Casa capitular Dune (7 page)

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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Casa capitular Dune
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Lucilla sintió un asomo de escepticismo.
¿Peticiones?

La hacía mucho tiempo desaparecida Madre Superiora había anticipado el escepticismo.

—En ocasiones, hacemos peticiones que ellos no pueden evitar. Pero también ellos nos hacen peticiones a nosotras.

Lucilla se sintió inmersa en la mística de aquella sociedad clandestina. Era algo más que ultrasecreto. Sus torpes preguntas a los Archivos habían despertado principalmente rechazos.

—¿Judíos? ¿Qué es eso? Oh, sí… una antigua secta. Busca por ti misma. No tenemos tiempo para investigaciones religiosas sin objeto.

El cristal tenía más que impartir:

—Los judíos se sienten divertidos y a veces consternados por lo que interpretan como copias nuestras de sus esquemas. Nuestros archivos genéticos dominados por las líneas femeninas para controlar el esquema de emparejamientos son vistos como judíos. Tú eres judío tan sólo si tu madre era judía.

El chico que conoce a su padre es un chico listo,
pensó Lucilla. Era divertido. A menudo las Reverendas Madres no conocían a sus padres ni siquiera después de la Agonía. La memoria debía ser lanzada hacia adelante y organizada, rompiendo a veces las barreras. La Memoria Selectiva era una realidad aunque todo lo demás fuera un caos en una nueva Reverenda Madre.

—El titulo trae emparejado consigo un gran significado, pero no es una licencia a la omnipotencia —la habían advertido las Censoras.

El cristal llegó a su conclusión:

—La diáspora será recordada. Mantener todo esto secreto es algo que toca nuestro más profundo sentido del honor.

Lucilla alzó el cono de encima de su cabeza.

—Eres una buena elección para una misión extremadamente delicada en Lampadas —había dicho Odrade, devolviendo el cristal a su escondrijo.

Esto es el pasado y probablemente esté muerto. ¡Mira dónde me ha llevado la «delicada misión» de Odrade!

Desde su ventajosa posición en la granja en Gammu, Lucilla observó un enorme transporte lleno de productos penetrar en la propiedad. Hubo un rumor de actividad bajo ella. Aparecieron trabajadores de todos lados para acudir al encuentro del gran transporte lleno de verduras. Captó el penetrante olor de los jugos que rezumaban de los tallos recién cortados.

Lucilla no se movió de la ventana. Su anfitrión le había proporcionado ropas del lugar… una larga túnica de tela gris y una pañoleta azul brillante para cubrir su pelo color arena. Era importante no hacer nada que pudiera llamar una indeseada atención hacia ella. Había visto a otras mujeres detenerse para contemplar los trabajos de la granja. Su presencia allí podía ser tomada como curiosidad.

Era un transporte enorme, cuyos suspensores trabajaban a toda potencia bajo la carga de los productos apilados ya en sus secciones articuladas. El operador permanecía de pie en una cabina transparente en su parte frontal, las manos sobre las palancas, los ojos fijos al frente. Mantenía las piernas abiertas, ligeramente recostado en su red inclinada de apoyo, tocando la barra energética con su cadera izquierda. Era un hombre robusto, de rostro oscuro y lleno de arrugas, el pelo semicanoso. Su cuerpo era una extensión de la máquina… la guía de sus poderosos movimientos. Alzó brevemente la mirada hacia Lucilla cuando pasó delante de ella, luego la devolvió a su camino hacia la gran zona de carga delimitada por los edificios de abajo.

Construido dentro de su máquina,
pensó. Aquello decía algo acerca de la forma en que los humanos eran adaptados a las cosas que hacían. Lucilla sintió una fuerza debilitante en aquel pensamiento. Si te adaptabas demasiado a una cosa, otras habilidades se atrofiaban.
Nos convertimos en lo que hacemos.

Se imaginó de pronto a sí misma como otro operador en alguna gran máquina, no muy diferente de aquel hombre en el transporte.

Avanzamos con majestuosa determinación, cada una inclinada hacia un rumbo secreto. Del mismo modo que se inclina este operador, así avanza el rumbo. La culpa de todo lo que ocurre puede echársele al Destino. Una de las funciones más útiles del Destino, o de Dios. Si las cosas van mal siempre tienes a alguien aparte de a ti mismo a quien echar la culpa. Los chivos expiatorios prestos a ser sacrificados, la forma mortal de los antiguos dioses. ¿Y en qué soy yo mejor que un conductor de verduras?

¡Autocompasión! Qué fácil era caer en esa trampa.

La enorme máquina pasó delante de ella alejándose del patio, sin que su operador se dignara dirigirle otra mirada. La había visto una vez. ¿Para qué volver a mirar?

