Read Anatomía de un instante Online
Authors: Javier Cercas
El golpe era ya irrevocable. Al cabo de sólo cuarenta y ocho horas de la entrevista entre Armada e Ibáñez Inglés, justo el día en que se iniciaba en el Congreso el debate de investidura de Calvo Sotelo como presidente del gobierno, Tejero telefoneó a Ibáñez Inglés: le dijo que había vencido el plazo otorgado por Milans para que triunfase la Operación Armada, que las sesiones del debate de investidura, con el gobierno y todos los diputados reunidos en el Congreso, eran una oportunidad de realizar lo convenido que tardaría mucho tiempo en volver a presentarse, le aseguró que contaba con un grupo de capitanes dispuestos a secundarlo, que los últimos acontecimientos —la ofensa al Rey en el Parlamento vasco, el asesinato del ingeniero de Lemóniz a manos de ETA, las consecuencias de la muerte del etarra Arregui— los habían soliviantado y ya no podía retenerlos por más tiempo, y que en suma iba a tomar el Congreso con Milans o sin Milans; la advertencia de Tejero a Ibáñez Inglés disipó las reservas que todavía albergaba el capitán general de Valencia: no podía parar al teniente coronel, el fracaso político de Armada le dejaba sin opciones, se había comprometido demasiado como para echarse atrás en el último momento. Milans dio en consecuencia el visto bueno a Tejero, y el mismo día 18 el teniente coronel organizó una cena con varios capitanes de confianza a los que desde hacía algún tiempo hablaba vagamente de un golpe de estado (le había mentido a Ibáñez Inglés: no es que no pudiera retener por más tiempo a los capitanes, sino que no podía retenerse por más tiempo a sí mismo); aquella noche concretó: les contó su proyecto, consiguió que se comprometieran a ayudarle a sacarlo adelante, discutió con ellos la posibilidad de asaltar el Congreso durante la votación de investidura de dos días después, aplazó la decisión de la fecha del asalto hasta el día siguiente. El día siguiente era jueves 19 de febrero. Por la mañana Tejero comprendió que preparar su golpe de mano le llevaría bastante más de veinticuatro horas y que por tanto no podría darlo el viernes, pero alguien —tal vez uno de sus capitanes, tal vez uno de los ayudantes de Milans-le hizo notar que la mayoría parlamentaria de que disponía Calvo Sotelo no alcanzaba para que éste resultara elegido en la primera votación, y que el presidente del Congreso debería convocar una segunda que en ningún caso podría celebrarse antes del lunes, lo que les concedía un mínimo de cuatro días para los preparativos; fuera cual fuera el día que eligiese el presidente del Congreso, aquél fue el día elegido: el día de la segunda votación de investidura.
De ese modo quedó emplazado el golpe, y en este punto mi narración se bifurca. Hasta ahora he referido los hechos tal como ocurrieron o tal como me parece que ocurrieron; dado que en lo que sigue intervienen miembros del CESID, con los datos que he expuesto hasta ahora acerca del servicio de inteligencia no puedo elegir entre dos versiones de los hechos que colisionan entre sí. Dejo la elección para más adelante y paso a exponer las dos.
