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Authors: Jim Wynorski

Tags: #Ciencia ficción

Vinieron del espacio exterior (17 page)

BOOK: Vinieron del espacio exterior
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Jim Wilson comprendía ahora que estaban frente a un maníaco. Su mirada se cruzó con la de Frank Brooks y asintieron mutuamente. Una línea de acción se estableció entre ellos, sin necesidad de ninguna palabra. Jim Wilson dio un lento y casual paso hacia el maníaco homicida.

—¿Vio usted a alguien más?—preguntó Frank.

Davis ignoró la pregunta.

—Mírenlo de este modo —dijo—. En los tiempos antiguos había los cuernilargos de Texas. Un ganado flaco y correoso con una carne casi tan dura como el cuero. ¿Tenemos un ganado así en nuestros días? No. ¿Para qué seguir conservando una raza tan pobre como ésa?

—Hay cigarrillos en esa mesa, si quiere usted uno —dijo Frank.

Jim Wilson dio lentamente otro paso hacia Davis.

—Criamos el ganado con inteligencia —dijo Davis—, teniendo en mente para que sirve un novillo, y así producimos un trozo de carne con patas tan ancho como largo.

—Ajá —dijo Frank.

—¿Captan la idea? ¿Entienden a dónde voy? Los seres humanos son más importantes que el ganado, pero ¿podemos criarlos inteligentemente? ¡Oh, no! Eso interfiere con las malditas libertades humanas. Uno no puede decirle a un hombre que solamente puede tener dos hijos. Es su derecho divino tener doce cuando el maldito estúpido ni siquiera puede alimentar a tres. ¿Captan lo que quiero decir?

—Seguro…, claro, lo captamos.

—Será mejor que piensen en ello…, y usted, caballero, dígale a ese gordo bastardo que deje de arrastrarse hacia mí o le voy a esparcir los sesos por la moqueta.

Si la situación no hubiera sido tan seria hubiera parecido ridícula. Jim Wilson, con el éxito casi al alcance de la mano, estaba de puntillas, listo para saltar. Vaciló, estuvo a punto de perder el equilibrio, y se apoyó de espaldas contra la pared.

—Tómeselo con calma —dijo Frank.

—Me lo tomaré con calma —respondió Davis—. Los mataré a todos ustedes… — apuntó la pistola a Jim Wilson—, empezando por él.

—Espere un minuto —dijo Frank—. No es usted razonable. ¿Qué derecho tiene a hacer eso? ¿Qué hay acerca de la ley de la supervivencia? Aquí esta usted, apuntándonos con una pistola. Está dispuesto a matarnos. ¿No es natural intentar cualquier cosa que pueda salvar nuestras vidas?

Una expresión admirativa hizo brillar los ojos de Davis.

—¡Oiga! Me gusta usted. Tiene razón. Es lógico. Se puede hablar con usted. Si hay algo que me gusta es hablar con un hombre lógico.

—Gracias.

—Es una lástima que tenga que matarle. Podríamos sentarnos y tener largas y agradables conversaciones.

—¿Por qué quiere matarnos? —dijo Minna.

No había hablado hasta entonces. De hecho, había hablado tan poco durante todo el tiempo que habían permanecidos juntos que su voz era una novedad para Frank. Se sintió inclinado a no tener en cuenta su perorata en el suelo con la cabeza de Wilson en su regazo. Había sido una persona distinta entonces. Ahora había vuelto a meterse en su antiguo cascarón.

Davis la miró pensativamente.

—¿Ha de existir alguna razón?

Debería tener usted una razón para matar a la gente.

—De acuerdo —dijo Davis—, si eso la hace más feliz. Le hablaré de cómo maté a mi cuidador cuando intentó hacerme abandonar la ciudad. Se metió en el coche, tras el volante. Yo me situé en el asiento de atrás y le abrí la cabeza con una barra de hierro.

—¿Qué tiene que ver eso con nosotros?

