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Authors: John Norman

Bestias de Gor (21 page)

BOOK: Bestias de Gor
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No creo que las otras chicas se hubieran dado ni cuenta de la desaparición de Bárbara. Poalu, exhausta, cayó dormida casi de inmediato junto al trineo. Las otras chicas también se durmieron.

—¿Qué vamos a hacer? —le grité a Imnak acercando la boca a su oído.

—Uno dormirá y el otro vigilará —gritó él.

No pude responder. Apenas podía creer lo que oía.

—¿Tienes sueño? —preguntó Imnak.

—¡No! —grité.

—Tú vigilarás primero. Yo dormiré.

Me quedé junto al trineo. Imnak se tumbó a su lado. Me resultaba difícil creer que bajo aquellas circunstancias pudiera dormir. Pero creo que tardó sólo unos momentos en quedar dormido.

Después de un rato me agazapé junto al trineo y escudriñé la oscuridad.

El viento rugía. Me pregunté hasta dónde habría llegado Ram. En el anterior claro de nubes no había visto a Karjuk. Me pregunté dónde estaría Bárbara. No creo que estuviera perdida. La correa había sido cortada. La adorable esclava rubia había sido hecha prisionera, pero no sabía por quién o por qué.

Al cabo de un rato se despertó Imnak.

—Duerme tú ahora —dijo—. Yo vigilaré.

Me quedé dormido.

Me desperté con la mano de Imnak en el hombro.

—Mira el eslín —me dijo.

El animal estaba despierto e inquieto, con las orejas alzadas y la nariz dilatada. No parecía estar enfadado.

Alzó el hocico al viento.

—Ha captado el olor de algo —dije.

—Está excitado, pero no perturbado —dijo Imnak.

—¿Qué significa eso?

—Que estamos en gran peligro. Hay eslines en las proximidades.

—Pero estamos muy adentrados en el hielo —dije yo.

—Y por tanto el peligro es mucho mayor.

—Sí. —Comprendía sus palabras. Si el eslín de nieve había captado olor de eslín en esta zona, debía haber más por el hielo, eslines que el hambre había traído desde el interior. Estos animales podían ser en extremo peligrosos.

—Tal vez Ram o Karjuk anden por aquí cerca —dije.

—El eslín conoce a los animales de Karjuk y de Ram —dijo él—. Si se tratara de ellos no estaría tan excitado.

—¿Qué podemos hacer?

—Debemos construir un refugio —dijo Imnak levantándose. Las chicas seguían durmiendo. La tormenta había pasado, y la luz de las tres lunas brillaba sobre la nieve y el hielo—. Tenemos muy poco tiempo.

Imnak trazó un círculo sobre la nieve con el talón.

—Hay que escarbar la nieve en este círculo. Luego descargaremos el trineo y pondremos los suministros dentro de esta zona.

Hice lo que él me dijo, escarbando con un gran cuchillo de hueso.

El eslín estaba cada vez más quieto.

—Escucha —dijo Imnak. Yo escuché. En aquel aire helado no pude saber a qué distancia estaba.

—¿Van tras un olor? —pregunté.

—Sí.

—¿El nuestro?

—Parece muy probable.

Imnak había comenzado a coger bloques de nieve y a ponerlos en círculo, al borde del área que yo estaba escarbando.

De pronto oí el grito de Audrey. Imnak corrió hacia ella con el cuchillo en mano.

—¿Dónde está Bárbara? —gritó Audrey—. ¡Ha desaparecido! —El horror se reflejaba en su rostro. Tenía en la mano la correa cortada a la que había ido atada Bárbara.

Vi que Imnak la arrojaba a la nieve. Ella cayó a sus pies, con la correa todavía atada al cuello y al trineo.

Imnak se quedó junto a ella con la cabeza alzada, escuchando. Había otra modulación en los gritos de los eslines lejanos. Como si los rugidos hubieran redoblado su fuerza.