La primera versión es la versión oficial; es decir: la versión de la justicia; también es la menos problemática. Desde el día 19 Tejero y Milans —uno en Madrid, el otro en Valencia trabajan en los preparativos del golpe, pero a partir del día 20, cuando el presidente del Congreso fija la fecha y la hora de la segunda votación de investidura y les entrega sin saberlo a los golpistas la fecha y la hora del golpe —el lunes 23, no antes de las seis de la tarde—, los trabajos se aceleran. Tejero ultima los pormenores de su plan, busca recursos con que llevarlo a cabo, habla por teléfono en diversas ocasiones con los ayudantes de Milans (el teniente coronel Mas Oliver y el coronel Ibáñez Inglés) y habla personalmente con varios oficiales de la guardia civil, sobre todo con su grupo de capitanes; son al menos cuatro: Muñecas Aguilar, Gómez Iglesias, Sánchez Valiente y Bobis González. Los dos primeros son buenos amigos de Tejero y los conocemos bien: Muñecas es el capitán que en la tarde del 23 de febrero se dirigió a los parlamentarios secuestrados desde la tribuna del Congreso para anunciarles la llegada de una autoridad militar; Gómez Iglesias es el capitán adscrito a la AOME —La unidad de operaciones especiales del CESID— que posiblemente había sido encargado por el comandante Cortina de la vigilancia de Tejero y que, según esta primera versión de los hechos, el 23 de febrero actuó a espaldas de su jefe, porque sin conocimiento de Cortina ayudó al teniente coronel a vencer las últimas reticencias de algunos oficiales que debían acompañarlo en la tarde del golpe y tal vez también le proporcionó hombres y material de la AOME con que escoltar la marcha de sus autobuses hacia el Congreso. En cuanto a Milans, durante esos cuatro días organiza con sus dos ayudantes la sublevación de Valencia, obtiene promesas de apoyo o neutralidad de otros capitanes generales, monta a toda prisa la rebelión en la Acorazada Brunete a través del comandante Pardo Zancada (a quien en la víspera del golpe hace acudir a Valencia para darle instrucciones al respecto) y habla por teléfono como mínimo en tres ocasiones con Armada. La última conversación tiene lugar el 22 de febrero: desde el despacho del hijo del coronel Ibáñez Inglés, Milans habla con Armada en presencia de Ibáñez Inglés, del teniente coronel Mas Oliver y del comandante Pardo Zancada, y lo hace repitiendo en voz alta las palabras de su interlocutor para que sus acompañantes las escuchen, como si no acabara de fiarse del todo de Armada o como si necesitase que sus subordinados se fiasen del todo de él; los dos generales repasan: Tejero tomará el Congreso, Milans tomará Valencia, la Brunete tomará Madrid y Armada tomará la Zarzuela; lo fundamental: todo se hace a las órdenes del Rey. Cuando Milans cuelga el teléfono son las cinco y media de la tarde. Poco más de veinticuatro horas después se desencadenó el golpe.
Ésa es la primera versión; la segunda no la contradice y sólo difiere de ella en un extremo: aparece el comandante Cortina. Se trata de una versión sospechosa porque es la versión de los golpistas o, más concretamente, la versión de Tejero: ateniéndose a la línea común de defensa empleada por los acusados durante el juicio del 23 de febrero, y basándose en una supuesta complicidad entre Cortina y Armada y el Rey, Tejero intenta exculparse inculpando a Cortina (y con Cortina a los servicios de inteligencia), inculpando a través de Cortina a Armada (y con Armada a la cúpula del ejército) e inculpando a través de Cortina y Armada al Rey (y con el Rey a la institución central del estado); todo esto no convierte automáticamente en falso, claro está, el testimonio de Tejero. De hecho, durante la vista oral del juicio el teniente coronel dio algunos detalles muy precisos que acreditaban su versión; el tribunal, sin embargo, no le creyó, porque erró en otros y porque Cortina tenía una coartada impecable para cada una de sus acusaciones, cosa que obligó a absolverle, aunque no ha impedido que se siga sospechando de él: Cortina es un experto en la fabricación de coartadas y, como escribió una periodista que cubrió las sesiones del juicio, no hace falta ser un lector de novelas policíacas para saber que un hombre inocente casi nunca tiene coartadas, porque ni siquiera imagina que algún día podrá necesitarlas. De ahí en parte la dificultad de elegir con los datos que he expuesto hasta ahora entre las dos versiones de los hechos. Doy a continuación la segunda:
