Read Trilogía de la Flota Negra 2 Escudo de Mentiras Online
Authors: Michael P. Kube-McDowell
—No me gusta la idea de que nos separemos, especialmente aquí.
—¿Sigues pensando que necesito tu protección? —preguntó Akanah—. He pasado casi toda mi vida rodeada de estas insignificantes y mezquinas maldades. Conozco a estas personas: atracadores callejeros, esclavistas de cuerpos, traficantes de drogas, guerreros de los suburbios, chantajistas, los hombres y mujeres de ojos fríos e impasibles que disfrutan haciendo gritar a alguien... Me han atrapado unas cuantas veces y me han hecho daño en algunas ocasiones, pero aprendí. Me volví más fuerte y más inteligente, y acabé convirtiéndome en mi propia protectora. No me pasará nada, Luke.
—De acuerdo —dijo Luke, rindiéndose de mala gana—. Pero por lo menos debería saber adónde vas..., por si no vuelves. Por si te tropiezas con algo que no te esperabas, algo que no sea tan «insignificante y mezquino»...
—Me parece justo —admitió Akanah—. Pero debes darme el tiempo suficiente para lo que he de hacer. Prométeme que no empezarás a buscarme hasta... Digamos que hasta que hayan transcurrido tres días sin que tengas noticias mías.
Luke le lanzó una mirada llena de incredulidad.
—¿Tres días? Eso es tiempo más que suficiente para que alguien te secuestre y se te lleve a la Hegemonía de Tion.
Akanah se rió.
—El último hombre que intentó ponerme las manos encima sólo quería llevarme hasta el final del callejón —dijo—. Tres minutos después ya sabía que había cometido un grave error.
—De acuerdo —dijo Luke—. Pero sigo sin entender por qué necesitas tres días.
—No debería necesitarlos —dijo Akanah—, y ésa es la razón por la que podrás empezar a buscarme en cuanto hayan transcurrido. Iré al Distrito de Pemblehov, al norte del parque.
—¿Eso es todo lo que vas a decirme?
—Eso es todo lo que puedo decirte —replicó Akanah—. Adiós, Luke. Volveré a por ti lo más pronto posible.
Después de que Akanah se fuera, lo primero que hizo Luke fue dedicar algún tiempo a averiguar qué había detrás de todas las puertas de la zona de atraque.
Las duchas públicas y el cubículo sanitario necesitaban una limpieza urgente, sin duda debido a los cincuenta créditos que se cobraban en concepto de limpieza. Pero la perspectiva de una verdadera ducha espacial con seis chorros y un suministro ilimitado de agua resultaba demasiado atractiva para que pudiera resistirse a ella. Luke pagó la tarifa adicional, y después activó el seguro de la puerta para que el mecanismo automático interior pudiera iniciar el proceso de frotado y esterilización.
Luke intentó compensar ese gasto extra hurgando en los compartimentos de suministros de la nave. Se llevó la sorpresa de encontrar dos paquetes de comida K-18: los dos habían caducado, pero todavía podían ser aprovechados. Instaló el más viejo de los dos en el reprocesador del esquife y se aseguró de que podía ser consumido, y después encontró un sitio donde guardar el otro en el hangar atestado de equipo. El encargado del puerto asestaría otro mordisco a su cuenta de crédito por devolver sólo un paquete vacío, pero el coste no era lo suficientemente elevado para disuadirle de hacerlo.
Cuando la rapiña dejó de ser atractiva, Luke concentró su atención en la maquinaria.
La terminal de sistemas de control ofrecía una larga lista de maneras de aumentar la capacidad de los sistemas de vuelo, con una tarjeta quemadora de datos justo al lado. La mayoría de los sistemas de vuelo del esquife eran tan viejos que ya no se podía hacer nada con ellos, pero Luke consiguió localizar media docena de mejoras que habían sido introducidas en el mercado después de que el esquife saliera de la fábrica y logró convencer a la
Babosa del Fango
de que las aceptara. Todas resultaron estar libres de virus..., algo que Luke no había esperado, teniendo en cuenta la fuente de la que procedían. Pero el sistema de navegación mejorado detectó sus manipulaciones del bloqueo de seguridad de la ZCV y le obligó a reintroducir el paquete de programación original, que estaba lo suficientemente falto de sofisticación para poder operar en una feliz ignorancia de ellas.
Un rato después Luke ya había terminado con todas las reparaciones y pequeñas mejoras que podía llevar a cabo sin correr el riesgo de tener algún sistema crucial desmontado y con las piezas esparcidas sobre el banco de trabajo o en el suelo del hangar en un momento en el que pudiera verse obligado a emplearlo.
Después aprovechó el espacioso interior del hangar para someterse a su primera tabla completa de ejercicios de adiestramiento Jedi desde que había salido de Coruscant. Trabajando tanto con su espada de luz como sin ella, Luke fue ejecutando pacientemente los complicados ejercicios que le permitían alcanzar un profundo estado de tranquila y reposada claridad.