—Sólo eso. Tommy era una persona mucho mejor que cualquiera de ustedes o incluso que todos ustedes juntos. Si él tuvo que morir, ¿qué derecho tienen ustedes a seguir viviendo? ¿No es eso razón suficiente?

—Todo esto es una completa locura —rugió Jim Wilson.

Estaba a punto de saltar sobre Davis y su arma.

En aquel momento, procedente del norte, les llegó un súbito crescendo de los extraños lamentos de los invasores. Eran mucho más intensos de lo que habían sido antes, pero no parecían estar más cerca.

El grupo se inmovilizó, lo oídos atentos al sonido.

—Están hablando de nuevo —susurró Nora.

—Ajá —respondió Frank—. Pero esta vez es distinto. Como si…

—…como si estuvieran preparándose para algo —dijo Nora.

—No voy a matarles aquí arriba —dijo Davis—. Vamos a ir abajo.

El momento crucial, engarzado en la mente de Jim Wilson, que podía haber cambiada la situación, había llegado y se había ido. El afilado borde de la locura adicional que podía hacer que un hombre se lanzara contra una pistola cargada se había embotado. Leroy Davis hizo un gesto perentorio hacia Minna.

—Usted primero…, luego la otra chica. Caminen una al lado de la otra hasta el vestíbulo, con los hombres detrás. Directamente hacia la recepción.

Obedecieron sin resistirse. Jim Wilson tenía el ceño fruncido, Frank Brooks los ojos vacuos, y Nora miraba de una forma tensa e inexpresiva.

La mente de Nora estaba centrada en la pistola. Estaba llena con pensamientos acerca del pálido maníaco que los conducía. Él estaba al mando. Instintivamente, sintió que los maníacos al mando tenían una o quizá dos motivaciones…, sexo y asesinato. Su reacción a un posible asesinato era secundaria. Pero ¿y si aquel hombre insistía en ponerle las manos encima? ¿Y si la obligaba a realizar el acto más antiguo del mundo que ella había realizado tan a menudo? Nora se estremeció. Se hizo la pregunta a sí misma y se sintió sorprendida por las razones de su repulsión. Visualizó las manos del hombre sobre su cuerpo —las viejas cosas familiares—, y el sabor en su boca era de horror.

Nunca antes había experimentado tales contradicciones. ¿Por qué ahora? ¿Había cambiado ella? ¿Había ocurrido algo durante la noche que había convertido su pasado en una época de vergüenza? ¿O la razón estaba en el propio hombre? No lo sabía.

Nora regresó de su ensimismamiento para encontrarse de pie en el vacío vestíbulo. Leroy Davis, hablando con Frank, estaba diciendo:

—Parece como si quisiera hacerme algún truco. Ponga las manos sobre su cabeza. Entrelace sus dedos sobre su cabeza y mantenga las manos ahí.

Jim Wilson estaba de pie cerca de la silenciosa Minna. Ella había seguido todas las órdenes sin experimentar la menor ira, sin ninguna expresión exterior. Siempre había mantenido sus ojos fijos en Jim Wilson. Obviamente, cualquier cosa que Jim ordenara, la haría sin hacer preguntas.

Wilson volvió la cabeza hacia ella y dijo:

—Escucha, muñeca hay algo que siempre he querido preguntarte pero que siempre he olvidado hacerlo. ¿Cuál es tu apellido?

—Trumble… Minna Trumble. Creí habértelo dicho.

—Quizá lo hiciste. Quizá yo no lo recuerdo.

Nora sintió que la histeria se apoderaba de nuevo de ella.

—¿Cuánto tiempo va a seguir usted haciendo esto?—preguntó.

Leroy Davis inclinó la cabeza hacia un lado al mirarla.

—¿Haciendo qué?

—Jugando al gato y al ratón. Manteniéndonos clavados con una aguja como moscas en un expositor.

Leroy Davis sonrió ampliamente.

—Como una mariposa en su caso, ricura. Una grande y hermosa mariposa.

—¿Qué es lo que piensa hacer? —restalló Frank Brooks—. Sea lo que sea, hágalo ya.