Imnak le quitó a Audrey la capucha, la cogió del pelo y le echó hacia atrás la cabeza rudamente, exponiendo su garganta. Ella estaba de rodillas, con la hoja del cuchillo de nieve en el cuello. Entonces Imnak la arrojó con enfado sobre la nieve.

Ahora no cabía duda alguna de que los eslines venían en nuestra dirección.

El olor que seguían era muy vago, la tormenta había borrado nuestras huellas, y el rastro era muy difícil de seguir. Pero ahora, el grito de Audrey les había informado de nuestra posición.

Imnak puso el primer bloque de la segunda hilera de bloques, un poco más pequeña que la primera.

—¿Cuánto tiempo tenemos? —le pregunté a Imnak.

Él no me contestó. Continuó deprisa y sin pausa cortando bloques de nieve.

—Imnak —dijo Poalu—, necesitarás el cuchillo y el hielo.

Yo no entendí.

—Libera a Poalu y a las otras —dijo Imnak.

Desaté a las chicas.

—Ayúdame a poner los suministros dentro del círculo —le dije a Arlene.

Agachada dentro del círculo, Poalu comenzó a trabajar con el candil. Golpeando piritas de hierro consiguió prender hierba seca y el candil se encendió.

Imnak acabó con la segunda fila de bloques.

—Thistle —le dijo Poalu a Audrey—, trae la sartén y la tetera.

Una de las primeras cosas que hay que hacer después de encender la lámpara, es derretir nieve para beber y hervir agua para preparar la carne.

De pronto nuestro eslín echó hacia atrás la cabeza y soltó un largo y espantoso rugido.

—Se revolverá contra nosotros —dijo Imnak.

—¿Le mato ahora que estamos a tiempo? —pregunté.

—Átale las mandíbulas y véndale los ojos —dijo Imnak—. Se le pasará la locura.

—¡Ahora les veo! —gritó Arlene—. ¡Allí! ¡Allí!

El eslín se debatió, pero le forcé a tumbarse de lado sobre la nieve y le até las mandíbulas.

—¡Ponlo en el refugio! —gritó Imnak.

Desaté al eslín del trineo y lo llevé hasta el refugio.

—Si se debate tirará el muro o apagará la lámpara —dije.

—No permitas que eso ocurra —dijo Imnak.

Le até a la bestia las patas delanteras a las de atrás, para que no pudiera debatirse más que en círculo.

—¡Se acercan! —gritó Arlene.

—Entra en el refugio —le dije. Imnak sólo había podido levantar dos filas y parte de una tercera de bloques de hielo, pero seguía cortando bloques.

Arlene se unió a mí dentro del pequeño muro circular. Los rugidos eran cada vez más claros y cercanos. No creo que estuvieran a más de medio pasang de distancia.

—Queda poco tiempo, Imnak —dije—. Vuelve al refugio.

Imnak continuó cortando bloques de hielo, aunque ahora no se esforzaba en ponerlos sobre el muro. Esos bloques suelen ponerse desde dentro. Cuando la cúpula de hielo está terminada, el último bloque se coloca desde el exterior, y el constructor entra dentro, abriéndose camino con su cuchillo de nieve. Se deja un agujero para que pase el aire y el humo. El muro que construía Imnak era bastante irregular. El cuchillo de nieve basta para la tarea, cuando hay tiempo suficiente para dar forma a los bloques. Las grietas entre bloques se cubren con nieve.

—Prepárate a rechazar al eslín desde el muro —gritó Imnak.

Me quedé junto al muro con la lanza en la mano.

—Vuelve aquí, para luchar desde dentro —le dije a Imnak.

—Ahora voy —respondió. Entonces llamó a Poalu—: ¿Está hirviendo el agua?

—No —dijo ella—, pero está caliente.

—¡Deprisa, Imnak! —grité. No podía entender por qué seguía cortando bloques, ya que no había tiempo de colocarlos sobre el muro. Tampoco entendía por qué Poalu estaba derritiendo nieve sobre la lámpara.

