Tormenta de Espadas (49 page)

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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Fantástico

BOOK: Tormenta de Espadas
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—Los antiguos dioses están inquietos y no me dejan dormir —oyó decir a la mujer—. Soñé, y vi una sombra con un corazón llameante que mataba a un venado de oro, así fue. Soñé con un hombre sin rostro que aguardaba en un puente que se balanceaba y oscilaba. Tenía en el hombro un cuervo ahogado con algas colgando de las alas. Soñé con un río turbulento y una mujer que era un pez. Las aguas la arrastraban, muerta estaba, con lágrimas rojas en las mejillas, pero los ojos se le abrieron, y el terror me despertó. Todo eso soñé, y mucho más. ¿Tenéis regalos para pagarme por mis sueños?

—Sueños —gruñó Lim Capa de Limón—. ¿De qué sirven los sueños? Mujeres pez y cuervos ahogados. Yo también tuve un sueño anoche. Estaba besando a una moza de taberna a la que conocí hace tiempo. ¿Me vas a pagar por ese sueño, anciana?

—La moza está muerta —siseó la mujer—. Ya sólo la pueden besar los gusanos. —Se volvió hacia Tom de Sietecauces—. Dame mi canción o márchate.

De modo que el bardo cantó para ella, tan bajo que Arya apenas si oyó algunos fragmentos de la letra, aunque la melodía le sonaba de algo. «Seguro que Sansa se la sabe. —Su hermana se sabía todas las canciones, tocaba algunos instrumentos y cantaba con voz muy dulce—. En cambio yo sólo sabía repetir la letra desafinando.»

A la mañana siguiente la menuda anciana de piel blanca ya no estaba. Mientras ensillaban los caballos, Arya preguntó a Tom de Sietecauces si los niños del bosque moraban todavía en Alto Corazón. El bardo soltó una risita.

—¿Qué, la viste?

—¿Era un fantasma?

—¿Se quejan los fantasmas de que les duelen las articulaciones? No, no es más que una vieja enana. Un bicho raro y malo. Pero sabe cosas que no debería saber y, a veces, si le gustas, te las dice.

—¿Vos le gustáis? —preguntó Arya, incrédula.

—Al menos le gusta cómo canto —dijo el bardo riéndose—. Pero siempre quiere que le cante la misma canción de mierda. Bueno, no es que la canción sea mala, pero me sé otras igual de buenas. —Sacudió la cabeza—. Lo importante es que ahora estamos sobre la pista. Apuesto lo que sea a que no tardaréis en ver a Thoros y al señor del relámpago.

—Si sois sus hombres, ¿por qué se esconden de vosotros?

Tom de Sietecauces puso los ojos en blanco ante la pregunta, pero Harwin le respondió.

—Yo no diría que se escondan, mi señora, pero es verdad que Lord Beric se mueve mucho, y rara vez confía a nadie sus planes. Así no se arriesga a que lo traicionen. A estas alturas ya somos cientos sus seguidores, puede que miles, pero no serviría de nada que fuéramos todos pisándole los talones. Consumiríamos las provisiones de todos los lugares por donde pasáramos, o nos haría picadillo otro ejército más poderoso en una batalla. En cambio, divididos en grupos pequeños, podemos atacar en una docena de lugares a la vez y desaparecer antes de que nadie se dé cuenta. Y si nos capturan y nos hacen cantar, difícil será que confesemos el paradero de Lord Beric, nos hagan lo que nos hagan. —Titubeó un instante—. Sabéis a qué me refiero con cantar, ¿no?

—Lo llamaban las cosquillas —dijo Arya con un gesto de asentimiento—. Polliver, Raff y ésos.

Les habló del pueblo junto al Ojo de Dioses, donde Gendry y ella cayeron prisioneros, y las preguntas que hacía el Cosquillas.

—¿Hay oro escondido en el pueblo? —empezaba siempre—. ¿Plata, gemas? ¿Hay comida? ¿Dónde está Lord Beric? ¿Quiénes de vosotros lo habéis ayudado? ¿Hacia dónde ha ido? ¿Cuántos hombres iban con él? ¿Cuántos caballeros? ¿Cuántos arqueros? ¿Cuántas monturas? ¿Qué armas tenían? ¿Cuántos heridos? ¿Hacia dónde has dicho que ha ido?

