Jingqiu tuvo la suerte de que, dejando aparte la longitud de las mangas, el color y el estilo de los uniformes fueron idénticos. A lo mejor es que tampoco había mucho donde elegir en aquellos días. Se compró una camiseta de manga larga y unos pantalones cortos para poder llevarlos cuando jugara a voleibol y, cuando le tocaran la competición de ping-pong, cortaría las mangas. Como era una experta con la aguja, volvería a coser las mangas para jugar al voleibol y nadie se enteraría.
Jingqiu contaba con que Mayor Tercero la sorprendiera apareciendo en el campeonato de diciembre y la viera con su nuevo uniforme. Pero aquel día no lo vio, y posteriormente dio gracias de que no se hubiera presentado, pues el equipo femenino de voleibol de la Escuela Secundaria n.º 8 quedó en sexta posición. El equipo achacó la derrota a la pobreza: solo habían podido entrenar con una pelota de goma, mientras que la pelota reglamentaria que se utilizaba en los campeonatos era mucho más pesada y estaba hecha de cuero. Al no estar acostumbradas al peso, tuvieron problemas incluso para el saque.
—Entrenador —le dijeron después del campeonato—, tiene que conseguir que la escuela nos compre una pelota reglamentaria para entrenar.
—Os lo prometo —contestó el señor Quan—, pero debéis entrenar con ganas, pues si no será tirar el dinero.
El equipo aumentó drásticamente el número de horas que entrenaban. A Jingqiu le gustaba muchísimo el voleibol, pero le preocupaba el hambre que le entraba después de los entrenamientos y que la llevaba a engullir demasiados cuencos de arroz. Los alumnos de los últimos años de secundaria solo recibían unos quince kilos al mes, y su hermana también tenía mucho apetito, por no hablar de que además tenían que alimentar a su hermano cuando este volvía de trabajar en el campo. La ración de arroz de la familia se iba quedando cada vez más corta.
Una gélida mañana de primavera, Jingqiu y su equipo se entrenaban en el campo de deportes. La pista de voleibol estaba cerca de la verja trasera del patio, y la tapia exterior era de la altura de una persona normal, con lo que la pelota a menudo salía por encima de la tapia. Más allá de esta había campos de hortalizas atendidos por la comuna agrícola, con lo que, cada vez que se les escapaba el tiro, había que ir a buscar la pelota a toda prisa, pues, como esta ahora era de cuero, había que impedir que se quedara empapada —el agua agrietaba y rajaba el cuero—, a no ser que algún transeúnte la devolviera.
Pero para cruzar la verja del patio había que dar un largo rodeo y se tardaba mucho tiempo, por lo que, temiendo que se estropeara la pelota, alguien tenía que saltar la tapia para recuperarla. No todo el mundo era capaz de escalarla: solo Jingqiu y otras dos chicas podían saltar y regresar sin que nadie las empujara desde abajo. En cuanto la pelota salía del recinto, alguien pronunciaba el nombre de alguna de esas chicas, instándola a ir a buscarla a toda prisa.
Aquella mañana, mientras entrenaban, alguien lanzó la pelota fuera y, como Jingqiu era la que estaba más cerca, unas cuantas voces gritaron:
—¡Jingqiu, Jingqiu, la pelota se ha ido fuera!
Jingqiu corrió hasta la tapia y con un salto y la ayuda de las dos manos se encaramó encima. Ya tenía una pierna al otro lado, y estaba a punto de pasar la otra y saltar, cuando vio a un mártir revolucionario vivo que se parecía a Lei Feng coger la pelota y hacer ademán de devolverla a la tapia del patio. El hombre levantó la cabeza para mirarla y gritó:
—¡Ojo, no saltes!