El eslín estaba a unos doscientos metros.

Imnak corrió hacia el pequeño muro del refugio. Pero en vez de unirse a nosotros, le cogió a Poalu un trozo de carne, y con la otra mano agarró el asa de la tetera. Corrió hacia un agujero que había cortado en el hielo. Clavó la carne en su cuchillo y enterró el mango en el agujero. Luego vertió el agua en el agujero, alrededor del mango del cuchillo. No tuvo que esperar más que un momento, porque el agua se congeló casi al instante, anclando el cuchillo con la solidez del cemento.

—¡Deprisa! —grité.

El eslín estaba encima de Imnak. Ambos cayeron rodando. Salté sobre el muro y corrí hacia él apuntando con la lanza al animal. Imnak se levantó de un salto con las pieles desgarradas. Golpeó al eslín que saltaba hacia mí, dándole en el morro. Yo arranqué la lanza del eslín herido, y golpeé con el mango a otro animal. Imnak gritaba junto a mi oído. Había otro sobre nosotros. Imnak, entre gritos y lanzazos, me llevó de vuelta al refugio. Otro eslín pasó junto a mí, y yo sentí un desgarrón en la piel de mi bota. Imnak y yo estábamos el uno junto al otro armados con lanza. Los eslines rodeaban el refugio, siseando y gruñendo. Sus ojos refulgían a la luz de las lunas. Alejé a uno del muro a golpe de lanza. Imnak rechazaba a otros animales. Nuestro propio eslín se debatía frenético a nuestros pies. Un animal saltó dentro del círculo de nieve. Yo me metí bajo él, lo alcé sobre la pared y lo arrojé entre los otros. Audrey gritaba. Poalu lanzó el aceite encendido de la lámpara a la cara de otra bestia. Arlene se alejaba gritando de otro animal. Yo cogí a la bestia del cuello con una mano, y con la otra de una pata, y volví a arrojarlo con los otros. Imnak rechazó a otro eslín. Volví a coger mi lanza y la arrojé a la cara de otro animal.

Los eslines estaban en el exterior, a unos cinco metros, oscuros sobre el hielo aunque eran eslines de nieve. Algunos rodeaban el refugio.

Uno avanzó hacia nosotros y saltó dentro del refugio, pero yo interpuse mi lanza que se clavó en su hocico, le desvié a un lado y luego arranqué la lanza. Imnak rechazó a otros dos.

Entonces nos quedamos tranquilos por un tiempo.

—Son demasiados —dijo Arlene.

—Es un gran rebaño —dije.

No podía contar a los animales bajo la luz incierta y entre las sombras, pero era evidente que allí había un gran número de bestias, probablemente más de cincuenta. Algunos rebaños cuentan con unos ciento veinte animales.

—Te deseo suerte, Imnak —dije.

—¿Vas a algún lado? —preguntó él—. No es un buen momento para marcharse.

—Hay muchos eslines ahí fuera —dije.

—Eso es cierto.

—¿No estás dispuesto a morir? —le pregunté.

—Yo no. Los cazadores rojos no esperan morir. Muchos mueren, pero siempre es una sorpresa.

Miré a Arlene a los ojos.

—¿No hay esperanza? —preguntó.

—Me temo que todo está perdido —dije—. Ojala no estuvieras aquí.

Ella reclinó la cabeza sobre mi brazo y me miró.

—No querría estar en ningún otro lugar —dijo.

—Yo preferiría estar en la casa de festejos —dijo Imnak.

—No todo está perdido —dijo Poalu.

—Mirad —dijo Imnak.

Miré a unos metros sobre el hielo.

—No —dije.

—¿Deseas vivir? —preguntó Imnak.

—Sí.

—Entonces debemos hacer lo que haga falta para conseguirlo.

Miré sobre el hielo, entendiendo entonces el propósito y la efectividad de la trampa que Imnak había construido.

