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Authors: Francisco Martín Moreno

Tags: #Histórico

Arrebatos Carnales (61 page)

BOOK: Arrebatos Carnales
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Imposible resistir semejantes insultos y calumnias de una monja, de una mujer, encarnación del diablo. La guerra silenciosa quedó declarada entre Sor Juana, el arzobispo Aguiar y Seixas, el ex confesor Núñez de Miranda y obviamente el Tribunal de la Santa Fe que siguió paso a paso la publicación de la dicha carta y el comportamiento herético de Sor Juana, quien se había atrevido a abordar temas teológicos divorciados de su quehacer como esposa del Señor. ¿Eso había sido todo? No, qué va: en ese mismo año de 1690, cinco años antes de la muerte de Sor Juana —llamémosle muerte por lo pronto—, mi santa monja, a estas alturas de la narración ya nuestra santa monja, aparecen dos nuevas publicaciones: unos
Villancicos
y el
Auto sacramental del divino Narciso
. Ella, estando en plena producción, recibe la
Carta de Sor Filotea de la Cruz
, una bofetada en pleno rostro, una respuesta aviesa a una
Carta atenagórica
que ella intituló originalmente como
Crisis sobre un sermón
, sin ningún contenido oprobioso. Alguien se vengaba de algo de lo que ella era inocente. ¿Quién podría ser? El obispo Manuel Fernández de Puebla y Núñez de Miranda volvieron a inventar, a mentir, violando el octavo mandamiento que establecía: no levantarás falsos testimonios ni mentirás. Pues bien, en esa ocasión inventaron el nombre de Filotea de la Cruz, una persona inexistente, para poner en boca de ella las canalladas que ni Fernández ni Núñez, de la más alta jerarquía católica, se atrevían a decirle en pleno rostro a una humilde monja jerónima. A Núñez le dolía en las entrañas el hecho de haber sido descalificado en público, ya no sólo como conductor de un rebaño de almas, sino como simple confesor de una persona, pero además lo devoraba la envidia y el rencor porque ya no se cantaban sus villancicos en las iglesias de la Nueva España, sino los de esa «maldita monja, esa rebelde desahijada espiritual», quien, por si fuera poco, le había arrebatado la ascendencia que él solía tener con los virreyes. No se podía más y, por si fuera poco, se trataba de una mujer... ¡Horror de horrores...! Una hereje...

Sor Juana contesta y vuelve a contestar a Filotea, exista o no en la realidad, y a Aguiar y Seixas y a Núñez de Miranda, entre líneas, den la cara o no... Ella no es una enemiga fácil ni dócil ni maleable ni inculta ni tonta ni indigna ni indolente ni apática ni abandonada ni candorosa ni inocente. Sabe quiénes operan los cañones. Sabe cómo descubrir a los hipócritas. Sabe cómo se comportan los sacerdotes tras candilejas. Sabe cómo funciona la Inquisición. Sabe cómo y en qué condiciones emite sus sentencias el Tribunal de la Fe. Sabe cómo se controla a los pensadores a través de la censura. Ha visto morir hasta cuatro escritores en un solo auto de fe. Sabe cómo el gobierno silencia a los opositores. Sabe escribir, pensar, atacar con ingenio y sutileza, sabe desarmar, exhibir, denostar, defenderse, argumentar y argüir, sabe hundir el estilete en el momento y el lugar adecuados, sabe ser necia, implacable cuando se sabe poseedora de la razón, sabe ser humilde, inteligente. Sabe. Sabe mucho. Es incapaz de aceptar una autoridad que ella no haya reconocido. Responde con un texto intitulado
Carta de Serafina de Cristo
a sus detractores. Se burla de ellos. Es cáustica, aguda, hiriente, inalcanzable. ¿Qué arguye en la
Carta de Serafina de Cristo
? La poeta más insigne del castellano rechaza la prepotencia de cualquier autoridad espiritual, religiosa e intelectual que ella no hubiera primero reconocido. Se trata de convencer y no de vencer a fuego y sangre. En la
Carta de Serafina de Cristo
está allí, antes que nadie, la mujer, la mujer poetisa, la mujer creadora, la mujer defensora de sus propios derechos y de los de su género, inserta, hoy y siempre, en un mundo poblado y dominado por hombres ciegos, en buena parte ignorantes y en una inmensa mayoría ágrafos.

