Waxillium observó la escena y entonces le tendió una mano a Marasi.
—Dinamita.
Ella le entregó el cartucho.
—Ponte a cubierto. Intenta darle a ese lanzamonedas cuando baje a por nosotros.
Waxillium irrumpió en la sala, disparando sin mirar al grupo de hombres. Ellos gritaron y trataron de ponerse a cubierto. Waxillium alcanzó a Wayne justo cuando este levantaba una burbuja de velocidad.
—Gracias —dijo Wayne. Chorros de sudor corrían por su cara, aunque estaba sonriendo.
—¿Y el brazo de peltre? —preguntó Waxillium.
—Quedamos en tablas —respondió Wayne—. El hijo de perra es rápido.
Waxillium asintió. Los quemadores de peltre siempre le daban problemas a Wayne, que podía curarse más rápido, pero los poderes de los brazos de peltre los hacían rápidos y fuertes. En un combate mano a mano, Wayne estaba en desventaja.
—Todavía tiene mi sombrero de la suerte —aclaró Wayne, señalando el lugar donde el hombre de pie gris se encontraba tras el grupo de desvanecedores, instándolos a seguir disparando—. Este último grupo salió de ese túnel. Creo que hay más allí dentro. No sé por qué no los ha traído Miles.
—Demasiadas armas disparando en una habitación de este tamaño hace que sea cada vez más peligroso para sus hombres —respondió Waxillium, mirando alrededor—. Querrá contar con reservas, para así intentar agotarnos. ¿Dónde está Miles, por cierto?
—Intentando flanquearme —dijo Wayne—. Creo que se esconde allí, junto al vagón.
Wayne y él se encontraban en el centro de la sala, el vagón tras ellos y a la izquierda, las cajas detrás y a la derecha, el túnel a la derecha.
Waxillium podía llegar al vagón con bastante facilidad.
—Bien —dijo—. El primer plan para tratar con Miles sigue en marcha.
—No creo que funcione.
—Por eso tenemos un segundo plan. Pero esperemos que este funcione. Preferiría no poner a Marasi en una situación más peligrosa.
Waxillium alzó la dinamita. No había mecha: estallaba tirando de un detonador.
—Tú ve a por esos hombres. Yo me encargo de Miles. ¿Listo?
—Sí.
Waxillium lanzó la dinamita y Wayne dejó caer la burbuja de velocidad justo antes de que la dinamita alcanzara su borde. Cualquier objeto, los pequeños en especial, que salían de una burbuja de velocidad se desviaban levemente de manera impredecible. Por eso disparar desde dentro de una era prácticamente inútil.
Los desvanecedores alzaron la mirada en sus escondites. La dinamita cayó hacia ellos. Wayne apuntó con
Vindicación
y disparó la última bala del tambor al cartucho.
La explosión sacudió la sala, tan fuerte que los oídos de Waxillium zumbaron. Giró, ignorándolos, y vio a Miles salir de detrás del vagón roto. Waxillium cogió un puñado de balas y corrió hacia el vagón blindado, y saltó rápidamente a su interior para ponerse a cubierto mientras recargaba.
Una figura oscureció la puerta un momento después.
—Hola, Wax —dijo. Entró en el vagón blindado.
—Hola, Miles.
Inspirando profundamente, Waxillium empujó contra los ganchos de metal de arriba, que había colocado allí para sujetar las redes. Se soltaron y las redes cayeron alrededor de Miles.
Mientras Miles daba un respingo de sorpresa, Waxillium empujó los cierres de la parte inferior de las redes, arrancándolas del agujero que antes fue la puerta. Las redes se tensaron e hicieron que Miles perdiera el equilibrio.
Miles cayó al suelo y se golpeó la cabeza contra la caja que contenía el aluminio. Probablemente eso ni siquiera lo aturdió, pero la torpe caída sí que le hizo soltar la pistola. Waxillium saltó hacia delante, la agarró y la sacó de las redes. Entonces se levantó, respirando entrecortadamente.