Uno de los animales más grandes rodeó dos veces la carne clavada en el cuchillo, y de pronto la mordió queriendo arrancarla de la hoja, y cortándose la mandíbula. El cuchillo quedó lleno de sangre fresca. Otro eslín enloquecido por el olor, corrió hacia el cuchillo, acuciado por el hambre, y lo lamió. Entonces la hoja le cortó el hocico y la lengua. En su locura el eslín, estimulado por el nuevo flujo de sangre, redobló sus esfuerzos en chupar el cuchillo. Otro animal, algo más grande, también mordió el cuchillo e igualmente se cortó la lengua y el hocico. Un eslín atacó al primer animal, que sangraba profusamente por la boca. Los dos animales lucharon en un confuso torbellino de colmillos y piel. Uno de ellos cayó con la garganta abierta, y al instante se lanzaron sobre él cuatro o cinco oscuras figuras. Más eslines saltaron sobre éstos. Otro animal corrió hacia el cuchillo. De momento la sangre se había congelado sobre el acero. Dos eslines lucharon por chupar el cuchillo, y ambos se cortaron la lengua. Un eslín puede morir así, chupando la hoja del cuchillo hasta perecer desangrado.

Arlene y Audrey apartaron la mirada.

Pero aquella noche no murió ningún eslín desangrado, víctima de aquella trampa, porque había demasiados animales para permitir que esto ocurriera.

Cuando un eslín se debilitaba, los otros animales, atormentados por su propia hambre, se lanzaban sobre él.

En menos de un ahn, Imnak, para mi sorpresa, salió del refugio y, caminando entre eslines muertos y eslines saciados, se dirigió hacia el hielo y se puso a traer bloques.

Al cabo de un momento salí a ayudarle. Pasábamos entre los eslines y ellos apenas nos prestaban atención.

Habían muerto unos quince o veinte. Los que quedaban se alimentaban de los caídos.

Varios animales, saciados de carne, se tumbaron en la nieve a dormir.

Imnak añadió los nuevos bloques al refugio y cortó con el cuchillo los bloques que necesitaba para terminar la pequeña estructura. No lleva mucho tiempo construir un refugio como aquél, si la nieve es adecuada. No creo que hubiéramos trabajado en él más de cuarenta o cincuenta minutos. En el interior, Poalu había vuelto a encender la lámpara y estaba derritiendo nieve para conseguir agua potable y para hervir la carne.

21. EL ROSTRO EN LA NIEVE

Seguimos avanzando hacia el norte.

Habían pasado cuatro sueños desde que dejamos el primer refugio de nieve, cuando nos atacaron los eslines. En cada sueño habíamos construido un refugio similar.

Nuestro eslín se tranquilizó rápidamente, pero lo dejamos atado, soltándole las mandíbulas sólo para comer, a causa de la proximidad de los eslines salvajes. Después de dormir en el primer refugio hicimos un reconocimiento. La mayor parte del rebaño había desaparecido, saciado de carne. Imnak recuperó su cuchillo. Por las cercanías quedaron unos cinco eslines, husmeando entre la piel y los huesos de los animales muertos.

Dejamos el refugio y nos dirigimos al norte, enjaezado de nuevo nuestro eslín.

Alcé los ojos al cielo, a los hilos de luz verdosa a cientos de kilómetros de altura. Se trata de un fenómeno atmosférico provocado por las partículas eléctricas que el sol bombardea sobre la atmósfera. Pero era extraño que ocurriera en aquella época del año. Suele ocurrir con más frecuencia durante el equinoccio otoñal e invernal. En diferentes condiciones de luz, esos hilos pueden aparecer violetas, rojos o naranjas, dependiendo de su altura. Esta silenciosa tormenta de partículas cargadas que se extiende millones de kilómetros en el espacio es muy hermosa. En la Tierra este tipo de fenómeno se conoce como la aurora boreal.

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