Wang estaba exultante, pero al resto de los competidores les embargó el pánico. Las chicas que compitieron contra ella en las siguientes rondas fueron derrotadas una tras otra, y Jingqiu fue avanzando en el torneo. Dio la casualidad de que Shiqiao también tuvo suerte en la competición, y las dos se encontraron en semifinales.
Después de haber sorteado en qué lado iba a jugar cada una y quién iba a sacar primero, Wang se acercó a Jingqiu y le dijo en un susurro:
—Déjala ganar, ¿me has oído?
No le dio ninguna explicación a Jingqiu de por qué Shiqiao tenía que ganar, pero Jingqiu se dijo que a lo mejor se trataba de una táctica especial del entrenador y que estaba pensando en la gloria de todo el colegio. En aquella época todos los jugadores de tenis de mesa sabían que, por tradición, el equipo nacional chino debía a veces, para que el país estuviera siempre en lo más alto, dejar ganar a sus deportistas. De manera que, con el corazón apesadumbrado, Jingqiu dejó que Shiqiao ganara un juego, y al final de este se le repitieron las mismas instrucciones. Jingqiu apartó las dudas de su mente y jugó de cualquier manera, con lo que Shiqiao ganó el partido.
Posteriormente Jingqiu le preguntó al entrenador:
—¿Por qué tenía que dejarla ganar? ¿Qué táctica era esa?
—A la gente que llega a la final se la invita a entrenar con la academia deportiva provincial —contestó el señor Wang—, pero como tus orígenes sociales son malos, te rechazarían nada más llegar. Te sentirías fatal.
Jingqiu estaba tan furiosa que tuvo que reprimir las lágrimas. «Así que la academia deportiva me rechazaría. Pero yo podría haber acabado primera o segunda de la ciudad, así pues, ¿por qué me han hecho perder el partido? ¿No es peor que te rechace tu propia escuela?».
Posteriormente, la madre de Jingqiu se enteró de lo ocurrido, y como también se disgustó mucho fue a ver al entrenador, al que expuso la lógica de que «No puedes elegir tus orígenes sociales, pero puedes elegir tu futuro», para dejarle bien claro el error que había cometido.
Wang repitió su explicación; lo había hecho pensando en los sentimientos de Jingqiu, pero, a pesar de sus buenas intenciones, lamentaba su decisión. Si hubiera permitido ganar a Jingqiu, la escuela podría haber conseguido el título de Yichang, pues Shiqiao solo había acabado segunda. Jingqiu le dijo a su madre que lo olvidara, que ya estaba hecho y no había que pensar más en ello. Jingqiu abandonó el equipo de tenis de mesa y se pasó al voleibol.
Pero Wang quería remediar el mal que le había causado a Jingqiu, y lo cierto era que no había encontrado a nadie en toda la escuela que jugara mejor al tenis de mesa, de manera que negoció con el equipo de voleibol para que le permitieran seguir jugando al tenis de mesa y poder así competir en la próxima competición de la ciudad. El equipo de voleibol también se entrenaba para competir y, entre eso y los deberes, parecía pasarse todos los momentos libres entrenando para uno de los dos equipos.
Un jueves por la tarde, mientras Jingqiu practicaba el tenis de mesa, el señor Wang entró y le dijo:
—Acabo de ver a alguien en el comedor que lleva una bolsa grande y busca a la profesora Jingqiu, y he pensado que a lo mejor era tu madre. Lo he llevado a tu casa, pero tu madre no estaba, no había nadie. Hoy los maestros visitan a los padres, y a lo mejor por eso tu madre no está. Le dije que te esperara en el comedor, ¿por qué no vas a ver de qué se trata?
Jingqiu fue corriendo al comedor y en la entrada vio a Lin acuclillado, rígido y digno como un león de piedra. La gente que iba y venía le lanzaba miradas de curiosidad. Jingqiu fue hacia él y lo llamó. En cuanto Lin la vio, se puso en pie y señaló la bolsa que llevaba a su lado.
