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Authors: Jim Wynorski

Tags: #Ciencia ficción

Vinieron del espacio exterior (22 page)

BOOK: Vinieron del espacio exterior
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»El metal de la nave, que era seguramente una aleación con un noventa y cinco por ciento de magnesio, se incendió. El resplandor de la bomba fulguró y se extinguió; luego, empezó a brillar de nuevo. Volvimos corriendo al tractor y gradualmente el resplandor se acentuó. Desde donde estábamos pudimos ver todo el témpano, iluminado desde abajo por una luz insoportable: la sombra de la nave era un gran cono oscuro que llegaba hasta el norte, donde la luz crepuscular había desaparecido casi. Aquello duró un instante, y contamos otras tres sombras que debían de ser pasajeros helados allí. Luego, los hielos se abatieron sobre la nave.

»No sé cómo, en el cegador infierno, pudimos ver grandes objetos inclinados, moles negras. Aquellos debían de ser los motores, lo sabíamos. Secretos que se diluían en una radiación flamígera…, secretos que habrían podido darle al hombre los planetas. Cosas misteriosas que podían levantar y arrojar esa nave… y que se habían impregnado de la fuerza del campo magnético de la Tierra.

»El aislamiento, algo, cedió. El campo magnético de la Tierra, que había impregnado los motores, quedó libre. La aurora cayó en el cielo, y la meseta entera quedó bañada en un fuego frío que impedía la visión. El hacha para hielo que tenía en la mano se calentó al rojo. Los botones de metal de mis ropas me quemaron, y un relámpago azulado saltó hacia arriba desde más allá de la pared de granito.

»Luego, las murallas de hielo se desplomaron sobre aquello. Por un momento, chilló como el hielo seco cuando es oprimido entre metales.

»Estábamos a ciegas y durante horas vagamos a tientas por las tinieblas mientras nuestros ojos se reponían. Descubrimos que todas las bobinas, dinamos y receptores radiotelefónicos, auriculares y altavoces, en un kilómetro y medio a la redonda, estaban fundidos. De no haber tenido el tractor a vapor, no habríamos llegado al campamento secundario.

»Van Wall levantó el vuelo del Gran Imán al salir el sol, como ustedes saben. Volvimos a la base lo antes posible. Esta es la historia de… eso.

La gran barba de bronce de McReady señaló el objeto que estaba sobre la mesa.

2

Blair se movió con malestar, y sus pequeños dedos huesudos se retorcieron bajo la fuerte luz. Las pequeñas manchas marrones de sus nudillos se movieron hacia atrás y adelante, mientras los tendones temblaban bajo su piel. Apartó un fragmento de lona embreada y miró con impaciencia el oscuro objeto rodeado de hielo que estaba dentro.

El corpachón de McReady se irguió. Ese día había viajado sesenta kilómetros en el tractor que se balanceaba y trepitaba, avanzando hacia el Gran Imán. Hasta su serena voluntad era apremiada por la ansiedad de volver a confundirse con seres humanos. Reinaba la calma y el silencio en el campamento secundario, donde un viento-lobo llegaba ululando desde el polo. El viento-lobo aullaba en sus sueños: el viento zumbaba y el maligno y execrable rostro de aquel monstruo miraba de soslayo, tal como él lo viera por primera vez a través del hielo límpido y azul, con un hacha de bronce hundida en el cráneo.

El gigantesco meteorólogo volvió a hablar.

—El problema es el siguiente —dijo—. Blair quiere examinar ese ser. Deshelarlo y hacer placas microscópicas de sus tejidos. Norris no cree que esté exento de peligros, y Blair sí. El doctor Copper está de acuerdo con Blair. Norris, naturalmente, es un físico y no un biólogo. Pero hace hincapié en un punto que todos debemos oír. Blair ha descrito las formas de vida microscópicas que los biólogos llaman vivas, aun en estos parajes tan fríos e inhospitalarios. Se hielan en cada invierno y se deshielan en cada verano, durante tres meses, y viven.

»Lo que hace notar Norris es que se deshielan y reviven. Debe de haber existido vida microscópica vinculada a ese ser. La hay en todos los seres vivos que conocemos. Y Norris teme que pongamos en libertad una plaga, alguna enfermedad con gérmenes desconocidos para la Tierra, si deshelamos a esos seres microscópicos que han estado congelados ahí durante veinte millones de años.

»Blair admite que esta microvida puede conservar la facultad de vivir. Los seres inorgánicos, como las células individuales, pueden conservar la vida durante periodos desconocidos cuando se les congela sólidamente. En cuanto al
ser
en sí, está tan muerto como los mamuts congelados que se encuentran en Siberia. Las formas de vida orgánicas y de desarrollo superior no pueden soportar ese tratamiento.

»Pero la microvida pudo hacerlo. Norris insinúa que podemos liberar alguna forma de enfermedad contra la cual el hombre, por no conocerla, sería totalmente impotente.

»La respuesta de Blair es que quizá existen estos gérmenes vivos aún, pero que Norris ha planteado el asunto a la inversa. Distan mucho de ser absolutamente inmunes al hombre. Nuestra química de la vida, probablemente…

—¡Probablemente!