Salen defensores como Palavicino, Carlos de Sigüenza y Góngora con la debida discreción, monjas anónimas, otras de Portugal animadas, informadas, motivadas por mí. Yo sabía que esto acontecería tan pronto me retirara de la Nueva España. Yo lo sabía. Ella lo sabía. Ambas lo sabíamos. La Inquisición levanta la mano. Interviene. El arzobispo Aguiar pide de rodillas al Señor, en el reclinatorio de su palacio, que lo oriente: ¿cuál será el mejor momento y la mejor herramienta para acabar con esta mujer demoniaca? Ilumíname, Dios mío, apiádate de mí...

Aparece la
Respuesta de la poetisa a la muy ilustre Sor Philotea de la Cruz
en 1691. La monja es rebelde casi desde el histórico día de su feliz nacimiento: «Si el crimen está en la
Carta atenagórica
... Si es como dice el censor herética, ¿por qué no la delata?» «Oh, cuántos daños se excusaran en nuestra república si las ancianas fueran doctas como Leta, y que supieran enseñar como manda san Pablo y mi padre san Jerónimo!» «Si algunos padres desean doctrinar más de lo ordinario a sus hijas, les fuerza la necesidad y falta de ancianas sabias, a llevar maestros hombres a enseñar a leer, escribir y contar; a tocar y otras habilidades, de que no pocos daños resultan, como se experimentan cada día en lastimosos exemplos de desiguales consorcios... Por lo cual, muchos quieren más dejar bárbaras e incultas a sus hijas que no exponerlas a tan notorio peligro, como la familiaridad con los hombres, lo cual se excusara si huviera ancianas doctas, como quiere San Pablo; y de unas en otras fuese subcediendo el magisterio como sucede en el de hacer labores y lo demás que es su costumbre.» «Y no hallo yo que este modo de enseñar de hombres a mujeres pueda ser sin peligro, si no es en el severo tribunal del confesionario, o en la distante decencia de los púlpitos o en el remoto conocimiento de los libros, pero no en el manoseo de la inmediación. Y todos conocen que esto es verdad; y con todo, se permite, sólo por el defecto de no haber ancianas sabias; luego ¿es grande daño el no haberlas? Esto debían considerar los que atados al
Mulieres in Eclessia taceant
, blasfeman de que las mujeres sepan y enseñen; como que no fuera el mismo apóstol el que dijo:
bene docentes

¿Dios hizo a las mujeres racionales? ¿Sí? Pues sólo Él y no la Iglesia y ninguna otra autoridad puede arrebatarnos el don que nos dio como una santa gracia...

El 15 Y el 18 de julio de 1691 se publica el segundo volumen de las
Obras
de Sor Juana. Hice lo posible por que en las primeras treinta y cuatro páginas apareciera valientemente la
Crisis sobre un sermón
, o sea, una versión —la original— de la
Carta atenagórica
de Puebla. Logré que se conservara así su título original. «La Censura de don Cristóbal Báñez de Salcedo no es tal, sino un entusiasta elogio... Llama a Sor Juana sublime honor de nuestro tiempo, singular timbre de su sexo, brillante sol, tan raro en todo, que amanece esparciendo retrógradas luces de sabiduría desde el Occidente mismo, que comunica sombras...»

