Anécdotas de Enfermeras (4 page)

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Authors: Elisabeth G. Iborra

Tags: #humor

BOOK: Anécdotas de Enfermeras
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Cuando se trata de situaciones muy graves has de hablar con la asistente social, que tiene unos límites, porque si están en condiciones infrahumanas, de limpieza y salud preocupantes necesitan recurrir a otros servicios. Encontré una abuelita que vivía con un hijo que estaba un poco sonado en una casa que era inimaginable, con el colchón en el suelo, llena de perros, de tal manera que te arrodillabas para hacer la extracción de sangre y te manchabas y veías que era pipí de perro. Y el hijo argumentaba que el perro meaba donde quería, como en la calle. Ibas a otro sitio y había, cómo no, caca de perro. Un desastre.

En las residencias geriátricas es también terrible, están muy limitadas las plazas, falta una infraestructura bestial para la gran cantidad de abuelos que hoy en día viven hasta los noventa o cien años, y ves que en Barcelona, en el siglo XXI, con todo el consumismo y el tecnicismo reinante, hay la tira de ancianos viviendo en condiciones indignas. Te vas a casa y reconoces que vives en un palacio, incluso te sientes medio culpable. La gente no sabe nada de esto, yo tampoco lo sabía antes de empezar a trabajar en ello y, sin embargo, es el pan de cada día. A eso se añade el problema de que vivo en el barrio en el que trabajo, con lo cual me encuentro a los enfermos que atiendo a diario mientras compro en el súper, tomando un café... y están mañana y tarde consultándome, alguno me quiere enseñar la herida y se lo impido: «No, hombre, no, que estamos en el supermercado, eso mañana en la consulta». O me preguntan por qué hago tres días de vacaciones o cuándo volveré. Es un poco agobiante, pero no puedo dejar el trabajo ni cambiar de piso. Estoy metida en ese mundo de lleno y ahora no me afecta ya tanto desde un punto de vista sentimental, pero al principio esas maneras tan bestias de vivir en una habitación llena de mierda me impresionaban muchísimo. Después llega un momentó en el que te acostumbras, pero si no sientes nada, te conviertes en inhumano, con lo que lo fundamental es sentir pero no llevarte los problemas a casa como hacía yo.

El año pasado atendimos a un viejete al que sus hijos no querían, ni siquiera las dos que vivían en «1 piso de arriba, que no se preocupaban por cuidário4 pesar de que era diabético e hipertenso, entre otras dolencias. Reuní a la familia para que se implicaran en sus cuidados pero todos dijeron que pasaban y que no les interesaba. Le daba la medicación en la consulta cada día, hasta que llegó una mañana en que la cuidadora entró en su casa, se lo encontró muerto en la cocina y resultó que llevaba allá dos días sin que nadie se enterara. Tuve que ir, arrastrarlo hasta la habitación como si fuera una grúa, mientras las hijas estaban allí como un pasmarote avergonzadas por no haberse dado cuenta de que su padre se había muerto. Decían que olía a pipí, y yo les aclaraba que no, que olía a cadáver de dos días.

También tuvimos a una señora que vivía en un piso estupendo en el Ensanche barcelonés, iba de vez en cuando una cuidadora a verla, a pesar de tener dos hijos, y nosotras íbamos cada semana a controlar la evolución de la llaga. A sus noventa y tantos, decidió vender su piso en vez de dárselo al banco para que éste le fuese pagando el geriátrico, pensando que con lo que le dieran tendría de sobra para vivir hasta el fin de sus días en una buena residencia. Sus hijos dejaron de hablarle y de irla a ver porque les dejaba sin herencia, le dijeron que no le mirarían más a la cara y que moriría sola.