Miles se debatía contra las redes. A pesar de su increíble poder de curación, no era más fuerte que un hombre corriente. El truco no estaba en matarlo, sino en incapacitarlo. Waxillium dio un paso adelante, y solo ahora encontró una oportunidad para vendarse la herida del brazo. No era grave, pero sangraba más de lo que le habría gustado.
Miles lo miró, intentando calmarse. Entonces buscó en su bolsillo, sacó su caja de puros y extrajo un pequeño cartucho cilíndrico de dinamita.
Waxillium se quedó quieto. Sintió un horrible momento de comprensión, seguido por una descarga de terror.
«¡Oh, demonios!» Se lanzó más allá de Miles, fuera del vagón. El torpe brinco lo hizo girar en el aire. Vio brevemente a Miles arrancar el detonador de la dinamita. El hombre quedó envuelto en un brillante y poderoso estallido.
La explosión lanzó a Waxillium hacia delante como si fuera una hoja al viento. Chocó contra el suelo y su visión se nubló. Perdió unos instantes.
Se recuperó, ensangrentado, mareado, y rodó hasta detenerse. La cabeza le daba vueltas. Era incapaz de moverse o de pensar siquiera, el corazón le martilleaba en el pecho.
Una figura se alzó dentro del vagón. La visión de Waxillium era demasiado confusa para distinguir gran cosa, pero supo que era Miles. Tenía las ropas hechas jirones, arrancadas en gran parte de su cuerpo, pero estaba entero. Había hecho estallar la dinamita en su mano para poder librarse de las redes.
«Herrumbre y Ruina…», pensó Waxillium, tosiendo. ¿Hasta qué punto estaba malherido? Se dio la vuelta, aturdido. Esto no era buena señal.
—¿Hay alguna duda de que he sido elegido para algo grande? —gritó Miles. Waxillium apenas podía escucharlo; sus oídos estaban casi inútiles tras la explosión—. ¿Por qué si no tengo este poder, Waxillium? ¿Por qué si no seríamos lo que somos? Y, sin embargo, dejamos que otros gobiernen. Los dejamos que destruyan nuestro mundo mientras nosotros no hacemos más que perseguir a criminales insignificantes.
Miles saltó del vagón, luego avanzó, el pecho desnudo, los pantalones colgando en harapos.
—Estoy cansado de hacer lo que la ciudad me dice. Debería estar ayudando a la gente, no librando guerras sin sentido según dictan los corruptos y los canallas. —Llegó junto a Waxillium y se agachó.
»¿No lo ves? ¿No ves lo importante que es el trabajo que podríamos estar haciendo? ¿No ves que nuestro destino es hacerlo, quizás incluso gobernar? Es casi como… como si nosotros, con los poderes que tenemos, fuéramos divinos.
Casi parecía estar suplicándole a Waxillium que estuviera de acuerdo, que lo justificara.
Waxillium solo tosió.
—Bah —dijo Miles, incorporándose. Flexionó una mano—. ¿Crees que no me doy cuenta de que la única manera de detenerme es atándome? Una pequeña explosión no viene mal, lo he descubierto. Guardo la dinamita en las cajas de puros. Poca gente mira en ellas. Tendrías que haber interrogado a los criminales que detuve allá en los Áridos. Unos cuantos trataron de capturarme con cuerdas.
—Yo… —tosió Waxillium. Su propia voz le sonó extraña—. Nunca pude hablar con los criminales que capturaste. Los mataste a todos, Miles.
—Eso hice —respondió Miles. Agarró a Waxillium por el hombro, obligándolo a ponerse en pie—. Veo que tiraste mi pistola cuando saltaste del tren. Maravilloso.
Le dio un puñetazo en el estómago que le hizo exhalar con un gruñido. Entonces lo dejó caer al suelo y se acercó a una pistola que había tirada cerca.
