Blanca como la nieve roja como la sangre (21 page)

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Authors: Alessandro D'Avenia

Tags: #Drama, romántico

BOOK: Blanca como la nieve roja como la sangre
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—No, no, es un juego que me enseñó Beatrice: se llama juego de silencio.

—¿Cuál, el que se jugaba en primaria?

—No, no, escucha. Nos tumbamos uno al lado del otro en silencio. Permanecemos callados cinco minutos, con los ojos cerrados

y nos concentramos en los colores que aparecen bajo los párpados.

En el banco rojo no hay mucho sitio para dos, pero si nos apretarnos un poco cabemos, muy pegados, con la cara hacia el cielo. El amor también es esto: hacerse sitio mutuamente, ahí donde falta.

Las manos unidas, con los ojos cerrados y en silencio, corriendo ya hacia atrás los cinco minutos en el móvil.

Cuando al segundo minuto abro los ojos con disimulo y me vuelvo hacia Silvia la descubro observándome. Me hago el enfadado y mirando la pantalla del móvil le digo que todavía faltan al menos tres minutos.

—¿Qué has visto? —me pregunta.

—El cielo.

—¿Y cómo era?

—Azul... —«como tus ojos», quisiera decirle, pero las palabras no me salen.

Como si hubiese comprendido, Silvia dibuja una sonrisa perfecta, sin nubes.

—¿Y tú?

—Todos los colores.

—¿Y qué eran?

—Arlequín... y eras tú.

—Gracias... muy simpática... —digo un poco molesto.

Yo había pensado en el cielo, tal vez como el más previsible de los románticos, pero el cielo siempre es el cielo. Ella, en cambio, me veía como una máscara de carnaval pringada.

Silvia se ríe; luego se pone seria y sin apartar la mirada comienza:

—Arlequín era un niño pobre. Un día volvió a casa triste y su madre le preguntó qué le pasaba. Al día siguiente era carnaval: todos tendrían un traje nuevo mientras que él no tenía nada que ponerse. La madre lo abrazó y lo tranquilizó. Arlequín se acostó animado. La madre, que era costurera, cogió su cesto de trozos de colores, retales de otros trajes, y estuvo toda la noche cosiendo trozo con trozo. Al día siguiente Arlequín tenía el traje más hermoso y original. Todos los otros niños estaban asombrados y le preguntaban dónde lo había comprado, pero él no decía nada para guardar el secreto de su madre, que había estado la noche entera cosiendo aquellos trozos de colores: blanco, rojo, azul, amarillo, verde, anaranjado, violeta... Y comprendió que no era pobre, pues su madre lo quería más que cualquier otra madre, como demostraba aquel traje.

Silvia permanece callada unos segundos.

—Leonardo, tú eres el más hermoso de todos, porque has sabido recibir y dar amor, no te has echado atrás. Y llevas en ti las marcas.

—Quien es así eres tú, Silvia.

Me quedo mirando el cielo en silencio, con el rostro de Silvia entre mi hombro y mi cuello y sus dedos entrelazados con los míos, como un rompecabezas perfecto. Tengo la impresión de ver mi piel cubierta de mil trozos de colores.

En el fondo, toda la vida no hace más que confeccionarte un traje multicolor, a costa de infinidad de noches de insomnio, noches de retales de otras vidas cosidas unas con otras.

Justo cuando nos sentimos más pobres, la vida, como una madre, nos está cosiendo el traje más hermoso.

Primer día de clase. Me despierto cuarenta minutos antes. No porque sea el primer día de clase, sino porque he decidido ir a buscar a Silvia a su casa. Voy como una bala con mi nuevo bativespino (que es la reencarnación del anterior, pero con frenos...), en un aire de septiembre todo él azul, tan azul como mi amuleto de la suerte que llevo al cuello. Vuelo entre los coches como Estela Plateada.

Le sonrío a todo y a todos, hasta a los guardias urbanos dormidos y a los semáforos en rojo, que en vano tratan de frenar mi vuelo. Cuando llego, Silvia ya me está esperando. Tan puntual como siempre, yo no. Monta en mi corcel. Me rodea con sus brazos. Estoy en sus brazos.

Ya no tiene miedo como antes. Claro que ahora por lo menos tengo frenos. El scooter se ha convertido en un caballo blanco, que no galopa sino que vuela por el asfalto. ¡Estoy vivo! Miro el cielo y es como si la luna todavía blanca fuera la sonrisa de Dios, que aprueba lo que estoy haciendo. Sin embargo, no tardo en cambiar de opinión al ver que Niko se me acerca con la fiera mirada del pique impresa en la cara, que no puedo rechazar. Lo dejo ganar solo porque llevo detrás a Silvia, pero la sonrisa que nos cruzamos con Niko al final del pique es el más cálido apretón de manos, el más rojo abrazo. Con los hombres todo es más fácil.

