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Authors: Ai Mi

Tags: #Drama, Romántico

Amor bajo el espino blanco (20 page)

BOOK: Amor bajo el espino blanco
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—¿Tienes hambre? Todavía no he cenado.

—Puedes ir a comer al restaurante que hay allí. Yo te esperaré.

Pero él no se movió. Como no quería que pasara hambre, Jingqiu volvió a repetirle que fuera a comer.

—Vamos juntos —sugirió Mayor Tercero—. Has dicho que por aquí no hay nadie que te conozca, así que me puedes hacer compañía. Si no vienes, yo tampoco voy.

Jingqiu no tuvo más remedio que acompañarlo. Encontraron un puesto de fideos bastante apartado, uno de esos sitios donde solo sirven fideos y ningún plato de arroz. Mayor Tercero le preguntó qué le gustaría comer, pero ella insistió en que no tenía hambre.

—No insistas o me iré.

Mayor Tercero se quedó estupefacto ante esa respuesta y no volvió a preguntar. Le dijo que se sentara y que él se pondría en la cola.

Jingqiu ya ni se acordaba de la última vez que había comido en un restaurante. Debía de ser cuando era niña, con sus padres. Generalmente iban a desayunar: bollos al vapor, pan frito, leche de soja caliente y sabrosas tortitas, cosas así. Debían de haber pasado siete u ocho años. Cuando ya no salían a desayunar, freían algunas sobras o compraban pan cocinado al vapor en el comedor de la escuela. Luego, como su ración de cereal era insuficiente, tuvieron que empezar a comprar bollos hechos con harina vieja, es decir, los grises, que se amasaban con las sobras del molino. No necesitabas un vale de racionamiento para esa clase de harina, por eso era lo que comía normalmente la familia de Jingqiu.

Mayor Tercero compró muchas cosas y tuvo que hacer varios viajes para transportarlo todo. Le pasó unos palillos.

—No digas nada. Come, o de lo contrario yo tampoco comeré.

Repitió sus instrucciones unas cuantas veces, pero ella no cogía los palillos. Él tampoco los cogió, hasta que ella se vio obligada a comer. Lo que había comprado Mayor Tercero era lo que más le gustaba a Jingqiu cuando era niña. Era como si hubiera leído sus pensamientos más íntimos. Había comprado una tortita grande y aceitosa, crujiente y tostada por fuera, llena de arroz pegajoso y cubierta de cebollitas; el aroma le impregnaba la nariz. También había comprado unos cuantos bollos al vapor rellenos de carne; eran de un blanco lechoso y de ellos emanaban columnas de vapor; eran realmente deliciosos. También compró dos cuencos de sopa de fideos, en los que flotaban cebollitas y unos celestiales charcos de aceite de sésamo. El olor era delicioso. Jingqiu mordisqueaba la comida, pero estaba demasiado nerviosa como para ponerse a comer a dos carrillos.

Cada vez que Mayor Tercero traía otro plato, Jingqiu se sentía incómoda, egoísta por atiborrarse en un restaurante a espaldas de su familia. «Si alguna vez tengo mucho dinero llevaré a toda mi familia a comer a un restaurante. No escatimaré ningún gasto y les dejaré comer lo que quieran». No era solo que su familia anduviera corta de dinero, es que tampoco les sobraba el arroz. Su madre le había pedido a alguien que les diera vales especiales para las sobras de arroz roto, de modo que pudiera completar su dieta; cada grano era tan pequeño como uno de harina. La fábrica solía vendérsela a los granjeros para que alimentaran a los cerdos, pero en aquella época la gente comía cualquier cosa y de todo. Con un vale de arroz de medio kilo podías comprar un kilo entero de arroz roto, que era lo que acababan comprando las familias que iban cortas de provisiones.