Mientras que don Ambrosio de la Cuesta, erudito canónigo de la catedral de Sevilla, asegura: «Desde la primera hasta la última edad del mundo, ha puesto Dios en él grandes e ilustres mujeres que, en varias ciencias y facultades, se merecieron el crédito de inmortales en la atenta admiración de los sabios; pero mujeres de perfección igual en lo general de las ciencias todas, sólo en nuestra sabia Americana se admira, pues de cada una se manifiesta profesora con eminencia». En cambio, el carmelita fray Pedro del Santísimo Sacramento, del convento del Ángel de la Guarda, llama a Sor Juana el monstruo de las mujeres... Los Caballeros de la Orden de Santiago vuelven a protegerla. La guerra se desata. Yo tampoco cedería. Estaría hasta después de la muerte con Sor Juana y con todas las mujeres de hoy y del mañana. Seguiría publicando incansablemente cada renglón escrito por mi musa.

La naturaleza empieza también a conjurar en contra de mi musa. La lluvia se cae junto con el cielo en la capital de la Nueva España. El agua arrastra casas de indios, chozas, las más débiles, la gente se ahoga junto al ganado. Se inundan los sembradíos, se pierden las cosechas de los agricultores que tenían cifradas sus esperanzas en poder llevar sus productos a los mercados para venderlos a buen precio. Las pérdidas son escandalosas. El hambre amenaza. La ciudad aislada. Los caminos, destruidos. No hay carbón ni fruta ni hortalizas ni aves ni maíz, ni agua potable. Las infecciones no se harán esperar. Los ríos se desbordan. La desesperación cunde. Reparar los daños llevará mucho tiempo. El año de 1692 empezará con los comales y los metates vacíos. Todo escaseará, menos las muertes y la violencia... Por si lo anterior fuera poco, todavía se produce un eclipse de sol, la inequívoca señal de que vendrán malos tiempos, un pésimo presagio, el heraldo histórico de la inminente catástrofe. Las aves, desconcertadas, caen al suelo a mitad de su vuelo. Los perros aúllan enloquecidos y corren para todos lados. Las mujeres gritan como si se fuera acabar el mundo. Muchos hombres se ponen de rodillas en plena calle invocando a Dios, en tanto otros corren a sus casas para rodearse los tobillos con cordones de cascabeles y salir a bailar danzas rituales a fin de apagar el coraje de los dioses. El trigo escasearía. Todo lo malo estaba por ocurrir. No habría ni tortillas ni mucho menos carne para hacer un taco. Las alhóndigas estarían vacías. El virrey pide granos en Puebla, pero el obispo Fernández se los niega. Sólo faltaba un par de acontecimientos para que se declarara la presencia del maligno, y éstos se dieron como si se tratara de una consigna diabólica. Abajo del Puente de Alvarado se encuentran figurillas de barro con la forma de españoles degollados o con el cuerpo ensangrentado.

En 1692 el maíz falta. Alguien lucra con el poco que se llegó a producir o con el que se importó del interior de la Nueva España. ¡Muera el virrey y cuantos lo defiendan!, gritan enardecidas las masas. ¡Mueran los gachupines que nos comen nuestro maíz! Se invita al levantamiento armado. ¿Qué hace un pueblo antes de morir de hambre? ¡Fuera los españoles de nuestra tierra! ¡Quememos el Palacio de los Virreyes! El incendio comienza, la represión también. Mueren cincuenta indios. El pulque se consume. Las borracheras invitan aún más a los actos sin razón. Sólo falta la nueva y temida presencia de la peste. Ésta no tardaría en hacer su acto necrológico de presencia para enlutar una vez más a la Nueva España. La epidemia cobraría una vida que no se repararía en los siglos por venir...

