Le contó la buena noticia a Jingqiu. Tras años de preocupación, podía quitarse un enorme peso de encima.
—Solicitaré la jubilación y tú me sustituirás, así no te mandarán al campo. Solucionar este problema será un gran alivio para mí.
—Deberíamos dejar que fuera Xin quien te sustituyera. Lleva muchos años fuera y ha sufrido mucho. Y la familia de Yamin solo se opone al matrimonio porque está en el campo. Si pudiera volver, todo iría bien.
Jingqiu se lo contó a Yamin y esta se puso eufórica.
—Por fin podremos estar juntos y mi familia no logrará impedirlo.
Yamin se fue a escribir una carta a Xin para contarle la noticia. Pero él no estuvo de acuerdo con el plan. Llevaba tanto tiempo fuera que solo era cuestión de tiempo que le hicieran volver a la ciudad. Dijo que lo único que conseguiría sería quitarle esa oportunidad a su hermana, y que era Jingqiu quien debía sustituir a su madre para que no la mandaran a ella al campo.
La madre de Jingqiu también estaba decidida a que no mandaran a su hija al campo. A menudo tenía pesadillas en las que Jingqiu sufría un terrible accidente, y cuando iba a reunirse con ella la encontraba sobre un montón de paja de arroz, el pelo enmarañado y apelmazado y los ojos vidriosos.
—No te dejaré marchar —decía su madre—. Todavía eres joven y no sabes la cantidad de peligros a los que se enfrentan en el campo las chicas jóvenes. Desde la antigüedad las chicas guapas han sufrido destinos terribles. En esta escuela ya tienes a muchos chicos que están locos por ti, que te causan problemas. ¿Crees que allí será diferente?
A pesar de los sentimientos de su madre, Jingqiu la convenció de que fuera a la escuela a sugerir que fuera Xin quien la sustituyera. Sin embargo, le contestaron que como no había cursado los años de bachillerato no reunía los requisitos como candidato. Jingqiu, por otra parte, sí los había cursado; no solo era una estudiante de último año de secundaria, sino que también era inteligente, íntegra y físicamente fuerte. Sería una buena profesora, y la aceptarían como sustituta de su madre.
Como no había más opciones, Jingqiu estuvo de acuerdo. No podía desperdiciar una oportunidad como esa. Pero estaba preocupada por su pobre hermano y prometió con todo su corazón encontrar una manera de hacerlo regresar.
Se sentía extremadamente agradecida a Mayor Tercero por haberle hablado de esa política, y en el momento preciso, pues su madre no se habría podido enterar de ninguna manera. Quería hacérselo saber, pero no tenía muy claro cuál era la mejor manera. No tenía teléfono ni podía escribirle una carta, y mucho menos ir en persona a Aldea Occidental. Tenía que esperar a que él pudiera ir a verla. No obstante, él se estaba tomando la promesa de no visitarla con la misma seriedad que si se la hubiera hecho al Partido.
Jingqiu se moría de añoranza, tal como él había escrito en sus cartas. Lo único que quería era verlo. Todo lo que tuviera la menor relación con Mayor Tercero la hacía sentirse próxima a él. El corazón le palpitaba con fuerza cada vez que alguien pronunciaba las palabras «tercero», «unidad geológica» o «distrito del ejército», como si se refirieran a él en secreto. Jingqiu nunca se había atrevido a llamarlo por su verdadero nombre, ni siquiera en su fuero interno, pero ahora, cada vez que veía a alguien cuyo apellido era «Sun» o cuyo nombre de pila era «Jianxin», se le derretía el corazón.
