Tormenta de Espadas (51 page)

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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Fantástico

BOOK: Tormenta de Espadas
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Se detuvo ante un hombre corpulento que por su aspecto era de Lhazar, chasqueó la fusta, y dejó una fina línea de sangre en la mejilla cobriza. El eunuco parpadeó y permaneció tal como estaba, sangrando.

—¿Quieres otra? —preguntó Kraznys.

—Si eso complace a su reverencia...

Era difícil fingir que no entendía nada. Dany puso una mano en el brazo de Kraznys antes de que tuviera tiempo de alzar de nuevo la fusta.

—Dile al Bondadoso Amo que ya veo lo fuertes que son sus Inmaculados y con cuánta valentía resisten el dolor.

Al oír sus palabras en valyrio, Kraznys soltó una risita.

—Dile a esta ignorante que la valentía no tiene nada que ver.

—El Bondadoso Amo dice que no es cuestión de valor, Alteza.

—Dile a la puta que abra bien los ojos.

—Os ruega que prestéis atención, Alteza.

Kraznys se dirigió hacia el siguiente eunuco de la fila, un joven alto con los ojos azules y el pelo rubio de Lys.

—Tu espada —dijo.

El eunuco se arrodilló, desenvainó la espada y se la tendió con la empuñadura por delante. Era una espada corta, más adecuada para estocadas que para tajos, pero el filo era impresionante.

—De pie —ordenó Kraznys.

—Reverencia. —El eunuco se levantó, y Kraznys mo Nakloz le deslizó la espada lentamente torso arriba, dejando una fina línea roja a través del vientre y entre las costillas. Luego clavó la punta de la espada bajo el pezón rosado y empezó a cortarlo, metiéndola y sacándola.

—¿Qué hace? —preguntó Dany a la niña con tono apremiante, mientras la sangre corría por el pecho del hombre.

—Dile a esa vaca que deje de mugir —dijo Kraznys sin aguardar la traducción—. Esto no le causará ningún daño grave. A los hombres no les hacen falta los pezones, y a los eunucos menos todavía.

El pezón pendía por un hilo de piel. Lo cortó de un tajo, cayó sobre los adoquines y dejó atrás un ojo rojo y redondo que sangraba copiosamente. El eunuco no se movió hasta que Kraznys le tendió la espada con la empuñadura por delante.

—Toma, ya he terminado.

—Uno se complace de haberos servido.

—No sienten dolor, ¿veis? —dijo Kraznys, volviéndose hacia Dany.

—¿Cómo es posible? —preguntó ella a través de la traductora.

—El vino del valor —fue su respuesta—. No es un vino de verdad, se hace de belladona, larvas de moscas de sangre, raíz de loto negro y otros muchos ingredientes secretos. Lo beben con todas las comidas desde el día en que los castran, y cada año que pasa sienten menos. Los hace valerosos en la batalla. Y no se los puede torturar. Dile a la salvaje que con los Inmaculados sus secretos están a salvo. Los puede utilizar como guardias en su Consejo, y hasta en su dormitorio, sin preocuparse de que oigan nada.

»En Yunkai y Meereen le cortan los testículos a un niño para convertirlo en eunuco. Esas criaturas no son fértiles, pero a menudo pueden tener erecciones. Eso sólo sirve para causar problemas. Nosotros quitamos también el pene, no dejamos nada. Los Inmaculados son las criaturas más puras que hay sobre la tierra. —Dirigió otra de sus amplias sonrisas a Dany y a Arstan—. Tengo entendido que en los Reinos de Poniente algunos hombres prestan juramento solemne de mantenerse castos y no engendrar hijos, y de vivir únicamente para su deber. ¿Es así?

—Sí —respondió Arstan al escuchar la traducción—. Hay órdenes así. Los maestres de la Ciudadela, los septones y las septas que sirven a los Siete, las hermanas silenciosas de los muertos, la Guardia Real y la Guardia de la Noche...