Sus anfitriones habían hecho una juiciosa elección con aquel escondite, pensó. Una zona escasamente poblada, con trabajadores en los que se podía confiar en las inmediaciones, y muy poca curiosidad en la gente que pasaba. El trabajo duro no animaba la curiosidad. Había notado el carácter de la zona cuando había sido traída allí. Era por la tarde, y la gente se encaminaba ya de vuelta a sus casas. Podías medir la densidad urbana de una zona cuando terminaba el trabajo. Si la gente se iba pronto a la cama te hallabas en una región poco densamente poblada. La actividad nocturna indicaba que la gente permanecía inquieta, agitada por el prurito de la convicción interna de que había otras personas activas y vibrando demasiado cerca.

¿Qué es lo que me ha arrastrado hasta este estado introspectivo?

En la primera retirada de la Hermandad, antes de los peores y más furiosos ataques de las Honoradas Matres, Lucilla había experimentado dificultad en llegar a aceptar la creencia de que «alguien ahí afuera está persiguiéndonos con la intención de matarnos».

¡Pogrom! Así lo había llamado el Rabino antes de marcharse aquella mañana, «para ver lo que puedo hacer por vos».

Sabía que el Rabino había elegido aquella palabra de antiguos y amargos recuerdos, pero desde su primera experiencia en Gammu antes de aquel
pogrom
no había sentido Lucilla un tal confinamiento a unas circunstancias que no podía controlar.

Entonces también era una fugitiva.

La actual situación de la Hermandad tenía algunas semejanzas con la que habían sufrido bajo el Tirano, excepto que el
Dios Emperador
no había obviamente intentado nunca (en retrospectiva) exterminar a la Bene Gesserit, tan sólo controlarla. ¡Y ciertamente la había controlado!

¿Dónde está ese condenado Rabino?

Era un hombre robusto y fuerte con unas gafas pasadas de moda. Un amplio rostro tostado por mucho sol. Pocas arrugas pese a la edad que ella podía leer en su voz y movimientos. Las gafas centraban la atención sobre unos profundos ojos marrones que la observaban con una peculiar intensidad.
¿No podemos desligarnos lo suficiente de esta condenada religión como para utilizar los ajustes médicos habituales para ver los problemas? En los casos extremos, siempre hay contactos a los que recurrir. O tal vez este sea un pequeño gesto de su parte, algo para decir: «No me gustan todas estas estupideces técnicas.»

Aunque dijo que había sido un doctor Suk. Ahora retirado, pero sin embargo…

—Honoradas Matres —había dicho (exactamente allí mismo, en aquella habitación superior de desnudas paredes) cuando ella le hubo explicado su difícil situación—. ¡Oh, Dios mío! Eso es complicado.

Lucilla había esperado aquella respuesta y, más aún, podía ver que él lo sabía.

—Hay un Navegante de la Cofradía aquí en Gammu ayudando a los que os buscan —dijo el hombre—. Es uno de los Edric, muy poderoso, me han dicho.

—Llevo la sangre de Siona. No puede
verme
.

—Ni a mí ni a ninguno de mi gente y por la misma razón. Nosotros los judíos nos ajustamos a muchas necesidades, ¿sabéis?

—Ese Edric es un gesto —dijo ella—. Puede hacer poco.

—Pero lo han traído. Me temo que no haya ninguna forma de poder sacaros sana y salva del planeta.

—Entonces, ¿qué podemos hacer?

—Veremos. Mi gente no está totalmente desprovista de recursos, ¿sabéis?

Lucilla reconoció sinceridad y preocupación por ella. El hombre hablaba tranquilamente de resistir a los halagos sexuales de las Honoradas Matres, «haciéndolo tan discretamente que no despertamos sus sospechas».

—Iré a susurrar algunas cosas en algunos oídos —dijo.

Se sintió extrañamente reconfortada por aquello. A menudo había algo fríamente remoto y cruel en caer en manos de las profesiones médicas. Se tranquilizó a sí misma con el conocimiento de que los Suks estaban condicionados para permanecer alertas a tus necesidades, mostrando siempre toda su compasión y apoyo
(todas esas cosas que pueden quedar a un lado en las emergencias).
Había notado esa desfavorable característica incluso entre las Hermanas que se convertían en Suks: una postura objetiva que embotaba su sensibilidad clínica.

Era por eso por lo que las Censoras decían a menudo que sus responsabilidades desembocaban rápidamente a su fin (a veces incluso violento), «siempre que, por supuesto, sus memorias puedan ser Compartidas».

Exactamente mi problema actual.

Redobló sus esfuerzos por recuperar la calma, enfocándolos en el mantra personal que había conseguido en el
solo de la educación para la muerte
.

Si tengo que morir, debo tener en cuenta una lección trascendental. Debo marcharme con serenidad.

Aquello ayudó, pero aún se sentía temblorosa. El Rabino hacía mucho que se había ido. Algo iba mal.

¿Hice bien confiando en él?

