Fuera, toda la sala se estremeció. Dentro, el vagón se agitó, aunque parecía que alguien había tenido el detalle de asegurarlo, impidiendo que Waxillium se sacudiera demasiado. Se agarró a la cuerda que había atado a la caja fuerte, la cabeza gacha,
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junto a la oreja.
En cuanto la explosión pasó, se lanzó por encima de la caja fuerte y saltó a la sala. El humo se agitaba en el aire; trozos de piedra y acero estaban dispersos por el suelo. La mayoría de las luces habían sido arrancadas por la explosión, y las que quedaban oscilaban salvajemente, pintando la sala de sombras aterradoras.
Waxillium escrutó la devastación e hizo un rápido conteo. Al menos cuatro hombres habían caído. Probablemente habría alcanzado a más si hubiera detonado la explosión antes, pero le preocupaba herir a gente inocente. Necesitó un momento para asegurarse de que Steris ni las demás estaban cerca.
Waxillium empujó y se impulsó con un fragmento de metal, lanzándose al aire antes de que ningún desvanecedor pudiera apuntarle. Le disparó con
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a un hombre que se levantaba y sacudía la cabeza. Aterrizó en lo alto del vagón y disparó dos veces más con precisión, matando a otros dos desvanecedores.
Una figura harapienta se alzaba a un lado de la sala, y Waxillium disparó antes de reconocer a Miles. La parte izquierda de su chaqueta y camisa estaban hechas jirones, pero ya había vuelto a desarrollar la carne, y apurado alzaba su pistola.
«Maldición», pensó Waxillium, saltando detrás del vagón. Había esperado aparecer en un escondite más tradicional, con pasillos estrechos y huecos ocultos. No esta nave de piedra despejada. Iba a ser difícil no quedar arrinconado aquí.
Se asomó por el lado del vagón, y recibió una andanada de disparos desde cuatro o cinco lugares diferentes. Volvió a ocultarse, recargando rápidamente a
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con balas normales. Ya estaba arrinconado. Esto no iba bien.
Otra de las luces de la sala fluctuó antes de apagarse. Los incendios provocados por la explosión lo iluminaban todo de un brillo rojo primario. Waxillium se agachó, con
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preparada. No se molestó con una burbuja de acero: todos disparaban con balas de aluminio.
Era quedarse arrinconado y que lo mataran cuando rodearan el vagón, o arriesgarse a que lo hicieran cuando saliera. Así fuera. Le dio una patada a un trozo de metal, luego lo empujó ante él. Atrajo los disparos mientras corría tras él, empujando hacia atrás para surcar los aires. Se volvió de lado, disparando mientras volaba, más que nada para obligar al enemigo a bajar la cabeza. Sin embargo, consiguió abatir a uno antes de golpear el suelo y deslizarse a la sombra de unas cajas caídas.
Se irguió y recargó rápidamente. Le dolía el costado, que sangraba a través del vendaje. El vagón estaba sujeto en la cara norte de la sala. Él había saltado hacia el oeste, y había acabado en el rincón noroeste donde estaban almacenadas las cajas. La cara oeste, un poco al sur de donde se hallaba, daba a una especie de túnel. Tal vez podría correr hacia allí.
Se asomó a un lado y le dio un tiro en la frente a uno de los desvanecedores. Luego rodó para ponerse a cubierto detrás de un grupo de cajas más grandes.
Alguien se arrastraba junto a las cajas que tenía a la izquierda; podía oír los pasos aplastando trozos de escombros. Waxillium alzó su arma, se hizo a un lado, y disparó.
El hombre del traje negro alzó tranquilamente una mano. Siguiendo la bala con las líneas azules de la alomancia, Waxillium pudo ver que se volvía hacia atrás y golpeaba la pared que tenía detrás. «Magnífico. Un lanzamonedas.» Hizo girar el tambor de
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, deteniéndolo en su sitio. Por desgracia, los disparos de los otros desvanecedores lo obligaron a retroceder antes de poder disparar la bala especial.