—Pobres —gruñó el traficante de esclavos—. Los hombres no nacieron para vivir así. Cualquier idiota se daría cuenta de que sus días deben de ser una tortura, estarán plagados de tentaciones, y sin duda muchos sucumbirán a sus instintos más primarios. No es el caso de nuestros Inmaculados. Están casados con sus espadas de una manera que vuestros Hermanos Juramentados no pueden soñar con igualar. Ninguna mujer podrá jamás tentarlos, y tampoco ningún hombre.

La niña transmitió la esencia de su discurso en tono más educado.

—La carne no es la única manera de tentar a un hombre —objetó Arstan Barbablanca cuando hubo terminado.

—A los hombres, pero los Inmaculados son diferentes. Tienen tan poco interés en el saqueo como en la violación. Lo único que poseen son sus armas. Ni siquiera les permitimos tener nombre.

—¿No tienen nombre? —Dany miró a la pequeña traductora con el ceño fruncido—. ¿Seguro que es lo que ha dicho el Bondadoso Amo? ¿Que no tienen nombre?

—Así es, Alteza.

Kraznys se detuvo ante un ghiscario que podría haber sido su hermano, sólo que más alto y con mejor forma física. Dio un golpecito con la fusta en el pequeño disco de bronce que adornaba el cinturón de la espada, a sus pies.

—Éste es su nombre. Pregunta a la puta de Poniente si sabe leer los glifos ghiscarios. —Cuando Dany reconoció que no, el traficante de esclavos se volvió hacia el Inmaculado—. ¿Cuál es tu nombre? —preguntó imperativo.

—Uno se llama Pulga Roja, reverencia.

La niña repitió la conversación en la lengua común.

—¿Cuál era ayer?

—Rata Negra, reverencia.

—¿Y anteayer?

—Pulga Marrón, reverencia.

—¿Y el día anterior?

—Uno no lo recuerda, reverencia. Puede que fuera Sapo Azul. O Gusano Azul.

—Dile que todos los nombres son por el estilo —ordenó Kraznys a la niña—. Eso les recuerda que, por sí solos, no son más que alimañas. Todos los días, al anochecer, los discos con los nombres se guardan en un barril vacío, y al amanecer cada uno recoge uno al azar.

—Otra locura —comentó Arstan cuando oyó la traducción—. ¿Cómo puede nadie recordar un nombre nuevo cada día?

—Los que no pueden, no superan el entrenamiento, igual que los que no pueden correr todo el día cargados, escalar una montaña en medio de la noche, caminar sobre brasas al rojo o matar a un bebé.

Al oír aquello Dany hizo una mueca.

«¿Me habrá visto, o además de cruel es ciego?» Se volvió a toda prisa y trató de mantener el rostro impasible como una máscara hasta oír la traducción. Sólo entonces se permitió mirarlo.

—¿A qué bebés matan?

—Para ganarse el casco con la púa, un Inmaculado tiene que ir al mercado de esclavos con un marco de plata, buscar a un recién nacido berreante y matarlo delante de su madre. Así nos aseguramos de que no les queda ni rastro de debilidad.

Dany se sintió desmayar. «Es el calor», trató de convencerse.

—¿Arrancáis a un bebé de los brazos de su madre, lo matáis delante de ella y pagáis su dolor con una moneda de plata?

Al oír la traducción, Kraznys mo Nakloz soltó una carcajada estrepitosa.

—¡Qué blanda es esta mocosa estúpida! Dile a la puta de Poniente que el marco es para el dueño del niño, no para la madre. Los Inmaculados tienen prohibido robar. —Se dio unos golpecitos con la fusta contra la pierna—. Son pocos los que no pasan la prueba. Creo que lo de los perros les cuesta más. El día de su castración, entregamos a cada niño un cachorrito. Al final del primer año se le exige que lo estrangule. A los que no pueden, los matamos y los echamos de comer a los perros que queden vivos. Hemos descubierto que es una buena lección.