Sólo de pensarlo, volvía a oír los gritos y volvía a sentir el hedor de la sangre, la mierda y la carne quemada.

—Siempre hacía las mismas preguntas —dijo con solemnidad a los forajidos—. Pero cambiaba de cosquillas todos los días.

—Es inhumano que hagan eso a un chiquillo —dijo Harwin cuando hubo terminado—. Nos han dicho que la Montaña perdió a la mitad de sus hombres en el Molino de Piedra. Puede que el tal Cosquillas esté ya flotando en las aguas del Forca Roja, mientras los peces se le comen la cara. Si no... Bueno, es un crimen más por el que tendrán que responder. Oí decir a su señoría que esta guerra empezó cuando la Mano lo envió para llevar a Gregor Clegane ante la justicia del rey, y así mismo pretende que termine. —Le dio una palmadita consoladora en el hombro—. Será mejor que montéis ya, mi señora. Nos queda un largo día de marcha hasta Torreón Bellota, pero al final tendremos un techo bajo el que dormir y una cena caliente en la barriga.

Fue un largo día de marcha, pero el ocaso los encontró cuando vadeaban un arroyo e iniciaban ya el ascenso hacia Torreón Bellota, con sus murallas de piedra y su gran torre de roble. El dueño no estaba, había ido a luchar en el séquito de su señor, Lord Vance, y en su ausencia, las puertas del castillo se encontraban cerradas. Pero su señora esposa era una antigua amiga de Tom de Sietecauces, y Anguy decía que habían sido amantes. Anguy solía cabalgar junto a ella a menudo. Era el más cercano en edad a Arya aparte de Gendry, y le contaba historias divertidas de las Marcas de Dorne. Pero con eso no la engañaba.

«No es mi amigo. Sólo se pone cerca de mí para vigilarme y que no intente escaparme otra vez.» Bueno, Arya también sabía vigilar. Syrio Forel se lo había enseñado.

Lady Smallwood recibió a los forajidos con afecto, aunque les echó una buena reprimenda por arrastrar a la guerra a una chiquilla. Se enfadó todavía más cuando a Lim se le escapó que Arya era noble.

—¿Quién ha vestido a la pobre chiquilla con esos harapos de Bolton? —les preguntó, furiosa—. ¡Y con el emblema! ¡Más de uno la ahorcaría sin pensar por llevar al hombre desollado en el pecho!

Arya se vio empujada escaleras arriba, metida en una bañera y remojada en agua casi hirviendo. Las doncellas de Lady Smallwood la frotaron con tanta energía como si la quisieran desollar a ella. Hasta echaron en el agua una porquería dulzona que olía a flores.

Luego se empeñaron en que se vistiera con cosas de niña, medias de lana color marrón y ropa interior de lino, y encima un vestido color verde claro con bellotas bordadas en hilo marrón en el corpiño y más bellotas ribeteando el dobladillo.

—Mi tía abuela es septa en una casa madre de Antigua —le dijo Lady Smallwood mientras las doncellas le ataban el corpiño a la espalda a Arya—. Envié a mi hija con ella cuando empezó la guerra. Seguro que cuando regrese esta ropa ya le quedará pequeña. ¿Te gusta bailar, niña? Mi Carellen es una excelente bailarina. También canta de maravilla. ¿A ti qué te gusta hacer?

—Labores de aguja. —Arya removió los juncos del suelo con el pie.

—Son muy relajantes, ¿verdad?

—Bueno, tal como yo las hago, no.

—¿No? A mí siempre me lo han parecido. Los dioses nos dan a cada uno nuestros talentos, grandes y pequeños, y a nosotros nos corresponde utilizarlos. Eso me dice siempre mi tía. Cualquier acto puede ser una plegaria, si lo llevamos a cabo lo mejor posible. ¿No te parece un concepto precioso? Tenlo en mente la próxima vez que estés con tus labores. ¿Las haces todos los días?