La presentación del segundo volumen de las
Obras
de Sor Juana en la Nueva España gozó de una gran aceptación al mismo tiempo que despertaba sentimientos de envidia y frustración ante la imposibilidad de limitar y contener a la monja que no se cansaba de desafiar a la autoridad eclesiástica colonial. Su imagen en España ya era incuestionable. Me bastaba imaginar a Sor Juana con el ejemplar en sus manos mientras la temperatura del cuerpo se le desbordaba por la justificada emoción. No cualquiera publicaba en España. La alegría sería incontenible. No se sentiría sola ni abandonada sujeta de la mano de Dios... ¡Qué lejos estaba yo de suponer que el segundo volumen serviría para elevar hasta la sordera el ruido inquisitorial! El clero lo interpretó como una abierta provocación que se utilizó de pretexto para romper la tregua porque se exhibía a Sor Juana como una teóloga: invadía territorios religiosos reservados a los hombres y dentro de éstos minimizaba a las máximas autoridades de la Iglesia. Por si fuera poco parecía insistir en revivir el fuego en contra de Vieira y, por ende, en contra de Núñez de Miranda, quien había sido impuesto de nueva cuenta como su más odiado y despreciable confesor. Incluir en la edición, bastante gruesa por cierto, poemas amatorios y comedias, fue entendido por el arzobispo Aguiar como un marcado desafío a su elevada jerarquía. El arribo de esta nueva obra publicada por Sor Juana a la Nueva España desató la violencia, una furia irracional en contra de ella que, en el corto plazo, habría de acabar con su existencia. Aguiar estaba dispuesto a llegar a las últimas consecuencias aun a costa del escándalo público. ¿Una mujer se le ponía enfrente? ¿Una mujer? Él no estaba manco ni ciego ni sordo ni solo y, además y por si fuera poco, contaba nada más y nada menos con el apoyo de Dios para apagar una poderosa luz intelectual que estaba destruyendo conciencias por doquier, sin ponerse a pensar que el Señor mismo, Dios, su marido por toda la eternidad, era quien la había encendido desde que le diera la vida. Esta vez iría por todas el alto jerarca y, para comenzar, con la valentía que lo caracterizaba, iniciaría de inmediato un juicio secreto en contra de la humilde monja, faro de las Américas. ÉJ la destrozaría, la aplastaría, la sometería bajo su absoluto control, le impediría leer una sola línea que no fuera las Sagradas Escrituras... Cancelaría la menor posibilidad de que ella redactara un solo párrafo herético más y vigilaría su inclaustración, la aislaría, la
encuaresmaría
de por vida, de forma que no pudiera ni siquiera concebir ideas profanas ni contar con libros ni plumas ni tintero ni velas ni escritorio ni papel ni compañías extrañas ajenas al convento, ni tiempo ni cabeza para pensar: la aniquilaría. La reduciría a la nada, a lo que debería ser una verdadera esposa de Dios, una mujer dedicada a captar su milagrosa sonrisa hasta el último momento de su existencia.

Por algo ella siempre me repetía: «Mi tintero es la hoguera donde debo quemarme...»

Con arreglo al Derecho canónico y a los estatutos de la Iglesia mexicana el 2 de abril de 1693, «el provisor eclesiástico del arzobispado, Antonio de Aunzibay y Anaya, declaró a puerta cerrada el comienzo de un proceso episcopal secreto en contra de Sor Juana acusada de diversas culpas —sospecha de herejía, desacato a la autoridad y actividades incompatibles con su estado monacal—pero cuya finalidad era una sola: reducirla al silencio y que no escribiera ni publicara más, ni escritos teológicos ni poesía mundana».

¿Qué podía esperarse de un proceso artero, amañado, ladino, marrullero y malicioso que tenía una condena dictada de antemano por el arzobispo Aguiar y Seixas y por Núñez de Miranda? ¿Cuál posibilidad de defensa? ¿Cuál oportunidad de argumentar en contra? ¿Por qué se volvieron a violar los Mandamientos? ¿Por qué se cometieron una vez más actos impuros sin el menor respeto y amor a sus semejantes? ¿Por qué se levantaron falsos testimonios y se mintió tantas veces fue necesario? ¿Cuántos pensamientos y deseos impuros habrán tenido Aguiar y Núñez que nunca confesaron? Bandidos, perversos, mezquinos, malvados, ¿por qué destruir lo que Dios creó? ¡Canallas! ¿Por qué no hay una hoguera para los embusteros y egoístas, como estos dos miserables? ¿Dónde quedó aquello de que no quieras para otro lo que no quieres para ti?

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