—He traído nueces para tu madre. —A continuación señaló un poco más allá y dijo—: Y un poco de leña para ti. Me voy.
Jingqiu observó alejarse a Lin con el corazón percutiéndole en el pecho. Intentó hacerlo regresar, pero era demasiado tímida para cogerlo por un brazo, así que le gritó:
—Eh, eh, no te vayas. ¿No quieres ayudarme al menos a llevar todo esto a mi casa?
Como si acabara de despertar bruscamente, Lin se volvió.
—Vaya, ¿pesan demasiado? Déjame hacerlo a mí.
Se echó la bolsa al hombro, recogió el cesto y siguió a Jingqiu hasta su casa.
—¿Has comido? —preguntó Jingqiu, y comenzó a limpiar el horno para preparar la comida.
—Sí, en un restaurante —contestó orgulloso Lin.
A Jingqiu le pareció raro que Lin hubiera comido en uno de los restaurantes de Yichang. Le sirvió una taza de agua hirviendo y le pidió que descansara mientras ella buscaba algo donde pudiera colocar las nueces, así podría llevarse la bolsa de vuelta.
—¿Has ido al pueblo de Yumin? ¿Su familia está bien? —preguntó Jingqiu.
—¿Su familia? —Lin parecía confuso. A Jingqiu le pareció extraño que hubiera hecho todo ese camino, recogido las nueces y se hubiera marchado sin decirle una palabra a la familia de Yumin.
Jingqiu se acordó de que la tía había dicho que Lin había sido incapaz de mentir desde que era pequeño. Le vibraban los párpados sin parar cuando contaba una trola, y la tía enseguida lo descubría. Jingqiu lo miró a los ojos y vio que parpadeaba un poco, pero no era una prueba concluyente. Dentro de la bolsa había otra más pequeña con el azúcar piedra.
—¿Has comprado el azúcar?
—Lo compró mi hermano mayor.
O sea, que hasta Sen estaba implicado.
—Solo se puede comprar azúcar piedra con receta médica. ¿De dónde sacó una receta tu hermano mayor? —preguntó, mientras deslizaba veinte yuanes de sus ganancias veraniegas dentro de la bolsa de Lin. Enrolló la bolsa y la ató con una cuerda, y se dijo que era improbable que Lin encontrara el dinero antes de llegar a casa. Pero, si no lo encontraba una vez allí, la tía o Yumin podrían lavar la bolsa y los veinte yuanes se desintegrarían. Decidió acompañarlo a la estación de autobuses, y en cuanto el autobús se hubiera puesto en marcha le contaría que le había metido el dinero en la bolsa.
—Mi hermano mayor conoce a un médico y él le hizo la receta.
La respuesta de Lin parecía demasiado preparada, y tampoco era su manera habitual de hablar. Parpadeaba a gran velocidad. Jingqiu decidió ponerle una trampa para averiguar si había venido por su cuenta o con alguien más.
—El billete ha subido un diez por ciento. Es caro, ¿verdad?
Lin se ruborizó y comenzó a contar con los dedos.
—¿Subido? ¿Hasta veinte yuanes y ochenta céntimos? Maldita sea, esto es una explotación, eso es lo que es.
Jingqiu ahora estaba segura de que no había venido por su cuenta. Ignoraba cuál era el precio del billete, y había calculado que el diez por ciento eran veinte yuanes. Probablemente, había venido con Mayor Tercero, que debía de estar escondido en alguna parte. Dejó que Lin se quedara allí sentado un poco más. Así Mayor Tercero lo esperaría hasta que, creyendo que Lin se había perdido, vendría a buscarlo.
Pero no hubo manera de convencer a Lin de que se quedara, e insistió en marcharse. Tenía que apresurarse para coger el autobús. Jingqiu no tenía más opción que acompañarle a la estación. En cuanto llegaron a la verja del patio, sin embargo, Lin no la dejó continuar. Se puso terco, y dio la impresión de que utilizaría la fuerza para impedírselo si era necesario.