Primer día de clase. Sentado al lado de Silvia las horas de clase también parecen cortas, maravillosas, llenas de vida. Es como si el universo moribundo hubiera recibido la transfusión de sangre que necesitaba para volver a respirar.

A partir de hoy empezaré a escribir. Debo escribir todas estas cosas para poder recordarlas. No sé si puedo hacerlo, pero esta vez por lo menos quiero esmerarme. Puede que sea mejor que use lápiz. No, mejor boli. Boli rojo. Rojo como la sangre. Rojo como el amor, la tinta de las páginas blanquísimas de la vida. Creo que las únicas cosas que merecen recordarse son las que se cuentan con la sangre: la sangre no comete errores y ningún profesor puede corregirlas.

El blanco de estas páginas ya no me da miedo y eso se lo debo a Beatrice: ella, blanca como la nieve, roja como la sangre.

Contemplo el azul de los ojos de Silvia: un mar en el que se puede naufragar sin morir, en cuyo fondo siempre hay paz, incluso cuando hay tormenta en la superficie. Y mientras ese mar me mece, sonrío con la sonrisa perfecta, que solo sale cuando el amor es perfecto. Mi sonrisa dice sin palabras que cuando empiezas a vivir de verdad, cuando la vida nada en nuestro amor rojo, cada día es el primero, cada día es el principio de una vida nueva.

Aunque ese día sea el primer día de clase...

Querido Leo:

Te devuelvo el manuscrito. Lo he leído de un tirón, en una noche, y me ha recordado la historia de un famoso general griego que tenía que enfrentarse, con tan solo seiscientos hombres refugiados en el monte Parnaso, a un ejército inmenso de enemigos que los cercaba en las faldas de la montaña. La derrota era segura, pero el adivino del pequeño ejército tuvo una idea: propuso que los soldados y sus armas se recubrieran de yeso.

Este ejército de fantasmas atacó a sus enemigos de noche, con el designio de matar a todo aquel que no vieran teñido de blanco. Los centinelas del ejército enemigo se aterrorizaron en cuanto los vislumbraron. Suponiendo que se trataba de algún prodigio, gritando en plena noche empezaron a huir, perseguidos por un ejército de fantasmas, cuya palidez resaltaba la luna. Las tropas estaban tan paralizadas por el terror que al cabo los seiscientos se hicieron dueños del terreno, rodeados de cuatro mil cadáveres ensangrentados. La sangre se había adherido a las armaduras y a la piel blanca del ejército fantasma, que a la claridad de la mañana parecía aún más terrorífico en aquella mezcla de blanco y rojo.

Leo, a veces tememos a enemigos que son mucho menos fuertes de lo que parecen. Únicamente el blanco que los recubre, en plena noche, los hace aparecer misteriosos y terribles. El verdadero enemigo no son los soldados recubiertos de yeso, sino el miedo.

Hace falta el blanco.

Tanto como hace falta el rojo.

Puede que no sepas que los recientes estudios antropológicos afirman que, en la mayoría de las culturas, los primeros nombres referidos a los colores distinguen entre claro y oscuro. Cuando una lengua se refina hasta comprender tres nombres de colores, casi siempre el tercer término se refiere al rojo. Los nombres que indican los otros colores no se desarrollan sino después, una vez que el término que indica el rojo se vuelve de uso común, y es frecuente que el término «rojo» esté unido a la palabra que indica la sangre.

Los estudiosos confirman lo que tú has descubierto con la vida. Las culturas y las civilizaciones se han servido a lo largo de décadas de lo que tú has aprendido en un curso escolar. Gracias por haber compartido conmigo tu descubrimiento.

Me he limitado a completar las partes en las que hablas de mí y a corregir aquí y allá algunos subjuntivos, pero aparte de eso tus líneas no las he tocado. Habría sido como tocar tu vida, que quiero que siga intacta.

Estoy orgulloso de haber tomado parte en esta aventura y también de ti.

Profe incorregible,

el Soñador

Agradecimientos

Una vez, un alumno desesperado por la enésima redacción que le mandaba me preguntó a bocajarro: «Profe, ¿usted por qué escribe?». Respondí instintivamente: «Para saber cómo acaba». Y siempre acaba así, en la escritura como en la vida: dando las gracias.