Ese lanzamonedas estaba cerca. Waxillium tenía que moverse con rapidez. Se sacó de los bolsillos unos cuantos de los pañuelos con pesos y los arrojó al aire y los empujó para atraer los disparos, luego se volvió hacia el lado derecho de las cajas. Tenía que seguir en movimiento. Si…
Se encontró cara a cara con alguien que rodeaba las cajas para sorprenderlo por el flanco. Era un hombre delgado de piel cenicienta y llevaba el sombrero de Wayne. Tarson, lo habían llamado en la otra lucha.
Los ojos de Tarson se abrieron de par en par llenos de sorpresa y descargó un puñetazo, a pesar de que empuñaba un revólver. El hombre tenía sangre koloss, y tal vez era también un brazo de peltre, considerando lo rápidamente que se había recuperado de sus heridas. Hombres así a menudo golpeaban primero y pensaban en sus armas después.
Waxillium apenas pudo esquivarlo a tiempo: sintió el puño pasar ante la punta de su nariz y luego chocar contra una de las cajas, a la que aplastó. Alzó a
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, pero Tarson, moviéndose con velocidad sobrenatural, se la arrancó de un manotazo. Sí, un brazo de peltre con toda seguridad. Los hombres de sangre koloss eran fuertes, pero no tan rápidos.
Por reflejo, Waxillium se empujó hacia atrás. Enfrentarse cara a cara con este hombre sería suicida. Le…
El tejado explotó.
Bueno, no el tejado entero. Solo una porción sobre Waxillium, donde parecía que habían bajado el vagón del tren por medio de algún tipo de plataforma mecánica. Waxillium se agachó mientras caían trozos de metal; empujó a algunos. Sonaron disparos desde arriba, y el brazo de peltre se agachó, mientras unas pocas balas alcanzaban las cajas cercanas.
Una figura saltó desde lo alto, vestida con un sobretodo y empuñando un par de bastones de duelo. Wayne aterrizó junto a Waxillium, gruñendo de dolor, y el claro tintineo de una burbuja de velocidad apareció alrededor de ambos.
—Agh —dijo Wayne, rodando y estirando la pierna para que se curara de la fractura.
—No tenías que saltar tan rápido —reprendió Waxillium.
—¿Ah, no? Mira bien, sesos de galleta.
Waxillium alzó la mirada. Mientras había estado luchando con el brazo de peltre, el lanzamonedas vestido de negro había avanzado. El hombre aterrizaba lentamente sobre las cajas, revólver en mano, y una vaharada de humo brotaba mientras la bala salía muy despacio del cañón. Esa bala apuntaba directamente a la cabeza de Waxillium.
Waxillium se estremeció y dio un paso deliberado a un lado.
—Gracias. Y… ¿sesos de galleta?
—Estoy probando insultos nuevos —dijo Wayne, poniéndose en pie—. ¿Te gusta el nuevo sobretodo?
—¿Por eso has tardado tanto? Por favor, dime que no te has ido de compras mientras yo luchaba por mi vida.
—Tuve que eliminar a tres tipos que guardaban la entrada ahí arriba —dijo Wayne, haciendo girar sus bastones—. Uno de ellos tenía puesta esta hermosa prenda —vaciló—. Llego un poco tarde porque tuve que idear un modo de quitarlo de en medio sin estropear el abrigo.
—Magnífico.
—Hice que Marasi le disparara en el pie —dijo Wayne, gruñendo—. ¿Estás preparado? Intentaré encargarme de nuestro amigo de sangre koloss.
—Ten cuidado —dijo Waxillium—. Es un brazo de peltre.
—Encantador. Siempre me presentas a gente estupenda, Wax. Marasi nos cubrirá desde arriba. ¿Puedes encargarte del lanzamonedas?
—Si no puedo, es hora de retirarme.
—Oh. ¿Así es como llamamos hoy en día a que te peguen un tiro? Lo recordaré. ¿Preparado?