Jingqiu tuvo que dar su brazo a torcer. Pero no se marchó, sino que se quedó detrás de la ventana de la recepción del patio vigilando a Lin, que se quedó junto al río mirando a su alrededor y luego bajó el terraplén hasta la orilla. Momentos después reapareció con otra persona. Jingqiu se dio cuenta de que era Mayor Tercero. A pesar de su descolorido uniforme del ejército, se le veía enérgico y ágil. Los dos estaban junto al río charlando, y Lin señalaba a menudo en dirección a la verja del patio, y los dos, en broma y riendo, intercambiaban golpes de boxeo. Lin debía de haberle relatado que casi fracasa en su intento. Entonces Mayor Tercero se volvió en dirección a la verja. Asustada, Jingqiu se apartó de su línea de visión. Me habrá visto, se dijo. Pero no. Mayor Tercero siguió mirando hasta que al final siguió a Lin hacia el embarcadero para cruzar el río.
Jingqiu los siguió, manteniéndose en todo momento a distancia. Mayor Tercero se comportaba como un crío, haciendo equilibrios sobre la pequeña pared de adobe que habían construido siguiendo el río en lugar de caminar por la carretera. Apenas tenía diez centímetros de ancho, y Mayor Tercero casi perdió el equilibrio unas cuantas veces, asustando a Jingqiu hasta el punto de que casi le gritó. Podría haber caído por el terraplén y haber dado con sus huesos en el río. Pero Mayor Tercero extendía los brazos y se balanceaba hasta volver a recobrar el equilibrio, y a continuación, tras ganar velocidad, corría como si fuera por la barra de equilibrio.
Jingqiu tenía ganas de llamarlo, pero si Mayor Tercero se había escondido de ella, sería demasiado embarazoso. Realmente, era tal como Fang lo había descrito, un hombre de buen corazón que no soportaba ver sufrir a la gente. Había ayudado a Daxiu, la había ayudado a ella, y estaba ayudando a Lin. Debía de haber comprado los billetes de autobús ese mismo día y, sabiendo que Lin no conocía el camino, lo había acompañado hasta la verja del patio.
Mayor Tercero debe de estar facilitándole las cosas a Lin, se dijo, o a lo mejor es que nunca le he gustado. Pero eso no se lo podía creer, pues ¿acaso no había apretado sus labios contra los de ella? En los libros aquellos hombres siempre conseguían su presa antes de desecharla; o, al menos, eso decían. ¿Me había «conseguido»? Jingqiu detestaba la ambigüedad de los libros, pues solo insinuaban las cosas, como cuando decían «dio rienda suelta a su comportamiento brutal y la forzó». ¿Qué significaba exactamente «forzar»? Probablemente las mujeres se quedaban embarazadas después de ser «forzadas». Habían pasado seis meses desde que Mayor Tercero me tuvo entre sus brazos, se dijo, y mi «vieja amiga» me ha estado visitando regularmente desde entonces, por lo que no puedo estar embarazada. En ese caso, no me «poseyó», ¿verdad?
A Jingqiu también le preocupaba el dinero que había metido en la bolsa de Lin. ¿Y si lo perdía? ¿Y si su madre lavaba la bolsa? Así pues, los siguió hasta el embarcadero. En cuanto el bote hubo abandonado la orilla, Jingqiu gritó:
—Lin, he puesto veinte yuanes en la bolsa. Que tu madre no la lave.
Lo gritó dos veces y supuso que Lin la había oído, pues comenzó a desatar la cuerda que cerraba la bolsa. Vio que Mayor Tercero se volvía hacia el barquero y hablaba con él, y a continuación se puso en pie de repente y, agarrando la bolsa que Lin tenía en la mano, dio unos pasos hacia la proa del bote, con lo que este se balanceó violentamente. Jingqiu, temiendo que Mayor Tercero intentara devolverle el dinero, dio media vuelta y echó a correr. Al cabo de un rato cayó en la cuenta de que él estaba dentro de un bote, ¿qué iba a hacer? Aminoró el paso y volvió la vista. Entonces se dio cuenta de que Mayor Tercero corría hacia ella. Sus pantalones del ejército estaban empapados hasta los muslos y la tela se le pegaba a las piernas. Se quedó patidifusa. «Es octubre, ¿no tiene frío?».