Aturdido, pero sabiendo que tenía que ponerse a cubierto, Waxillium logró ponerse en pie. Empujó contra una pieza de maquinaria y se lanzó al otro lado de la sala, donde aterrizó junto a las cajas. La explosión las había dispersado, pero todavía proporcionaban algo de protección.
Tosiendo, sangrando, se arrastró tras ellas. Entonces se desplomó.
Wayne giraba entre dos desvanecedores. Descargó hacia un lado sus bastones de duelo, golpeando con ellos la espalda de uno de los hombres. Fue recompensado con un satisfactorio
crack
. El hombre cayó.
Wayne sonrió y dejó caer su burbuja de velocidad. El otro hombre que estaba atrapado dentro con él se giró, tratando de apuntarle, pero mientras se movía, se puso sin darse cuenta en el camino de varios de sus camaradas, que estaban disparando.
El desvanecedor cayó ante una lluvia de balas. Wayne dio un salto atrás, levantando otra burbuja a su alrededor y un confuso desvanecedor.
Todo lo de fuera se frenó: las balas quedaron quietas en el aire, los gritos desaparecieron, las ondas se difuminaron al alcanzar la burbuja de velocidad, que causaba cosas extrañas al sonido.
Wayne se dio media vuelta y le arrancó la pistola de las manos al desvanecedor que tenía detrás, luego se abalanzó y golpeó el cuello del hombre con la punta de su bastón. El desvanecedor gorjeó sorprendido; luego Wayne lo golpeó en la sien, derribándolo.
Dio un paso atrás, jadeando y haciendo girar uno de sus bastones. Se estaba quedando sin bendaleo, así que comió otro pedazo. El último. Más preocupantes eran sus mentes de metal, que había agotado casi por completo. «Otra vez.» Odiaba luchar de esta forma. Un solo disparo podía acabar con él. Era tan frágil como… bueno, como todo el mundo. Resultaba preocupante.
Se acercó al perímetro de su burbuja de velocidad, deseando que se moviera con él. Aquel brazo de peltre seguía llevando puesto su sombrero de la suerte; el hombre se había puesto a cubierto cuando Wax lanzó la dinamita, y acababa de asomar. No parecía haber sido malherido; unos cuantos arañazos en la cara, el tipo de cosa que un brazo de peltre podía ignorar. Lástima. Pero al menos el sombrero estaba bien.
El hombre había empezado a cargar hacia Wayne, moviéndose de manera extremadamente lenta, aunque más rápido que los otros desvanecedores. Era frustrante, pero Wayne sabía que tenía que mantenerse apartado de ese hombre. Nunca había derrotado a un brazo de peltre sin tener acumulado un montón de salud. Mejor seguir saltando, confundiendo al hombre hasta que Marasi o Wax pudieran dispararle unas cuantas veces.
Wayne se volvió y escrutó la zona cercana, decidiendo dónde iba a situarse cuando soltara la burbuja. Con tantas balas disparándose, no quería…
¿Ese era Wax?
Wayne se quedó boquiabierto, y solo ahora advirtió la forma ensangrentada de Wax que cruzaba la sala, como impulsado por un empujón de acero. Wax apuntaba hacia un grupo de cajas en la parte noroccidental de la nave, a la izquierda de Wayne. Su traje estaba quemado y hecho jirones por un lado. ¿Otra explosión? A Wayne le parecía que había oído algo, pero saltar entrando y saliendo de burbujas de velocidad podía volver locos tus sentidos.
Wax lo necesitaba. Era hora de terminar esta lucha, entonces. Wayne soltó la burbuja y se lanzó hacia delante. Contó hasta dos, luego emplazó otra burbuja y se tiró a la derecha. La soltó y siguió corriendo, las balas atravesaron el aire donde había estado. A los ojos de aquellos que intentaban seguirlo, se habría borrado y aparecido inmediatamente a la derecha de donde estuvo. Lo hizo de nuevo, esquivando en otra dirección, y luego soltó la burbuja.
