—He oído a las Honoradas Matres hablando a través de ti. Te han proporcionado sueños de codicia, Murbella.
—¡Eso es lo que vos decís! —Profundamente resentida.
—Las Honoradas Matres creen que pueden comprar una seguridad infinita: un pequeño planeta, ya sabes, lleno de una población servil.
Murbella hizo una mueca.
—¡Más planetas! —restalló Odrade—. ¡Siempre más y más y más! Es por eso por lo que han vuelto como un enjambre.
—Hay poco botín en este Antiguo Imperio.
—¡Excelente, Murbella! Estás empezando a pensar como una de nosotras.
—¡Y eso me convierte en
nada
!
—¿Ni carne ni pescado, sino tu auténtico yo? Incluso así, sigues siendo tan sólo una administradora. ¡Cuidado, Murbella! Si piensas que posees algo, es como si estuvieras andando sobre arenas movedizas.
Aquello provocó un fruncimiento de ceño. Había que hacer algo respecto a la forma en que Murbella dejaba que sus emociones afloraran tan abiertamente a su rostro. Aquí era permisible, pero algún día…
—Así que no puede tenerse nada con seguridad. ¡Y qué! —Amargamente.
—Dices algunas de las palabras correctas, pero no creo que hayas hallado todavía un lugar en ti misma donde puedas permanecer el resto de tu vida.
—¿Hasta que un enemigo me halle y me mate?
¡El adiestramiento de las Honoradas Matres se adhiere como la cola! Pero ella habló con Duncan la otra noche de una forma que me dice que está preparada. La pintura de Van Gogh, creo, la ha sensibilizado. Lo oí en su voz. Debo revisar esa grabación.
—¿Quién querría matarte, Murbella?
—¡Vos no habéis presenciado nunca el ataque de una Honorada Matre!
—Creo que he afirmado ya el hecho básico que más preocupa a la Bene Gesserit: ningún lugar es eternamente seguro.
—¡Otra de vuestras condenadamente inútiles lecciones!
En el salón de las acólitas, Odrade recordó que no había encontrado tiempo para revisar aquella grabación del com-ojo de Duncan y Murbella. Casi se le escapó un suspiro. Lo disimuló con una tos. Nunca dejes que las jóvenes vean inquietud en una Madre Superiora.
¡He de acudir al desierto y a Sheeana! Una gira de inspección tan pronto como encuentre tiempo para ello. ¡Tiempo!
La acólita sentada al lado de Odrade carraspeó de nuevo. Odrade la observó periféricamente… rubia, un corto vestido negro orlado de blanco… Tercer Grado Intermedio. Ningún movimiento de la cabeza hacia Odrade, ninguna mirada de soslayo.
Esto es lo que encontraré en mi gira de inspección: miedos. Y en el paisaje, esas cosas que siempre vemos cuando andamos cortos de tiempo: árboles sin podar porque los podadores se han ido… acosados por nuestra Dispersión; ido a sus tumbas, ido a lugares desconocidos, quizá incluso al peonaje. ¿Veré las Extravagancias arquitectónicas volverse atractivas a causa de hallarse inacabadas, tras haberse ido sus constructores? No. No nos dedicamos mucho a las Extravagancias.
Las Otras Memorias contenían ejemplos que deseaba poder encontrar: antiguos edificios más hermosos porque estaban incompletos. Un constructor en bancarrota, un dueño irritado con su amante… Algunas cosas eran más interesantes debido a eso: viejas paredes, viejas ruinas. La escultura del tiempo.
¿Qué diría Bell si ordenara una Extravagancia en mi huerto favorito?
La acólita al lado de Odrade dijo:
—¿Madre Superiora?
¡Excelente! Encuentran tan pocas veces el coraje.
—¿Sí? —Levemente inquisitiva.
Será mejor que sea importante.
¿Lo entendería?
Lo entendió.
—Me entrometo, Madre Superiora, debido a la urgencia y debido a que sé de vuestro interés por las plantaciones.
¡Soberbio!
Aquella acólita tenía gruesas piernas, pero eso no se extendía a su mente. Odrade la miró en silencio.
—Soy la que está haciendo el mapa para vuestro dormitorio, Madre Superiora.
Así que era una adepta de confianza, una persona a la que se le había encomendado un trabajo para la Madre Superiora. Mejor aún.
—¿Tendré pronto mi mapa?
—Dos días, Madre Superiora. Estoy ajustando proyecciones superponibles donde señalaré el avance diario del desierto.
Un breve asentimiento. Aquello estaba en la orden original: una acólita para mantener el mapa al corriente. Odrade deseaba despertar cada mañana con su imaginación encendida por aquella cambiante visión, dejando que aquella fuera la primera cosa que se imprimiera en su consciencia al levantarse.
—He dejado un informe en vuestra mesa de trabajo esta mañana, Madre Superiora. «Cuidado de los huertos». Quizá no lo hayáis visto.
Odrade había visto únicamente la etiqueta. Había vuelto tarde de los ejercicios, ansiosa por visitar a Murbella. ¡Dependía tanto de Murbella!