El pequeño biólogo irguió la cabeza con un movimiento rápido, propio de un pájaro. La aureola de cabellos grises que le rodeaban la calva se encrespó, como irritado.

—Oiga… Una mirada…

—Lo sé —confesó McReady—. Ese ser no es terrestre. Parece imposible que pueda tener una química vital suficientemente semejante a la nuestra como para que el contagio resulte posible, ni aun en forma remota. Yo diría que no hay peligro.

McReady miró al doctor Copper. Éste movió lentamente la cabeza.

—Ninguno —afirmó, con aire confiado—. El hombre no puede contagiar ni ser contagiado por gérmenes que viven en parientes tan lejanos como las serpientes. Y éstas se hallan, se lo aseguro a ustedes —y el rostro pulcramente afeitado del doctor Copper hizo una mueca de malestar—,
mucho
más cerca de nosotros que…
eso
.

Vance Norris se movió con irritación. Era relativamente bajo en aquella reunión de hombres altos; medía menos de metro setenta y su complexión rechoncha y vigorosa tendía a dar la impresión de que era más bajo aún. Si McReady era un hombre de bronce, Norris era todo acero. Sus movimientos, sus pensamientos, todo su porte tenía el ágil y duro impulso de un resorte de acero. Sus nervios eran acero, enérgico y rápido para obrar, rápido para corroerse.

Se había decidido ahora sobre la posición por la cual abogaría y fustigó en su defensa con un fluir característico, veloz y cortado de palabras:

—¡Al diablo con la química distinta! Ese ser quizá esté muerto, o quizá no lo esté; pero no me gusta. ¡Maldita sea, Blair! Muéstreles el monstruo que está cuidando ahí. Muéstreles esa cosa sucia y que decidan por sí mismos si quieren que eso se deshiele en este campamento.

»Y a propósito… Tiene que deshelarse esta noche en una de las cabañas, si queremos que se deshiele. Alguien… ¿quién está de guardia hoy? ¡Ah, Connant! Habrá rayos cósmicos esta noche. Bueno, usted tiene que velar a esa momia suya de veinte millones de años. Desenvuélvala, Blair. ¿Cómo diablos pueden saber qué compran si no lo ven? Quizá esto tenga una química distinta. No sé qué otra cosa tiene, pero sé que tiene algo que no quiero. A juzgar por la expresión de su fisonomía, y no es humana, de modo que quizá ustedes no puedan juzgarla, estaba irritado cuando se congeló. Decir irritado, en realidad, es lo más aproximado a sus sentimientos, los de un odio frenético, loco, demencial. ¿No han visto esos tres ojos encarnados y esos cabellos azules que parecen gusanos que se arrastran? Nada de lo engendrado en la Tierra tiene la indecible sublimación de la devastadora ira que ese ser exhibió en su semblante al contemplar a su alrededor la helada desolación terrestre, hace veinte millones de años. ¿Loco?. Su locura era bastante evidente… ¡una locura quemante y ampollante!

»¡Qué demonios! He tenido constantes pesadillas desde que contemplé esos tres ojos encamados. Pesadillas… Soñé que ese ser se deshelaba y resucitaba… que no había estado muerto y ni siquiera totalmente inconsciente durante esos veinte millones de años, sino sólo detenido, esperando…, esperando. También ustedes soñarán, mientras que ese maldito ser que la Tierra no quiso poseer gotea, gotea esta noche en la Casa del Cosmos.

»Y usted, Connant… —dijo Norris, volviéndose rápidamente hacia el especialista en rayos cósmicos—; usted se divertirá pasándose la noche desvelado en el silencio. El viento gime arriba…, y eso gotea… —y Norris se interrumpió por un momento y miró a su alrededor—. Lo sé. Eso no es ciencia. Pero es psicología. Ustedes tendrán pesadillas durante un año más. Todas las noches desde que miré
eso
las tuve. Por eso lo odio, por cierto que lo odio, y no quiero tenerlo cerca. Vuelvan a ponerlo en el lugar del que proviene y que se congele durante otros veinte millones de años. He tenido algunas bonitas pesadillas… he soñado que ese ser no era como nosotros, lo cual es evidente, sino de una carne distinta, que
eso
puede realmente controlar. Que puede cambiar de forma y parecer un hombre… y esperar el momento de matar y comer…

»Eso no es un argumento lógico. Sé que no lo es. Pero ese ser, de todos modos, no tiene una lógica terrena.

»Quizá tenga una química corporal extraña, y sus gérmenes una química orgánica extraña. Un germen tal vez no soporte eso, pero… ¿qué les parece un virus, Blair y Copper? Ustedes dicen que un virus sólo es una molécula de enzima. Le bastaría una molécula de proteína de cualquier cuerpo para trabajar con ella.

»¿Y cómo pueden estar tan seguros de que, del millón de variedades de vida microscópica que
eso
pueda tener,
ninguna
de ellas es peligrosa? ¿Qué me dicen de enfermedades como la hidrofobia, que ataca a todos los animales de sangre caliente, sea cual fuere la química de su cuerpo? ¿Y de la psitacosis? ¿Tiene usted un cuerpo como el del loro, Blair? ¿Y la descomposición común… la gangrena… si se quiere? ¡Ese ser no es exigente en cuanto a la química del cuerpo!