Casi a diario acudía a casa del doctor Cheng para practicar el acordeón con su esposa, la señora Jiang, para hacerle fiestas a su bebé o pedirle prestada la máquina de coser. Cuando el doctor Cheng estaba fuera, se inquietaba, y solo cuando volvía a casa y oía el sonido de su voz sentía que su tarea diaria había terminado y podía regresar a casa satisfecha. No necesitaba hablar con él ni verle la cara; solo con oír su voz ya se quedaba tranquila. El doctor Cheng hablaba mandarín, al igual que Mayor Tercero. Pocas personas en Yichang hablaban mandarín, por lo que rara vez lo oía. Así, si el doctor Cheng hablaba en la habitación de al lado, ella dejaba lo que estuviera haciendo y lo escuchaba en silencio. A menudo se imaginaba que era Mayor Tercero, que ella estaba sentada en la casa de este, que era una más de la familia. Su relación exacta con él no quedaba muy clara. Tanto daba. Solo con que pudiera oír su voz todos los días, lo demás no importaba.
Afortunadamente, disponía de muchas oportunidades para ir a casa del doctor Cheng, pues su esposa a menudo la invitaba a que se pasara para hacer punto. Al principio quiso que Jingqiu le tejiera a su hijo un jersey de lana. Cuando lo terminó, la señora Jiang le dio dinero a Jingqiu, pues el patrón había sido complicado y le había llevado mucho tiempo, pero Jingqiu lo rechazó.
—No acepto dinero por ayudar a alguien a hacer punto.
A la señora Jiang se le ocurrió otra manera de compensar a Jingqiu. La señora Jiang solo muy de vez en cuando utilizaba su máquina de coser para hacer calcetines o cosas así, mientras que Jingqiu tenía que coser a mano. Le permitiría a Jingqiu utilizar su máquina.
—La tengo ahí sin usar y acumulando polvo. No tengo tiempo para coser. ¿Por qué no vienes y la usas tú? De lo contrario se oxidará.
La oferta de la señora Jiang fue un regalo del cielo. Incapaz de resistirse, Jingqiu pronto hizo girar la rueda de la máquina. La señora Jiang compraba género para que Jingqiu pudiera ayudarla, y la madre del doctor Cheng tejía jerséis para sus dos hijos. Jingqiu cortaba el patrón y cosía las partes, que encajaban a la perfección.
En aquella época Jingqiu solo se sentía cómoda haciendo jerséis para mujeres y niños. Las ropas de hombre eran difíciles, y los bolsillos y el talle de los pantalones eran algo casi imposible. La señora Jiang compraba género y le decía a Jingqiu que los utilizara a ella y a su marido de maniquíes y les tejiera jerséis de algodón y de lana, y un traje Mao al doctor Chang.
—Puedes hacerlo. Ya he comprado el género, no lo desperdiciemos. No tengas miedo, si cometes algún error al cortar, siempre puedes utilizar el género para hacerle algo a mi hijo mayor, y si no, a su hermano. No lo tiraremos.
Jingqiu se armó de valor, cortó y cosió. Al final las ropas quedaron bastante bien.
Pero coser ropa para el doctor Cheng la sonrojaba y la ponía nerviosa. Un día que le estaba haciendo los pantalones tuvo que medirle la pierna, la cintura y la entrepierna. El doctor Cheng levantó su jersey de lana. A pesar de que llevaba camisa y no exhibía ni un centímetro de carne, Jingqiu se asustó tanto que se apartó y dijo:
—No necesito tomar las medidas. Deme unos pantalones viejos y los utilizaré.
Una vez que estaba cosiendo una chaqueta de lana, la tela era tan bonita que Jingqiu fue incapaz de utilizar una prenda vieja para tomar las medidas, así que le pidió al doctor Cheng que se pusiera en pie para tomárselas directamente. Jingqiu extendió los brazos por su espalda y le rodeó el pecho procurando no rozarse con él. Al juntar los dos extremos de la cinta métrica fue incapaz de contener el aliento: había reconocido el aroma varonil de Mayor Tercero. Se sintió mareada y unos puntos negros le nublaron los ojos.
—Utilizaré un jersey viejo —dijo, y se alejó corriendo. A partir de entonces evitó decididamente tomarle las medidas al doctor Cheng. Cuando acababa una prenda ni siquiera le pedía que se la probara para ver si le iba bien.
