Amor bajo el espino blanco (37 page)

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Authors: Ai Mi

Tags: #Drama, Romántico

BOOK: Amor bajo el espino blanco
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Mayor Tercero asintió.

—Una vez te vi cocinar, descalza.

—Hay una gotera en el techo. En cuanto llueve, el suelo es un barrizal, y dura una semana. Solo se puede ir descalza. —Creyendo que aquello lo preocuparía, añadió—: Pero ahora hace más frío y me pongo las botas de goma. ¿No me has visto llevarlas?

Él puso una cara triste.

—Hace tiempo que no voy por allí.

Jingqiu se asustó al mirarlo.

—¿Qué… qué tienes? —Estaba muy angustiada, y temía que él pronunciara la terrible palabra.

—Nada, solo un resfriado.

Jingqiu espiró lentamente, pero no acabó de creerlo.

—¿Estás en el hospital por un resfriado?

—Te ingresan si es fuerte. —Se rio en voz baja—. Soy un silbato de cristal, ¿te acuerdas? Siempre estoy resfriado. ¿Vuelves a casa o vas a la granja? ¿Cuánto rato puedes quedarte?

—Voy a casa, y tengo que irme enseguida. Me espera un colega, y tenemos que recoger dinero para poder comprar arroz. —Jingqiu vio la expresión de decepción en su cara y le prometió regresar—. Volveré pasado mañana. Tengo dos días de fiesta, así que puedo irme de casa un día antes.

Los ojos de Mayor Tercero se llenaron de felicidad. Pero enseguida comenzó a inquietarse.

—¿No te preocupa que tu madre se entere?

—No se enterará. —Tampoco estaba tan segura, pero ahora no iba a pensar en ello—. Aún estarás aquí un par de días, ¿verdad?

—Te esperaré. —Entró corriendo en la sala, cogió una bolsa de papel y se la puso en la mano—. Has llegado en el momento oportuno. Lo compré ayer, a ver si te gusta.

Jingqiu abrió la bolsa y echó un vistazo. Dentro había un retal de pana color rojo espino con unas pequeñas flores negras bordadas.

—Es mi color y mi tela preferidos, como si me hubieras leído la mente.

—Sabía que te gustaría —dijo él orgulloso—. Cuando lo vi ayer no pude evitar comprarlo, pero ni me imaginé que te presentarías hoy. Hazte algo con esta tela y me lo dejas ver la próxima vez que vengas.

Mayor Tercero la acompañó a la entrada principal y vio a Pequeño Zhou y su tractor a lo lejos.

—Tu colega te espera. Me quedaré aquí para que no me vea. ¿Cómo se llama?

—Tiene el mismo nombre que tú, pero su apellido es Zhou.

—Ojalá su destino no sea el mismo que el mío.

—¿Qué… qué quieres decir con eso? —tartamudeó Jingqiu.

—Nada. Solo estoy celoso. Espero que no vaya detrás de ti.

Mientras regresaban a Yichang, las palabras de Mayor Tercero resonaban en su cabeza. «Ojalá su destino no sea el mismo que el mío». Podría habérselo explicado, pero Jingqiu no creía que fueran celos, sino algo totalmente distinto.

Fang había dicho que su hermano había contraído una enfermedad terminal, y era cierto que Mayor Tercero no tenía muy buen aspecto. Estaba pálido, pero quizá se debía a que iba vestido de negro. Pero había dicho que solo tenía un resfriado y, de haber padecido la enfermedad terminal, ¿se le habría visto tan sereno e imperturbable, como si no pasara nada? Además, si estaba tan enfermo, ¿se lo dirían los médicos?

Fang debía de haberse equivocado, o a lo mejor lo había hecho a propósito para que fuera a visitar a Mayor Tercero. Fang creía que ya no quería saber nada de él, así que a lo mejor se había inventado la historia para que fuera a visitarlo al hospital. Pero ¿qué había querido decir él con aquellas palabras?

En cuanto llegaron a Yichang, Pequeño Zhou detuvo el tractor delante de un restaurante.