En la tarde del día 18 o la mañana del día 19, cuando Milans y Tejero toman la decisión de lanzarse al golpe, el capitán Gómez Iglesias, que en efecto lleva meses vigilando al teniente coronel por orden de Cortina, le comunica la noticia a su jefe en la AOME. Cortina no informa a sus superiores, no delata a los golpistas; en vez de hacerlo, se pone en contacto con Armada, quien según le ha dicho Tejero a Gómez Iglesias es el líder del golpe o uno de los líderes del golpe o está involucrado en el golpe y actúa por orden del Rey. Armada tiene una larga relación con Cortina y, porque quiere usar al comandante o porque no tiene otra alternativa, le cuenta lo que sabe; por su parte, Cortina se pone a las órdenes de Armada. A continuación, de acuerdo con Armada, quizá por orden de Armada, Cortina pide a Gómez Iglesias que le concierte una entrevista con Tejero: busca conocer de primera mano los planes del teniente coronel, recordarle los objetivos del golpe y reforzar la cadena de mando de los conjurados. Tejero confía plenamente en Gómez Iglesias y piensa que le conviene disponer de hombres y material de la AOME para asaltar el Congreso, así que accede a la entrevista, y en la misma noche del día 19 los dos oficiales se reúnen en el domicilio de Cortina, un piso de la calle Biarritz, en la zona del parque de Las Avenidas, donde el comandante vive con sus padres. Cortina se presenta ante el teniente coronel como hombre de confianza o portavoz de Armada; le alecciona: subraya que la operación se realiza por orden del Rey con el propósito de salvar la monarquía, establece claramente que su jefe político es Armada aunque su jefe militar sea Milans, le repite el diseño general del golpe y la salida prevista para él (habla de un gobierno presidido por Armada, pero no de un gobierno de coalición o concentración o unidad), le hace preguntas técnicas sobre el modo en que piensa llevar a cabo su parte del plan, le asegura que puede contar con hombres y medios de la AOME e insiste en que el asalto debe ser incruento y discreto y en que su misión concluye en el momento en que una unidad del ejército lo releve y Armada se haga cargo del Congreso ocupado. Eso es todo: los dos hombres se despiden hacia las tres de la madrugada y hasta el 23 de febrero permanecen en contacto a través de Gómez Iglesias, pero al día siguiente de la entrevista Tejero llama a Valencia para cerciorarse de que Cortina es de verdad una pieza del golpe y, tras una conversación telefónica entre Milans y Armada, desde Valencia le dicen que confíe en Cortina y que siga sus instrucciones. Mientras tanto, en algún momento del mismo viernes, o tal vez en la mañana del sábado, Armada decide siguiendo el consejo de Cortina que él también debe reunirse con Tejero y, de nuevo a través de Gómez Iglesias, Cortina arregla para la noche del sábado día 21 una cita entre los dos hombres con el fin de que el general conozca al teniente coronel, le aclare personalmente la naturaleza de la operación y le dé las últimas órdenes. La entrevista se celebra, y en ella Armada vuelve a darle a Tejero las mismas instrucciones que éste recibió de Cortina dos días atrás: la operación debe ser discreta e incruenta, el teniente coronel debe entrar en el Congreso en nombre del Rey y de la democracia y debe salir de allí en cuanto llegue la autoridad militar que se hará cargo de todo (Armada no cree necesario aclarar que esa autoridad militar será él mismo, pero sí que se identificará con una contraseña: «Duque de Ahumada»); todo se hace a las órdenes del Rey para salvar la monarquía y la democracia mediante un gobierno que él presidirá, pero cuya composición no especifica. Según declararía Tejero en el juicio, la recurrencia de las palabras monarquía y democracia en el discurso del general lo escama (no lo escama en cambio que Armada vaya a presidir el gobierno: lo sabe desde hace tiempo y da por hecho que será un gobierno militar); Tejero, sin embargo, no pide explicaciones, ni mucho menos protesta: Armada es un general y él sólo un teniente coronel y, aunque en su fuero interno Milans sigue siendo el líder del golpe porque es el jefe a quien admira y a quien se siente de verdad vinculado, el capitán general de Valencia ha impuesto a Armada como líder político y Tejero lo acepta; además, no es monárquico pero se resigna a la monarquía, y está seguro de que en labios de Armada la palabra democracia es una palabra hueca, una mera pantalla con que ocultar la realidad descarnada del golpe. La entrevista se celebró en un piso secreto de la AOME o en un piso que ocasionalmente usaba el jefe de la AOME, un local situado en la calle Pintor Juan Gris al que Cortina condujo a Tejero después de citarse con él en el cercano hotel Cuzco; Armada y Tejero hablaron a solas, pero mientras lo hacían Cortina permaneció en el hall del piso, y cuando terminaron de hacerlo el comandante volvió a acompañar al teniente coronel hasta la entrada del hotel Cuzco, donde se despidieron. Cortina y Armada nunca han admitido que este episodio sucediera, y en el juicio Tejero no pudo probarlo: la coartada de Cortina era perfecta; en esta ocasión, la de Armada también lo era. Siempre según Tejero, la entrevista duró poco tiempo, no más de los treinta minutos transcurridos entre las ocho y media y las nueve de la noche. Menos de cuarenta y ocho horas después se desencadenó el golpe.