El arroz roto era asqueroso. Te resbalaba por la boca mientras lo masticabas, y lo peor de todo era que estaba sucio y mezclado con piedrecitas y cáscara, y tardabas una hora o más en lavarlo. Para ello había que utilizar una palangana grande y un cuenco pequeño, y tenías que verter una cucharada de arroz y a continuación añadir un poco de agua. Luego lo sacudías lentamente hasta eliminar las cáscaras que flotaban en la superficie, y entonces vertías el arroz en otro cuenco, y añadías otro cuenco de agua antes de volver a agitarlo.

Siempre era Jingqiu quien lavaba el arroz. Su madre estaba demasiado ocupada y su hermana era demasiado pequeña para hacerlo bien. Si te tragabas alguna piedrecita o alguna cáscara, sufrías una apendicitis instantánea. Y, además, en pleno invierno las manos de su hermana no soportaban permanecer sumergidas en el agua gélida durante la hora necesaria para hacer bien aquel trabajo. Jingqiu echaba muchísimo de menos su época en Aldea Occidental. Allí no necesitaban vales para el arroz ni tampoco había que preocuparse por la cantidad de verduras que tenían que comer; siempre había algo que llevar a la mesa.

Cuando hubieron terminado de comer, Mayor Tercero vaciló un momento antes de decir con cierta reserva:

—Quiero decirte una cosa, pero no te enfades, ¿entendido? —Esperó a que ella asintiera y a continuación metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y sacó algunos vales de racionamiento de arroz—. Me sobran estos vales, y yo no puedo utilizarlos. No te enfades y cógelos, ¿entendido?

—Si no puedes usarlos, mándaselos a tu familia.

—Estos vales se han distribuido en Hubei, y yo soy de Anhui, es absurdo enviárselos. Cógelos. Si no puedes utilizarlos, dáselos a alguien.

—¿Cómo tienes tantos?

—Mi unidad compra el arroz directamente en Aldea Occidental, no necesitamos vales de racionamiento.

Satisfecha con su explicación, Jingqiu los aceptó.

—Entonces, gracias.

A Mayor Tercero se le iluminó la cara, y cualquiera habría dicho que era él quien había recibido los vales.

Caminaron en fila india hasta el pabellón. «Lo he vuelto a hacer —se dijo Jingqiu—. He aceptado su regalo y su comida. ¿Cómo es que siempre hago lo mismo?».

Volvieron a sentarse. Y ya no sentían tanto frío como antes de comer.

—¿Te acuerdas del año pasado, tal día como hoy? —preguntó Mayor Tercero.

A Jingqiu le dio un vuelco el corazón. Así que por eso había venido. Pero no le contestó, sino que preguntó con frialdad:

—Has dicho que tenías algo que decirme. ¿Qué es? El ferry cerrará pronto.

—Funciona hasta las diez, y solo son las ocho. —Él se la quedó mirando y añadió en voz baja—: ¿Alguien te ha comentado que tengo novia?

—Prometida —lo corrigió.

Mayor Tercero sonrió.

—Muy bien, prometida. Pero todo eso pertenece al pasado, hace mucho que… no estamos juntos.

—Tonterías. Le dijiste a Yumin que tenías novia y le enseñaste una foto.

—Tan solo se lo dije porque quería emparejarme con Fen. Esa familia ha sido muy buena conmigo, ¿cómo iba a decir que no? Pero nos separamos hace dos años, y ahora ella está casada. Si no me crees, te enseñaré la carta que me envió.

—¿Por qué iba yo a querer leer tu carta? Y, de todos modos, podrías haberla falsificado fácilmente. —Sin embargo, extendió la mano para que pudiera entregarle la carta.

Él sacó la carta y ella corrió hasta la farola más cercana para leerla. Había poca luz, pero distinguía las palabras. Acusaba a Mayor Tercero de haberla evitado a propósito y haber permanecido lejos de casa. La chica llevaba demasiado tiempo esperando y tenía el corazón roto, y no podía esperar más, etc., etc. Estaba bien escrita, mucho mejor que las anteriores cartas de ruptura que había leído. No utilizaba la poesía ni las máximas de Mao, y era evidente que se trataba de una persona instruida y familiarizada con la cultura anterior a la Revolución Cultural.

