Wayne miró a Marasi, que negó con la cabeza.
—Nada. Tal vez Miles sepa dónde están.
«Si quiere hablar», pensó Waxillium. Miles había dejado de sentir dolor hacía tiempo. Waxillium no estaba seguro de cómo podría nadie interrogarlo.
Consideró que, al no haber rescatado a las otras mujeres, había fallado en gran medida. Había jurado rescatar a Steris, y lo había hecho. Pero no había evitado un mal mayor.
Suspiró mientras la puerta del despacho del capitán se abría y salía Steris. Un par de alguaciles veteranos le había tomado declaración, después de hacerlo a Waxillium y Wayne. Los dos alguaciles llamaron entonces a Marasi, y ella entró, mirando a Waxillium por encima del hombro. Le había dicho que fuera sincera y dijera la verdad, sin ocultar nada de lo que Wayne y él habían hecho. Aunque, si podía, tenía que oscurecer el papel de Ranette.
Wayne se acercó al lugar donde unos alguaciles comían sus bocadillos matutinos. Lo miraron con recelo, pero, por experiencia, Waxillium sabía que Wayne pronto los haría reír y acabarían pidiéndole que se uniera a ellos. «¿Comprende siquiera lo que hace? —se preguntó Waxillium mientras Wayne se lanzaba a explicarles el combate a los alguaciles—. ¿O lo hace todo por instinto?»
Lo estuvo mirando un momento antes de darse cuenta de que Steris se había acercado a él. Se sentó directamente enfrente, manteniendo una buena postura. Se había arreglado el pelo, y aunque tenía el pelo arrugado por el día en cautividad, parecía relativamente tranquila.
—Lord Waxillium —dijo—. Considero necesario ofrecerle mi agradecimiento.
—Espero que la necesidad no sea demasiado onerosa —replicó Waxillium con un gruñido.
—Solo en tanto viene… es requerida… después de un oneroso cautiverio. Ha de saber que no fui tocada indecentemente por mis captores. Permanezco pura.
—¡Herrumbre y Ruina, Steris! Me alegro, pero no necesitaba saber eso.
—Lo necesitaba —dijo ella, el rostro impasible—. Suponiendo que aún desee continuar con nuestros esponsales.
—No importaría de todas formas. Además, creía que todavía no habíamos llegado a ese punto. Ni siquiera hemos anunciado que nos estamos viendo.
—Sí, aunque creo que ahora podemos alterar nuestro calendario previo. Verá, se esperará que un rescate dramático como el que ha efectuado provoque una reacción en mis emociones. Lo que antes podría haber sido considerado un escándalo ahora en cambio será visto como romántico. Podríamos anunciar plausiblemente un compromiso la semana próxima y ser aceptados en la alta sociedad sin preocupaciones ni comentarios.
—Qué bien, supongo.
—Sí. ¿He de continuar con nuestro contrato, entonces?
—¿No le importa que haya vuelto a las retorcidas costumbres de mi pasado?
—Creo que pronto estaría muerta si no lo hubiera hecho —dijo Steris—. No estoy en posición de quejarme.
—Pretendo continuar —advirtió Waxillium—. No todos los días, patrullando sin descanso ni nada de eso. Pero he recibido un permiso, y un ofrecimiento, para estar implicado en los asuntos policiales de la ciudad. Pienso actuar en los problemas ocasionales que necesiten atención extra.
—Todo caballero necesita una afición —dijo ella, tan tranquila—. Y, considerando los caprichos de algunos hombres que he conocido, en comparación esto no sería problemático —se inclinó hacia delante—. En resumen, mi señor, lo veo a usted por lo que es. Nosotros dos estamos más allá del punto en nuestras vidas en que esperar a que el otro cambie sea realista. Aceptaré esto sobre usted si usted me acepta a mí. No carezco de defectos, como mis tres anteriores pretendientes se molestaron en explicarme, en profusión, por escrito.
—No me había dado cuenta.
—No es un tema digno de su atención, en realidad. Aunque pensaba que se habría dado cuenta de que no venía a esta potencial unión sin, no se ofenda, cierta medida de desesperación.
—Comprendo.
Steris vaciló. Luego un poco de su frialdad pareció desaparecer. Parte de su control, de su voluntad de acero, se desvaneció. Parecía cansada de repente. Agotada. Aunque detrás de la máscara, Waxillium vio algo que podría haber sido afecto hacia él. Cruzó las manos.
—Yo… no soy buena con la gente, Lord Waxillium. Me doy cuenta. Sin embargo, debo recalcar que tiene mi agradecimiento por lo que ha hecho. Hablo desde las profundidades de todo lo que soy. Gracias.
Él la miró a los ojos y asintió.
—Bien —dijo ella, volviendo a los negocios—. ¿Continuamos con nuestro compromiso?