En aquella época estaban muy de moda los pantalones de poliéster. Para fabricarlos, sin embargo, tenías que utilizar un sobrehilado, algo que estaba al alcance de pocas máquinas de coser. Al darse cuenta de que Jingqiu tenía que ir a solicitar la ayuda a alguien cada vez que tenía que coser unos pantalones, la señora Jiang decidió pedirle a una amiga que le consiguiera una máquina de segunda mano que pudiera sobrehilar, aunque en la isla de Jiangxin no había mucha gente que tuviera ni siquiera máquinas de coser sencillas, pues eran uno de los «tres tesoros», junto con la bicicleta y el reloj, que las novias pedían como regalo de boda a la familia del marido. Una máquina de coser que sobrehilara, por tanto, haría que la gente se volviera loca de envidia. Con esas «armas modernas» a su disposición, Jingqiu era como un tigre feroz al que le han dado alas, y no solo podía hacer bonitas ropas, sino que además las hacía con rapidez.
La señora Jiang presentó a Jingqiu a unos cuantos colegas y amigos para que también pudiera coser ropas para ellos, y generalmente solían venir el domingo a la hora de comer para encargar las prendas que querían. Jingqiu les tomaba las medidas, cortaba y cosía allí mismo para que en un par de horas estuvieran acabadas y planchadas, con los botones cosidos, y a punto para que se las llevaran a casa. En aquella época no había muchos sastres, y el trabajo era más caro que el género. Y no solo eso, tenías que esperar mucho tiempo para que te acabaran la ropa, y luego a veces no te quedaba bien. Así pues, cada vez más gente acudía a Jingqiu para que les hiciera la ropa.
La señora Jiang le dijo a Jingqiu que pidiera un poco de dinero por su trabajo, pero esta se negaba aduciendo que ayudaba a los amigos de la señora Jiang al tiempo que utilizaba su máquina de coser.
—¿Cómo voy a pedirles dinero? Si lo hago, me convertiría en una «fábrica clandestina del mercado negro». Si me descubrieran sería un desastre.
Tras pensarlo, la señora Jiang coincidió en que era mejor no arriesgarse, y lo que hizo fue pedirles a sus amigos que llevaran pequeños regalos para expresar su gratitud. Le llevaban de todo: cuadernos, plumas, huevos, unos cuantos kilos de arroz o fruta. Fueran cuales fueran los regalos, la señora Jiang convencía a Jingqiu de que se los llevara.
—No muerdas la mano que te da de comer —decía—. Tan solo te están dando las gracias.
Jingqiu aceptaba algunos regalos, pero devolvía los que le parecían excesivos.
—¡Es como haber descubierto petróleo! —decía en broma la madre de Jingqiu cuando esta llevaba a casa sus regalos.
En mayo Fang se presentó en Yichang y llevó algunas flores rojas de espino envueltas en un plástico. Jingqiu comprendió enseguida que era Mayor Tercero quien le había pedido que se las llevara. Sin embargo, ninguna de las dos osó decir nada delante de la madre o la hermana de Jingqiu. Solo cuando Jingqiu acompañó a Fang a la estación de autobuses, esta le confesó:
—Mayor Tercero me ha pedido que te las trajera.
—¿Cómo está?
Fang arrugó la cara.
—No muy bien.
—¿Está enfermo? —preguntó Jingqiu, preocupada.
—Sí, está muy enfermo. —Al ver la cara de preocupación de Jingqiu al oír sus palabras, Fang se echó a reír—. Enfermo de amor. Así que los dos estáis juntos. ¿Por qué no me lo habías dicho?
—No digas tonterías —replicó enseguida Jingqiu—. ¿Qué quieres decir con eso de que estamos juntos? Yo todavía voy al colegio, ¿cómo vamos a estar juntos?
—¿Por qué te asustas tanto? Yo no voy a tu colegio, ¿por qué me mientes a mí? Mayor Tercero me lo ha contado todo. Le gustas mucho. Dejó a su novia solo por ti.