Mientras escuchaba, Arstan Barbablanca golpeteaba con la punta del cayado los adoquines.
Toc, toc, toc.
Lento, rítmico.
Toc, toc, toc.
Dany lo vio apartar los ojos, como si no soportara mirar a Kraznys ni un momento más.

—El Bondadoso Amo ha dicho que a estos eunucos no se los puede tentar con carne ni con monedas —dijo Dany a la niña—, pero si algún enemigo les ofreciera la libertad a cambio de traicionarme...

—Lo matarían de inmediato y llevarían su cabeza ante ella, díselo —fue la respuesta del mercader de esclavos—. Otros esclavos roban y acumulan plata con la esperanza de comprar su libertad, pero un Inmaculado no la aceptaría ni aunque esta puta se la ofreciera como regalo. Aparte de su deber, no tienen vida. Son soldados, nada más.

—Lo que necesito son soldados —reconoció Dany.

—Dile que entonces hizo bien en acudir a Astapor. Pregúntale de qué tamaño quiere su ejército.

—¿Cuántos Inmaculados hay en venta?

—En este momento, entrenados al máximo y disponibles, ocho mil. Dile que sólo los vendemos por cientos o por miles. Antes los vendíamos también por decenas, como guardias privados, pero fue un error. Diez son demasiado pocos. Se mezclan con otros esclavos, o hasta con hombres libres, y olvidan qué son y quiénes son. —Kraznys esperó a que terminara la traducción a la lengua común antes de continuar—. La reina mendiga tiene que comprender que estas maravillas no son baratas. En Yunkai y en Meereen se pueden comprar soldados esclavos por menos de lo que valen sus espadas, pero los Inmaculados son los mejores del mundo, cada uno representa muchos años de entrenamiento. Dile que son como el acero valyrio, plegados una y otra vez, martilleados durante años, hasta que son más fuertes y resistentes que ningún otro metal de la tierra.

—Sé qué es el acero valyrio —dijo Dany—. Pregunta al Bondadoso Amo si los Inmaculados tienen sus oficiales.

—Los oficiales los tendrá que poner ella. Los entrenamos para que obedezcan, no para que piensen. Si lo que quiere son sesos, que compre escribas.

—¿Y el equipamiento?

—La espada, el escudo, la lanza, las sandalias y la túnica guateada se incluyen en el precio —dijo Kraznys—. Y los cascos de púas, claro. Pueden usar la armadura que quiera, pero se la tendrá que proporcionar ella.

A Dany no se le ocurrían más preguntas. Miró a Arstan.

—Habéis vivido mucho, Barbablanca. Ahora que los habéis visto, ¿qué me decís?

—Os digo que no, Alteza —respondió el anciano al instante.

—¿Por qué? —quiso saber ella—. Hablad con toda libertad. —Dany creía saber lo que le iba a decir, pero quería que la niña esclava lo oyera, de modo que Kraznys mo Nakloz se enterase más tarde.

—Mi reina —empezó Arstan—, hace miles de años que no hay esclavos en los Siete Reinos. Los antiguos dioses y los nuevos consideran que la esclavitud es una abominación. Está mal. Si llegáis a Poniente al frente de un ejército de esclavos, muchos hombres buenos se opondrán a vos por ese único motivo. Causaréis un gran daño a vuestra causa y también al honor de vuestra Casa.

—Pero necesito un ejército —señaló Dany—. Ese chico, Joffrey, no me entregará el Trono de Hierro si me limito a pedírselo por favor.

—Cuando llegue el día en que ondeen vuestros estandartes, la mitad de Poniente estará con vos —le prometió Barbablanca—. Todavía se recuerda a vuestro hermano Rhaegar con gran afecto.

—¿Y a mi padre? —preguntó Dany.

El anciano titubeó un instante.