Era al hallarse en ese estado cuando percibía con más nitidez la verdad y la sabiduría de aquellas palabras tan sencillas que se habían convertido en el credo de los Jedi: «No hay emoción, sino paz. No hay ignorancia, sino conocimiento. No hay pasión, sino serenidad. No hay muerte, sino únicamente la Fuerza». La paz, el conocimiento y la serenidad eran dones que llegaban a él mediante su entrega a la Fuerza, y mediante la conexión a la Fuerza que unía a Luke con cuanto existía.
Conservar aquella claridad era el eterno desafío al que se enfrentaban los Jedi. En el aislamiento de un Dagobah, los Eriales de Jundlandia o la cabaña de un eremita sobre una orilla helada, un Jedi experimentado podía mantener aquel estado interior de manera indefinida.
Pero mantenerlo estando rodeado por el caos del mundo real ya era otra cuestión. Cuando el yo volvía, la voluntad regresaba con él. La rendición quedaba contaminada, y la conexión perdía su pureza. La claridad se iba esfumando gradualmente bajo la ofensiva incesante de los impulsos y las pasiones elementales. Incluso el más grande de los maestros tenía que practicar aquel ejercicio de manera regular si no quería perder la disciplina que hacía de él lo que era.
Los ejercicios tenían tanto de prueba para el cuerpo como para la mente, y la ducha recién limpiada y desinfectada de la zona de atraque proporcionó una deliciosa paz a músculos que le estaban diciendo que llevaban demasiado tiempo sin haber sido ejercitados correctamente. Luke permaneció inmóvil durante largo tiempo en el lugar donde convergían los seis chorros de agua, y permitir que el agua fuera resbalando por su cuerpo acabó convirtiéndose en otra manera de meditar.
Cuando por fin salió de la ducha y se vistió, se permitió echar un vistazo al cronómetro del esquife para averiguar cuánto tiempo hacía que se había marchado Akanah.
Apenas habían transcurrido seis horas.
Luke se quedó inmóvil junto a la popa del esquife y recorrió el hangar con la mirada. Inexplicablemente, el recinto parecía mucho más pequeño cuando era contemplado a través de la perspectiva de pasar los días siguientes en él.
Se puso su capa con capuchón, activó los bloqueos de seguridad del esquife, cerró el hangar —doblando un remache para que sólo él pudiera volver a abrirlo— y salió a la noche.
Mientras contemplaba el espaciopuerto y las luces de Talos que se extendían más allá de él, su mano —impulsada por la fuerza de la costumbre— fue hasta el punto de su cadera del que normalmente colgaba su espada de luz. Sus dedos sólo encontraron el aire, lo cual le llenó de una perplejidad que sólo duró un instante. Después Luke trazó las facciones del rostro de Li Stonn por encima de las suyas y echó a caminar.
La libertad de la que tanto alardeaban los mundos de los Comerciantes Libres parecía tener como contrapartida el que prácticamente nada fuera gratis en ellos. El caminar y el respirar figuraban entre las escasas actividades por las que no había que pagar nada..., aunque algunos afirmaban que eso se debía únicamente a que la Coalición de Comerciantes aún no había conseguido encontrar una manera de negar el aire y el espacio a quienes no pagaran por ellos.
Pero había que pagar una tasa de veinte créditos para entrar en Talos, que desplegaba su caótica acumulación de edificios junto al recinto del espaciopuerto a la manera clásica de los Comerciantes Libres. En Atzerri se podía comprar prácticamente de todo, y una parte considerable del catálogo podía ser examinada a sólo quinientos metros de las tres entradas del espaciopuerto de Talos. Todos los comerciantes medianamente importantes de la ciudad tenían como mínimo una sucursal del tamaño de un quiosco, conocida con el nombre de satélite, en esa zona, y la aglomeración de satélites llenaba las grandes avenidas que llevaban hasta los taxis y comercios de todas clases esparcidos alrededor de la rampa de acceso general.
Las tiendecitas eran agresivamente ruidosas y abigarradas. Paneles publicitarios de varios niveles colocados encima de sus entradas anunciaban de la forma más explícita posible sus artículos mientras pregoneros apostados delante de las puertas lanzaban promesas e invitaciones que era aconsejable ignorar. Todas las tiendas de las avenidas estaban dispuestas a devolver lo cobrado por sus servicios y a proporcionar medios de transporte hasta la sede principal de su patrocinador. Algunas enviaban pequeños ejércitos de androides para que se plantaran delante de las entradas de la competencia y emitiesen ofertas todavía más irresistibles.
Toda la Plaza de los Comerciantes tenía como único propósito hacer morder el anzuelo a la mayor cantidad de recién llegados posible cuando todavía estaban «verdes». En cuanto estuvieran lo suficientemente lejos de la competencia, podrían ser exprimidos a placer o guiados hacia otros miembros de una alianza comercial en un proceso que la jerga de Atzerri designaba con el curioso nombre de «rascarse la espalda». Las redes que practicaban el arte de rascarse la espalda mutuamente eran muy complicadas. No había nada que un Comerciante Libre odiara más que tener delante a un comprador dispuesto a soltar su dinero y ver cómo era un competidor quien acababa haciendo la venta.