—Primero vamos a comer. Es mejor esperar a que todo el mundo haya vuelto del trabajo antes de empezar a recoger el dinero. —Jingqiu asintió y se quedó con la mirada perdida mientras Pequeño Zhou traía la comida.

Cuando hubieron acabado de comer, Pequeño Zhou la llevó hasta la isla de Jiangxin, donde fueron a todas las casas de los estudiantes a buscar el dinero. Le pidió a Jingqiu que le diera un papel con las direcciones y se puso al mando. Jingqiu flotaba como en un sueño y acompañó a Pequeño Zhou como aturdida, primero aquí y luego allá. Cuando él le pedía que hiciera los cálculos, Jingqiu lo obedecía, y también cuando le decía que fuera a buscar cambio. Pequeño Zhou habló con los padres mientras ella permanecía muda a su lado. Al final, Pequeño Zhou cogió el papel y la bolsa de dinero y lo organizó todo él solo.

Trabajaron hasta pasadas las nueve, cuando ya habían recogido casi todo el dinero. A continuación Pequeño Zhou la llevó a su casa.

—Mañana por la mañana vendré a buscarte y podemos ir a comprar el arroz. No pienses demasiado en ello, en un hospital del condado tratan la leucemia, la neumonía, todo, ¿entendido?

Aquello la sorprendió. ¿Cómo sabe Pequeño Zhou que estoy preocupada por Mayor Tercero? Se dijo que no debía poner cara triste, por si su madre lo adivinaba.

Su madre se quedó sorprendida, pero feliz de que regresara, y enseguida fue a prepararle algo de comer, pero Jingqiu dijo que no tenía hambre, que ya había comido. Sacó la tela que Mayor Tercero le había regalado y primero la lavó con agua fría y luego con agua caliente para que encogiera. A continuación la escurrió y la tendió en un lugar en el que la brisa la secara rápidamente, para poder coserla lo antes posible.

A primera hora de la mañana siguiente, Pequeño Zhou fue a recogerla temprano. Su madre estaba inquieta mientras contemplaba a Jingqiu subirse al tractor, quizá tentada de hacerlo también ella para poder vigilarlos. Jingqiu hizo un gran esfuerzo para mostrarse animada con Pequeño Zhou porque no le daba miedo que su madre creyera que había algo entre ellos. De hecho, cuanto más sospechara, mejor. Si su madre creía que estaba tonteando con Pequeño Zhou, no sospecharía nada al día siguiente, cuando fuera a visitar a Mayor Tercero.

Cuando hubieron comprado el arroz, Pequeño Zhou la llevó de vuelta a casa y le confió el recibo para que no se perdiera. A continuación, fue a entregar el arroz a la granja. Ahora que había pasado el peligro, la madre de Jingqiu se relajó y se puso a advertir a su hija de que bajo ninguna circunstancia debía relacionarse con ese tal Pequeño Zhou.

Por la tarde, Jingqiu fue a la escuela a informar de sus progresos en la granja. También a casa del señor Jian y la señorita Zhao para recoger sus suministros privados de encurtidos. Cuando hubo finalizado sus tareas, se dirigió a casa de la señora Jiang para pedirle prestada la máquina de coser. Por la noche, se pasó un momento por casa para cenar y enseguida regresó a casa de la señora Jiang para seguir cosiendo.

Pero al terminar no volvió a su casa, pues aún le quedaba algo que deseaba hacer, aunque no se atrevía. Después de mucho pensarlo se dijo que le preguntaría al doctor Cheng por la leucemia. Se acercó a hurtadillas a su habitación y vio la puerta abierta. Divisó a la señora Jiang sentada leyendo y al doctor Cheng jugando con su hijo en la cama.

—Jingqiu, ¿ya has terminado de coser? —le preguntó la señora Jiang al verla.

Jingqiu asintió sin expresión y a continuación reunió valor para preguntar:

—Doctor Cheng, ¿ha oído hablar de la leucemia?

El doctor Cheng le pasó el niño a la señora Jiang y se desplazó a un lado de la cama para hablar con ella.