Era Mayor Tercero. Llevaba un uniforme del ejército, no de color verde hierba, sino el amarillo, el preferido de ella. Era un color que Jingqiu solo había visto en compañías de coros y danzas regionales. El pelo negro como la tinta de Mayor Tercero brillaba en contraste con el cuello de piel marrón de su abrigo y el deslumbrante resplandor del cuello blanco de la camisa. Jingqiu sintió como un mareo y aparecieron puntitos ante sus ojos —ya fuera de hambre a causa del entrenamiento o por el impresionante aspecto de Mayor Tercero—, y casi se cae de la tapia.
Mayor Tercero tenía el balón en la mano, ahora mojado y cubierto de barro, al igual que sus zapatos de cuero. Se acercó a ella y le entregó la pelota.
—Ten cuidado cuando bajes.
Jingqiu cogió la pelota, la lanzó hacia la pista y se quedó a horcajadas en la tapia.
—¿Cómo has llegado hasta aquí?
Él levantó la cabeza hacia ella y, casi como si se disculpara, dijo riendo:
—La carretera llega hasta aquí, y he venido andando.
Las chicas que había al otro lado de la tapia se estaban impacientando.
—Jingqiu, no te estarás tomando un descanso, ¿verdad? Te esperamos para sacar.
—Tengo que ir a jugar —dijo Jingqiu, y se bajó de la tapia y volvió corriendo a su posición en la pista. Pero cuanto más jugaba, más distraída estaba. ¿Adónde iba, para pasar por aquí tan temprano? De repente se dio cuenta de que ese día se cumplía un año justo de su llegada a Aldea Occidental, y que era el día en que había conocido a Mayor Tercero. ¿Él se acordaba y había ido a verla por eso? Desorientada, tenía que confirmarlo.
Se moría de ganas de que alguien tirara la pelota por encima de la tapia para poder saltarla y comprobar si Mayor Tercero aún seguía allí. Pero era como si todos hubieran acordado de antemano no volver a tirar la pelota fuera. Esperó hasta que el entrenamiento estuvo a punto de acabar y, cuando le llegó el turno de sacar, lanzó la pelota por encima de la tapia, irritando y sorprendiendo a sus compañeras de equipo.
Sin importarle lo que pensaran corrió hacia la tapia, saltó y, sin perder un momento, pasó al otro lado. Recogió la pelota, pero no pudo ver a Mayor Tercero. Lanzó la pelota por encima de la tapia, pero no la escaló pues quería ver si él se había escondido en alguna parte. Con la mirada recorrió la carretera hasta la verja, pero no se le veía por ningún lado, con lo que tuvo que aceptar que solo había estado de paso. Permaneció distraída el resto del día, y durante la clase de deportes de la tarde lanzó la pelota por encima de la tapia unas cuantas veces más, ofreciéndose invariablemente voluntaria para ir a recogerla. Pero seguía sin haber señales de Mayor Tercero.
Cuando acabaron las clases se fue a casa a comer, y luego a inspeccionar los montones de hojas secas a las que ella y sus compañeros de clase habían prendido fuego. Cada clase tenía la responsabilidad de mantener limpia una parte del patio. Aquel día le había tocado barrer a su grupo, pero el suelo estaba cubierto de hojas. Normalmente, cuando eso ocurría había que barrer las hojas, amontonarlas, pegarles fuego y luego arrojar las cenizas en el vertedero. Su grupo le había pedido a Jingqiu que fuera a limpiar las cenizas cuando hubiera acabado de comer.
Jingqiu recogió las cenizas y las colocó en una pala de mimbre para llevarlas al vertedero. Cuando se incorporó se dio cuenta de que Mayor Tercero corría por la pista de baloncesto con otros estudiantes. Llevaba su camisa blanca y un chaleco de lana sin mangas, y se había quitado el uniforme del ejército.
Fue tal su sorpresa que casi se le caen las cenizas. ¡No se había ido! ¿O había terminado lo que tenía que hacer y había regresado? Lo observó jugar. Qué guapo es, se dijo. Cuando saltaba, el pelo se le quedaba flotando y, cuando la pelota aterrizaba en el aro, volvía a su lugar.
