Tormenta de Espadas (157 page)

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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Fantástico

BOOK: Tormenta de Espadas
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—Un niño ansioso por que ese cerdo que le dijiste que era su padre le diera una palmadita en la espalda. —Se le ocurrió una idea incómoda—. Tyrion estuvo a punto de morir por culpa de esa daga de mierda. Si supiera que todo fue obra de Joffrey, tal vez ése fuera el motivo de que...

—No me importa el motivo —lo interrumpió Cersei—. Por mí, que se lleve sus razones al infierno. Si hubieras visto cómo murió Joff... Luchó, Jaime, luchó por cada bocanada de aire, pero era como si un espíritu maligno le estuviera apretando la garganta. Si hubieras visto cuánto terror había en sus ojos... Cuando era pequeño, venía a mí corriendo cada vez que tenía miedo o se había hecho daño, y yo lo protegía. Pero aquella noche no pude hacer nada. Tyrion lo asesinó delante de mí, ¡y no pude hacer nada! —Cersei se dejó caer de rodillas delante de la silla de Jaime, le cogió la mano entre las suyas—. Joff está muerto y Myrcella está en Dorne. Sólo me queda Tommen. Por favor, Jaime, no dejes que nuestro padre me lo arrebate. Por favor.

—Lord Tywin no me ha pedido mi aprobación. Puedo hablar con él, pero no me prestará atención...

—Te prestará atención si accedes a dejar la Guardia Real.

—No voy a dejar la Guardia Real.

—Jaime, para mí eres mi caballero de la brillante armadura. —Su hermana trató de contener las lágrimas—. ¡No puedes abandonarme cuando más te necesito! Me va a arrebatar a mi hijo, me va a enviar lejos... y, si no lo impides, ¡nuestro padre me va a obligar a casarme de nuevo!

Jaime no tendría que haberse sorprendido, pero se sorprendió. Aquellas palabras fueron un golpe más duro que ninguno de los que le había asestado Ser Addam Marbrand.

—¿Con quién?

—¿Y qué más da? Con cualquier señor, yo qué sé. Con alguien a quien nuestro padre necesite. No me importa. No quiero tener otro esposo. ¡No quiero tener a ningún otro hombre en mi cama, nunca, sólo a ti!

—¡Pues díselo!

—Ya vuelves a decir tonterías. —Cersei retiró las manos—. ¿Quieres que nos separen, como aquella vez cuando nuestra madre nos encontró jugando? Tommen perdería el trono, Myrcella su matrimonio... Quiero ser tu esposa, somos el uno para el otro, pero no puede ser, Jaime. También somos hermanos.

—Los Targaryen...

—¡Nosotros no somos Targaryen!

—Baja la voz —dijo, desdeñoso—. Si sigues gritando así, vas a despertar a mis Hermanos Juramentados. Y eso no puede ser, ¿verdad? La gente se enteraría de que has venido a verme.

—Jaime —sollozó ella—, ¿no te das cuenta de que lo deseo tanto como tú? No me importa con quién vayan a casarme, a quien quiero a mi lado es a ti, a quien quiero en mi cama es a ti, a quien quiero dentro de mí es a ti. Entre nosotros no ha cambiado nada. Te lo voy a demostrar.

Le levantó la túnica y empezó a desatarle la lazada de los calzones.

—No —dijo Jaime, casi contra su voluntad—. No, aquí no. —Nunca lo habían hecho en la Torre de la Espada Blanca y mucho menos en las estancias del Lord Comandante—. En este lugar no, Cersei.

—Tú me tomaste a mí en el sept. No hay diferencia.

Le sacó la polla e inclinó la cabeza. Jaime la apartó con el muñón de la mano derecha.

—¡No! ¡Te he dicho que aquí no!

Se obligó a ponerse de pie. Por un momento vio en aquellos ojos verdes confusión y miedo. Después, sólo rabia. Cersei se recompuso, se levantó y se arregló las faldas.

