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Authors: Jim Wynorski

Tags: #Ciencia ficción

Vinieron del espacio exterior (20 page)

BOOK: Vinieron del espacio exterior
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—No creo que debamos apresurarnos en esto —dijo Lee Hayden—. Será mejor que vayamos con cuidado. Aquello sorprendió a Sam Cárter.

—¿Cómo? Parecías tener tanta prisa…

—Pero hay aspectos que debemos considerar. Ya casi está amaneciendo, y si salimos disparados hacia Chicago después de haber estado fuera toda la noche, mi esposa puede empezar a hacerse preguntas. Habrá rumores por toda la cuidad. Además, tengo que hablar con mi hija. Tranquilizarla hasta que las cosas empiecen a funcionar.

Lee Hayden había cambiado. Con algo a lo que hincarle el diente había asumido el liderazgo de una forma absoluta. Sam dijo:

—De acuerdo. Lo que tú digas, pero sigo estando un poco nervioso acerca de…

—¡Tómatelo con calma! Te digo que todo irá bien. Vosotros dos id a dormir un poco, y yo ya os llamaré.

Sam Cárter se fue a la cama, pero el sueño no quiso venir. Permaneció mirando al techo, pensando en el horror que yacía en el hondo congelador del sótano. El hecho de que estuviera muerto no lo tranquilizaba demasiado. Llevaba tendido con los ojos abiertos durante quizá una hora, cuando oyó el ruido. Se envaró y aguzó el oído. El sonido se produjo de nuevo. Ahora no había la menor duda. Era en el sótano. Se alzó y buscó el interruptor de la lámpara en su mesilla de noche cuando la puerta se abrió. La luz entró en la habitación revelando el pálido y aterrado rostro de Johnny.

Se quedaron mirando el uno al otro durante un largo momento. Luego Johnny susurró:

—¿Lo has oído, papá? Viene de abajo. Es…

—Apostaría a que es Lee. No puede dormir y ha vuelto a echar otra ojeada. Vayamos a ver.

—No puede ser él. ¿Sabes qué pienso? ¡No estaba muerto! La cosa aún estaba viva, y ahora ha salido y está merodeando por el sótano. ¿Qué vamos a hacer, papá? No sabemos nada de él. Quizá sea peligroso…, mortífero…

—Vamos, no te excites. Estoy seguro de que es Lee. —Sam tomó el teléfono y marcó un número. Aguardaron tensamente mientras otro de los rechinantes sonidos llegó procedente del sótano. Luego broto la voz de Lee Hayden:

—¿Hola?

—Lee… Lee, por el amor de Dios. ¡Ven inmediatamente! Hay problemas. La cosa está viva.

Lee Hayden ni siquiera se molestó en contestar. Sam oyó el golpe del teléfono sobre su horquilla. Se puso los pantalones, y apenas había terminado con sus zapatos cuando la puerta delantera se abrió de golpe, y corrieron rápidamente hacia allá. Encontraron a Lee cuando cerraba la puerta tras él.

—¿Qué ocurre? —restalló éste—. ¿Qué es lo que va mal?

—Hay alguien ahí abajo —dijo Johnny—. Pensamos que fuera usted…

—¿Qué iba a hacer yo ahí abajo? ¿Por qué no fuisteis a ver qué pasaba?

—Entonces, quizá…, quizá la cosa haya revivido.

—¿Y no lo habéis comprobado? ¿No os dais cuenta de lo que representa si se escapa?

—Pero puede ser peligrosa.

—Tonterías, pero si ha vuelto a la vida, entonces es diez veces más valiosa.

Lee estaba ya junto a la puerta del sótano. Bajó osadamente las escaleras, con Sam y Johnny Cárter siguiéndole los pasos más cautelosamente.

Al pie de las escaleras, Lee se detuvo en seco. Señaló. La tapa del congelador estaba abierta. Lee corrió hacia allá y miró dentro.

—Está vacío —gimió—. Se ha ido.

Se volvió hacia la abierta puerta que conducía al patio de atrás.

—Vamos…, tenemos que atraparlo…, ¡tenemos que traerlo de vuelta!

Echó a correr hacia la oscuridad Sam, siguiéndole, tomó una linterna colgada junto a la puerta.

En el patio, golpeó violentamente contra Lee Hayden, que había vuelto a pararse en seco.

