—¿En qué piensas? —murmuré—. ¿Por qué callas?
Y de nuevo sonó su voz como lejano suspiro:
—¿Qué queda ¡ay!, de un alma para la que el mundo resultaba demasiado pequeño? Algunos versos de otro, dispersos y mutilados ¡ni siquiera una estrofa completa! Voy y vengo por la tierra, visito a los que me eran caros, pero hallo cerrados los corazones. ¿Por dónde entrar? ¿Cómo reanimarme? Giro en círculo como el perro de la casa frente a la puerta a la que echaron el cerrojo. ¡Ah, si pudiera yo vivir libremente, sin tener que aferrarme, como un náufrago, a vuestros cuerpos tibios y vivientes!
Manaron lágrimas de sus órbitas; la tierra que había en ellas se hizo barro.
Pero pronto la voz se le afirmó:
—La mayor alegría que me diste fue aquel día de fiesta, en Zurich ¿recuerdas? cuando alzaste la copa para brindar por mi salud. ¿Lo tienes presente? Alguien estaba con nosotros...
—Lo recuerdo —dije—. Era la que nosotros llamábamos "señora de nuestros pensamientos"...
Callamos. ¡Cuántos siglos transcurridos desde entonces! Zurich; nevaba afuera; en la mesa, flores; y éramos tres...
—¿En qué piensas, mi buen maestro? —preguntó la sombra con leve ironía.
—En muchas cosas, en todo...
—Yo, en las últimas palabras que dijiste aquella noche: alzaste la copa y pronunciaste estas palabras con voz temblorosa: "Amigo, cuando eras un niñito, tu abuelo te subía a una de sus rodillas y apoyaba en la otra la lira cretense y arrancaba de ella melodías palikarias. ¡Brindo esta noche por tu salud: y quiera el sino que te halles sentado como entonces en las rodillas de Dios!" ¡Muy pronto Dios satisfizo tu deseo!
—¡No importa! —exclamé—. El amor triunfa de la muerte.
Sonrió con amargura; pero no dijo nada. Yo notaba cómo se diluía su cuerpo en la oscuridad, convirtiéndose en sollozo, suspiro, chanza irónica.
Durante muchos días conservaron mis labios el sabor de la muerte. Pero el corazón se sintió aliviado. Entraba la muerte en mi vida con un semblante conocido y dilecto, tal como un amigo que viene en busca de nuestra compañía y espera en un rincón que hayamos terminado la tarea, sin impaciencia.
Sin embargo, la sombra de Zorba rodaba en torno de mí, celosa.
Una noche me hallaba solo en mi casa, a orillas del mar, en la isla de Egina, y me sentía dichoso. Por la ventana abierta al mar, penetraba la luz de la luna; suspiraba el mar; mi cuerpo, en el cansancio voluptuoso de haber nadado largo rato, dormía profundamente.
Y he aquí que en medio de tal dicha, hacia el alba, se me apareció Zorba en sueños. No recuerdo lo que dijo, ni para qué había venido. Sólo sé que al despertar tenía henchido el corazón y sin saber por qué llenos de lágrimas los ojos. Asaltóme imperiosamente el deseo de evocar las horas que juntos habíamos vivido en la costa de Creta, de forzar la memoria a recordarlo todo, a reunir los dichos, los gritos, los gestos, las risas, los lloros, las danzas de Zorba, esparcidos en el tiempo y en el espacio, para salvarlos del olvido.
Tan intenso fue el deseo que temí fuera el anuncio de que en algún rincón de la tierra Zorba se hallaba agonizando. Pues me parecía que un vínculo tan fuerte ligaba nuestras almas que no podía ser que una de ellas muriera sin que la otra se quebrantara y clamara de dolor.
Vacilé un momento en agrupar todos los recuerdos que me quedaban de Zorba y expresarlos en palabras. Un temor infantil me dominaba. Decía entre sí: "Si así lo hiciere, significaría esto que en verdad se halla Zorba en trance de muerte. He de resistirme a la mano que pretende guiar a la mía."
Resistíme dos días, tres días, una semana. Sumíme en otras tareas literarias, realicé excursiones, leí mucho. Con semejantes ardides trataba de eludir la invisible presencia. Pero mi espíritu por entero se concentraba en Zorba con densa inquietud.
Un día me hallaba sentado en la terraza de mi casa, frente al mar. Ardía el sol meridiano y yo contemplaba a la distancia las costas desnudas y airosas de Salamina. De pronto, movido por la mano invisible, tomé papel, me tendí de bruces en las losas ardientes de la terraza y comencé el relato de las proezas de Zorba.
Escribí con ardor, traté de revivir apresuradamente lo pasado, de recordar y resucitar de cuerpo entero al Zorba que yo había conocido. Dijérase que si llegaba a desaparecer su recuerdo la responsabilidad de la pérdida recaería sobre mí; trabajaba, pues, día y noche, en el afán de dejar reproducido tal cual era el rostro de mi
Gerontas
.