—Vamos.
Wayne soltó la burbuja de velocidad y rodó hacia delante, sorprendiendo al brazo de peltre cuando rodeaba las cajas. La bala del lanzamonedas dio en el suelo. Waxillium saltó hacia
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, que había caído sobre una caja cercana después de que se la arrebataran de la mano.
El lanzamonedas se movió por reflejo, saltó y empujó la pistola. Ranette era muchas cosas, pero desde luego no era rica, y por eso
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no estaba hecha de aluminio. El empujón del lanzamonedas la envió derecha contra la cabeza de Waxillium, que maldijo, esquivó, y la dejó pasar por encima. Tenía otras armas, naturalmente, pero de balas corrientes.
Adivinando que el lanzamonedas iba a intentar golpear la pistola contra la pared para romperla, Waxillium empujó hacia arriba con todo lo que tenía, enviando el arma por un agujero en el techo.
Waxillium la siguió, dejó caer una bala y se abalanzó tras su arma. El lanzamonedas intentó dispararle, pero un tiro bien colocado de Marasi (que usaba balas de aluminio) casi lo alcanzó en la cabeza, obligándolo a apartarse.
Waxillium se internó en una ola de bruma que caía en la sala como una cascada. Irrumpió en el cielo oscuro y brumoso y cogió a
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en el aire. Se empujó de lado hacia una farola mientras las balas lo seguían, dejando rastros en la bruma.
Llegó al edificio que tenía al lado y se agarró. Algo oscuro surgió del agujero y saltó al aire. El lanzamonedas. Se le unió un segundo hombre vestido de negro, también algún tipo de alomántico, aunque la trayectoria de su vuelo sugería que se trataba de un atraedor.
«Magnífico.» Waxillium apuntó hacia abajo y disparó una bala corriente hacia el suelo, luego la empujó mientras reducía su peso para impulsarse al cielo. Los otros dos lo siguieron con gráciles saltos, y Waxillium giró el tambor de
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y lo trabó en la recámara especial.
«Adiós», pensó, disparando a la cabeza del lanzamonedas.
Por pura casualidad, el hombre se empujó al lado en ese mismo momento. No fue deliberado, solo un movimiento de suerte. La bala pasó inútil entre las brumas más allá del hombre, que alzó su propia pistola y disparó un par de tiros, uno de los cuales rozó el brazo de Waxillium.
Waxillium maldijo mientras su sangre rociaba la oscura noche, luego se empujó a un lado para moverse erráticamente y evitar los disparos.
«¡Idiota! —pensó, furioso—. No importa lo buenas que sean tus balas si no apuntas con cuidado.»
Se concentró en permanecer por delante de los otros dos, saltando de un lado a otro por el costado del enorme Edificio Columna de Hierro. El lanzamonedas se movía en gráciles saltos tras él, empujándose en el metal del armazón de acero del edificio. Saltaba hacia fuera, luego se empujaba hacia arriba y volvía al edificio, como si descendiera a la inversa.
Ambos reservaron sus balas, esperando el disparo adecuado. Waxillium hizo lo mismo, pero por un motivo diferente: no estaba seguro de que dispararles sirviera de nada. Necesitaba cargar otra bala mataneblinos. Y, si era posible, tenía que separar a los dos alománticos para poder enfrentarse a ellos uno a uno.
Ascendió, empujando el acero bajo la piedra de los salientes en los que se posaba. Pronto se topó con el mismo problema que la primera vez que escaló este edificio. Se hacía más estrecho en la cima, y solo podía subir y salir, no entrar. Esta vez, no tenía sus escopetas. Se las había dado a Tillaume.
Sí tenía la otra bala mataneblinos, la que era especialmente dura para matar brazos de peltre. Vaciló. ¿Debería reservarla para el hombre de abajo?