Ella sabía que una residencia en condiciones vale un dineral, y aun así, nosotras vamos a algunas donde los yayos están muy abandonados, a pesar del lujo de las habitaciones, huelen a pipí que te mueres, les pides que te lo tengan en ayunas para hacerle análisis de sangre y seguro que le dan el desayuno, ves una enfermera para un montón de abuelos y unas determinadas horas al día porque los demás son cuidadoras de fuera que no saben demasiado... Ellos se te quejan, pobrecitos, y encima son unos privilegiados porque pueden permitirse pagar esas cifras, pues en otras residencias las condiciones aún son peores, les dan de cenar a las seis de la tarde para meterlos a la cama a dormir cuanto antes y quitárselos de encima, dejándolos hasta la mañana siguiente sin comer, con las consiguientes bajadas de azúcar y otros problemas. Les falta responsabilidad y humanidad, sólo quieren cobrar. Todo el mundo se muere por el dinero, hay un egoísmo alucinante.

Yo cuidaba otra enferma que estaba bien controlada pero tenía que ir a verla para explicarle cómo prevenir la ola de calor y demás. Un día vino a avisarme una vecina que la cuidaba cada día, bastante más que los hijos, de que había subido a verla y estaba muerta desde la tarde anterior. Al parecer, estaba sentadita en el sofá, se fue resbalando y el vestido se le iba subiendo, y se quedó con la mano intentando bajárselo para que no se le viera nada. Me lo contó llorando a moco tendido:

—He avisado a los hijos para que acudieran y, se lo juro, cuando entraron ni miraron a su madre, se fueron directamente hacia la habitación para buscar las libretas de ahorro en la mesita de noche, los dos hijos con las dos nueras como locos.

Se ve que había dinero porque era muy agarrada, ahorraba mucho, pero tenía las libretas a nombre de los dos, así que no se molestaron ni en entrar al comedor hasta que no las tuvieron en su poder.

Con todos estos casos te quedas helada, parecen escenas de Almodóvar pero son reales, por eso te tiene que gustar mucho la enfermería, si no, te vuelves loca. Además, esta profesión te obliga a ser muy diplomática, como un político. No te puedes poner nunca violenta, ni te sale hacerlo, incluso si ellos se ponen agresivos, les has de dar la vuelta. A mí me han amenazado con no parar hasta que estuviéramos todas colgadas y, al cabo de un rato, venir y darme un beso. Lo que pasa es que a veces te sacan tanto jugo que tienes que poner el límite, porque la raya es muy fácil de pasar y si te la pisan, ya la has fastidiado. Por ejemplo, nosotras damos en la consulta las recetas para los enfermos crónicos y sólo tienen que venir a buscarlas; pues si una sola vez se la llevas a su domicilio porque los ves muy impedidos, ya te crean una obligación para siempre, no aceptan que les hicieras un favor puntualmente porque estaban mal y la cuidadora y la asistenta social no podían; te agarran no el brazo, sino todo el cuerpo. Derechos adquiridos, se llama. Y en nuestro caso, tenemos que aplicar el dicho catalán de «Dues vegadas bo és bobo» (bo significa «bueno», de ahí el juego de palabras: si eres bueno dos veces, te toman por tonto).

Aparte de la visita a domicilio, en la consulta diaria damos consejos, controlamos la alimentación, la pérdida de peso y el ejercicio físico, curamos llagas, resfriados o cualquier dolencia que se presenta la asumes tú, hasta algunas personas que llegan con infartos, aunque estos casos van más al hospital. Tenemos muchos pacientes con sobrepeso que, casualmente, dicen que no saben por qué están gordos, y yo les recuerdo que en la guerra todo el mundo estaba delgado porque no comían, así que si no comiesen tanto, no estarían tan gordos. Les damos clases a la gente mayor para hacer gimnasia en una sala y en el parque, para ver si a lo largo de los meses baja la asistencia al centro por los beneficios de realizar ejercicio; también tenemos unas terapias grupales de principios de ansiedad y depresión, con pacientes que no es que estén fatal y necesiten psiquiatra (nosotras no somos médicos ni psiquiatras), sino que se trata de ayudarlos a explicar lo que les pasa a cada uno y sentirse escuchados por el grupo. En realidad, es escucha activa, que sirve a la gente para tener ilusión por hacer cosas, hacer amigos, salir de la tristeza, porque van a tomar un café después de la terapia, hablan... Todo eso permite evitar males mayores, depresiones graves... La medicina preventiva es más importante que otra cosa porque evitas que lleguen a la enfermedad, te ahorras la asistencia, el gasto de medicación y demás.