Jingqiu miró la firma: Zoya.

—¿Zoya no es el nombre de una heroína soviética?

—Cuando ella nació era un nombre bastante popular —le explicó Mayor Tercero—. Es un poco mayor que yo y nació en la Unión Soviética.

¡Había nacido en la Unión Soviética! La admiración había dejado a Jingqiu sin habla, y al instante imaginó que era la chica de la canción, la que iba a pedirle consejo al espino acerca del hombre que debía elegir. Sintiéndose inferior, preguntó:

—¿Es guapa? Fang y Yumin decían que era guapa.

Mayor Tercero sonrió.

—La belleza, bueno, depende de quién la mire. En mi opinión, no es tan guapa como tú.

Jingqiu sintió que se le ponía la carne de gallina. ¿De verdad había dicho eso? Había estropeado la imagen que ella se había formado de él, pues ¿qué persona decente le diría a otra a la cara que era guapa? ¿No era eso una prueba de liberalismo? Decir una cosa a la cara y otra distinta a la espalda, decir una cosa en una reunión y otra distinta fuera de la reunión, ¿no era lo que el presidente Mao había calificado de tendencias liberales?

Jingqiu sabía que ella no era guapa, así que él estaba mintiendo. «Me está camelando. Pero ¿por qué?». Con tanto ir de un lado a otro habían vuelto al problema de si él estaba «consiguiendo» o no a su presa. Jingqiu miró a derecha e izquierda, y confirmó que no había nadie en un radio de cien metros. Ella le había llevado a ese lugar para que nadie les viera y estar tranquila, y ahora se daba cuenta de que a lo mejor se había metido en una trampa. Debía estar más vigilante. Aceptaría sus regalos pero no se mostraría débil, y el solo hecho de que él la hubiera invitado a comer no significaba que ella tuviera que aceptar todo lo que él decía.

Ella le devolvió la carta.

—El hecho de que me hayas enseñado esta carta significa que no sabes mantener un secreto. ¿Quién sería lo bastante estúpido como para escribirte?

Él sonrió amargamente.

—No tenía elección. Normalmente, sé guardar un secreto, pero si no te la hubiera enseñado no me habrías creído. Dime, ¿qué debería haber hecho, según tú?

Eso la hizo sentirse bien, Mayor Tercero reconocía el poder de ella sobre él.

—Como ya te he dicho, si eres capaz de jugar con ella, entonces eres capaz de hacer lo mismo con cualquier otra.

—¿Por qué sacas esta conclusión? —preguntó él, preocupado—. El presidente Mao dice que está prohibido moler a palos a los demás. Eso era algo propio de nuestros padres, no de mí.

—Este es el mundo moderno, hoy en día los matrimonios ya no son concertados.

—No estoy diciendo que fuera un matrimonio concertado. Después de todo, no me casé. Nuestros padres simplemente lo alentaban. Puede que no me creas, pero muchas familias de cuadros actúan de este modo. No lo dicen directamente, pero permiten que sus hijos conozcan sus intenciones fomentando con quién se han de relacionar, con lo que, cuando llega el momento, casi todos los matrimonios están al menos parcialmente concertados por los padres.

—¿Y a ti te gusta esta manera de hacer las cosas?

—Claro que no.

—¿Por qué estuviste de acuerdo, entonces?

Un largo silencio precedió a la respuesta.

—En aquella época la situación era un tanto peculiar, y aquello iba a influir en el futuro político de mis padres… en todo su futuro. Es una larga historia, pero quiero que me creas, todo eso ocurrió hace mucho tiempo. Ella y yo… bueno, es lo que podrías denominar una alianza política. Por eso siempre he permanecido en mi unidad, y casi nunca he ido a casa.