—Las plantaciones en torno a Central deben ser abandonadas, o de otro modo hay que tomar medidas para sostenerlas —dijo la acólita—. Esta es la base del informe.
Odrade frunció los labios.
Esta tiene acceso a los datos del Control del Clima. ¡Naturalmente! Le son necesarios para marcar mi mapa.
Y todas ellas sabían lo que sentía la Madre Superiora hacia sus preciosos huertos. ¿Salvarlos? Era una decisión que sólo Odrade podía tomar, y la acólita, con toda razón, le había hecho ver el asunto.
—Repite el informe palabra por palabra. —
Una Acólita de Tercer Grado Intermedio tiene que ser capaz de hacer eso.
Caía la noche, y se encendieron las luces mientras Odrade escuchaba. Conciso. Incluso sucinto. El informe llevaba consigo una nota de advertencia que Odrade reconoció procedente de Bellonda. No había ninguna firma de Archivos, pero las previsiones meteorológicas venían a través de Archivos, y aquella acólita había empleado algunas de las palabras originales.
Una vez terminado el informe, la acólita guardó silencio.
¿Qué debo responder?
Huertos, pastos y viñedos no eran simplemente una barrera contra intrusiones extrañas, agradables decoraciones en el paisaje. Sostenían la moral y la mesa de la Casa Capitular.
Sostienen mi moral.
Con qué quietud aguardaba aquella acólita. Un pelo rubio ensortijado y un rostro redondo. Una agradable expresión, pese a una boca demasiado grande. Tenía comida en su plato, pero no estaba comiendo. Las manos descansaban sobre su regazo.
Estoy aquí para serviros, Madre Superiora.
No era necesario hablar más. La acólita no seguiría insistiendo a menos que la necesidad lo requiriera. Sería un error ignorar el informe. Lo mejor que podía hacer un gobierno era establecer un buen ejemplo. Los malos ejemplos daban nacimiento a una mala población. Un hecho tan antiguo como las más antiguas memorias de la Hermandad. Básico:
Las mejores enseñanzas se dan con el ejemplo.
«Mira, así es: transmítelo», decía la anticuada expresión.
Y hazlo tú mismo.
Qué arcaicas eran aquellas expresiones. Aquel momento no requería expresiones arcaicas. Eso podía crear fantasías.
Mientras Odrade componía su respuesta, se interpuso un recuerdo… un antiguo incidente similfluyendo sobre las observaciones inmediatas. Recordó su curso de adiestramiento con ornitópteros.
Dos estudiantes acólitas con un instructor, a mediodía, muy altos sobre las tierras pantanosas de Lampadas.
Había sido emparejada con la acólita más inepta que podía haber sido aceptada por la Hermandad. Obviamente una elección genética. Las Amantes Procreadoras la deseaban por una característica que querían fuera transmitida a su descendencia.
¡Por supuesto, no se trataba ni de equilibrio emocional ni de inteligencia!
Odrade recordaba su nombre: Linchine.
Linchine le había gritado al instructor:
—¡Conseguiré hacer que este condenado tóptero vuele!
Y durante todo el tiempo, un cielo y un paisaje de árboles y pantanos junto a un lago girando constantemente los marearon a todos.
Así era como parecía: nosotros estacionarios, y todo el mundo girando.
Linchine equivocándose cada vez. Cada movimiento creando peores giros.
El instructor la apartó de los mandos accionando el interruptor que solamente él podía alcanzar. No habló hasta que estuvieron volando en línea recta y nivelados.
—No hay ninguna forma de que podáis pilotar esto, mi dama. ¡Nunca! No poseéis las reacciones correctas. Hay que empezar a adiestrar a aquellos que son como vos antes de la pubertad.
—¡No es cierto! ¡No es cierto! Pilotaré esta condenada cosa. —Mientras accionaba con sus manos los inútiles controles.
—Habéis sido eliminada, mi dama. ¡Estáis en tierra!
Odrade respiró más tranquila, dándose cuenta de que durante todo el tiempo había sabido que Linchine podía haberlos matado a todos.
Volviéndose hacia Odrade, que estaba en la parte de atrás, Linchine gritó:
—¡Díselo! ¡Dile que tiene que obedecer a una Bene Gesserit!
Apelando al hecho de que Odrade, muchos años antes que Linchine, desplegaba ya un aire de mando.
Odrade permaneció sentada en silencio, con los rasgos inmutables.
El silencio es a menudo lo mejor que se puede decir,
había garabateado en una ocasión alguna Bene Gesserit con sentido del humor en el cristal de un baño. Odrade encontró entonces, y muchas veces después, que aquél era un buen consejo.
Obligándose a volver a las necesidades de la acólita en el comedor, Odrade se preguntó por qué aquel recuerdo había acudido a ella espontáneamente en aquel momento. Tales cosas nunca ocurrían sin una finalidad.
Ahora no conviene el silencio, eso es evidente. ¿El humor?
