Alexis Zorba el griego

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Authors: Nikos Kazantzakis

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BOOK: Alexis Zorba el griego
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Nikos Kazantzakis

Alexis Zorba el griego

ePUB v1.1

lázaro
15.11.11

Título original:
Vios kai politeia tou Alexi Zorba [Vida y hechos de Alexis Zorba]

Autor:
Nikos Kazantzakis

Año de publicación:
1946

Traducción:
Robert Guibourg

ISBN:
84-320-2706-5

 

Nikos Kazantzakis conoció a Giorgos Zorba en el año 1917, al sur del Peloponeso, cuando explotaban una mina de lignito. Las tertulias nocturnas lo llevaron a conocer a este extravagante personaje, cuya profunda humanidad lo impresionó de tal forma que llegó a decir: "Si yo quisiera distinguir a los hombres que han dejado una huella más profunda en mi alma, quizás me decidiera por Homero, Buda, Bergson, Nietzsche, y Zorba... Él me ha enseñado a amar la vida y a no temer a la muerte".

Su amistad con Zorba se mantuvo toda la vida. Kazantzakis cambió el nombre de Giorgos por el de Alexis y situó la acción en Creta. El famoso escritor definió a este hombre peculiar como "un maravilloso bebedor, comilón, trabajador, mujeriego y vagabundo. El alma más grande, el cuerpo más firme, el grito más libre que he conocido en toda mi vida".

Kazantzakis elabora una historia que no sólo describe la personalidad de Zorba sino que expresa además su propio universo interior y aun la esencia racial del alma griega. Alexis es la persona que ha adquirido un conocimiento natural de lo que es la vida que le permite un dominio sobre su propia naturaleza cercano al equilibrio perfecto. Los problemas que el escritor como intelectual se plantea reciben una respuesta lúcida en el goce apasionado de la vida —místico a fuerza de ser humano— del protagonista, con una forma de ser símbolo de una civilización.

Nikos Kazantzakis nació en 1885 en Heraclio. Estudió derecho en Atenas y marchó después a París, donde asistió a los cursos de Bergson. Sus primeras obras fueron de carácter filosófico y poético. Inicialmente compaginó su actividad literaria con la vida política, en la que llegó a ocupar importantes puestos —ministro de Estado en 1945 y presidente del Consejo Superior del Partido Socialista griego en 1946—. Pasó sus últimos años dedicado a la literatura en la ciudad francesa de Antibes y murió en 1957 en Alemania. Su obra poética más ambiciosa es un largo poema titulado
Odisea
(1938). Como dramaturgo escribió
Nicéforo Focas
(1927),
Ulises
(1928),
Cristo
(1928), entre otras. Debe su fama a su producción novelística, en la que destaca
Vida y hechos de Alexis Zorba
(1946) junto a otras como
Libertad o muerte
(1954) y
El pobre de Asís
(1956).

presentación

N
OVELISTA
griego, poeta, dramaturgo, crítico, traductor —en especial de Dante—, ensayista, periodista, viajero, filósofo, político, Nikos Kazantzakis (1883—1957) es una de las figuras más polifacéticas de la literatura contemporánea. También es una de las más desconcertantes, pues a lo largo de su obra su pensamiento se mantuvo en cambio constante, y de él puede quizá decirse que siguió todas las corrientes filosóficas que estuvieron a su alcance. En particular fue importante la influencia de Henri Bergson, que fue su maestro.

Kazantzakis tiene un don especialmente feliz para aprehender la naturaleza de un pueblo, de un sistema o de una religión, y le bastan unos cuantos trazos para trasladarla al papel. Aunque se mostró siempre influido por las ideas de Marx y de Lenin, e hizo innumerables esfuerzos por conciliar el comunismo con otros sistemas políticos, el escritor se mantuvo como socialista y, aun por encima de ello, como un humanista de corte liberal preocupado por el bienestar de la raza humana. Aunque no en el nivel del pensamiento abstracto sino en el de los hechos: a fines de la Primera Guerra Mundial, por ejemplo, cuando era director general del Ministerio de Asuntos Sociales de Grecia, consiguió salvar del hambre a 150 mil de sus compatriotas, que habían sido expulsados del Asia Menor a Rusia.

Junto con la de Bergson, la influencia capital que decidió la actitud de Kazantzakis ante el mundo fue la de Nietzsche, con quien compartía la fascinación por la figura de Cristo (
Cristo de nuevo crucificado
es el título de una de sus novelas), así como su feroz individualismo. También son importantes en su obra múltiples ecos de la literatura y la filosofía de la antigua Grecia, sobre todo en cuanto a la exaltación del hombre como centro del universo, como eje de la creación.

Una de las obras maestras de Kazantzakis es
I Odysseia
(
La Odisea
), un vastísimo poema de 33.333 versos que publicó en 1938. En esta composición monumental, el poeta reconstruyó y reinterpretó la experiencia homérica en la época moderna. Para ello presenta a Odiseo en diversos aspectos: como un héroe, como un vagabundo, como un ladrón, como un existencialista sin meta fija, como un hombre de profundo sentimiento religioso, como un robot nihilista... En fin, como Kazantzakis veía al hombre moderno: incómodamente atrapado en la olvidada certeza de su pasado, y arrastrado al repudio de su identidad.