—¿Quién padece leucemia?

—Un buen amigo mío.

—¿Dónde se lo han diagnosticado?

—En el hospital de Yiling.

—Ese hospital es muy pequeño, y a lo mejor no han hecho un diagnóstico correcto. —El doctor Cheng le pidió que se sentara y la tranquilizó—: No te preocupes, veamos qué tiene en realidad.

Jingqiu no se lo pudo explicar, pues todo lo que sabía era lo que le había dicho Fang.

—No estoy segura de qué tiene, lo único que quiero saber es si una persona joven puede padecer ese tipo de enfermedad.

—Casi todas las personas que la contraen son jóvenes, generalmente adolescentes o gente de veintipocos, y a lo mejor más hombres que mujeres.

—Si… tienes la enfermedad… ¿significa eso que… te mueres?

—La tasa de mortalidad es… bastante alta —dijo el doctor Cheng, eligiendo las palabras con cuidado—. Pero ¿no me has dicho que lo examinaron en el hospital del condado? El hospital del condado está muy mal equipado, y los exámenes son muy limitados. Tu amigo debería dirigirse a un hospital provincial o municipal lo antes posible. No te angusties por un diagnóstico que no es definitivo.

—¿No ocurrió eso en nuestra escuela? —intervino la señora Jiang—. El hospital dijo que un chico padecía cáncer y le dieron un susto de muerte, y al final no era eso. Cuando se dan este tipo de situaciones, no hay tres hospitales que ofrezcan el mismo diagnóstico. No hay manera de confiar en ellos.

Jingqiu se quedó sentada en silencio mientras la señora Jiang y el señor Cheng le seguían dando ejemplos de diagnósticos erróneos, pero a Jingqiu le parecía que aquello no tenía nada que ver con su situación.

—Y si realmente la padece, ¿cuánto le queda?

El doctor Cheng se mordió los labios nervioso, como si temiera que la respuesta fuera a salir volando por la comisura de la boca. Ella volvió a preguntarlo y él contestó:

—¿No me has dicho que solo ha estado en el hospital del condado?

Jingqiu estaba tan angustiada que tuvo que contener las lágrimas.

—Lo que pregunto es si… si…

—Eso depende… No te lo puedo decir con exactitud. A lo mejor seis meses. A lo mejor un poco más.

Jingqiu volvía a casa y comenzó a recoger sus cosas hasta que se dio cuenta de que ya era de noche y que hasta el día siguiente no había autobuses para el condado de Yichang. Se quedó en la cama e hizo lo que se le daba mejor: prepararse para lo peor. Como no sabía si a Mayor Tercero lo habían diagnosticado en un hospital del condado, en sus pensamientos alternaban brotes de optimismo con abismos de desesperación. Esos desmedidos altibajos eran lo más doloroso de todo.

Ahora bien, si no lo habían diagnosticado en el hospital del condado, ¿qué significaba? Que en realidad tenía leucemia. Y, si era así, le quedaba poco de vida. ¿Pero cuánto era ese poco? Cuando ella tenía catorce años, a su madre la operaron para extirparle un tumor del útero, y Jingqiu la cuidó. En la misma sala había una mujer con cáncer de ovarios en la última fase, a la que todo el mundo llamaba abuela Cao. Estaba delgada como un fantasma y se pasaba casi toda la noche gimiendo de dolor, con lo que en la sala nadie podía dormir.

Un día, la familia de la abuela Cao vino para llevársela a casa, y esta se fue radiante de alegría. Jingqiu la había envidiado, pensando que la abuela Cao era la primera de la sala que se curaba y le permitían volver a su casa. Solo después se enteró por otra paciente de que a la abuela Cao la habían «mandado a casa a morir».