—¿Qué te cortaron en Harrenhal, la mano o la virilidad? —Sacudió la cabeza y la cabellera se le agitó sobre los blancos hombros desnudos—. Qué estupidez he cometido al acudir a ti. No has tenido valor para vengar a Joffrey, ¿por qué ibas a tenerlo para proteger a Tommen? Dime, si el Gnomo hubiera matado a tus tres hijos, a los tres, ¿te habrías encolerizado por fin?

—Tyrion no va a hacer ningún daño a Tommen ni a Myrcella. Y sigo sin estar seguro de que matara a Joffrey.

—¿Cómo puedes decir semejante cosa? —La boca de su hermana se retorció en un gesto de rabia—. Con todo lo que nos amenazó...

—Las amenazas no quieren decir nada. Tyrion jura que no tuvo nada que ver.

—Vaya, así que jura que no tuvo nada que ver. Y los enanos no mienten, claro.

—A mí, no. Igual que no me mentirías tú.

—Eres un completo idiota. Te ha mentido un millón de veces, igual que yo. —Se volvió a recoger el pelo y se lo sujetó con la redecilla que había colgado del poste de la cama—. Por mí puedes pensar lo que quieras. Ese pequeño monstruo está en una celda negra y Ser Ilyn le cortará la cabeza muy pronto. A lo mejor la quieres de recuerdo. —Echó una mirada en dirección a la almohada—. Te estará mirando mientras duermes a solas, en esa cama tan blanca y tan fría. Hasta que se le pudran los ojos, claro.

—Es mejor que te vayas, Cersei. Me estás haciendo enfadar.

—Ay, qué miedo, un tullido enfadado. —Se echó a reír—. Lástima que Lord Tywin Lannister no tuviera ningún hijo varón. Yo podría haber sido el heredero que buscaba, pero nací sin polla. Hablando del tema, será mejor que te guardes la tuya, hermano. Ahí, colgándote de los calzones, parece muy triste y muy pequeña.

Cuando hubo salido, Jaime siguió su consejo y se ató la lazada con mano torpe. Sentía un profundo dolor en los dedos fantasmales.

«He perdido una mano, un padre, un hijo, una hermana, una amante y pronto perderé a un hermano. Y aún dicen que la Casa Lannister ha ganado la guerra.»

Se puso la capa y bajó al piso inferior, donde Ser Boros Blount estaba bebiendo una copa de vino en la sala común.

—Cuando acabéis de beber, decidle a Ser Loras que quiero verla.

Ser Boros era demasiado cobarde para hacer nada aparte de mirarlo con odio.

—¿A quién queréis ver?

—Transmitid el mensaje a Loras.

—Sí, señor. —Ser Boros apuró la copa—. Sí, Lord Comandante.

Pero se tomó su tiempo o tal vez le costó mucho encontrar al Caballero de las Flores. Tuvieron que pasar varias horas antes de que llegaran juntos, el joven esbelto y atractivo con la doncella enorme y fea. Jaime estaba sentado a solas, en la habitación circular, y ojeaba sin interés el Libro Blanco.

—Lord Comandante —dijo Ser Loras—, ¿deseabais ver a la Doncella de Tarth?

—Así es. —Jaime les hizo gestos con la mano izquierda para que se acercaran más—. He de suponer que ya habéis hablado con ella.

—Tal como me ordenasteis, mi señor.

—¿Y bien?

—Puede... —El muchacho se puso rígido—. Puede que sucediera tal como dice esta mujer, ser. Que fuera Stannis. No estoy seguro.

—Varys me ha contado que el castellano de Bastión de Tormentas también pereció en circunstancias extrañas —señaló Jaime.

—Ser Cortnay Penrose —dijo Brienne con tristeza—. Era un buen hombre.

—Era un testarudo. Un día se interpone en el camino del rey de Rocadragón y al siguiente salta de una torre. —Jaime se levantó—. Seguiremos hablando en otro momento, Ser Loras. Dejadme a solas con Brienne.

Cuando Tyrell hubo salido, comprobó que la moza estaba tan fea y desgarbada como siempre. La habían vestido otra vez con ropas de mujer, aunque aquéllas le quedaban mucho mejor que el espantoso harapo rosa que le había hecho usar la Cabra.