—Las hacía, pero perdí mi
Aguja
. La nueva que tengo no es tan buena.

—En tiempos como los que corren, tenemos que arreglárnoslas con lo que hay y tratar de sacarle el mejor partido. —Lady Smallwood le arregló el corpiño del vestido—. Ahora sí que pareces una joven dama como debe ser.

«No soy una dama —habría querido decirle Arya—. Soy una loba.»

—No sé quién eres, niña —dijo la mujer—, y tal vez sea lo mejor. Mucho me temo que alguien importante. —Le arregló el cuello a Arya—. En tiempos como éstos, es mejor ser insignificante. En ese caso podría hacer que te quedaras aquí conmigo, aunque no estarías a salvo. Tengo muros —suspiró—, pero pocos hombres para defenderlos.

Cuando Arya estuvo bien lavada, peinada y vestida, la cena ya se estaba sirviendo en los salones. Gendry la miró y se echó a reír de tal manera que se le salió el vino por la nariz, hasta que Harwin le dio un capirotazo junto a la oreja. La comida era sencilla, pero abundante; cordero con setas, pan moreno, budín de guisantes y manzanas asadas con queso curado. Una vez recogida la mesa, cuando ya no quedaban criados en la estancia, Barbaverde bajó la voz para preguntar a la dama si tenía alguna noticia del señor del relámpago.

—¿Noticias? —Sonrió—. Estuvieron aquí hace menos de quince días. Iban con una docena más de hombres que llevaban un rebaño de ovejas. Casi no di crédito a mis ojos. Thoros me dio tres a modo de agradecimiento. Os habéis comido una esta noche.

—¿Que Thoros iba conduciendo ovejas? —Anguy soltó una carcajada.

—Como lo oís. Fue todo un espectáculo, pero Thoros aseguró que, como sacerdote, sabía cuidar de un rebaño.

—Sí, y también trasquilarlo —rió Lim Capa de Limón.

—Alguien tendría que componer una buena canción sobre esto. —Tom rasgueó una cuerda de su lira.

—Puede. —Lady Smallwood le lanzó una mirada desdeñosa—. Alguien que no rime «Dondarrion» con «gorrón». Alguien que no cante «Tiéndete en la hierba, hermosa doncella» a todas las lecheras del condado y les haga una barriga a dos de ellas.

—Era «Deja que beba tu belleza» —replicó Tom a la defensiva—, y a las lecheras les gusta que se la cante. Y también a cierta dama noble que me viene a la memoria. Canto para complacer.

—Las tierras de los ríos están llenas de doncellas a las que habéis complacido —dijo la dama con chispas de los ojos—, todas bebiendo infusiones de tanaceto. Cualquiera diría que un hombre de tu edad habría aprendido ya a derramar la semilla en sus vientres, pero por fuera. A este paso no tardarán en llamarte Tom Sietehijos.

—Pues da la casualidad de que pasé de los siete hace ya muchos años —dijo Tom—. Y son unos muchachos estupendos, con voces dulces como las de jilgueros. —Era evidente que no le preocupaba el tema.

—¿Dijo su señoría hacia dónde iba, mi señora? —intervino Harwin.

—Lord Beric nunca hace partícipe de sus planes a nadie, pero hay hambruna cerca del Sept de Piedra y el Bosque Tresmonedas. Yo, en vuestro lugar, lo buscaría por allí. —Bebió un sorbo de vino—. Será mejor que lo sepáis, he tenido otras visitas menos agradables. Una manada de lobos llegó aullando a mis puertas, creían que tenía aquí a Jaime Lannister.

—Entonces ¿es verdad, el Matarreyes vuelve a estar libre? —Tom dejó de rasguear las cuerdas.

—Si lo tuvieran encadenado en Aguasdulces no creo que hubieran venido aquí a buscarlo —dijo Lady Smallwood lanzándole una mirada despectiva.

—¿Y qué les dijo mi señora? —quiso saber Jack-con-Suerte.

—Pues que tenía a Ser Jaime desnudo en mi cama, pero que lo había dejado tan agotado que no podía bajar a recibirlos. Uno de ellos tuvo la desfachatez de llamarme mentirosa, así que los echamos de malos modos. Creo que se dirigieron hacia Fondonegro.