Mayor Tercero seguía en el hospital, de lo que se deducía que lo «mantenían vivo». Si le hicieran abandonar el hospital, Jingqiu le pediría a su madre que viniera a estar con ellos. Después de todo, su madre apreciaba a Mayor Tercero, y lo único que le preocupaba era lo que dijeran los demás, o que la familia de él no aprobara la boda. Pero, si la gente se enteraba de que a Mayor Tercero solo le quedaban tres meses de vida, entonces no tendrían nada que decir, y poco importaría que su familia aprobara la relación o no, pues nada podía ocurrir entre ellos, por lo que su madre tampoco se preocuparía.

Jingqiu quería estar con él, darle de comer lo que le apeteciera, que se vistiera como se le antojara, llevarlo donde quisiera ir. El dinero que le había entregado la última vez ascendía a cien yuanes, el equivalente al salario de un año. Todavía no se había gastado nada, por lo que sería suficiente para satisfacer todos los deseos de Mayor Tercero.

Esperaría a que se muriera, y luego lo seguiría. Sabía que su muerte destrozaría a su madre, pero si seguía viviendo solo conseguiría sufrir más, y eso sería peor incluso para su madre. Seguiría tres meses aquí con Mayor Tercero y lo acompañaría al otro mundo, donde estarían juntos para siempre. Tanto daba dónde estuvieran, siempre y cuando siguieran juntos.

Ese era el peor de los casos, que a Mayor Tercero solo le quedaran tres meses de vida. Si eran seis, entonces ganarían tres meses en este mundo. Y, si el hospital había cometido un error, toda una vida. Pensar todo aquello tranquilizó a Jingqiu, igual que un general antes de la batalla planea todos los ataques y retiradas. No había nada que temer.

Al día siguiente se levantó incluso más temprano de lo habitual y le dijo a su madre que tenía que regresar a la granja. Su madre se quedó sorprendida, pero Jingqiu se mantuvo en sus trece y dijo que así estaban organizadas las cosas, que solo la habían mandado a recoger el dinero y tenía que volver al día siguiente.

—Si no me crees, pregúntale al señor Zheng.

—¿Cómo no voy a creerte? —dijo su madre—. Es que… pensaba que te quedarías otro día.

Jingqiu se fue a la estación de autobuses y compró un billete. A continuación se dirigió al retrete y se puso su vestido nuevo. Suponía que Mayor Tercero la estaría esperando en la estación de autobuses, pues le había dicho cuándo regresaba, así que era mejor cambiarse ahora. De esta manera, cuando él la viera, Jingqiu llevaría el vestido que se había hecho con la tela que él le había regalado. Jingqiu quería hacer todo lo que estuviera en su mano para complacerlo y le permitiría verla con la ropa que a él le gustara o sin ella.

Capítulo 32

Mayor Tercero la esperaba en la estación, tal como ya había supuesto, ataviado con su ropa de lana negra y una guerrera del ejército echada sobre los hombros. De no haber sabido que estaba enfermo, jamás habría podido imaginar que «esperaba a la muerte». Jingqiu estaba decidida a no sacar el tema, a no pronunciar esas palabras. Fingiría no saber nada para no romperle el corazón.

Mayor Tercero corrió hacia ella, le cogió la bolsa y dijo:

—¡Ya te has hecho el vestido! Qué bien que trabajes tan deprisa.

Jingqiu no quería que le llevara la bolsa por si se fatigaba, pero comprendió que si se negaba lo estaría tratando como a un enfermo. Caminaron uno al lado del otro, cerca. Al pasar por una tienda él señaló a Jingqiu reflejada en el escaparate.

—Bonito, ¿verdad? —dijo.

Pero ella se fijó en la pareja que formaban. Él se inclinaba hacia ella, y tenía un aspecto juvenil y saludable, exhibiendo en todo momento una amplia sonrisa. La gente decía que si veías una calavera flotando sobre el reflejo de alguien en un escaparate significaba que estaba a punto de morir. Jingqiu observó atentamente, pero no percibió ninguna calavera sobre la cabeza de Mayor Tercero. Se volvió hacia él y lo vio lleno de vida. Quizá en el hospital del condado se habían equivocado. «No es más que un pequeño hospital, ¿cómo van a distinguir la leucemia de la neumonía?».

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