—También se recuerda al rey Aerys —dijo al final—. Proporcionó al reino muchos años de paz. No necesitáis esclavos, Alteza. El magíster Illyrio os puede proteger mientras vuestros dragones crecen, y enviar emisarios secretos al otro lado del mar Angosto en vuestro nombre para atraer hacia vuestra causa a los grandes señores.

—¿Los mismos grandes señores que abandonaron a mi padre a manos del Matarreyes y se arrodillaron ante Robert el Usurpador?

—Quizá hasta los que se arrodillaron anhelen en su corazón el regreso de los dragones.

—Quizá —remarcó Dany. «Quizá» era una palabra muy arriesgada. En cualquier idioma. Se volvió hacia Kraznys mo Nakloz y su esclava—. Tengo que pensarlo con detenimiento.

—Dile que se dé prisa en pensar —dijo el mercader de esclavos encogiéndose de hombros—. Hay otros muchos compradores. Hace menos de tres días enseñé estos mismos Inmaculados a un rey corsario que tenía intención de comprarlos todos.

—El corsario sólo quería un centenar, reverencia —oyó Dany decir a la niña esclava.

El hombre le dio un golpecito con la punta de la fusta.

—Los corsarios son unos mentirosos. Los comprará todos. Díselo, niña.

Dany sabía que, si compraba alguno, compraría bastantes más de cien.

—Recuerda a tu Bondadoso Amo quién soy yo. Recuérdale que soy Daenerys de la Tormenta, Madre de Dragones, la que no arde, reina legítima de los Siete Reinos de Poniente. Mi sangre es la sangre de Aegon el Conquistador, la sangre de la antigua Valyria.

Pero las palabras no impresionaron al orondo y perfumado traficante de esclavos, ni siquiera traducidas a su desagradable idioma.

—El Antiguo Ghis dominaba un imperio cuando en Valyria todavía estaban follando ovejas —gruñó a la pobre traductora—, y nosotros somos los hijos de la arpía. —Se encogió de hombros—. Malgasto la lengua regateando con mujeres. Son todas iguales, las del este y las del oeste, no son capaces de tomar una decisión mientras no las adules, las malcríes y las atiborres de criadillas. En fin, si es mi destino, tendré que aceptarlo. Dile a la puta que si quiere visitar nuestra hermosa ciudad, Kraznys mo Nakloz estará encantado de atenderla... y de satisfacerla, si es más mujer de lo que parece.

—El Bondadoso Amo estará encantado de mostraros Astapor mientras lo meditáis, Alteza —dijo la traductora.

—Le daré de comer sesos de perro en gelatina y un delicioso guiso de pulpo rojo y cachorrito nonato. —Se relamió.

—Dice que aquí podéis probar platos deliciosos.

—Dile lo hermosas que son las pirámides por la noche —gruñó el mercader de esclavos—. Dile que lameré miel de sus pechos, o si lo prefiere, dejaré que ella lama miel de los míos.

—Astapor es una ciudad muy bella cuando anochece, Alteza —dijo la niña esclava—. Los Bondadosos Amos encienden farolillos de seda en cada terraza, de manera que las pirámides brillan con luces de colores. Las barcazas de placer surcan el Gusano, en ellas suena música dulce, y visitan las pequeñas islas para probar vinos, comidas y otras delicias.

—Pregúntale si quiere ver nuestras arenas de combate —añadió Kraznys—. En la arena de Douquor hay programado un buen espectáculo para esta noche. Un oso y tres niños. Uno de los niños estará untado con miel, otro con sangre y otro con pescado podrido; si quiere, podrá apostar por cuál devorará el oso primero.

Toc, toc, toc
, oyó Dany. El rostro de Arstan Barbablanca seguía impasible, pero el cayado marcaba el ritmo de su rabia.
Toc, toc, toc.
Se esforzó por sonreír.

—Tengo un oso esperándome en la
Balerion
—le dijo a la traductora—, y me devorará a mí si no vuelvo pronto con él.

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