—¿No se da cuenta de lo que estoy haciendo? —preguntó Davis con una genuina sorpresa—. ¿Tan estúpido es? Soy el jefe. Estoy al mando y me gusta. Tengo el poder de la vida y de la muerte sobre ustedes cuatro, y estoy saboreando cada momento de ello. Es usted más bien estúpido, caballero, y si sigue así me veré obligado a meter una bala por su oreja izquierda y observar cómo sale por la derecha.

Jim Wilson tenía los puños apretados. Estaba acercándose de nuevo al punto de la temeridad. Y de nuevo este punto retrocedió a medida que el sonido de un motor iba haciéndose más fuerte…, no en el aire, sino al nivel de la calle, procedente del sur.

Era un sonido alegre, sano, y fue captado inmediatamente por la insana mente de Leroy Davis.

Se crispó hasta el punto de que su rostro se volvió aún más pálido por la tensión. Se dirigió hacia una ventana, miró rápidamente fuera, y volvió sobre sus pasos.

—Es un jeep —dijo—. Va a pasar junto al hotel. Si alguno de ustedes hace el menor movimiento, o grita, hallarán sus cuatro cadáveres aquí y yo habré desaparecido. Eso es todo lo que tengo que decirles, y saben que lo haré.

Sabían que podía hacerlo y guardaron silencio, intentando reunir el valor necesario para efectuar algún movimiento. El motor del jeep petardeó un par de veces a medida que se acercaba a la calle Madison. Cada vez, los nervios de Leroy Davis reaccionaron secamente, y los cuatro mantuvieron sus ojos clavados en la pistola que tenía en su mano.

El jeep llegó al cruce y disminuyó su marcha. Hubo una conferencia entre sus dos ocupantes…, soldados provistos de cascos y trajes de batalla marrón oscuro. Luego el jeep giró hacia la calle Clark en dirección a Lake.

Un ahogado suspiro escapó de la garganta de Nora. Frank Brooks se volvió hacia ella.

—Tranquilícese —dijo—. Aún no estamos muertos. No creo que quiera matarnos.

La respuesta llegó de Minna. Habló suavemente:

—No me importa. Ya no puedo seguir resistiendo esto. Después de todo, no somos animales. Somos seres humanos, y tenemos derecho a vivir y morir como queramos.

Minna caminó hacia Leroy Davis.

—Ya no tengo miedo a su pistola. Todo lo que puede hacer con ella es matarme. Adelante, hágalo.

Minna se acercó a Leroy Davis. Él se la quedó mirando con la boca abierta y dijo:

—¡Está usted loca! Vuelva ahí. ¡Es usted una dama loca!

Disparó dos veces la pistola, y Minna murió apreciando la incongruencia de sus palabras. Hubo como una risa en ella mientras caía.

Con un resonante rugido animal, Jim Wilson saltó contra Leroy Davis. Su gran mano se cerró sobre la de Davis, ocultando la pistola. Hubo una ahogada explosión, y la bala atravesó la palma de Wilson sin que éste se diera cuenta de ello. Wilson arrancó la pistola de la débil sujeción de Davis y la arrojó a lo lejos. Luego mató a Davis.

Lo hizo lentamente, algo sorprendente en Wilson. Alzó a Davis por el cuello y lo mantuvo en el aire, con sus pies separados del suelo. Entonces le retorció el cuello, pareciendo hacerlo con un gran placer, mientras Davis emitía horribles ruidos y pateaba.

Nora se apoyó en el hombro de Frank Brooks, pero no pudo evitar que los sonidos llegaran hasta sus oídos. Frank la atrajo hacia sí.

—Tranquilícese —dijo—. Tranquilícese.— Y probablemente no era consciente de lo que estaba diciendo.

—Dígale que se apresure —susurró Nora—. Dígale que termine rápido. Es como…, es como si estuviera matando a un animal.

—Eso es lo que es… un animal.