En Urgencias te viene sobre todo suturas, cortes con objetos, insuficiencias respiratorias o algún infarto, como el de una señora que atendimos hace poco: le pusimos una vía, le hicimos un electro y tenía un infarto clarísimo, así que la enviamos en ambulancia al Clínico y estuvo quince días en Cuidados Intensivos muy grave, pero salió y el marido vino a darnos las gracias por nuestra prevención rápida, porque sin ella se habría muerto.

También nos vino uno con micosis en el pie derecho, es decir, con hongos, y le dimos un tratamiento para que se lo hiciera en casa, con la recomendación de que viniera a revisión en una semana. Cuando regresó, le pedimos que se descalzara los dos pies y contestó: «Es que sólo tengo uno preparado». Y era real, el otro estaba todo sucio, negro. De esa clase de gente que te quedarías alucinada de lo joven que es y va con los pies llenos de mierda o que lleva conjuntitos de ropa interior mona pero no se lava. Tanto es así que hemos hecho citologías a chicas que despedían tal olor, tan penetrante, que hemos tenido que dejar ventilando el despacho durante media hora antes de dar paso a la siguiente. Eso por no hablar de cuando una me dijo que tenía pérdidas y no eran tales, ¡era diarrea! También te sorprende que, al hacer los electros, los electrodos que has de poner sobre la piel queden llenos de roña, parece mentira hoy en día, pero la falta de higiene es asombrosa.

Nosotras siempre les pedimos que se duchen antes de venir a consulta, pero a la gente mayor sobre todo le cuesta ducharse más de una vez a la semana: por uno que se ducha a diario, hay cinco que no, parece que les hace daño el agua. Cuando les da miedo caerse en la bañera, les aconsejamos que la cambien por un plato de ducha, o, si su pensión no les llega, que pongan antideslizantes.

Por otro lado, es muy difícil convivir con hipocondríacos, a mí son los que más me cuestan. El otro día vino un señor nerviosísimo, porque tenía un herpes en el cuello, y sólo por eso, que se cura con una pomada, tenía la tensión a tope, taquicardia, un ataque de ansiedad, estaba angustiado. En cambio los que más necesitan venir tardan hasta que ya casi no tienen remedio, traen, por ejemplo, quemaduras infectadas, que son más difíciles de curar, celulitis infectada, que no consultan porque les sabía mal... Normalmente los hipocondríacos quieren llamar la atención para que estés por ellos, que no los dejes porque si están sanos no les miras; esto le pasa sobre todo a la gente mayor, que se va haciendo más egoísta y necesita más ser el centro, algo que en la familia no les sucede porque cada vez les hacen menos caso, les quitan el protagonismo los niños... Por ello aquí prefieren la educación individual y no la terapia grupal, te dicen directamente: «Así sólo me escucha a mí», sin tener en cuenta que es mucho más práctico hacerlo en grupo puesto que en lugar de explicar a diez diabéticos por separado cómo pincharse la insulina, podría solucionarlo explicándoselo a todos a la vez en un grupo de diez. Esto es necesario aligerarlo, haciendo terapias de dietas, de insulinización, de ansiedad, etcétera, para pacientes con dolencias comunes. Es importante mantenerlos activos siempre, que tengan motivos para vivir, y, en casa, que hagan sopas de letras, actividades para ejercitar la mente y el cuerpo como separar las frutas por especies o botones por colores... Algunos te hacen caso y otros no, lo ves claro según si te escuchan o les rebota como si fueran una pared.