No. Si moría ahora, nunca tendría otra oportunidad para enfrentarse a aquel tipo. Waxillium extendió el brazo, apretó el gatillo y se lanzó hacia atrás. No fue tan potente como con la escopeta, pero como era liviano, lo lanzó de vuelta hacia el edificio.
El lanzamonedas pasó ante él en el aire, sorprendido. El hombre apuntó con su arma, pero Waxillium disparó primero. Una bala corriente, pero el lanzamonedas se vio obligado a empujarla para alejarla. Waxillium empujó al mismo tiempo, y eso lo impelió hacia el edificio. El desgraciado lanzamonedas fue lanzado hacia el cielo, lejos de la torre.
«Bien», pensó Waxillium. A más de treinta metros en el aire ahora, se agarró a la fachada. Le disparó al atraedor, pero el hombre tiraba con cuidado. La bala de Waxillium trazó un arco y alcanzó la placa del pecho del atraedor.
Waxillium vaciló un momento, luego se soltó de la pared, equilibrándose mientras sacaba otro revólver de su segunda cartuchera.
Lo vació, disparando las seis balas en rápida sucesión. El atraedor se giró, volviendo el pecho hacia Waxillium, y las chispas volaron cuando las balas alcanzaron el peto. La suerte no acompañaba a Waxillium: a veces podías matar así a un atraedor, cuando una de las balas rebotaba hacia su cara o la placa del pecho se soltaba. No esta noche.
Maldiciendo, Waxillium se lanzó al aire y cayó más allá del hombre. El atraedor saltó al aire tras él. Cayeron entre las brumas.
Waxillium disparó hacia abajo para frenarse justo antes de llegar al suelo. Necesitaba dispararle al atraedor en el ángulo adecuado para…
Un segundo tiro hendió el aire, y el atraedor gritó. Waxillium se volvió, alzando su pistola, pero el atraedor golpeó el suelo de cara, sangrando ya.
Marasi asomó de entre unos arbustos cercanos.
—¡Oh! Parece que eso ha dolido.
Dio un respingo y miró preocupada al hombre al que acababa de abatir con una bala de rifle de aluminio.
—Que duela es la idea, Marasi.
—Los blancos no gritan.
—Técnicamente, también él era un blanco.
«Y muchas gracias a Wayne por coger las balas equivocadas después del banquete de bodas.» Vaciló. ¿Qué estaba olvidando?
El lanzamonedas.
Waxillium maldijo, soltó la pistola corriente y cogió a Marasi. Se lanzó a la abertura mientras una lluvia de fuego caía de entre las brumas y estaba a punto de alcanzarlos. Waxillium la llevó hasta la sala, aterrizando con suavidad.
La cámara inferior era un caos. Había hombres rotos en el suelo, algunos muertos por la explosión, otros por los disparos de Waxillium. Un gran grupo de desvanecedores se había emplazado tras la ametralladora y le disparaba a Wayne, que estaba en plena forma, quemando su bendaleo como un loco. Aparecía, atraía el fuego, desaparecía en un borrón, aparecía justo a la derecha de donde había estado antes. Soltaba insultos mientras las balas fallaban, luego volvía a moverse.
Los pistoleros seguían intentando adivinar dónde iba a aparecer a continuación, pero era un juego infructuoso. Wayne podía frenar el tiempo, ver dónde se dirigían las balas, dirigirse luego a un lugar donde no fueran a dar. Había que tener mucha suerte y habilidad para alcanzar a un deslizador que sabía que estabas allí.
Sin embargo, por impresionante que fuera, seguía siendo una táctica dilatoria. Con tantos hombres disparándole, Wayne no podía arriesgarse a acercarse más. Tenía que esperar un instante entre crear una burbuja de velocidad y otra, y si estaba demasiado cerca de los hombres, existían muchas posibilidades de que pudieran apuntar, disparar y alcanzarlo en los segundos en que estaba expuesto. Cuanto más intentara esquivar Wayne, mejor podrían juzgar las pausas los hombres que le disparaban. Si esperaba demasiado, lo alcanzarían.