Jingqiu no quería que se diera cuenta de que lo estaba observando, así que se fue a tirar las hojas. Las arrojó al vertedero, devolvió la pala a la clase y cerró la puerta con llave. Pero no se fue a casa. Se sentó sobre unas barras paralelas un tanto alejadas de la pista, pero desde las cuales le veía jugar. Solo eran cuatro, y apenas utilizaban la mitad de la pista.
Mayor Tercero ya se había quitado su chaleco de punto y jugaba solo en camisa, con las mangas arremangadas; se le veía vigoroso y apuesto. Jingqiu llevaba el marcador, para contar quién metía más canastas, y resultó ser Mayor Tercero. Se dio cuenta de que llevaba zapatos de cuero. Esos pequeños detalles hacían que lo admirara aún más: era como un afluente crecido que desemboca en un río ya a rebosar. ¿Por qué no podía vivir en esa pista y jugar para ella del amanecer hasta el crepúsculo?
El cielo se oscureció lentamente, terminó el partido y el equipo se dispersó. Uno cogió la pelota y la llevó driblando hacia el armario, evidentemente con la intención de guardarla. Jingqiu observó nerviosa a Mayor Tercero, sin saber qué hacer. Quería llamarlo, hablar un poco con él, pero no tenía valor. A lo mejor lo han destinado cerca de aquí y, como no tenía nada que hacer después del trabajo, ha venido a la escuela a jugar a baloncesto para pasar el rato, como suelen hacer los trabajadores.
Al final lo vio marcharse en dirección a su casa; seguramente iba a lavarse las manos, se dijo Jingqiu. Ella lo siguió a cierta distancia. Como había imaginado, él y sus compañeros de baloncesto se pararon en los lavamanos. Mayor Tercero esperó a que los demás terminaran de lavarse y se fueran, y entonces colgó su chaqueta y otras cosas sobre un albaricoquero cuyas ramas se extendían en forma de Y. Ella lo observó mientras se lavaba la cara y las manos, y entonces Mayor Tercero se quitó la camisa para lavarse el cuerpo. Ella tembló de frío por él.
Tras volver a ponerse el chaleco de punto, se encaminó al comedor que había delante de la casa de Jingqiu. Ella sabía que desde ese lugar podía ver la puerta de su casa. Se quedó allí un buen rato, antes de echarse la chaqueta por los hombros, recoger la bolsa y dar un rodeo hacia la parte de atrás. No lejos de allí había una serie de retretes. Jingqiu jamás se había imaginado que él también fuera al retrete; al principio ni se atrevía a mirarlo comer. Era como un cuadro, un espíritu de otro mundo que no comía ni iba al retrete. Con el tiempo Jingqiu se volvió un poco más realista y consideró normal que él comiera, pero no había dado el paso siguiente: darse cuenta de que todo lo que entraba debía salir. Ahora que lo veía ir a la parte de atrás de la casa se le ocurrió que también tenía que ir al retrete. Estaba avergonzada y era incapaz de seguir. Volvió a casa rápida como un rayo.
Una vez en la puerta fue incapaz de resistir la tentación de ir a la ventana para ver hacia dónde se dirigiría Mayor Tercero después de salir del excusado. La ventana tenía más o menos la altura de una persona y estaba a nivel de calle. Jingqiu se quedó allí mirando en silencio, pero no pudo verlo. En cuanto bajó la vista lo vio frente a la casa. Sobresaltada, Jingqiu se agachó y se golpeó la cabeza contra el pupitre que había delante de la ventana, lo que produjo un fuerte ruido metálico.
—¿Qué pasa? —preguntó su madre.