—El garaje —susurró roncamente Lee—. La puerta lateral. ¡Está abierta!

Sam encendió la linterna, y los tres hombres caminaron cuidadosamente hacia allá.

—Quizá simplemente alguien esté intentando robárnoslo —susurró Johnny.

Entonces Sam encendió la luz del garaje, y ninguno de los tres volvió a hablar.

Había seis de las cosas presentes. Dos de ellas estaban llevando el cuerpo del congelador. Las otras cuatro llevaban unos tubos peculiares en sus manos, algo más pequeños que la linterna de Sam. Y si las criaturas eran repulsivas cuando muertas, eran estremecedoras vivas y en movimiento. Sus fríos ojos sin párpados se clavaron en los tres hombres, y Sam murmuró:

—¡Estamos atrapados!

Las criaturas los miraron sin el menor asomo de miedo. Parecía haber desprecio en sus engañosos rostros, y en el tono de los extraños piídos como de pájaro con los que aparentemente se comunicaban entre sí, reforzando la impresión de Sam de que estaban transmitiéndose el mismo desprecio. Pero algo le dijo que eran peligrosamente mortales.

—¡No os mováis! —jadeó Sam—. ¡Por el amor de Dios, quedaos donde estáis! ¡No mostréis ninguna hostilidad!

Era la misma sensación con la que se había enfrentado ante un nido de serpientes de cascabel; la sensación de que cualquier falso movimiento podía desnudar los mortales colmillos.

Las criaturas parecían estar discutiendo entre sí, y Sam estaba seguro de que los extraños chillidos que puntuaban sus piídos eran su forma de reírse. Pero no hicieron ningún movimiento agresivo.

Entonces fue sacado rápidamente de su error. En un movimiento concordado, volvieron sus pequeños tubos hacia la parte delantera del Packard. No hubo ningún sonido, ningún calor de un rayo de alta frecuencia, sólo el blando sonido del metal siendo curvado y retorcido por una mano enfundada en un guante de terciopelo. Y los tres hombres miraron mientras la parte delantera del Packard se retorcía y aplastaba como si estuviera chocando de frente contra una pared de ladrillos. Entonces la verdad afloró a la mente de Sam…, o lo que parecía ser la verdad.

—No están enojados con nosotros. Creen que fue el Packard quien lo hizo; están castigando al coche por matar a su camarada. ¿No lo entendéis?

Las criaturas no prestaron atención a las palabras. Aquello envalentonó a Lee. Dijo:

—Creo que tienes razón. ¡Es increíble! ¿Cómo pueden ser tan listos como para inventar y utilizar naves espaciales, y sin embargo no saber que un coche no es responsable de la muerte?

—No lo sé. ¿Por qué no salimos de aquí? ¿Por qué no nos vamos?

—Creo que será mejor que nos quedemos donde estamos —dijo Lee rápidamente.

Eso último demostró ser un buen consejo, porque, después de destruir la parte frontal del coche hasta que se sintieron satisfechas, las criaturas chillaron y piaron durante un rato, evidentemente dando rienda suelta a su satisfacción, y luego salieron a la oscuridad. Mientras pasaban, por su lado, cada una de ellas miró maliciosamente a los tres inmóviles: hombres, les chilló un adiós que crispaba los nervios, y el grupo desapareció, llevándose consigo a su muerto.

Un explosivo suspiro de Lee Hayden rompió el silencio.

—Creo que hemos tenido una condenada suerte —dijo—. Seguimos con vida.

—¿Cómo creen que encontraron la casa? —preguntó Johnny.

—No lo sé ni me importa —dijo Sam—. Simplemente me alegro de que se hayan ido.

—Tenemos que hacer algo al respecto —dijo Lee Hayden con virtuosa indignación—. Alertar a la policía. Al pueblo…, toda la nación puede estar en peligro. ¡Tenemos que hacer algo al respecto!

Sam ni se molestó en llamarle a Lee la atención respecto a su repentino cambio de actitud. Ahora no le parecía importante. Lo único importante era difundir la noticia.

Abandonaron el garaje y se encaminaron a la casa. Pero a medio camino, el sonido de un coche acercándose los detuvo. El coche se detuvo frente a la casa, y dos hombres uniformados salieron de él.