Waxillium vaciló. No había ningún motivo para no hacerlo, pero una parte de él descubrió que se consideraba a sí mismo un cobarde. De los dos ofrecimientos de hoy (uno no hablado, el otro brusco), ¿este era el que estaba contemplando?
Miró hacia la sala donde Marasi estaba dando el informe de su implicación en este lío. Era fascinante. Hermosa, inteligente, motivada. Por toda lógica y razón, él debería sentirse completamente enamorado de ella.
De hecho, le recordaba mucho a Lessie. Tal vez ese era el problema.
—Continuamos —dijo, volviéndose hacia Steris.
Marasi asistió a la ejecución de Miles.
Daius, el fiscal jefe, le había aconsejado que no lo hiciera. Nunca asistía a las ejecuciones.
Estaba sentada en el balcón, sola, viendo a Miles subir los escalones hasta el cadalso. Su posición dominaba el lugar de la ejecución.
Entornó los ojos, recordando a Miles de pie en aquella sala subterránea de oscuridad y bruma, apuntándola con un revólver en su escondite. Le habían puesto una pistola en la cabeza tres veces durante aquellos dos días, pero la única vez que creyó que iba a morir de verdad fue cuando vio la expresión en los ojos de Miles. La descarnada falta de emoción, la superioridad.
Se estremeció. El tiempo transcurrido entre el ataque de los desvanecedores en la boda y la captura de Miles había sido menos de un día y medio. Sin embargo, ella sentía como si hubiera envejecido dos décadas. Era como una forma de alomancia temporal, una burbuja de velocidad alrededor de ella sola. El mundo era distinto ahora. Casi la habían matado, había matado por primera vez, se había enamorado y había sido rechazada. Ahora había ayudado a condenar a muerte a un antiguo héroe de los Áridos.
Miles miraba con desdén a los alguaciles que lo ataron al poste. Había mostrado la misma expresión durante gran parte del juicio, el primero en el que Marasi colaboraba como ayudante del fiscal, aunque Daius había llevado el caso. El juicio fue rápido, a pesar de su naturaleza destacada y su alto riesgo. Miles no había negado sus crímenes.
Parecía que se consideraba inmortal. Incluso aquí de pie, retiradas sus mentes de metal, con una docena de rifles amartillados y apuntándolo, no parecía creer que fuera a morir. La mente humana era lista a la hora de engañarse a sí misma, a la hora de mantener a raya la desesperación de lo inevitable. Marasi había visto esa expresión en los ojos de Miles. Todos los hombres la tenían, cuando eran jóvenes. Y todos los hombres acababan por comprender que era mentira.
El pelotón apuntó. Quizás ahora Miles finalmente reconocería esa mentira. Mientras las armas disparaban, Marasi descubrió que se sentía satisfecha. Y eso la preocupó enormemente.
Waxillium subió al tren en Puertoseco. Todavía le dolía la pierna, caminaba con un bastón, y llevaba un vendaje en el pecho para cuidar de sus costillas rotas. Una semana no era tiempo suficiente para sanar tras lo que había sufrido. Probablemente no tendría que haberse levantado de la cama.
Avanzó cojeando por el pasillo del lujoso vagón de primera clase, pasando ante bellos reservados privados. Llegó al tercer compartimento cuando el tren se ponía en marcha. Entró en el reservado, dejando la puerta abierta, y se sentó en uno de los asientos tapizados junto a la ventana. Estaba clavado al suelo, ante una mesita con una sola pata alargada. Era curvado y estrecho, como el cuello de una mujer.
Poco después, oyó pasos en el pasillo. Vacilaron ante la puerta.
Waxillium contemplaba pasar el paisaje.
—Hola, tío —dijo, volviéndose a mirar al hombre de la puerta.
Lord Edwarn Ladrian entró en el compartimento. Llevaba un bastón de marfil de ballena y llevaba ropas elegantes.
—¿Cómo me has encontrado? —preguntó, sentándose en el otro asiento.
—Unos cuantos desvanecedores que interrogamos —dijo Waxillium—. Describieron a un hombre a quien Miles llamaba «Señor Elegante». No creo que nadie más te reconociera con esa descripción. Por lo que tengo entendido, viviste como un eremita durante la década que condujo a tu «muerte». Salvo tus cartas a los periódicos sobre cuestiones políticas, por supuesto.
Eso no respondía exactamente a la pregunta. Waxillium había encontrado este tren, y este vagón, basándose en los números que había visto escritos en la caja de puros de Miles, la que había encontrado Wayne. Rutas de ferrocarril. Todos los demás pensaban que lo que planeaban atracar los desvanecedores eran trenes, pero Waxillium había visto una pauta diferente. Miles había estado siguiendo los movimientos del Señor Elegante.