[22]
Trabajaba como los brujos de las tribus salvajes que dibujan en las grutas la imagen del antepasado que se les apareció en sueños, y se empeñan en reproducirla con la mayor fidelidad para que el alma del antepasado pueda reconocer su cuerpo y penetrar en él.
En algunas semanas la leyenda áurea de Zorba quedó terminada.
El día que la concluí, me hallaba igualmente sentado en la terraza, al caer de la tarde, contemplando el mar. El manuscrito descansaba en mis rodillas. Sentía placer y alivio, como si me hubiera quitado un peso de encima. Me asemejaba a una mujer que mece en los brazos al recién nacido.
Tras las montañas del Peloponeso, poníase el sol, disco de fuego.
Sula, la aldeanita que me trae la correspondencia desde el pueblo, subió a la terraza. Me entregó una carta y se alejó corriendo. Comprendí al instante. O por lo menos, me pareció que había comprendido, pues al terminar la lectura de la carta no lancé grito alguno, ni me sobrecogió el espanto. Estaba seguro; sabía con toda certeza que en el preciso minuto en que descansara en mis rodillas el manuscrito terminado y estuviera contemplando la puesta del sol, habría de recibir esa carta.
Tranquilo, sin prisa, la leí. Venía de una aldea cercana de Skoplije, en Servia, escrita mal que bien en alemán. La traduzco:
Soy maestro de escuela en la aldea y os escribo para anunciaros la triste nueva de que Alexis Zorba, dueño de una mina de cobre en esta región, falleció el domingo último, a las seis de la tarde. En la agonía me llamó y me dijo: "Ven aquí, maestro de escuela; tengo en Grecia un amigo, Fulano; cuando me muera escríbele y dile que hasta el postrer instante conservé todos mis sentidos y que pensé en él. Que todo cuanto hice, no lo lamento. Que deseo que goce de buena salud, y dile, también, que hora es que asiente el juicio. Escucha, además: si viniere un pope con intención de confesarme y administrarme los sacramentos, ordénale que se marche al punto. Muchas cosas hice en mi vida; sin embargo, no han sido bastantes. Hombres como yo debían vivir mil años. ¡Buenas Noches!"
Tales fueron las últimas palabras que dijo, y enseguida se incorporó, separó las sábanas, quiso levantarse. Acudimos a contenerlo, su mujer Liuba, yo y algunos vecinos de robustos puños. Sin embargo, nos apartó violentamente, saltó del lecho y llegó hasta la ventana. Allí, prendido del marco, contempló a lo lejos las montañas, abrió desmesuradamente los ojos, lanzó una carcajada y luego relinchó como un potro. De tal modo, en pie, con las uñas hundidas en el marco de la ventana, lo sorprendió la muerte.
La esposa de Zorba, Liuba, me encarga que os salude en su nombre y que os diga que el difunto le hablaba a menudo de vos, y que le ha ordenado que os sea entregado un
santuri
de su propiedad, como recuerdo suyo.
Ruégaos, por lo tanto, la viuda, que cuando tengáis oportunidad de pasar por nuestra aldea os dignéis alojaros en su casa y al retiraros os llevéis el
santuri
que os pertenece.
[1]
Teatro de títeres griego.
[2]
Instrumento de cuerda.
[3]
De los kleftas, tribu guerrera de la Grecia septentrional, que desempeñó importante papel en la guerra de la Independencia (1821-1830).
[4]
Passa-tempo
: semillas de calabaza asadas.
[5]
Bubulina: heroína de la guerra de Independencia (1821-28) que combatió valientemente en el mar como Canaris y Miulis.
[6]
Higúmeno
o
hegúmeno
: superior del monasterio griego.
[7]
Actriz griega muy popular. El nombre significa:
pollo
.
[8]
Deformación de
prima-donna
.
[9]
Medjidié
: moneda turca.
[10]
Amán
: interjección turca que expresa súplica.
[11]
Kalanda
: canto de Año Nuevo.
[12]
Akritas
: Digenis Akrita, héroe legendario de una epopeya griega.
Akrites
equivale a nuestra palabra
marqués
en su sentido etimológico, gobernador de las marcas o zonas fronterizas.
Digenis
: de dos razas, griega y oriental.
[13]
Suvlakia
: broqueta de carne asada.
[14]
Cadaif
: pastel oriental.
[15]
Briki
: recipiente pequeño, en forma de tronco de cono, en que se prepara el café.
[16]
Halva
: torta muy del gusto de los turcos, hecha de harina, miel, jugo de frutas, y espolvoreada con ralladuras de almendras o avellanas.
[17]
Simandra
: planchuela de hierro o disco de madera que se usa a modo de campana en ciertos conventos griegos.
[18]
Hach
: calificativo que se da a los individuos que han hecho la peregrinación a la Meca. Es considerado como título honorífico.
[19]
Pablo Melas
: oficial griego que se distinguió en la lucha contra los búlgaros.
[20]
Fustanela
: especie de calzones anchos y follados en pliegues, parecidos a los zaragüelles.
[21]
Palícaro
: soldado de la milicia griega que en 1821 combatía por la independencia.
[22]
Gerontas
: en griego, viejo, anciano, mentor.