La crítica concuerda en considerar que los mejores libros de Kazantzakis son los que escribió hacia el final de sus días, como
Anafora ston Greco
(
Carta al Greco
), que apareció póstumamente en 1961 y cuyo contenido es enteramente autobiográfico, y la célebre
Vios kai politeia tou Alexi Zorba
(
Vida y hechos de Alexis Zorba
), de 1946. Otra de sus novelas que ha alcanzado enorme popularidad es
El pobrecillo de Dios
, que trata de la vida de San Francisco de Asís y que nuevamente sirve al autor para profundizar en la problemática del hombre como un ente individualista y rebelde, enemigo de las convenciones de su tiempo, transido por la necesidad de una aspiración metafísica.

Casi tan importantes como sus novelas, son los numerosos libros de viajes escritos por Kazantzakis. Tal vez lo que les proporciona un interés mayor es que, por encima de los paisajes y las ciudades cambiantes, el escritor se mantiene atento a ese otro paisaje, paradójicamente diverso y semejante a un tiempo, que es el ofrecido por los seres humanos, en cualquier lugar de la Tierra.

Vida y hechos de Alexis Zorba
es una de esas novelas cuya fuerza radica en la arrebatadora verdad de su protagonista.

Un desconocido, aparentemente sexagenario, de muy alta estatura, seco, de ojos desencajados, tenía pegada la nariz al vidrio y me miraba. Traía un envoltorio sujeto entre el brazo y el costado.

Lo que me causó mayor impresión fueron sus ojos: burlones, ávidos, fulgurantes. Por lo menos, así me parecieron.

No bien se cruzaron nuestras miradas —dijérase que confirmaba la creencia de que yo era precisamente la persona que él buscaba—, el desconocido alargó con firme movimiento el brazo y abrió la puerta. Pasó por entre las mesas con paso vivo y elástico y se detuvo ante mí.

Tales son las palabras con que Kazantzakis introduce a su personaje. De ahí en adelante, como sin quererlo, a retazos, la novela va contando la vida de Alexis Zorba, va presentando sus reflexiones y sus emociones. Vagabundo, impulsivo, desprejuiciado, libre, Zorba encarna la figura ideal del hombre que ha tenido por maestra a la vida misma y que resulta superior al hombre letrado, que en la novela es el narrador. Enraizado en la madre tierra, Zorba franquea riendo los límites impuestos al hombre normal y conformista, pasa por encima de las concepciones envejecidas de la vida, de la moral, de la justicia y del amor.

En manos de Zorba la vida cesa de ser una abstracción y se convierte en un vértigo bendito. Tocado por su ejemplo, medita el escritor:

He aquí la dicha verdadera: no tener ambición alguna y trabajar como un condenado, como acosado por todas las ambiciones. Vivir lejos de los hombres, no tener necesidad de ellos y quererlos. Estar en Navidad y tras haber comido y bebido a gusto, irse uno solo a salvo de todas las acechanzas, con las estrellas sobre la cabeza, la tierra a la izquierda, el mar a la derecha, y advertir, de pronto, que en el corazón la vida ha realizado un postrer milagro: el de convertirse en un cuento de hadas.

La novela, a su vez, se convierte en un canto lleno de vitalidad a las fuerzas de la esperanza, a la permanente renovación de la vida. Cambian los rostros, surgen y vuelven al polvo del que brotaron, pero la vida continúa y es una misma, inagotable. Tal es la aspiración de cada hombre, un relámpago en palabras de Zorba: "Muchas cosas hice en mi vida; sin embargo, no han sido bastantes. Hombres como yo debían vivir mil años."

Los editores

A mi amigo

Jean Herbert

I

M
E
encontré con él por vez primera en El Pireo. Había bajado yo al puerto para embarcarme con destino a Creta. Era un amanecer lluvioso. Soplaba fuertemente el siroco; hasta el cafetín portuario llegaban las salpicaduras del oleaje. Las puertas vidrieras estaban cerradas, el local olía a emanaciones humanas y a infusión de salvia. Afuera hacía frío; el aliento empañaba los vidrios. Cinco o seis marineros, que habían estado en vela toda la noche, abrigados con blusas de piel de cabra, bebían café o salvia y contemplaban el mar a través de los turbios cristales. Los peces, aturdidos por la violencia del oleaje, habíanse refugiado en las aguas tranquilas de las profundidades y esperaban que arriba renaciera la calma. Los pescadores aglomerados en los cafés aguardaban, también, que amainara la borrasca y que los peces, tranquilizados, asomaran a la superficie y mordieran los anzuelos. Los lenguados, racazos y rayas regresaban de sus expediciones nocturnas. Amanecía.

La puerta vidriera se abrió dando paso a un trabajador del puerto, rechoncho, atezado, de cabeza descubierta, descalzo, embarrado.

—¡Hola, Kostandi! —gritó un viejo lobo de mar envuelto en una capa grisazulada— ¿qué es de tu vida, viejo?

Kostandi escupió.

—¿Qué quieres que sea? —respondió ásperamente—. Por la mañana, a la taberna, por la noche, a casa. ¡Por la mañana, a la taberna, por la noche, a casa! Ésa es mi vida. ¡Trabajar, nada!

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