Blair alzó los ojos en medio de la perorata y su mirada se encontró por un momento con los ojos airados y grises de Norris.

—Hasta ahora, lo único de contagioso que a su entender causó ese ser fueron los sueños. Llegaré a admitirlo.

Una sonrisa traviesa y algo perversa iluminó el rostro cubierto de cicatrices del hombrecillo.

—También yo lo tuve. Eso es. Ese ser contagia sueños. Sin duda, una enfermedad peligrosísima.

»En cuanto a sus demás cosas, ustedes tienen una idea lamentablemente errónea sobre los virus. En primer lugar, nadie ha demostrado que la teoría de la enzima- molécula, y sólo eso, los explique. Y en segundo lugar, cuando ustedes contraigan la enfermedad del tabaco o la herrumbre del trigo, avísenme. Una planta de trigo está mucho más cerca de la química del cuerpo de ustedes que este ser de otro mundo.

»Y la hidrofobia de ustedes es limitada, rigurosamente limitada. Ustedes no pueden contagiársela de una planta de trigo o un pez… Aunque éste es un descendiente colateral de un ascendiente común de ustedes, ni contagiársela a ellos. Un ascendiente de éste, Norris, no es.

Blair señaló con la cabeza el bulto envuelto en lona embreada que se hallaba sobre la mesa.

—Bueno, deshiele ese maldito ser en un tubo de formalina, si hace falta. He insinuado que…

—Y yo he dicho que eso no tendría sentido. No se puede transigir. ¿Por qué han venido aquí usted y el comandante Garry a estudiar el magnetismo? ¿Por qué no se conformaron con quedarse en su país? Hay bastante fuerza magnética en Nueva York. Me sería tan imposible estudiar la vida que tuvo en otros tiempos este ser, basándome en una muestra conservada en formalina, como a ustedes obtener la información que querían en Nueva York Y… ¡si a ésa se la trata así, nunca, en tiempos futuros, podrá haber un
facsímil
! La raza de la cual proviene debió de desaparecer durante los veinte millones de años que se pasó congelado, de modo que aunque proviniera de Marte, nunca encontraríamos nada semejante. Y… la nave ha desaparecido.

»Sólo se puede hacer una cosa… y es lo mejor. Hay que deshelar eso lenta y cuidadosamente, y no en formalina.

El comandante Garry volvió a adelantarse y Norris retrocedió, murmurando con enojo:

—Creo que Blair tiene razón, caballeros. ¿Qué opinan ustedes?

—Nos parece conveniente, en mi opinión… Sólo que quizás él deba vigilarlo mientras se deshiela.

Y sonrió lastimeramente, apartándose un mechón del color de la cereza madura caído sobre su frente.

—Buena idea, en realidad… si él se queda velando junto a su hermano cadáver.

Ansiosamente, Blair estaba desatando las cuerdas. Un solo tirón de la lona embreada y dejó al descubierto aquel ser. El hielo se había derretido un poco con el calor de la habitación y era límpido y azul como un buen cristal grueso. Brillaba, húmedo y bruñido, bajo la áspera luz del globo de vidrio sin pantalla que pendía de arriba, en el techo.

Todos se tornaron repentinamente rígidos. Aquello estaba boca arriba sobre las rústicas y grasientas tablas de la mesa. El roto mango del hacha de bronce para hielo estaba sepultado en el extraño cráneo. Los tres ojos frenéticos, llenos de odio, brillaban con un fuego vivo, relucientes como sangre recién derramada, desde un rostro enmarcado por un nido repulsivo de gusanos que se retorcían, de azules y móviles gusanos que se arrastraban donde debía crecer el pelo…

Van Wall, un piloto de metro ochenta de estatura y casi cien kilos de peso, con nervios habituados al hielo, dejó escapar una exclamación extraña y estrangulada y salió tambaleándose al pasillo. La mitad del grupo se dirigió hacia las puertas. Los demás de alejaron a tropezones de la mesa.

McReady estaba de pie cerca de la mesa observándolos, el corpachón sólidamente plantado sobre las vigorosas piernas. Norris, desde el otro extremo, contemplaba fijamente a aquel ser, con odio feroz. Fuera, Garry hablaba con media docena de hombres a un tiempo.

Blair tomó un martillo. El hielo que servía de envoltura al ser se deshizo rápidamente bajo su contacto, abandonando aquello que le protegiera durante veinte mil millares de años…

3

—Sé que eso no le gusta, Connant, pero hay que deshelarlo. Usted habla de dejarlo así hasta que volvamos a la civilización. Pero… ¿cómo le haríamos cruzar a ese ser el ecuador? Tenemos que llevarlo a través de una zona cálida, la ecuatorial, y durante la mitad del camino recorrería la otra zona templada, antes de llegar a Nueva York. Usted no quiere pasarse una noche desvelado junto a él, pero en cambio insinúa que yo debo colgar su cadáver en la heladera junto a la carne de vaca…, ¿no es así?

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