Ésas son las dos versiones de los antecedentes inmediatos del 23 de febrero. Imaginemos ahora que la segunda versión es la verdadera; imaginemos que Tejero no miente y que cuatro o cinco días antes del golpe Cortina supo por Gómez Iglesias que el golpe iba a ocurrir y que Armada era su cabecilla o uno de sus cabecillas, y que decidió unirse a la operación poniéndose a las órdenes del general. Si eso fue lo que hizo, quizá no sea inútil preguntarse por qué lo hizo.
Hay una teoría que ha gozado de cierta fortuna, según la cual Cortina intervino en el golpe al modo de un agente doble: no con el propósito de que el golpe saliera bien sino con el de que saliera mal, no con el propósito de destruir la democracia sino con el de protegerla. Los valedores de esta teoría sostienen que Cortina se enteró de que el golpe iba a ocurrir cuando ya era tarde para desactivarlo; sostienen que comprendió que se trataba de una operación improvisada y mal organizada y que decidió precipitarla para no dar tiempo a que los golpistas terminasen de ponerla a punto y para asegurar así su fracaso; sostienen que por eso empujó al golpe a Tejero en su entrevista del día 19, fijándole la fecha del asalto al Congreso. Bonito, pero falso. En primer lugar porque Tejero no necesitaba que nadie le empujase a dar un golpe que ya estaba decidido a dar, ni que nadie fijase una fecha que él mismo fijó o que fijaron los avatares del debate de investidura de Calvo Sotelo en el Congreso; y en segundo lugar porque, aunque se enterara de que el golpe iba a producirse con pocos días de antelación, Cortina pudo perfectamente desactivarlo: bastaba con que comunicase lo que sabía a sus superiores, quienes en sólo unas horas hubieran podido detener a los golpistas igual que habían hecho antes del 23 de febrero con los golpistas de la Operación Galaxia e igual que harían después del 23 de febrero con otros golpistas.
Mi teoría es más obvia, más prosaica y más entreverada. Para empezar recordaré que la relación entre Cortina y Armada era real: ambos se conocían desde 1975, en una época en que Cortina frecuentaba la Zarzuela; un hermano de Cortina, Antonio —más que un hermano un íntimo de Cortina—, era amigo de Armada y promotor de la candidatura de Armada a la presidencia de un gobierno de unidad; el propio Cortina aprobaba la idea de ese gobierno y quizá la candidatura de Armada. Dicho esto, mi teoría es que, si es verdad que estuvo en el golpe, Cortina estuvo en él para que triunfara y no para que fracasara: porque, como Armada y Milans, tenía la convicción de que el país estaba maduro para el golpe y porque pensó que merecía la pena correr el riesgo de usar las armas para imponer una solución política que no había podido imponerse sin las armas; también porque pensó que sumándose al golpe podría manejarlo o influir sobre él y orientarlo en la dirección más conveniente; también porque pensó que, escudado detrás de buenas coartadas, el riesgo personal que corría no era grande, y que si actuaba con inteligencia podría beneficiarse del golpe tanto si triunfaba como si fracasaba (si el golpe triunfaba habría sido uno de los artífices de su triunfo; si fracasaba sabría maniobrar para presentarse como uno de los artífices de su fracaso); también porque, aunque su relación con el Rey no era tan estrecha como vocearon los golpistas tras el golpe —lo más probable es que no fuera mucho más estrecha que la que el monarca mantenía con otros compañeros de promoción con los que se reunía en comidas o cenas de hermandad—, Cortina era un militar firmemente monárquico y pensó que, tanto si triunfaba como si fracasaba, el golpe blando de Armada podría operar como un descompresor, distendiendo una vida política y militar tirante al máximo en aquellos días, ventilando con su sacudón una atmósfera viciada y convirtiéndose en un profiláctico contra la amenaza cada vez más acuciante de un golpe duro, antimonárquico y lo bastante bien planificado para resultar imparable, y porque en definitiva pensó que, como él, la monarquía saldría ganando con el golpe tanto si triunfaba como si fracasaba, igual que si hubiese leído a Maquiavelo y recordase aquel consejo según el cual «un príncipe sabio debe, cuando tenga la oportunidad, fomentarse con astucia alguna oposición a fin de que una vez vencida brille él a mayor altura».