—No tienes corazón —dijo Jingqiu negando con la cabeza—. Deberías haber roto con ella como un ser humano decente o, si no, haberte casado. ¿Cómo pudiste jugar así con ella?

—Yo quería romper, pero ella no me lo permitía, y tampoco nuestras familias. —Bajó la cabeza y tartamudeó—: Pero ahora todo ha terminado. Di lo que quieras, pero debes creerme, hablo en serio. Nunca te traicionaré.

«Eso no era lo que habrían dicho los personajes de los libros que me ha prestado», se dijo Jingqiu, decepcionada. Habla más bien como Lin. ¿Por qué no habla como los jóvenes de esos libros? Los libros pueden ser ponzoñosos, pero se supone que el amor es así.

—¿Era eso lo que querías decirme? —preguntó Jingqiu—. Muy bien, ¿ya puedo volver a casa?

Él levantó la cabeza y se la quedó mirando, impresionado por su frialdad. Tardó unos cuantos segundos en contestar.

—¿Sigues sin creerme?

—Creer ¿el qué? Todo lo que sé es que la gente que rompe sus promesas no es digna de confianza.

Él exhaló un hondo suspiro.

—Ojalá pudiera mostrarte lo que hay en mi corazón.

—Nadie cree ya en eso. El presidente Mao dice que no se puede moler a palos a alguien con un palillo, así que no lo haré. Pero el presidente Mao también dijo: «Puedes ver el presente de cualquiera en su pasado y puedes ver su futuro en su presente».

Aquellas palabras parecieron dejarlo sin voz. Jingqiu se lo quedó mirando con cierto orgullo.

Él le devolvió la mirada sin decir nada. Al final replicó en un susurro:

—Jingqiu, Jingqiu, a lo mejor nunca has estado enamorada, así que no tienes por qué creer que el amor dura para siempre. Espera a enamorarte. Cuando encuentres a esa persona comprenderás que preferirías morir a traicionarla.

Jingqiu tembló al oírle susurrar su nombre con tanto ardor, y todo su cuerpo comenzó a estremecerse. El tono de su voz y su expresión facial la trastornaban, y era como si lo hubiera condenado injustamente y esperara a que Dios le salvara la vida. «¿Por qué le creo? ¿Por qué creo que no está mintiendo?». Incapaz de contestar, tembló aún más violentamente y, a pesar de unas cuantas aspiraciones profundas, era incapaz de parar.

Él se quitó la chaqueta militar y se la echó por los hombros.

—Debes de tener frío. Volvamos. No quiero que pilles un resfriado.

Ella se negaba a marcharse y se tapaba con su guerrera, hasta que finalmente tartamudeó:

—Tú también debes de tener frío. ¿Por qué no te pones la chaqueta?

—No tengo frío. —Él llevaba puesto su chaleco de lana y la observaba temblar a pesar de que Jingqiu se abrigaba con su chaqueta acolchada de algodón y su guerrera.

Ella seguía temblando y dijo en voz baja:

—Si tienes frío, ¿por qué no vienes aquí a taparte con la guerrera?

Él vaciló, como si pensara que Jingqiu lo estaba poniendo a prueba. La miró fijamente antes de colocarse a su lado y levantar un lado de la guerrera. Le cubría la mitad del cuerpo. Compartían la guerrera como si fuera un impermeable, pero era como si ninguno de los dos llevara nada sobre los hombros, tan ineficaz resultaba a la hora de protegerlos del frío.

—¿Todavía tienes frío? —preguntó Mayor Tercero.

—Bueno, la verdad es que no tengo frío. ¿Por qué no… por qué no te pones la guerrera? Yo no la necesito.

Él le cogió la mano indeciso, pero Jingqiu no reaccionó. Mayor Tercero apretó un poco más y siguió apretando, como si con eso quisiera aliviarle los temblores. Tras estrecharle un rato la mano se dio cuenta de que ya no temblaba.

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