¡Sí! Ese era el mensaje. El humor de Odrade (aplicado más tarde) le había enseñado a Linchine algo acerca de sí misma.
El humor bajo la tensión.
Odrade sonrió a la acólita a su lado en el comedor.
—¿Te gustaría ser un caballo?
—¿Qué? —La palabra brotó de ella por efecto de la sorpresa, pero respondió a la sonrisa de la Madre Superiora. Nada alarmante en ello. Siempre cálida. Todo el mundo decía que la Madre Superiora permitía los afectos.
—No comprendes, por supuesto —dijo Odrade.
—No, Madre Superiora —Siempre sonriendo, paciente.
Odrade permitió que su mirada investigara el joven rostro. Claros ojos azules, aún no tocados por el invasor azul de la Agonía de la Especia. Una boca casi como la de Bell, pero sin su perversidad. Músculos en los que se podía confiar, e inteligencia en la que se podía confiar. Debía ser buena anticipando las necesidades de la Madre Superiora. Lo atestiguaban el encargo de su mapa y ese informe. Sensitiva. Encajaba con su inteligencia superior. No era probable que llegara hasta la misma cumbre, pero siempre estaría en posiciones clave, donde sus cualidades serían imprescindibles.
¿Por qué me he sentado al lado de ésta?
Odrade seleccionaba con frecuencia una compañera en particular en sus visitas a la hora de las comidas. Principalmente acólitas. Podían ser tan reveladoras. Los informes llegaban a menudo al cuarto de trabajo de la Madre Superiora: observaciones personales de Censoras acerca de una u otra acólita. Pero a veces, Odrade elegía un sitio por ninguna razón que pudiera explicar.
Como he hecho esta noche. ¿Por qué ésta?
Raramente se producía una conversación a menos que la Madre Superiora la iniciara. Normalmente era una iniciación de pura cortesía, dando pie a asuntos más íntimos. Otras a su alrededor escuchaban ávidamente.
En tales momentos, Odrade empleaba a menudo una actitud de serenidad casi religiosa. Relajaba a las nerviosas. Las acólitas eran… bien, acólitas, pero la Madre Superiora era la bruja suprema de todas ellas. El nerviosismo era algo natural.
Alguien detrás de Odrade susurró:
—Esta noche es a Streggi a quien tiene sobre las ascuas.
Sobre las ascuas.
Odrade conocía la expresión. Era usada ya en sus días de acólita. Así que se llamaba Streggi. Bien.
Dejémoslo así por ahora. Los nombres traen magia consigo.
—¿Te gusta la cena de esta noche? —preguntó Odrade.
—Es aceptable, Madre Superiora. —Una intentaba no dar falsas opiniones, pero Streggi estaba confusa por el giro de la conversación.
—Para mi gusto la han cocinado un poco demasiado —dijo Odrade.
—Sirviendo a tantas, no pueden complacer a todo el mundo, Madre Superiora. —
Así que defiende a sus compañeras de la cocina de esta noche.
—Y no complacen a nadie —dijo Odrade.
—Sirviendo a tantas, ¿cómo pueden complacer a todo el mundo, Madre Superiora?
Dice lo que siente, y lo dice bien.
—Tu mano izquierda está temblando —dijo Odrade.
—Estoy algo nerviosa con vos, Madre Superiora. Y acabo de venir de la sala de prácticas. Hoy ha sido un día muy cansado.
Odrade analizó los temblores.
—Has estado practicando el alzar cosas con un solo brazo.
—¿Era doloroso también en vuestros días, Madre Superiora? —(¿En esos tiempos antiguos?)
—Tan doloroso como hoy. El dolor enseña, me decían. Eso suavizó las cosas. Experiencias compartidas, el murmurar acerca de las Censoras.
—No comprendo lo de los caballos, Madre Superiora. —Streggi miró su plato—. Esto no puede ser carne de caballo. Estoy segura de que…
Odrade rió en voz alta, atrayendo sorprendidas miradas. Apoyó una mano en el brazo de Streggi y redujo su risa a una suave sonrisa.
—Gracias, querida. Nadie me había hecho reír así en años. Espero que esto sea el inicio de una larga y alegre amistad.
—Gracias, Madre Superiora, pero yo…
—Te explicaré lo del caballo: es un chiste privado mío, y no pretende hacer burla de ti. Quiero que lleves a un niño sobre tus hombros, que lo hagas avanzar más rápidamente de lo que pueden hacerlo sus propias piernas.
—Como vos queráis, Madre superiora. —Ninguna objeción, ninguna otra pregunta. Las preguntas estaban ahí, por supuesto, pero las respuestas vendrían en su momento, y Streggi lo sabía.
Tiempo de magia.
Retirando su mano, Odrade preguntó:
—¿Cuál es tu nombre?
—Streggi, Madre Superiora. Aloana Streggi.
—Estate tranquila, Streggi. Veré los huertos. Los necesitamos tanto para nuestra moral como para nuestra comida. Preséntate esta noche a Reasignación. Diles que te quiero en mi cuarto de trabajo mañana a las seis de la mañana.