Trilogía de la Flota Negra 2 Escudo de Mentiras (50 page)

BOOK: Trilogía de la Flota Negra 2 Escudo de Mentiras
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Mallar se arrancó el casco de un manotazo y se secó la transpiración de la cara mientras la puntuación aparecía en la pantalla.

Módulo simulador 82y — combate individual t-65 contra tipo-d yevethano piloto: mallar, plat 9938 duración del combate 02.07 disparos de cañón láser efectuados: o impactos: o torpedos protónicos disparados: o impactos: o disparos efectuados por el adversario: 6 impactos: 3 resultado del combate: victoria yevethana Mallar, muy disgustado, había empezado a bajar por la escalerilla del simulador cuando descubrió que el almirante Ackbar le estaba esperando al final de ella.

—Veo que ha estado probando la nueva simulación.

Mallar puso cara de consternación.

—¿Y me ha estado observando mientras lo hacía?

Ackbar asintió.

—Durante sus tres últimas secuencias de ejercicios. No está solo, ¿sabe? Algunos de nuestros pilotos cometieron errores de cálculo similares en Doornik-319 —dijo Ackbar—. Al parecer los yevethanos soportan las fuerzas gravitatorias bastante mejor que los pilotos para los que han sido diseñados los cazas de la Nueva República.

—Los pilotos humanos, quiere decir —replicó Mallar.

Un leve temblor recorrió los labios de Ackbar.

—Sí. Hay momentos en los que el verse frenado por sus limitaciones puede resultar muy frustrante. —Señaló el simulador con una inclinación de la cabeza—. ¿Va a volver a subir?

—No —dijo Mallar, y empezó a bajar por la escalerilla.

—Comprendo...

—Con un ala-X es sencillamente imposible, ¿sabe? —dijo Mallar, y en su voz había tanta irritación como abatimiento—. No es lo bastante rápido para enfrentarse a un tipo-D, y el operador todavía no me deja entrenarme con un ala-E.

Ackbar soltó un bufido.

—Debe de pertenecer a esa vieja y tozuda escuela de instructores que están convencidos de que hay que aprenderse a fondo la primera lección antes de pasar a la segunda. —Extendió el brazo hacia Mallar, alargándole una tarjeta de datos—. He estado en el Departamento de Planificación de Misiones y vi llegar esto —dijo—. Tenía que venir por aquí, así que firmé la hoja de recepción en su nombre. Creo que debería echarle un vistazo ahora mismo.

—¿Qué es?

—Sus órdenes —dijo Ackbar—. A partir de ahora se encuentra en estado de alerta.

—¿Yo? ¿Por qué? —Mallar estaba tan nervioso que faltó poco para que se le cayera el lector de tarjetas de datos—. ¿Voy a pilotar algún trasbordador?

—¿Le crearía algún problema tener que hacerlo?

—¿Problema? ¡Oh, no! Es magnífico. Es sólo que no esperaba...

—Casi todos los pilotos disponibles se fueron en el trasbordador que acaba de despegar. ¿Por qué cree que está todo tan tranquilo? Pero hay programado otro despegue, y tendrá lugar dentro de las cincuenta horas siguientes a ese primer despegue. Usted será el último al que llamarán..., pero puede que acaben llamándole de todas maneras para que pilote un ala-X de reconocimiento y se reúna con la Quinta Flota.

—Será un placer. Bueno, eso ya es algo —dijo Mallar—. Significa que podré hacer algo, ¿no? Gracias, señor.

Un fruncimiento de ceño bastante amenazador llenó de arrugas la frente de Ackbar.

—Escúcheme con atención, aeronauta Mallar, si llegan a llamarle, será porque alguien con una experiencia considerablemente mayor que la suya lo hizo tan mal en el espacio al enfrentarse con un enemigo real como usted acaba de hacerlo aquí al enfrentarse con el simulador. ¿He conseguido dejarle un poco más claro cuál es el significado de sus órdenes?

Mallar palideció.

—Sí, señor.

Metió la tarjeta de datos y el lector en un bolsillo, se agarró a la barandilla y subió a toda prisa por la escalerilla de acceso del simulador.

—Ochenta y dos-Y, por favor —le dijo al operador mientras abría los cierres de la escotilla de acceso a la carlinga—. Y esta vez póngame a bordo de un ala-X de reconocimiento.

15

El teniente Roñe Taggar tensó las tiras de su arnés de seguridad e inició la comprobación previa a la pasada de exploración en la carlinga de su ala-X de reconocimiento, dedicando una atención desusadamente meticulosa a cada etapa del procedimiento.

Su objetivo era N'zoth, la capital de la Liga de Duskhan. N'zoth era el objetivo más importante de todos los asignados al Ala de Reconocimiento Veintiuno, y muy probablemente sería el mejor defendido; pero lo que le preocupaba no era el peligro que le aguardaba al otro lado del muro del hiperespacio. Lo que realmente importaba era obtener la información que había sido enviado a recoger y conseguir que llegara, intacta y libre de interferencias, a los receptores y grabadoras de datos que aguardaban recibirla en los navíos de la Flota.