—Es la policía estatal —dijo Johnny—. ¡Deben de haberse dado cuenta de que ha ocurrido algo!

Los dos policías se acercaron rápidamente. Lee empezó a hablar pero uno de ellos le interrumpió en seco:

—Estamos buscando al señor Sam Cárter. Nos dieron esta dirección, y…

—Yo soy Cárter —dijo Sam—. Hay algo…

—Yo haré las preguntas. ¿Tiene usted un hijo?

—Por supuesto. Éste es mi hijo…, John Cárter…

—¿Tiene usted un coche Packard?

—Sí.

—¿Estaba su hijo conduciendo por Garner Road la pasada noche? ¿Cerca de la granja de Frank Williams?

—Bueno, sí. Llevó a su chica a bailar a Storm Lake, y…

—Sabemos todo eso. ¿Cómo cree que lo hemos rastreado hasta aquí?

—Pero ¿por qué… ?

El policía frunció el ceño.

—¿Cree usted que el cuerpo no iba a ser encontrado?

—¿Pero cómo pueden…? ¿Qué cuerpo?

El segundo policía resopló disgustado.

—El cuerpo de Frank Williams. Donde el coche lo aplastó contra un árbol y lo mató. Por lo que sabemos, nadie utilizó esa carretera esta última noche excepto su hijo.

Johnny avanzó un paso.

—¿Quiere decir usted que Frank Williams fue encontrado muerto en la carretera?

—Exacto. Podemos estar equivocados, por supuesto. Pero el coche que lo atropello debe de estar bastante malparado por delante. Si nos dejan ustedes echarle una ojeada a su coche…

—Pero eso es absurdo, oficial —dijo Sam Cárter—. Fue…, fue…

—Mire, todo lo que tenemos que hacer es comprobar su coche. Si no está dañado…

Entonces comprendió Sam lo que los intrusos verdes habían hecho…, cuál era su auténtico propósito. Habían matado a Williams, habían preparado la escena…, habían arreglado el colosal montaje. Miró a Lee Hayden y dijo:

—¡Pensamos que estaban locos atacando al coche! Pensamos…

—¿De qué está usted hablando? —dijo el policía.

—Bueno, había un hombrecillo verde procedente de Marte o no sé de dónde, y Johnny lo atropello cuando…

Sam dejó de hablar cuando vio la expresión en el rostro del policía. Entonces comprendió lo estúpidas que sonaban sus palabras…, lo absolutamente increíbles que eran. Volvió la vista hacia Lee Hayden y se echó a reír. Pero no había ninguna alegría en su risa. Sólo miedo y desesperanza.

P
AUL
W. F
AIRMAN

Ficha técnica: El Montaje Cósmico

INVASIÓN OF THE SAUCERMEN (LA INVASIÓN DE LOS HOMBRES DE LOS PLATILLOS VOLANTES). American-International, 1957.

Duración: 69 minutos. Productor ejecutivo, Samuel Z. Arkoff, producida por James H. Nicholson y Rober Gurney, Jr.; dirigida por Edward L. Cahn; guión, Al Martín, con diálogos adicionales de Robert Gurney, Jr.; director de fotografía, Frederick E. West; director artístico, Don Ament; música compuesta y dirigida por Ronald Sinclair, jefe de producción, Bart Carré; montaje, Charles Gross, Jr.; maquillajes especiales, Paul Blaisdell; efectos fotográficos especiales, Howard A. Anderson; vestuario, Marge Corso; sonido, Phill Mitchell.

Intérpretes: Steve Terrel (Johnny Cárter), Gloria Castillo (Jean Hayden), Frank Gorshin (Joe Gruen), Lyn Osborn (Art Burns), Raymond Hatton (granjero Larkin), Russ Bender(el doctor), Douglas Henderson (teniente Wilkins), Sam Buffington (oficial del ejército), Bob Einer (camarero), Jason Johnson (el detective).

Imágenes

La invasión de los platillos volantes

Con un aspecto demasiado adulto para representar el papel de quinceañeros, Gloria Castilo y Steve Terrell mantienen una «sofisticada» actitud mientras los problemas están gestándose en el asiento de atrás.

Estos «cabezas de spaghetti» son recreaciones casi exactas de los seres descritos en la historian original de Paul W. Fairman.

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