Casi había llegado. Otra burbuja más y…
Algo alcanzó a Wayne en el brazo. Extrañamente, sintió la sangre antes que el dolor. Maldijo, tambaleándose, y alzó una burbuja de inmediato.
Se agarró el brazo. La cálida sangre chorreaba entre sus dedos, y lleno de pánico Wayne decantó la última pizca de curación de su mente de metal. No fue suficiente para arreglar la herida de bala: apenas frenó la hemorragia. Se volvió y vio que otra bala estaba a punto de alcanzar la burbuja. Saltó a un lado justo antes de que tocara el perímetro, lo atravesara en un segundo, y luego alcanzara el otro lado y frenara de nuevo, desviada erráticamente hacia el techo.
«Maldición —pensó Wayne, atando en su brazo herido un vendaje improvisado—. Alguien tiene muy buena puntería.» Miró alrededor y vio al lanzamonedas de negro arrodillado junto a la pared, empuñando un rifle de aspecto familiar con el que lo apuntaba. El rifle era el que Ranette le había dado a Marasi. «Bueno, esto se va al infierno más rápido de lo que arde el bendaleo.»
Un momento de vacilación. Wax había caído. Pero Marasi… ¿qué le había sucedido? Wayne no podía verla por ninguna parte, aunque el lanzamonedas se había apostado detrás de unas máquinas, y tenía su arma. Eso resultaba bastante revelador.
Wax querría que fuera a ayudar a la muchacha.
Apretando los dientes, Wayne se dio media vuelta y avanzó hacia el lanzamonedas.
Waxillium gimió, se estiró a pesar del dolor y sacó un pequeño dos-tiros de la funda que llevaba en el tobillo. Había perdido a
Vindicación
con la explosión (Ranette iba a matarlo por eso) y había dejado su otra arma arriba cuando agarró a Marasi. Solo le quedaba esto.
Trató sin éxito de amartillar la diminuta pistola con una mano temblorosa. No se atrevió a intentar averiguar la gravedad de sus heridas. Su brazo y su pierna estaban desollados.
La bruma continuaba colándose por el agujero del techo. Casi había envuelto este lado de la sala. Desesperado, Waxillium advirtió que su dos-tiros se había estropeado con la explosión, y el percutor ya no se dejaba amartillar. No es que fuera a ser de gran ayuda contra Miles, de todas formas.
Gimió de nuevo, apoyando la cabeza contra el suelo. «Creo que pedí un poco de ayuda.»
Una voz le respondió, clara e inesperada:
«Y un poco es lo que has recibido, creo.»
Waxillium se sobresaltó. «Bueno… ¿podrías ayudarme un poco más, entonces? Hum, ¿por favor?»
«Tengo que tener cuidado al mostrar mi favoritismo —respondió la voz en su mente—. Trastorna el equilibrio.»
«Eres Dios. ¿No se trata precisamente de tener favoritos?»
«No —respondió la voz—. Es cuestión de Armonía, de crear un modo para que tantos como sea posible tomen sus propias decisiones.»
Waxillium yacía contemplando las brumas en movimiento. La explosión lo había aturdido más de lo que creía.
«¿Eres divino —le preguntó la voz—, como dice Miles que son los alománticos?»
«Yo… —pensó Waxillium—. Si lo fuese, dudo que sintiera este dolor.»
«¿Entonces qué eres?»
«Esta conversación es muy rara», pensó Waxillium.
«Sí.»
«¿Cómo puedes ver cosas como las que han hecho los desvanecedores y no hacer nada para ayudar?», preguntó Waxillium.
«He hecho algo para ayudar. Te he enviado a ti.»
Waxillium suspiró, soplando las brumas que tenía delante. Lo que había dicho Miles le había molestado: «¿Hay alguna duda de que nos han dado esto por un motivo?»