El morro en forma de pirámide del ala-X de reconocimiento ocultaba seis sistemas independientes de obtención de imágenes mediante sondeo plano, cada uno de los cuales poseía su propio sistema de aumento y barrido. La programación del radar de sondeo, el captador de imágenes infrarrojas y los grabadores estereoscópicos haría que el planeta se mantuviese dentro del marco de datos, llenándolo de un extremo a otro durante toda la pasada de reconocimiento. Los dos sistemas restantes se hallaban bajo el control del androide de reconocimiento R2-R, que evaluaría las imágenes en tiempo real y seleccionaría tanto los objetivos particulares como la longitud de onda más adecuada para el sondeo.

Los seis sistemas estaban conectados a los controles del hiperimpulsor, y empezarían a operar en cuanto el
Jennie Lee
entrara en el espacio real. La transmisión de datos mediante el relé de hipercomunicaciones también era automática, y la automatización llegaba hasta el extremo de seleccionar canales alternativos en el caso de que se detectaran señales de interferencia. La trayectoria de la pasada de reconocimiento estaba programada en el piloto automático, que tomaría los controles si se producía una desviación de más de un uno por ciento que no fuese debida a una intervención del piloto.

Se decía, medio en broma y medio en serio, que en realidad el piloto de un ala-X de reconocimiento sólo servía para hacer compañía a la unidad R2, y que un piloto podía tener un ataque de corazón en el hiperespacio y, aun así, llevar a cabo una misión perfecta. El segundo oficial de la unidad, «Dormilón» Nagelson —al que se le había asignado el reconocimiento de Wakiza— se había ganado su apodo cuando la grabación obtenida por los monitores de la carlinga mostró que había estado durmiendo durante toda una misión en la época de los problemas con Thrawn.

Pero Taggar pensaba de otra manera. Tanto en su corazón como en su mente, Taggar creía lo que les había dicho a sus pilotos antes de que iniciaran la misión: que la cualidad insustituible que el piloto aportaba a la carlinga era la de preocuparse por el resultado final. Un piloto seguiría intentándolo cuando una máquina se hubiese dado por vencida, porque el piloto comprendía el concepto del fracaso, y porque las consecuencias le importaban enormemente.

—Nadie cuenta grandes historias sobre unidades automatizadas que volvieron a casa luchando durante todo el recorrido para transmitir una información vital, o que hicieron lo imposible para completar una misión peligrosa —les había dicho—. Estáis ahí porque lo que hagáis puede significar la diferencia entre el éxito y el fracaso de la misión. Eso es lo que os estoy pidiendo: dad lo mejor de vosotros mismos, haced vuestro trabajo..., y hacedlo bien. El Ala de Reconocimiento Veintiuno existe por esa razón. Pilotos..., ¡a vuestras naves! Os veré al otro lado.

La cuenta atrás del cronómetro de sincronización de la misión iba descendiendo hacia el cero. Taggar se quedó inmóvil durante un momento y se imaginó a los otros pilotos, en otras carlingas claustrofóbicas, aproximándose a otros objetivos esparcidos por la mitad del Cúmulo de Koornacht. El Ala de Reconocimiento Veintiuno acababa de ser creada para servir a la Quinta Flota, pero Taggar ya había volado anteriormente con algunos de esos pilotos en otras unidades y otras guerras. Podía ver sus rostros con los ojos de su imaginación, y sabía qué estarían sintiendo en aquellos momentos.

00.15

«Buen reconocimiento —pensó, enviándoles el deseo—. Y buena suerte.»

Taggar había empezado a sentir un molesto picor en la nariz, y la arrugó en un infructuoso intento de aliviar el escozor. Se lamió unos labios que se habían quedado secos, flexionó unas manos que habían empezado a envararse como resultado de haber sido mantenidas en una inmovilidad demasiado cargada de tensión, y comprobó unos sistemas que ya había comprobado tres veces.

00.05

La madre de Taggar, que pilotaba un ala-Y, había muerto atacando un Destructor Estelar durante el terrible enfrentamiento de Endor. El ritual particular de la buena suerte de Taggar, que era ejecutado indefectiblemente antes del comienzo de cada misión, consistía en deslizar el pulgar izquierdo sobre las alas de su madre, que habían sido adheridas al panel de control justo encima del ordenador de navegación.

«Madre, espero que hoy podré hacer que te sientas orgullosa de mí...»

00.00

El universo se expandió repentinamente alrededor del caza de reconocimiento de Taggar. Una canica verdegrisácea envuelta en remolinos de nubes color amarillo claro apareció delante de él. El cronómetro de la misión inició su cuenta ascendente mientras los sistemas de obtención de datos e imágenes se agitaban en sus monturas. Taggar siguió avanzando en un vector de aproximación directa mientras leía los informes que R2-R iba transmitiendo a la pantalla de su carlinga.

Identificado: navío de impulsión por ondas yevethano de la clase Aramadia.

Identificado: destructor estelar de la clase victoria.

Identificado: navío de impulsión por ondas yevethano de la clase Aramadia.

Identificado: destructor estelar de la clase imperial.

Identificado: destructor estelar de la clase ejecutor.

La lista se fue haciendo más larga a medida que N'zoth iba haciéndose más grande delante de ellos. Roñe Taggar quería tener miedo, pero no podía permitirse ese lujo. Se dijo que podía ser valiente durante cinco minutos más. Dentro de cinco minutos —quizá menos— todo habría terminado.

Taggar intentó silbar, como si fuera un niño asustado que quiere demostrarse a sí mismo que no tiene miedo mientras pasa junto a un cementerio, pero la boca se le había quedado repentinamente demasiado reseca para que pudiese hacerlo.

Leia y Ackbar habían mantenido un pequeño forcejeo a la hora de decidir quién sería invitado a estar presente en la Sala de Guerra de los Cuarteles Generales de la Flota cuando llegaran los datos obtenidos por la incursión de reconocimiento llevada a cabo en Koornacht.

—No es el momento de devolver favores o de solicitarlos —había dicho Ackbar, quien defendía la postura de que la lista debía ser lo más corta posible—. Una información que ya ha sido libremente distribuida no puede ser controlada. Necesitaremos tiempo para evaluar los datos y situarlos dentro de su contexto.

—Todas las personas que figuran en esa lista tienen derecho a saber qué está ocurriendo en Farlax —había argumentado Leia—. Todas tendrán que formar parte de las decisiones que deberán ser adoptadas en el futuro: el Consejo de Defensa, el Consejo de Seguridad, los miembros restantes del Consejo de Gobierno, Rieekan de la INR... Después de todo, no es como si estuviera intentando invitar a gente que no tiene nada que ver con este asunto.

—No —dijo Ackbar—. Sólo quiere invitar a un senador que acaba de tratar de expulsarla de la presidencia de la Nueva República, y a otro que es muy probable que vaya a intentarlo en un futuro inminente. Esos senadores forman parte del mismo gobierno que usted, Leia, pero no son sus aliados.

La opinión de Behn-kihl-nahm había acabado resolviendo la cuestión en favor de Leia. Cuando faltaba muy poco para que se recibieran los datos, la sala estaba llena de cuerpos que normalmente no hubiesen estado allí, y había más que suficiente para mantenerlos muy ocupados.

La pantalla mural que ocupaba toda una pared de la Sala de Guerra había sido dividida en veinticuatro rectángulos idénticos. Cada uno contenía una carta de intercepción, con un círculo que representaba el planeta objetivo de la misión y una línea roja que indicaba la trayectoria que se esperaba seguiría el aparato de exploración. Las cartas cambiarían a medida que fueran teniendo lugar los contactos, y mostrarían la posición de las naves y cómo se iban desarrollando las operaciones de obtención de datos.

Al lado de cada carta había espacio para un monitor de pantalla plana que sería alimentado por los sistemas de grabación de imágenes de los aparatos de exploración. De momento el espacio mostraba el nombre del mundo-objetivo y el tipo de navío de exploración que le había sido asignado.

Ackbar, Leia y Han se habían quedado al fondo de la sala y estaban apoyados en la barandilla de la plataforma de observación elevada mientras contemplaban cómo veinticuatro cronómetros sincronizados llevaban a cabo la misma cuenta atrás.

—Esto me recuerda a un tablero de recuento que vi en un salón de apuestas de Bragkis donde te permitían apostar hasta un máximo de un millón de créditos —dijo Han—, con todo el mundo apelotonado a su alrededor esperando a que empezara la carrera. «¿Quién tiene un favorito?» «¿Cómo están las apuestas por Wakiza?»

Normalmente Leia siempre acogía las irreverencias de Han con una sonrisa porque contribuían a aliviar un poco la tensión, pero en aquellos momentos no se sentía capaz de soportarlas, y se alejó de él después de haberle fulminado con una rápida y bastante furibunda mirada de soslayo. El primer instinto de Han fue seguirla, pero Ackbar le detuvo con un roce en el brazo.

—Deje que se vaya —dijo—. Es un momento muy difícil para la princesa. Está nadando en un océano muy peligroso, y apenas hay agua debajo de ella.

La sala quedó sumida en un impresionante silencio durante los últimos segundos, cuando todos los que estaban trabajando concentraron su atención en la consola que tenían delante y todos los que estaban mirando interrumpieron sus conversaciones y alzaron la vista hacia el muro de pantallas. Cuando el cero se convirtió en +1, todo el muro cobró vida con un repentino estallido de imágenes en movimiento a medida que las cartas empezaban a cambiar y llegaban las primeras imágenes.

Han casi tuvo la impresión de que el muro era una masa convulsa de diminutas criaturas hechas de luz. A menos que concentrara su atención en una sola área, el efecto general le revolvía el estómago y hacía que sus nervios fueran recorridos por un desagradable estremecimiento de excitación.

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