—¿Qué norteños eran los que vinieron a buscar al Matarreyes? —preguntó Arya, moviéndose inquieta en el asiento.

—No me dijeron sus nombres, niña —dijo Lady Smallwood mirándola, sorprendida de que hubiera intervenido—, pero llevaban jubones negros con un sol blanco en el pecho.

El sol blanco sobre negro era el emblema de Lord Karstark. «Eran hombres de Robb», pensó Arya. Tal vez todavía estuvieran cerca. Si conseguía escabullirse de los forajidos y los encontraba, quizá la llevarían a Aguasdulces con su madre...

—¿Dijeron cómo consiguió escapar Lannister? —preguntó Lim.

—Sí —respondió Lady Smallwood—, aunque no me creo ni una palabra. Aseguran que Lady Catelyn lo liberó.

—Anda ya —dijo Tom; de la impresión se le había saltado una cuerda—. Eso es una locura.

«No es verdad —pensó Arya—. No puede ser verdad.»

—Lo mismo pensé yo —dijo Lady Smallwood.

Sólo entonces Harwin cayó en la cuenta de quién era Arya.

—Esta conversación no es para vos, mi señora.

—Quiero oír...

Los forajidos no cedieron.

—Venga, venga, ardillita —dijo Barbaverde—. Sed una damita buena e id a jugar al patio mientras hablamos.

Arya salió de la estancia hecha una furia; habría dado un portazo si la puerta no fuera tan pesada. La oscuridad cubría el Torreón Bellota como un manto. Unas cuantas antorchas ardían a lo largo de las murallas, pero nada más. Las puertas del pequeño castillo estaban cerradas a cal y canto. Sabía que había prometido a Harwin que no intentaría escapar de nuevo, pero eso fue antes de que empezaran a decir mentiras sobre su madre.

—¿Arya? —Gendry la había seguido—. Lady Smallwood dice que hay una herrería. ¿Vamos a verla?

—Si te apetece... —No tenía nada mejor que hacer.

—Ese Thoros del que hablaban —comentó Gendry cuando pasaron junto a las perreras—, ¿es el mismo Thoros que vivía en el castillo, en Desembarco del Rey? ¿Un sacerdote rojo gordo, con la cabeza afeitada?

—Creo que sí. —Arya no había cruzado ni una palabra con Thoros en Desembarco del Rey, o al menos no lo recordaba, pero sabía quién era. Junto con Jalabhar Xho, era el personaje más pintoresco de la corte de Robert y un gran amigo del rey.

—Seguro que no se acuerda de mí, pero iba mucho a nuestra fragua. —La fragua de los Smallwood llevaba tiempo sin utilizarse, aunque el herrero había colgado sus herramientas de la pared muy ordenadas. Gendry encendió una vela y la puso sobre el yunque antes de coger unas tenazas—. Mi maestro siempre le echaba la bronca por lo de las espadas llameantes. Le decía que no era manera de tratar un buen acero, pero es que Thoros no utilizaba nunca acero del bueno. Metía cualquier espada barata en fuego valyrio y la encendía. Mi maestre decía que no era más que un truco de alquimista, pero servía para asustar a los caballos y a algunos caballeros novatos.

Arya se esforzó por recordar si su padre había hecho algún comentario sobre Thoros.

—No es muy beato, ¿verdad?

—No —reconoció Gendry—. El maestro Mott decía que Thoros aguantaba más alcohol que el rey Robert. Que eran tal para cual, un par de glotones borrachos.

—No deberías llamar borracho al rey. —Tal vez el rey Robert hubiera bebido demasiado, pero había sido amigo de su padre.

—Me refería a Thoros. —Gendry hizo ademán de ir a pellizcarle la cara con las tenazas, pero Arya las apartó de un manotazo—. Le gustaban los banquetes y los torneos, por eso lo apreciaba tanto el rey Robert. Y el tal Thoros era valiente. Cuando cayeron los muros de Pyke, fue el primero en entrar. Luchaba con una de sus espadas llameantes y con cada golpe prendía fuego a un hombre del hierro.

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