Después de todo eso, el sábado intentas descansar lo máximo posible, aunque si has pasado alguna experiencia muy dura durante la semana te la llevas a casa y cuesta desprenderte de ella. Valga el caso de una señora que se me moría, no tenía el corazón muy fuerte y todo el cuerpo era una herida; en la espalda, a la altura del cóccix se veía la columna vertebral, nos pasábamos dos horas cada día curándola y salía de allí sin fuerzas para caminar, me tenía que sentar y me duró aquel estado hasta que se murió la señora, era muy duro, sobre todo porque sabemos que un enfermo terminal no se cura nunca, no se le curan las llagas porque no tiene ningún tipo de defensa. Eso me marcó tanto que pensé en volver a lo de antes, a los especialistas. Pero claro, aparte de la recompensa económica por trabajar más, obtienes muchas satisfacciones. Muchas veces te explican adonde se van de vacaciones, sus dramas personales; tengo una señora a la que le pasan tantas cosas que parece ficción, en las películas no se ven tantos problemas, como casos de familias donde no se hablan los padres con los hijos, mujeres que se me echan a llorar y cuando les pregunto por qué me contestan: «Es que me hace tanta ilusión que me pregunte lo que me pregunta, y cómo estoy...». Pobres, tienen una carencia de ser escuchadas, como la mayoría de la gente, y eso es lo que intentamos cubrirles. Todo eso, cuando he ido de paciente al Clínico lo he notado, por eso ahora soy todavía más amable, paciente y empática. En esta profesión es importantísima toda la parte humana, más allá de todo el tecnicismo que puedas controlar.

Alguna vez, muy rara, me he levantado con el pie izquierdo y, aunque normalmente consigo dejar los problemas en casa, no he podido desconectar del todo. El problema que tenemos es que disponemos de un máximo de diez minutos con cada paciente y si con uno estás media hora, porque le hace más falta, te retrasa al resto y cuando sales a llamar a los siguientes, pueden estar cabreados. Un día teníamos cincuenta esperando y, al final, se me colmó el vaso, no hay que olvidar que somos humanos y sólo tenemos dos manos. Estuvimos hora y media curando una herida y cuando salí, le digo a la próxima paciente:

—Voy al lavabo, no pase aún.

—Y tanto que paso, usted no va al lavabo.

—Claro que voy al lavabo.

—No, irá cuando acabe de ponerme la inyección.

Fui al lavabo, obviamente, pero a veces te encuentras con gente muy exigente que van mucho a la suya, y tienes que girar la tortilla y poner paz. Pero cuando te conocen y ven tu talante y tu rollo, también lo valoran, porque les solucionas muchas cosas.

A veces resuelvo un montón de problemas propios de un médico, lo que no quiere decir que haga de médico, según la tendencia actual. Ahora las enfermeras han pasado de ayudante técnico sanitario a diplomadas y, de ahí, a licenciadas, estudian cuatro años más las especialidades y los másters, de manera que las que salgan en adelante serán como un médico. En cambio yo soy de la promoción del sesenta y pico y no quiero hacer eso, yo puedo medicar para heridas, cosas leves, pero nada más, porque no he estudiado Medicina ocho años. Aparte de que, de momento, yo voy a la montaña, subo y bajo escaleras y estoy fuerte, pero hay muchas enfermeras de mi edad que no están para subir cada día seis o siete pisos, tenemos muchas cargas que nos dejan la espalda destrozada; tengo una amiga que padece sobrepeso y se ahoga subiendo las escaleras hasta el punto de que las visitas de los sábados las paga para que se las hagan a fin de evitarse subir a un montón de casas. Creo que, a una cierta edad, nos deberían limitar el trabajo, y dar paso a los jóvenes. Es curioso porque las de mi generación tenemos un tipo de convenio que estableció Franco por el cual estamos blindadas, no nos pueden echar y disfrutamos de bastantes privilegios, no pagamos ni para tener el paro, has de hacer una cosa muy bestia para que te despidan. En cambio, eso ahora se ha acabado; hoy en día abundan los contratos temporales, y es una pena, porque las jóvenes vienen con mucha ilusión, mucho más frescas: nosotras tenemos mucho bagaje, hemos vivido mucho y eso te resta frescura. Ellas vienen con ganas de cambiar el mundo, pero yo he llegado a la conclusión de que llega un momento en el que el mundo te cambia a ti. Y no puedes hacer nada contra todo el mastodonte administrativo. Puedes intentar mejorar en la medida de tus posibilidades, actuar como crees y quedarte tranquila con tu conciencia, pero ya está.

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