—El azul os sienta muy bien, mi señora —observó Jaime—. Hace juego con vuestros ojos.

«Tiene unos ojos asombrosos.»

Brienne se miró el vestido, sonrojada.

—La septa Donyse ha puesto rellenos en el corpiño para darle forma. Me ha dicho que la enviabais vos. —Seguía de pie al lado de la puerta, como si pensara huir en cualquier momento—. Estáis...

—¿Diferente? —Se las arregló para esbozar una sonrisa—. Más carne sobre las costillas y menos piojos en el pelo, nada más. El muñón sigue siendo el mismo. Cerrad la puerta y venid aquí.

Brienne obedeció.

—La capa blanca...

—Es nueva, pero seguro que pronto la mancharé.

—No es eso... iba a deciros que os sienta bien. —Se acercó un poco más, titubeante—. Jaime, ¿de verdad pensáis lo que le dijisteis a Ser Loras? ¿Lo de... el rey Renly, lo de la sombra?

—Yo mismo habría matado a Renly si nos hubiéramos encontrado en el campo de batalla. —Jaime se encogió de hombros—. ¿Qué me importa quién le cortara la garganta?

—Le dijisteis que tenía honor...

—Soy el Matarreyes, ¿o lo habéis olvidado? Que yo diga que tenéis honor es como que una puta jure que sois doncella. —Se inclinó hacia adelante y alzó la vista hacia ella—. Patas de Acero va de camino hacia el norte, entregará a Arya Stark a Roose Bolton.

—¿Se la lleváis a él? —exclamó con desaliento—. Hicisteis un juramento a Lady Catelyn...

—Con una espada en el cuello, pero no importa. Lady Catelyn está muerta. No podría devolverle a sus hijas aunque las tuviera. Y la niña que mi padre envió con Patas de Acero no era Arya Stark.

—¿Que no era Arya Stark?

—Ya me habéis oído. Mi señor padre encontró a una cría norteña flaca, más o menos de la misma edad y complexión. La vistió de blanco y gris, le cerró la capa con un broche de plata en forma de lobo y la envió a casarse con el bastardo de Bolton. —Alzó el muñón para señalarla—. Quería decíroslo antes de que os lanzarais al galope para rescatarla y os hicierais matar en balde. Sois bastante buena con la espada, pero no tanto como para enfrentaros sola a doscientos hombres.

—Cuando Lord Bolton descubra que vuestro padre le ha pagado con moneda falsa... —Brienne sacudió la cabeza.

—Ya lo sabe. Los Lannister mentimos, ¿recordáis? Y no importa, esta chica cumple su objetivo. ¿Quién va a decir que no es Arya Stark? Todas las personas cercanas a la niña han muerto, a excepción de su hermana, que ha desaparecido.

—Si todo esto es verdad, ¿por qué me lo contáis? Me estáis entregando los secretos de vuestro padre.

«Los secretos de la Mano —pensó—. Yo ya no tengo padre.»

—Pago mis deudas, como todo leoncito bueno. Prometí a Lady Stark que le entregaría a sus hijas... y una de ellas sigue con vida. Puede que mi hermano sepa dónde está, pero no lo confiesa. Cersei está convencida de que Sansa lo ayudó a asesinar a Joffrey.

—No creeré nunca que esa dulce niña sea una envenenadora. —La moza tensó los labios en gesto obstinado—. Lady Catelyn decía que tenía un gran corazón. Fue vuestro hermano. Ser Loras me contó que hubo un juicio.

—Dos, para ser exactos. Tanto las palabras como las espadas le fallaron. Una mierda. ¿Lo visteis desde la ventana?

—Mi celda daba al mar, pero oí los gritos.

—El príncipe Oberyn de Dorne ha muerto, Ser Gregor Clegane yace moribundo y Tyrion ha sido condenado ante los ojos de los dioses y los hombres. Lo tienen en una celda negra y van a matarlo.

—Vos no creéis que sea culpable —dijo Brienne mirándolo.