Luke examinó las ofertas de la Plaza de los Comerciantes con una mezcla de asombro y horror. Su última visita a un mundo de los Comerciantes Libres había tenido como objeto tratar de comprar armas para la Rebelión, y no había dispuesto de tiempo para echar un vistazo a los distritos comerciales. El paso de los años había hecho que muy pocas de las ofertas de la plaza tuvieran algún atractivo para él, pero su curiosidad iba más allá de lo personal.
Los traficantes de información ofrecían secretos religiosos, políticos y técnicos. Los vicios prohibidos de diez mil planetas eran ofrecidos abiertamente y con la máxima desfachatez. Comerciantes que se llamaban a sí mismos facilitadores organizaban experiencias personales. Las tecnologías sometidas a embargo estaban disponibles junto a copias sin licencia de productos comerciales. Los libreros vendían entretenimientos en todos los medios conocidos sin ningún respeto al contenido o los derechos de autor.
Luke se había preparado para resistir las llamadas e insinuaciones de los vendedores de la Plaza de los Comerciantes, pero su resistencia se desintegró ante una oferta altamente inesperada que vio aparecer en la pantalla de anuncios de los Archivos Galácticos. Luke aceptó una loseta de crédito del pregonero que montaba guardia ante la puerta y entró en el diminuto local.
—¡Bienvenido! Bienvenido a los Archivos Galácticos, su fuente de todo aquello que es digno de conocerse —dijo el encargado mientras le saludaba con una sonrisa tan grande como untuosa—. Sea lo que sea lo que quiere, nosotros lo tenemos..., o podemos conseguírselo sin ningún coste extra. ¿Cómo ha dicho que se llamaba?
—Li Stonn.
—Bien, Li Stonn, pues cruzar ese umbral va a ser una de las decisiones más acertadas de toda su vida. Cuando nos deje, se marchará satisfecho..., pero no querrá marcharse, porque lo tenemos todo. ¿Ha visto algo que le interese particularmente? Pregunte, pregunte sin miedo...
Luke señaló hacia arriba.
—Hace unos momentos estaban emitiendo un anuncio. Algo sobre los secretos perdidos de los Jedi...
—Oh, una elección excelente... Un verdadero hallazgo, desde luego. Acabamos de añadirlo a nuestro catálogo, y ya se ha convertido en un gran éxito de ventas; es material total y absolutamente auténtico, con todas las respuestas a todas las preguntas que todos nos formulamos sobre los amos secretos de la galaxia. —El encargado le metió en la mano una loseta azul del mismo tamaño y forma que la tarjeta de crédito que Luke había recibido en la entrada—. Por razones de seguridad, todos nuestros documentos de naturaleza confidencial sólo están disponibles en la sede de nuestros archivos centrales. Basta con que le entregue estas tarjetas a cualquier agente comercial cuando llegue allí. Si lo desea, puedo hacer venir un taxi por cuenta de la casa...
Las dos pantallas instaladas en el compartimiento trasero del taxi sometieron a Luke a una dosis concentrada de la publicidad de los Archivos Galácticos, y Luke enseguida se dio cuenta de que el bombardeo publicitario parecía haber sido adaptado a la solicitud que había formulado en la tienda satélite.
Las ofertas incluían los
Principios del poder
del Emperador Palpatine en una edición privada reservada a los Grandes Moffs imperiales; el libro de ofrendas y rituales de los Señores Oscuros del Sith; el código legal de los h'kigs; y los secretos de la formación de las mentes-grupo
daqa
del tipo bilariano, entre otras cosas..., y todo ello con un descuento especial si Luke decidía adquirir tres o más. La inmensa mayoría de los documentos eran falsificaciones, por supuesto, y ninguno tentó a Luke más allá de hacerle sentir una distraída curiosidad por el grado de habilidad con que habrían sido falsificados.
Cuando Luke llegó a la sede central del comerciante, la negociación del precio de su compra requirió la mayor parte de una hora, dos intentos de irse con las manos vacías y una promesa de volver a los Archivos Galácticos acompañado por un amigo. El acuerdo final rebajó el precio de dos mil créditos pedido inicialmente a cambio del archivo Jedi a novecientos por todo el fichero y un cuaderno de datos de bolsillo.
A esas alturas la noche ya había consolidado su dominio sobre Talos, y el torbellino de actividad se había alejado del distrito comercial, dejando casi vacíos las rampas de acceso y las calles de esa zona. Luke fue en dirección oeste, atraído por un potente resplandor de luces nocturnas que iluminaba el cielo. Siluetas borrosas se acercaron a él en dos ocasiones desde las sombras, pero las débiles mentes de quienes habían estado planeando atacarle se dejaron influenciar muy fácilmente por una simple proyección de dudas, y se retiraron para aguardar la llegada de presas más fáciles.