Alguien ha dicho que los malos escritores copian y que los buenos roban. Ignoro en qué categoría me situará el lector, pero de lo que no cabe duda es de que ambas son fruto de la deuda con la vida y las personas a las que se copia o roba, o —menos furtivamente— de las que se recibe. La vida tiene el mejor
copyright:
un inagotable guión que nos convierte en personajes cada vez más capaces de recibir amor y de amar.

«A ver, ¿qué se dice?», nos repetían hasta la saciedad de niños. Respondíamos con un «graciaaas» lleno de «a» que alargábamos melindrosamente, pero en absoluto sincero. Sin embargo, al crecer dar las gracias se ha convertido para mí no solo en un gesto de sentido común, sino quizá en la forma más feliz de estar en el mundo.

Y bien:

A mi familia, de la que he aprendido que el amor es posible, siempre: a mis padres, Giuseppe y Rita, que este año celebran el cuadragésimo quinto aniversario de su matrimonio; a mis extraordinarios hermanos y hermanas, que con sus puntos de vista me llenan de matices los colores del mundo: Marco, el filósofo; Fabrizio (con Marina y Giulio), el historiador; Elisabetta, la psiquiatra; Paola, la historiadora del arte, y Marta, la arquitecta y autora de mi foto que figura en la solapa. A todos ellos añado a Marina Mercadante-Giordano y a su familia; a quien ha creído en este libro y me ha ayudado a llevarlo a cabo: antes que a nadie, a Valentina Pozzoli, incomparable alumbradora de historias, sin la cual esta no habría visto la luz. Seguidamente: a Antonio Franchini, que enseguida creyó en este libro con el mismo entusiasmo que he visto en sus niños cuando escuchan cuentos de hadas en la terraza llamada «Grecia»; a Marilena Rossi, que conoce y quiere a los personajes más que yo; a Giulia Ichino y Alessandro Rivali, amigos y revisores atentos, delicados y sinceros.

En orden aleatorio, a todos aquellos que, en modos y momentos diferentes, han desempeñado un papel entre los bastidores de estas páginas: a los alumnos y profesores de cuarto de bachillerato, secciones A y B, del instituto San Cario de Milán; a todos los alumnos romanos, en especial a los de quinto de bachillerato del instituto Dante, del Junior, del instituto Visconti, del grupo teatral Eufemia, de Ripagrande. A Mario Franchina, inolvidable profesor de instituto; al padre Pino Puglisi, que, cuando estaba en segundo de bachillerato, un día no volvió más a clase. A Susana Tamaro, a Roberta Mazzoni, a Gianluca y Teresa De Sanctis, a Federico y Vanessa Canzi, a Roberto y Monica Ponte, a Angelo y Laura Costa y a sus familias, a los amigos de
Living Room
y
Delta.
A Aldo Viola, a Paolo Pellegrino, Rosy, de la librería

II Trittico, Raffaele Chiarulli, Sveva Spalletti, Guido Marconi, Filippo Tabacco, Alessandra Gallerano, Paolo Virone, Antoine De Brabant, Michele Dolz,Valentina Provera, Sirio Legramanti, Paolo Diliberto, Giuseppe Corigliano, Sergio Morini, Mauro Leonardi, Armando Fumagalli, Marco Fabbri, Paola Florio, Maurizio Bettini y mis colegas del doctorado, Emanuela Canónico, Giuseppe Brighina, Lorenzo Farsi, Cario Mazzola, Marcello Bertoli, Cristian Ciardelli... y al perro de mis vecinos; a ti, lector, que sobre un sofá, bajo las mantas, por la calle, en el autobús, en un banco rojo o donde prefieras, has llegado a esta página y, por tanto, has dedicado tu precioso tiempo a mis personajes...

gracias.

P.S. La normativa que regula en Italia la donación de sangre en el caso de los menores de edad es más estricta y compleja de lo que puede desprenderse de la novela. En este sentido, las premisas narrativas se han impuesto al reflejo fiel de la realidad.

Notas

[1]
La vida nueva
, traducción de Julio Martínez Mesanza, Alianza Editorial, Madrid, 1986.
(N. del T.)

[2]
Perdón =
scusa,
y miedo =
paura,
se forman con las mismas teclas del teléfono móvil. (TV.
del T.)

[3]
Personaje de cómic de la factoría Disney. Criatura de cuerpo desproporcionado, capaz de prever el futuro y de leer el pensamiento, viste solo una especie de faldita negra de la que saca objetos de todo tipo.
(N. del T.)

[4]
Rollo dulce de requesón.
(N. del T.)

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