—Interesante —dijo Lord Edwarn. Se sacó un pañuelo del bolsillo y se limpió los dedos mientras entraba un sirviente con una bandeja de comida que depositó en la mesa ante él. Otro le sirvió vino. Les indicó que esperaran en la puerta.
—¿Dónde está Telsin? —preguntó Waxillium.
—Tu hermana está a salvo.
Waxillium cerró los ojos, y combatió la oleada de emoción. La había creído muerta en el accidente que supuestamente se llevó la vida de su tío, pero había tratado con sus emociones, tal como venían. Habían pasado años desde la última vez que vio a su hermana.
¿Por qué, entonces, le parecía que tuviera un significado tan poderoso el hecho de que ella viviera? Ni siquiera podía definir qué emociones estaba sintiendo.
Se obligó a abrir los ojos. Lord Edwarn lo estaba observando, sosteniendo un vaso de cristalino vino blanco entre los dedos.
—Lo sospechaste —dijo Edwarn—. Sospechaste todo el tiempo que no estaba muerto. Por eso reconociste la descripción que esos rufianes pudieron hacer. He cambiado mi estilo de vestir, mi corte de pelo, e incluso me he afeitado la barba.
—No deberías de haber enviado a tu mayordomo a intentar asesinarme —dijo Waxillium—. Llevaba demasiado tiempo al servicio de la familia, y estuvo demasiado dispuesto a matarme, para haber sido contratado por los desvanecedores con tan poco tiempo. Eso significaba que trabajaba para otra persona, y llevaba haciéndolo algún tiempo. La respuesta más sencilla era que seguía trabajando para la persona a quien había servido durante años.
—Ah. Claro, se suponía que no sabrías que él causó la explosión.
—Se suponía que no debía sobrevivir, quieres decir.
Lord Ladrian se encogió de hombros.
—¿Por qué? —preguntó Waxillium, inclinándose hacia delante—. ¿Por qué hacerme volver, solo para mandarme matar? ¿Por qué no hacer que otro se quedara con el título de la casa?
—Hinston iba a quedárselo —dijo Lord Ladrian, untando de mantequilla un panecillo—. Su enfermedad fue… desafortunada. Los planes estaban ya en marcha. No tuve tiempo de buscar otras opciones. Además, esperaba (obviamente, sin fundamento) que hubieras superado tu hiperdesarrollado sentimiento infantil de moralidad. Esperaba que fueras útil.
«Herrumbre y Ruina, odio a este hombre», pensó Waxillium, recordando su infancia. Se había marchado a los Áridos, en parte, por escapar a aquella voz condescendiente.
—He venido a por las otras cuatro mujeres secuestradas —dijo Waxillium.
Lord Ladrian tomó un sorbo de vino.
—¿Crees que voy a renunciar a ellas, así sin más?
—Sí. De lo contrario, te desenmascararé.
—¡Adelante! —Lord Ladrian parecía divertido—. Algunos te creerán. Otros creerán que estás loco. Ninguna reacción nos detendrá a mis colegas y a mí.
—Porque ya habéis sido derrotados —dijo Waxillium.
Lord Ladrian casi se atragantó con su panecillo. Se echó a reír y lo depositó sobre la mesa.
—¿De verdad es eso lo que piensas?
—Los desvanecedores han desaparecido… —dijo Waxillium—. Mientras hablamos, están ejecutando a Miles, y sé que lo estabas financiando. Capturamos el material que estabais robando, así que no has ganado nada ahí. Obviamente no tenías muchos fondos ya de entrada. De lo contrario, no habrías necesitado a Miles y su equipo para que hicieran los robos.
—Te aseguro, Waxillium, que somos bastante solventes. Gracias. Y no encontrarás ninguna prueba de que mis asociados o yo tengamos nada que ver con los robos. Le alquilamos ese sitio a Miles, ¿pero cómo podíamos saber qué pretendía? ¡Armonía! Era un vigilante respetado.
—Os llevasteis a las mujeres.
—No hay ninguna prueba de eso. Solo especulación por tu parte. Unos cuantos desvanecedores jurarán sobre sus tumbas que Miles violó y mató a las mujeres. Sé con seguridad que uno de esos desvanecedores sobrevivió. Aunque sigo sintiendo curiosidad por averiguar cómo me has encontrado aquí, en este tren concreto.
Waxillium respondió a esa pregunta.
—Sé que estás arruinado —dijo en cambio—. Di lo que quieras, lo entiendo. Entrégame a las mujeres y a mi hermana. Les recomendaré a los jueces que sean indulgentes. Sí, financiaste a un grupo de ladrones como medio de inversión de alto riesgo. Pero les dijiste de manera explícita que no le hicieran daño a nadie, y no fuiste tú quien apretó el gatillo y mató a Peterus. Sospecho que te librarás de la ejecución.