El hombre había hablado mucho de comprensión y conocimiento.
Entendimiento.
Era una actitud ante la cual se enseñaba a las Bene Gesserit la desconfianza. «El entendimiento arroja tachuelas en vuestro camino». Un pronto entendimiento era algo de lo más peligroso, y podía ser también tremendamente doloroso. Pero siempre había el señuelo de la
comprensión
. Erigía opacas pantallas ante el conocimiento. «No comprendas nada. Todo entendimiento es temporal».

Pese a una creciente sensación de fatalidad, Lucilla se obligó a practicar la ingenuidad Bene Gesserit mientras revisaba su encuentro con el Rabino. Sus Censoras llamaban a aquello «la inocencia que surge naturalmente con la inexperiencia, una condición que se confunde a menudo con la ignorancia». Todo tipo de cosas fluyeron dentro de su ingenuidad. Era algo parecido a lo que hacía un Mentat. La información entraba sin ningún prejuicio. «Eres un espejo en el cual se refleja el universo. Ese reflejo es toda tu experiencia. Las imágenes saltan de tus sentidos. Surgen las hipótesis. Importantes incluso cuando son erróneas. Este es el caso excepcional en el que más de una cosa errónea puede producir decisiones en las que se puede confiar.»

—Somos vuestros voluntarios servidores —había dicho el Rabino.

Eso era suficiente como para alertar a una Reverenda Madre.

Las explicaciones del cristal de Odrade parecieron de pronto inadecuadas.
Siempre se trata de un asunto de beneficios
. Aceptó aquello como algo cínico pero fruto de una enorme experiencia. Los intentos de arrancar aquella mala hierba del comportamiento humano se habían estrellado siempre contra las rocas de la dedicación. Los sistemas socialistas y comunistas tan sólo habían cambiado las ventanillas donde se medían los beneficios. Enormes burocracias administrativas… las ventanillas significaban poder.

Lucilla se advirtió a sí misma que las manifestaciones eran siempre las mismas. ¡Mira la enorme granja de este Rabino! ¿Un plácido retiro para un Suk? Había visto algo de lo que había detrás de todo aquello: sirvientes, ricos aposentos. Y debía haber más. No importaba el sistema, siempre era lo mismo: las mejores comidas, magníficas amantes, viajes sin restricciones, magníficos lugares de vacaciones.

Empieza a resultar muy cansado cuando lo has visto tan a menudo como lo hemos visto nosotras.

Se daba cuenta de que su mente estaba poniéndose nerviosa, pero se sentía impotente para impedirlo.
El dinero y otras medidas de cambio en mitad de un juego interminable. Bienes negociables. La melange puede dominar todo eso de nuevo. En Dune era el agua. La supervivencia. El auténtico fondo de cualquier sistema es siempre la supervivencia.

Y yo amenazo la supervivencia del Rabino y su gente.

La había halagado.
Hay que tener siempre cuidado de aquellos que nos halagan, arrimándose a todo el poder que supuestamente poseemos. ¡Qué halagador descubrir grandes multitudes de sirvientes aguardando y ansiosos de hacer nuestra voluntad! Qué terriblemente debilitador.

El error de las Honoradas Matres.

¿Qué es lo que está retrasando al Rabino?

¿Estaba viendo todo lo que podía conseguir para la Reverenda Madre Lucilla? Siempre aquellas consideraciones económicas que incumbían a cuestiones de energía.
Hay una gran cantidad de energía visible en esta granja. ¿Cuánta gente? ¿Cuántos hombres-hora? Un concepto atroz. Reduce a los humanos al nivel de los animales. Los equipara a los caballos de fuerza. Hombres de fuerza, caballos de fuerza… ¿cuál es la diferencia excepto la energía aplicada?

Lucilla refrenó sus pensamientos. La diferencia residía en lo que hacía la Bene Gesserit, el constante debatirse por perfeccionar la sociedad humana. Los animales salvajes se dedicaban a la muerte y al canibalismo sin pensar en ello.
Consciencia
. Ese era el nombre del constante desafío.
¿De qué soy consciente?
Ahí estaba su palanca: aunque apilaras unos sobre otros todos los «peores tiempos», los humanos cometían menos actos de violencia que los animales salvajes.

Somos un tipo distinto de animal. Es su crueldad consciente la que ofende más. La bestialidad consciente. La exultante crueldad que se recrea en producir dolor por el simple placer de contemplarlo. Sadismo. El animal sin inteligencia en las profundidades.

El gusano que conservaba la perla de gran valor era tan sólo una metáfora para describir al animal en todos los seres humanos. Y ella no había visto ninguna crueldad exultante en el Rabino. Aquello la tranquilizaba.

Una puerta sonó abajo, haciendo retemblar el suelo bajo sus pies. Qué primitiva era aquella gente. ¡Escaleras! Lucilla se volvió al tiempo que se abría la puerta. Entró el Rabino, trayendo consigo un intenso olor a melange. Se detuvo junto a la puerta, estudiando su talante.

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