—¿Lo veis, moza? —Jaime le dedicó una sonrisa burlona—. Nos conocemos demasiado bien el uno al otro. Tyrion ha querido ser como yo toda la vida, pero nunca seguiría mis pasos en lo de matar reyes. Sansa Stark mató a Joffrey. Mi hermano calla para protegerla. De cuando en cuando le entran estos ataques de caballerosidad. El último le costó la nariz. Esta vez le va a costar la cabeza.

—No —dijo Brienne—. No ha sido la hija de mi señora. No ha podido ser ella.

—Ésa es la moza idiota y testaruda que recordaba.

Ella se puso roja.

—Me llamo...

—Brienne de Tarth. —Jaime suspiró—. Tengo un regalo para vos.

Metió la mano bajo la silla del Lord Comandante y sacó un objeto envuelto en pliegues de terciopelo escarlata.

Brienne se aproximó como si el objeto la fuera a morder y apartó la tela con una enorme mano pecosa. Los rubíes centellearon a la luz. Cogió el tesoro con timidez, cerró los dedos en torno al puño de cuero y, muy despacio, desenvainó la espada. Las ondulaciones brillaban de color sangre y negro. Un dedo de luz se reflejaba a lo largo del filo.

—¿Es acero valyrio? Nunca había visto colores así.

—Ni yo. Hubo un tiempo en el que habría dado la mano derecha por esgrimir una espada como ésta. Parece que lo he hecho, pero conmigo estaría desperdiciada. Es para vos. —Siguió hablando antes de que Brienne tuviera ocasión de rechazarla—. Una espada así tiene que tener nombre. Me complacería mucho si la llamarais
Guardajuramentos
. Una cosa más: la espada tiene un precio.

A la mujer se le nubló el rostro.

—Ya os dije que no serviré...

—A perjuros y asesinos. Sí, ya lo recuerdo. Escuchadme bien, Brienne, los dos hicimos juramentos relacionados con Sansa Stark. Cersei está empeñada en sacar a la niña de su escondrijo para matarla...

El poco agraciado rostro de Brienne se retorció de ira.

—Si creéis que voy a matar a la hija de mi señora por una espada, estáis...

—Escuchad y callad —le espetó, furioso por su presunción—. Quiero que encontréis a Sansa antes que ella y la pongáis a salvo. Si no, ¿cómo vamos a cumplir el juramento que hicimos a vuestra querida y difunta Lady Catelyn?

—Pensé que... —La moza parpadeó.

—Ya sé qué pensasteis. —De repente, Jaime estaba harto de ella. «No hace más que balar como una oveja de mierda»—. Tras la muerte de Ned Stark, su espadón quedó en manos de la justicia del rey —le explicó—. Pero mi padre consideró que era un desperdicio dejar un arma de tanta calidad en manos de un simple verdugo. Dio una espada nueva a Ser Ilyn y ordenó que fundieran a
Hielo
y la volvieran a forjar. Hubo acero suficiente para dos espadas nuevas. Vos tenéis una de ellas. Por si os interesa saberlo, estaréis defendiendo a la hija de Ned Stark con el acero de Ned Stark.

—Ser, os debo una discul...

—Coged la maldita espada y marchaos antes de que cambie de opinión —la interrumpió—. En los establos hay una yegua baya, tan fea como vos, pero que está mejor entrenada. Corred en pos de Patas de Acero, buscad a Sansa o marchaos a casa, a vuestra isla de zafiros, me da igual. No quiero volver a veros.

—Jaime...

—Matarreyes —le recordó—. Más os valdría usar la espada para limpiaros la cera de las orejas, moza. Hemos terminado.

Brienne persistió, empecinada.

—Joffrey era vuestro...

—Era mi rey. Dejadlo ahí.

—Decís que Sansa lo mató. Entonces, ¿por qué la protegéis?

«Porque para mí Joff no era más que un poco de semilla en el coño de Cersei. Y porque merecía morir.»

—He puesto y quitado reyes, pero Sansa Stark es mi última oportunidad de demostrar mi honor. —Jaime sonrió—. Además, los matarreyes tenemos que ayudarnos entre nosotros. ¿Os vais de una vez o no?

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