Frank Brooks contemplo fascinado el distorsionado rostro de Leroy Davis, que se iba poniendo oscuro por momentos. Ahora estaba más allá de cualquier parecido con algo humano. Sus ojos estaban desorbitados, y la lengua surgía de su boca como si buscara frenéticamente alivio.

Los sonidos animales se apaciguaron y murieron. Nora oyó el sonido del cuerpo cayendo al suelo…, un sonido blando y suave de finalidad. Se volvió y vio a Jim Wilson con las manos aún extendidas y engarfiadas. Las terribles manos a través de las cuales el hálito de una terrible vida se había disipado en el vacío aire.

Wilson bajó los ojos hacia su obra.

—Está muerto —dijo lentamente. Se volvió para enfrentarse a Frank y Nora. Había como una gran decepción en su rostro—. Esto es todo —dijo con torpeza—. Simplemente…, está muerto.

Sin saber exactamente por qué, Jim Wilson estaba lleno con el fútil regusto de la venganza. Se inclinó para recoger el cuerpo de Minna. Había un pequeño agujero azulado en su mejilla derecha y otro encima de su ojo izquierdo. Con una mirada a Frank y Nora, Jim Wilson cubrió las heridas con su mano, como si considerara que eran algo indecente. Alzó a Minna entre sus brazas y caminó cruzando el vestíbulo y subiendo las escaleras, con el lento y pausado paso arrastrante de un hombre agotado.

El sonido del jeep se oyó de nuevo, pero ahora mucho más lejos. Frank Brooks tomó a Nora de la mano y corrieron hacia la calle. Mientras cruzaban la acera, el sonido del jeep fue ahogado por un repentino crescendo de los lamentos.

Resonando con una nueva nota, ascendieron y murieron en el quieto aire. Parecía una nota de pánico, de nuevo conocimiento, pero Frank y Nora no le prestaban mucha atención. Los sonidos del motor del jeep procedían del oeste, y llegaron al cruce de Madison con Well a tiempo para ver al jeep dirigirse hacia el sur a toda velocidad.

Frank gritó y agitó los brazos, pero supo que no había sido ni visto ni oído. Tuvieron poco tiempo para la decepción. Un nuevo centro de interés apareció hacia el noroeste. Por la esquina de la calle Washington y en dirección a Clark, surgieron tres extrañas figuras.

Había una mezcla de beligerancia y sufrimiento en sus acciones. Llevaban armas de extraña apariencia, y parecían interesados en utilizarlas contra algo o contra alguien, pero aparentemente les faltaban las energías necesarias para alzarlas pase a que parecían más bien livianas.

Las propias criaturas eran humanoides, pensó Frank. Apretó la mano de Nora.

—Nos han visto.

—No corramos —dijo Nora—. Estoy cansada de correr. Todo lo que nos ha traído ha sido problemas. Simplemente quedémonos aquí.

—No sea estúpida.

—No voy a correr. Usted hágalo si quiere.

Frank trasladó de nuevo su atención a las tres extrañas criaturas. Dejó que su curiosidad natural tomara las riendas. Los pensamientos de huida se desvanecieron de su mente.

—Son tan delgados…, tan frágiles —dijo Nora.

—Pero sus armas, no.

—Es difícil de creer, incluso viéndolos, que procedan de otro planeta.

—¿Realmente? No se parecen demasiado a nosotros.

—Quiero decir como los relatos que han corrido durante tanto tiempo acerca de platillos volantes y vuelos espaciales y cosas así. Aquí están, pero no parece posible.

—Hay algo raro en ellos.

Era cierto. Dos de los extraños seres se habían derrumbado en la acera. El tercero siguió avanzando tambaleándose, arrastrando un pie tras otro hasta que cayó sobre manos y rodillas. Permaneció inmóvil durante largo rato, la cabeza colgando blandamente. Luego también se derrumbó sobre el cemento y quedó inmóvil.

Los lamentos al norte adquirieron ahora un tono de intensa agonía… de gran desesperación. Tras ellos reinó un silencio absoluto.

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