósitos de Dios.
Parte de su catálogo Bene Gesserit estaba etiquetado como «Típico», a causa de la frecuente observación: «¡Eso es típico de ellas!»
Las cosas
típicas
lo fascinaban.
Era
típico
para ellas el tolerar un comportamiento burdo pero no amenazador en otros, que no aceptarían en ellas mismas. «Los estándares de la Bene Gesserit son más altos.» Scytale había oído esto incluso de algunos de sus difuntos compañeros.
—Poseemos el don de vernos a nosotras mismas tal como nos ven los demás —había dicho Odrade en una ocasión.
Scytale incluía esto entre lo
típico
, pero sus palabras no concordaban con la Gran Creencia. ¡Sólo Dios sabía cuál era tu yo definitivo! El alarde de Odrade tenía el sonido de la arrogancia.
—Ellas no cuentan mentiras casuales. La verdad les sirve mejor.
A menudo se preguntaba acerca de eso. La propia Madre Superiora lo citaba como una regla de la Bene Gesserit. Quedaba el hecho de que las brujas parecían sostener una cínica forma de verdad. Ella se atrevía a decir que era Zensunni.
¿Qué verdad? ¿Modificada en qué forma? ¿En qué contexto?
La tarde anterior estaban sentados en los aposentos de él en la no-nave.
¡Una prisión con barrotes que Dios puede separar!
El había pedido «una consulta sobre problemas mutuos», su eufemismo para un trato. Estaban solos excepto los com-ojos y el ir y venir de las atentas Hermanas.