Jingqiu hizo un gesto con la mano para acallar a su madre y, medio en cuclillas, se dirigió a la habitación de la parte delantera. Solo cuando estuvo segura de que era imposible que pudiera verla, se puso en pie, sin saber muy bien de qué tenía miedo. Tras haber esperado un rato, fue de puntillas a la ventana y se asomó, pero Mayor Tercero había desaparecido. No sabía si la había visto. De ser así, sabría que lo había estado observando en secreto. Jingqiu se quedó un buen rato junto a la ventana mirando la carretera, pero no lo vio. Debía de haberse marchado. «Ya ha oscurecido, ¿adónde ha ido?».
Regresó a su habitación para hacer punto y meditar. Al cabo de un rato llamaron a la puerta. Debe de ser Mayor Tercero, se dijo Jingqiu, aturullada. Desesperadamente, se puso a pensar en una mentira que contarle a su madre. Sin embargo, cuando abrió la puerta, vio que era el hijo del secretario de la escuela, Ding Chao, que llevaba un hervidor en la mano. Debía de haber ido a buscar agua al grifo.
—Mi hermana quiere hablar contigo —dijo.
La hermana mayor de Chao se llamaba Ling, y Jingqiu la conocía un poco, pero no la podía considerar amiga íntima. No sabía por qué Ling quería hablar con ella.
—¿Qué quiere?
—No lo sé, solo me ha dicho que viniera a buscarte. Date prisa.
Jingqiu siguió a Chao hasta los grifos y, cuando estaba a punto de girar a la derecha en dirección a casa de Ding, Chao señaló hacia la izquierda.
—Mira, alguien te busca.
Jingqiu se dio cuenta enseguida de que era Mayor Tercero. Debía de haber visto a Chao ir a buscar agua y le había dicho que llamara a su puerta.
—Gracias —le dijo a Chao—. Coge el agua y no se lo cuentes a nadie.
—Ya lo sé.
Se acercó a Mayor Tercero.
—¿Me… buscabas?
—Quería hablar contigo —susurró él—. ¿Es un buen momento? Si no, tampoco es importante.
Jingqiu estaba a punto de responder cuando vio que alguien salía de los retretes y, como le preocupaba que pudieran verla hablando con un chico —y que la noticia se extendiera como un reguero de pólvora—, se desplazó en dirección a la verja de la escuela. Tras caminar unos cuantos pasos, Jingqiu se inclinó y fingió atarse el cordón del zapato, volviendo la cabeza para ver si Mayor Tercero la seguía a cierta distancia. Se puso en pie y echó a andar otra vez siguiendo la tapia del patio hasta llegar al lugar donde aquella mañana había ido a buscar la pelota de voleibol. Él llegó a su altura y comenzó a hablar, pero ella lo interrumpió.
—Aquí todo el mundo me conoce. Vamos un poco más lejos. —Y echó a andar otra vez.
Caminó y caminó hasta llegar al embarcadero del ferry, y solo entonces se dio cuenta de que no había cogido dinero. Lo esperó y, alerta como siempre, él se acercó a ella, compró dos billetes para el bote y le dio uno a ella. Subieron en fila india. Hasta que no hubo llegado al otro lado y caminado un rato siguiendo el río, Jingqiu no se paró a esperarlo.
Él dio unos saltitos hacia ella y dijo riendo:
—Es como la película
Persecución implacable
.
—La gente de ese lado del río me conoce, pero no la de este.
Él sonrió y le preguntó:
—¿Dónde vamos? No vayamos muy lejos, o tu madre saldrá a buscarte.
—Conozco un pabellón río arriba que tiene un banco. ¿No me has dicho que querías hablar? Podemos hablar allí.
El pabellón estaba vacío, probablemente porque hacía demasiado frío y un viento demasiado helado para que nadie quisiera ir allí a beber. No eran más que unos cuantos postes que sustentaban un techo, y por los cuatro lados estaba abierto a los elementos. Jingqiu encontró un lugar donde sentarse junto a uno de los postes, con la esperanza de que la cobijara un poco del viento.
Mayor Tercero se sentó en un banco de poca altura que habían al otro lado del poste y le preguntó: