Read Trilogía de la Flota Negra 2 Escudo de Mentiras Online
Authors: Michael P. Kube-McDowell
Tal Fraan respiró hondo y se apresuró a hincar una rodilla en el suelo.
—Sí,
darama
. Soy consciente de mi error.
—Levántate —dijo Nil Spaar, y el joven yevethano obedeció—. No te consideraré responsable de que Kol Attan no consiguiese capturar al rehén que tú habías puesto en sus manos, ni de la horrible ofensa cometida por la alimaña al matar a quienes se encuentran muy por encima de ella.
—Sois misericordioso, virrey.
—Hay muchas clases de alimañas —dijo Nil Spaar en un tono repentinamente jovial y despreocupado—. Es posible que las que fueron enviadas aquí se parezcan más al comandante Paret, quien por lo menos tuvo el valor de desafiarme cuando le arrebaté esta nave, que a aquellas cuyos servicios utilizamos. Dadas las circunstancias, creo que habría llegado a las mismas conclusiones que tú.
—No merezco vuestra misericordia,
darama
.
—No, desde luego —dijo Nil Spaar—. Pero me ayudarás a decidir cuál es la mejor manera de contestar a la osadía de las alimañas, y de castigar a la alimaña llamada Leia por haber ordenado tal sacrilegio. Y pasado un tiempo, quizá me olvide del otro y me deje absorber por los placeres de la venganza que hayas concebido.
Ackbar estaba inmóvil delante de la pantalla visora de la sala de reuniones. El almirante calamariano mantenía una mano detrás de la espalda y había extendido la otra para señalar la pantalla.
—Creo que puede hacerse —dijo—. Si tomamos las Fuerzas de Ataque Ápice y Verano de la Cuarta Flota, las Fuerzas de Ataque Campana de Luz y Símbolo de la Segunda Flota y la Fuerza de Ataque Gema de la Tercera, deberíamos ser capaces de mantener nuestras patrullas actuales en el resto de la Nueva República mientras reforzamos la fuerza expedicionaria enviada a Farlax y aumentamos sus efectivos hasta que llegue a contar con dos grupos de combate.
—Y mientras tanto la Flota Central seguiría conservando todos sus efectivos para defender Coruscant —dijo Leia—. Lo cual quizá no sea muy del agrado de los sectores fronterizos, pero parece la solución más prudente.
—Bueno, el general Ábaht estará contento —dijo Han, recostándose en su asiento—. Es lo que ha estado diciendo que necesitaba desde que llegó allí.
Ackbar dio la espalda a la pantalla visora e intercambió una rápida mirada con Leia.
—El general Ábaht no estará al mando de la fuerza combinada —dijo Ackbar, y volvió a concentrar su atención en la pantalla.
—¿No? Bueno, quizá no le importe demasiado —dijo Han, juntando las manos sobre su regazo—. Ejercer un mando combinado de esas características se parece bastante a que te nombren director de un zoológico. ¿Quién tendrá que cargar con el muerto, Leia? El almirante Nantz es el alto oficial más veterano, ¿no?
Ackbar estaba inmóvil delante de la pantalla visora, y mantenía las manos unidas a la espalda.
—No —dijo—. No será Nantz.
Una sonrisa torcida curvó los labios de Han.
—Estoy seguro de que podemos confiar en usted, almirante. Lo hará estupendamente, ya lo verá —dijo—. Es como montar un... Eh... Bueno, digamos que en cuanto has aprendido a hacerlo ya nunca se te olvida.
—Han, el almirante Ackbar se quedará aquí conmigo —murmuró Leia—. Voy a ponerte al frente de las fuerzas destacadas en Farlax.
La sonrisa se desvaneció al instante.
—Creía que ya habíamos dejado claro este asunto, Leia —dijo Han, inclinándose hacia adelante y apoyando los antebrazos sobre la mesa—. No he nacido para ser un gran almirante. Y con eso sólo conseguirás crear la impresión de que no eres capaz de tomar una decisión: Etahn, yo, Etahn, yo...
—La princesa no tenía otra elección, Han —dijo Ackbar sin volverse—. El Consejo de Defensa, con el senador Fey'lya al frente, insistió en aprobar la elección del comandante. Fey'lya ya no confía en el general Ábaht.
—¿Y por qué yo?
—Porque ya has pasado algún tiempo con la Quinta Flota —dijo Leia—. Porque ya estás familiarizado con la geografía y la logística de esa operación..., pero sobre todo porque estás limpio. Fey'lya quería al almirante Jid'yda.
—Un bothano... Claro.
—... y Bennie te ofreció a ti como un compromiso. Para repetir su explicación, los senadores pro-Leia consideran que me apoyas, y los senadores anti-Leia creen que eres lo suficientemente independiente para que no pueda imponerte mi voluntad.
Han meneó la cabeza.
—Sí, ya veo que debió de ser una discusión de un nivel muy elevado.
—No puede ni imaginarse lo absurda que llegó a ser en algunos momentos —dijo Ackbar, dando la espalda a la pantalla visora y yendo hacia la mesa—. El senador Cundertol llegó a apoyarle basándose en que, y cito las palabras del gran hombre, «No está haciendo nada más, ¿verdad?».
—Es la clase de recomendación que te hace sentirte orgulloso de ti mismo —dijo Han—. Recuérdeme que le dé las gracias a Su Estupidez. —Cogió el cuaderno de datos de Ackbar y estudió la lista de asignaciones de la fuerza—. Supongo que ya es un poquito tarde para pensar en la posibilidad de negociar una tregua, ¿no?
—Me resulta totalmente imposible creer que los yevethanos puedan llegar a considerarnos como sus iguales en la mesa de negociaciones —dijo Leia.
—Ya —dijo Han, y apartó el cuaderno de datos—. Verás, mi querida Leia, durante algún tiempo llegué a permitirme pensar que tendríamos una posibilidad de disfrutar de ese tipo de vida normal que le dijiste a Luke que tanto deseabas. Llegué a creer que habíamos acabado para siempre con este tipo de jaleos. Ah, y he de decirte una cosa: poder dejar el uniforme dentro del armario era una de las cosas que más me gustaban de ese tipo de vida.
Sus palabras hicieron que Leia y Han intercambiaran una sonrisa melancólica.
—Bueno... Parece ser que hemos vuelto a los tiempos de Yavin, ¿verdad? —siguió diciendo Han—. Te he obligado a usar las armas de la culpabilidad, la vergüenza, el ruego y el engaño para conseguir que me ofreciera como voluntario en un montón de trabajos sucios. Esta vez no te obligaré a que hagas todo eso. La verdad es que los yevethanos me dan asco..., y puestos a ser sinceros, debo confesar que les tengo pánico. Si no los controlamos ahora, el futuro podría complicarse muchísimo. Así que aceptaré este trabajo, porque es algo que hay que hacer lo más pronto posible.
—Los trabajos difíciles suelen ser los más necesarios —dijo Ackbar con voz pensativa.
—Oh, esto no es muy difícil —replicó Han—. Aquellos pilotos que entraron en el Cúmulo de Koornacht sabiendo cuáles eran sus probabilidades de volver... Eso sí que es difícil. En cuanto a mí, lo único que he de hacer es encontrar una razón para que esa clase de hombres hagan el trabajo verdaderamente difícil. ¿Cuál es el programa de actividades, almirante?
—Un grupo de alas-X de reconocimiento partirá dentro de quince horas para incorporarse a la Quinta Flota. Servirán de escolta a su lanzadera —dijo Ackbar—. Debería llegar allí poco después de que los grupos expedicionarios de la Cuarta Flota lleguen a Farlax. Oh, sí, me olvidaba: mientras esté al mando de esas fuerzas, tendrá el rango temporal de comodoro.
—Comodoro, ¿eh? —Han se volvió hacia Leia e intentó obsequiarla con una alegre sonrisa, pero Leia quedó tan poco convencida por sus esfuerzos como el mismo Han—. Me pregunto si el cargo incluye un sombrero...
Aunque se encontraba prisionero en un limbo legal —ni era un verdadero miembro del senado ni era un verdadero ex miembro de éste—, Tig Peramis de Walalla había conservado el derecho a disfrutar de algunas de las cortesías que iban implícitas con el puesto. Behn-kihl-nahm no le permitía hablar o votar en la Asamblea, y había conseguido que Peramis quedara totalmente excluido de las reuniones del Consejo de Defensa; pero las llaves de acceso de Peramis seguían permitiéndole ir a todas partes salvo a las cámaras del Consejo y los registros restringidos..., y eso significaba que tenía acceso a los otros senadores, cuya charla le parecía casi tan valiosa como una búsqueda en los archivos senatoriales.
Unos meses antes Peramis había denunciado a la Quinta Flota acusándola de ser un arma de conquista y tiranía, y había advertido al Consejo de Defensa sobre las ambiciones de la hija de Vader. Había tenido que soportar la reprimenda de Behn-kihl-nahm y el ser ridiculizado por Tolik Yar, pero los acontecimientos habían demostrado sus dotes proféticas y habían confirmado sus peores temores. Y la fulgurante anexión —basándose en el más frágil de los pretextos— de dieciocho mundos independientes de la zona de Farlax le parecía el preámbulo de una escalada espectacular.
Las reuniones a altas horas de la noche celebradas en las cámaras del Consejo de Defensa, la comparecencia secreta de Leia ante el Consejo de Gobierno, el intento de bloqueo «fracasado», las apelaciones desvergonzadamente emocionales que defendían la necesidad de acudir en ayuda de diminutas poblaciones alienígenas, y la abierta y deliberada provocación con que eran tratados los yevethanos a cada momento le parecían piezas de un meticuloso plan que pretendía justificar la anexión del mismo Koornacht. Incluso los periódicos estallidos de críticas en el Senado parecían estar calculados, y los críticos ser meros bufones que causaban más descrédito a su causa que daño a la princesa.
Pero algo que un senador Cundertol borracho tuvo el descuido de decirle alarmó a Peramis hasta el punto de que ya no pudo seguir conformándose con los rumores y los cotilleos.
—Un pirata corelliano con dos grupos de combate a sus órdenes —había dicho Cundertol entre risitas—. Él les enseñará a los caras de mono lo que es luchar. El viejo Cómete-una-nave no quería matar a los otros caras de mono, así que le han dado la pa-pa-patada y...
Peramis le sirvió más vino doaniano con la esperanza de que eso impulsaría a Cundertol a seguir hablando, pero sólo consiguió incrementar la satisfacción infantil que le producía hallarse en una posición de superioridad.
—Tendrías que haber sido bueno —dijo Cundertol, oscilando sobre sus pies mientras agitaba un dedo delante del rostro de Peramis—. No puedes venir a la fiesta.
Media hora después los ojos de Cundertol ya mostraban el brillo vidrioso del shock doaniano, y Peramis estaba entrando en el complejo de despachos del Senado con su llave de votación y la de Cundertol en la mano.
Por sí sola, la llave de Cundertol no bastaría para que Peramis pudiera tener acceso a los registros del Consejo de Defensa, pero Peramis sabía por experiencias anteriores que los sistemas de seguridad de los archivos personales de los senadores eran mucho menos estrictos. Era un asunto de mera comodidad. Un archivo personal que estuviera protegido por demasiadas barreras nunca sería utilizado. Naturalmente, se suponía que ningún asunto de naturaleza secreta sería registrado en un banco de datos tan poco protegido como un archivo personal. Pero Peramis pensaba que Cundertol era el tipo de persona que tendía a poner la comodidad por encima de la seguridad.
La llave de votación del bakurano le abrió todas las puertas necesarias y le permitió acceder a todos los ficheros incriminatorios. Todo estaba allí, bajo la forma de un delirio xenofóbico que demostraba la sorprendente realidad de que el senador era capaz de pensárselo dos veces antes de decir ciertas cosas en público.
Una expedición que contaba con la potencia de fuego de un grupo de combate iba hacia Farlax para reforzar a la Quinta Flota, pero sus efectivos habían sido obtenidos sacándolos de otras fuerzas..., y eso era una hábil estratagema que ayudaría a ocultar lo que estaba ocurriendo al permitir que los otros grupos de combate siguieran siendo visibles en sus rutas de patrullaje. Y el corelliano que debía asumir el mando de la flota de guerra era, tal como había sospechado Peramis, el esposo de la princesa Leia, Han Solo.
Peramis permaneció en el despacho de Cundertol el tiempo suficiente para leer el archivo y copiarlo en una tarjeta de datos. Después regresó al comedor privado en el que había dejado a Cundertol, volvió a introducir la llave de votación en el maletín del senador y lo dejó allí para que pudiera disfrutar de su trance de placer a solas.
Una vez a salvo en sus habitaciones de la misión diplomática walallana, Peramis sacó la pequeña caja negra que le había entregado Nil Spaar del arcón donde guardaba los juguetes de su hijo mayor en el que la había escondido. No había nadie que pudiera verle: Peramis había enviado a su familia a casa hacía meses, y el reducido personal de servicio que se encargaba de atender sus necesidades sabía que no debía perturbar su intimidad a esas horas de la noche.
Peramis fue hacia una mesa de su despacho, se sentó y conectó tanto la caja negra como su cuaderno de datos a la toma de hipercomunicaciones.
Después se quedó inmóvil durante unos momentos. La furtividad y el acto físico de preparar los aparatos hicieron que se sintiera un poco incómodo.
No había utilizado la caja negra con anterioridad. Se había dicho a sí mismo que nunca lo haría. Peramis no se consideraba un espía, y mucho menos un traidor.
Pero aun así había guardado la caja.
Se dijo que era un hombre de honor, con una causa noble que defender, debía contener la marea del militarismo que amenazaba todo lo que se había conseguido mediante la Rebelión. Después de una aventura coronada por el éxito en Farlax, Leia ya no podría ser detenida. Había que advertir a los yevethanos.
Y el hecho de que fuera el senador Cundertol quien les advirtiese, y con sus propias palabras, satisfacía el sentido de la ironía cósmica de Peramis.
Pero cuando activó el hipercomunicador, Peramis salió de su despacho para no tener que volver a oír esas palabras.
Todavía faltaban tres horas para la reunión con el
Intrépido
cuando la lanzadera de la Flota Tampion en la que viajaba el comodoro y su escolta de cazas de reconocimiento se vieron bruscamente arrancadas del hiperespacio. Se encontraron con media docena de naves yevethanas esperándoles: el destructor provisto de un campo de interdicción que los había sacado del hiperespacio, dos navíos de impulsión por ondas y tres naves más pequeñas.
La emboscada había sido planeada a la perfección. Antes de que los adormilados pilotos de los alas-X de reconocimiento y los sobresaltados pasajeros de la lanzadera tuviesen ocasión de entender qué estaba ocurriendo, sus naves se vieron envueltas en un violento fuego cruzado de cañonazos iónicos. Los cazas fueron incapacitados casi al instante, y quedaron flotando a la deriva en el espacio para ser ignorados. La lanzadera, que carecía de armamento pero contaba con unos escudos más potentes, dio un poco más de trabajo a los atacantes, pero aun así también acabó quedando atrapada en el espacio, incapaz de maniobrar o escapar.