Jingqiu le contestó con gran severidad.
—No lo hizo por mí, ya habían roto.
—¿Y no sería bonito que la hubiera dejado por ti? Eso demostraría lo mucho que le gustas.
—¿Qué tendría de bonito? Solo demostraría que, si es capaz de romper con su novia por mí, puede hacer lo mismo con cualquiera.
—Nunca rompería contigo. —Fang metió la mano en su bolsa y sacó una carta—. Te la daré si me la lees —dijo riendo—. De lo contrario, me la llevaré y se la devolveré. Le diré que no le quieres a él ni sus cartas. Se afligirá tanto que se tirará al río.
—El sobre no va cerrado, así que no me dirás que no sabes abrirla —dijo Jingqiu, fingiendo que no le importaba.
Fang puso cara de ofendida.
—¿Por quién me tomas? Que no cierre el sobre significa que confía en mí. ¿Cómo iba a abrirlo? —Le arrojó la carta a Jingqiu—. Si no quieres que la lea, olvídalo. Pero no hace falta que digas cosas tan desagradables.
—Deja que le eche un vistazo, así sabré si te la puedo leer.
Fang sonrió.
—Olvídalo, solo estaba bromeando. ¿Qué más me da a mí esta carta? Seguro que solo pone «mi querida Jingqiu, te echo de menos día y noche… bla, bla, bla».
Jingqiu abrió la carta y la leyó rápidamente antes de doblarla. Sonrió.
—Te equivocas. No dice nada parecido.
Jingqiu regresó a casa todavía radiante por la carta y las flores de Mayor Tercero, pero su madre la esperaba con malas noticias de la señora Zhong: el comité educativo había hecho algunos cambios en la nueva política. Unas veinte personas ya se habían jubilado y dejado su lugar a sus hijos, pero se trataba de jóvenes de desigual competencia, y, después de todo, no todo hijo de profesor era buen docente. De manera que ahora se había decidido que todos los hijos e hijas trabajaran en la cocina.
Con el papeleo de su jubilación casi terminado, la noticia de que su hija no la reemplazaría como profesora, sino como miembro del personal de cocina, enfureció tanto a la madre de Jingqiu que casi sufre una recaída. Pero Jingqiu se lo tomó con calma, quizá porque siempre estaba preparada para lo peor. Esa clase de cosas no la empujaban al pánico, y consoló a su madre.
—Si tengo que trabajar en la cocina, pues lo haré. En la revolución no existe la clase alta ni la clase baja, y desde luego es mejor que tener que ir al campo, ¿no te parece?
—Supongo que es la única manera de afrontar las cosas hoy en día —dijo su madre con un suspiro—. Pero cuando pienso que mi hija, que es tan inteligente y competente, va a pasarse la vida trabajando como una esclava delante de los fogones, me cuesta mantener la calma.
Jingqiu repitió lo que Mayor Tercero le había dicho para consolar a su madre.
—No pienses en el futuro a largo plazo, el mundo cambia constantemente. Quién sabe, a lo mejor después de unos años trabajando en la cocina me trasladan a otro empleo.
—Mi hija se toma las cosas con más filosofía que su madre.
Es el destino, se dijo Jingqiu. ¿Qué vamos a hacer si no nos lo tomamos con filosofía?
Sin embargo, cuando llegaron las vacaciones, la jubilación de la madre de Jingqiu ya estaba organizada pero el nuevo empleo seguía en el aire. ¿Por qué tardaba tanto la escuela? ¿Iba a trabajar en la cocina o de profesora? Todos los que habían mandado su solicitud ya tenían una respuesta, y eso que se habían enterado de aquella política por la madre de Jingqiu. Ella había sido la primera en mandar la solicitud y sería la última en recibir la confirmación. A su madre le daba miedo esperar, esperar y esperar, y que la cosa no llegara a nada, de manera que iba constantemente a casa del señor Zhong para pedirle que le metiera un poco de prisa a la escuela con el papeleo.