En un par de saltos estaba a su lado y le metió los veinte yuanes en la mano.
—Coge el dinero. El azúcar es un regalo, no tienes que pagarlo. Utiliza el dinero para comprarte un equipo para la competición. ¿No tienes campeonato?
Ella se puso rígida. ¿Cómo sabía que no tenía equipo para la competición?
—Lin todavía está en el bote —añadió él con premura—. Probablemente, se halla en estado de shock. No conoce el camino. Me voy, o no llegaremos al autobús.
Y, dicho eso, dio media vuelta y corrió hacia el embarcadero.
Jingqiu quiso llamarlo, pero de su garganta no salió ningún sonido. Era como en los sueños: incapaz de hablar, incapaz de moverse; todo lo que podía hacer era mirarlo mientras se perdía en la distancia.
Aquel día, cuando regresó a la escuela, no estaba de humor para el voleibol. No dejaba de pensar en los pantalones mojados de Mayor Tercero: pasarían horas antes de que llegara a casa y pudiera cambiárselos. ¿Pillaría un resfriado? ¿Cómo podía haber sido tan estúpido de meterse en el agua de aquel modo? ¿Esperaba que el bote diera media vuelta para ir a recogerlo? Días después aún se acordaba de la imagen de Mayor Tercero corriendo hacia ella con los pantalones mojados.
Lo que ella no podía entender, por mucho que le diera vueltas, era cómo había sabido que necesitaba comprarse el equipo para la competición. El año anterior, el equipo de voleibol había jugado sin el uniforme del equipo por falta de dinero, algo que les había causado problemas con el árbitro, y no habían llegado muy lejos en el campeonato.
Su entrenador, el señor Quan, estaba furioso. Era de los que no se dejaban derrotar ni por la muerte, y declaró que, de no haber sido por el desdichado asunto de la ausencia de uniforme, la Escuela Secundaria n.º 8 habría quedado entre los seis primeros equipos. Después de la competición obligó a todas las jugadoras a comprarse uno. Recaudó dinero y, tras comprobar la talla de cada una, se fue a comprarlos él mismo para asegurarse de que cada una no elegiría el color que le diera la gana y de que no volverían a referirse a su equipo como «el variopinto».
Aquella vez el señor Quan estaba decidido.
—La que no tenga uniforme no juega al voleibol.
Al equipo le entró pánico y le entregó el dinero. Pero Jingqiu no tenía nada, y el equipo de tenis de mesa también quería que comprara uno. Decidió intentar convencer a los dos entrenadores para que optara por un equipo del mismo color y estilo, así podría llevar el mismo uniforme para ambos equipos.
Pero los entrenadores exigían que fuera diferente. El voleibol se jugaba al aire libre, y durante la última competición había hecho frío. El señor Quan exigía que compraran camisetas de manga larga que mantuviera el calor y les protegiera los brazos y los hombros de cualquier dolor o lesión. Por otra parte, las competiciones de tenis de mesa tenían lugar bajo techo, con lo que el señor Wang prefería que llevaran camisetas de manga corta: ¿cómo iba a jugar a ping-pong con mangas largas y sueltas?
Jingqiu no sabía cómo Mayor Tercero se había enterado de todo eso. ¿Conocía al entrenador de voleibol o a alguna de sus compañeras de equipo? ¿O era que las había observado cuando jugaban? Pero Jingqiu no le había visto en ninguno de los partidos. A lo mejor era un soldado de reconocimiento nato. ¿Estaba investigando su vida sin que ella lo supiera? Decidió dedicar parte de aquellos veinte yuanes a comprarse un uniforme nuevo, pero solo porque Mayor Tercero se había arriesgado a congelarse para devolvérselos con aquella finalidad. Estaba segura de que se pondría muy contento si iba a algún partido y la veía con su nuevo uniforme.