Casi valía la pena morir con tal de causar tantos problemas. «¿Irás a ver cómo acaba todo, Shae? ¿Estarás con los demás para presenciar cómo Ser Ilyn me corta esta cabeza tan fea? ¿Echarás de menos a tu gigante de Lannister cuando esté muerto?» Apuró el vino, tiró la copa a un lado y empezó a cantar a voz en grito.
Recorrió las calles de la urbe
desde lo alto de su colina.
Por callejones y escalones,
a la llamada de una mujer acude.
Porque ella era su secreto tesoro,
era su alegría y su deshonra.
Nada son una torre ni una cadena
si a un beso de mujer se las compara.
Ser Kevan no fue a visitarlo aquella noche. Seguramente estaba con Lord Tywin, tratando de aplacar a los Tyrell. «Me temo que no volveré a ver a mi tío.» Se sirvió otra copa de vino. Una lástima que hubiera hecho matar a Symon Pico de Oro antes de saberse toda la letra de la canción. Lo cierto es que no era tan mala, sobre todo comparada con las que se escribirían acerca de él en adelante.
—«Las manos de oro siempre están frías, pero las de mujer siempre están tibias» —cantó.
Podría intentar escribir el resto por su cuenta. Si es que vivía lo suficiente.
Aquella noche, de manera sorprendente, Tyrion disfrutó de un sueño largo y reparador. Se levantó con las primeras luces del alba, bien descansado y con un saludable apetito, y desayunó pan frito, morcilla, pasteles de manzana y una ración doble de huevos fritos con cebollas y chiles picantes dornienses. Luego pidió permiso a los guardias para ir a ver a su campeón. Ser Addam se lo concedió.
Tyrion se encontró al príncipe Oberyn bebiendo una copa de vino tinto mientras le ponían la armadura. Sus ayudantes eran cuatro jóvenes señores dornienses.
—Buenos días, mi señor —dijo el príncipe—. ¿Queréis un poco de vino?
—¿Os parece que debéis beber antes del combate?
—Siempre bebo antes de un combate.
—Eso puede hacer que os maten. Peor aún, puede hacer que me maten a mí.
El príncipe Oberyn se echó a reír.
—Los dioses defienden a los inocentes. Y vos sois inocente, o eso espero.
—Sólo de matar a Joffrey —reconoció Tyrion—. Espero que sepáis a qué estáis a punto de enfrentaros. Gregor Clegane es...
—¿Grande? Eso tengo entendido.
—Mide casi dos metros y medio y debe de pesar como doscientos kilos de puro músculo. Lucha con un espadón de dos manos, pero lo esgrime sólo con una. En cierta ocasión cortó a un hombre en dos de un golpe. Su armadura es tan pesada que un hombre de menor envergadura no soportaría su peso, no hablemos ya de moverse con ella.
—No es la primera vez que mato a un hombre corpulento. —El príncipe Oberyn no parecía nada impresionado—. El truco está en que pierdan el equilibrio. Una vez caen se pueden dar por muertos. —El dorniense parecía tan despreocupado y tranquilo que Tyrion casi sintió seguridad hasta que se volvió hacia uno de sus ayudantes—. ¡Daemon, mi lanza! —pidió. Ser Daemon se la arrojó y la Víbora Roja la atrapó en el aire.
—¿Vais a enfrentaros a la Montaña con una lanza?
Tyrion volvía a estar nervioso. En una batalla las filas de lanceros eran una fuerza formidable, pero un combate singular contra un hábil espadachín era otra cosa muy diferente.
—En Dorne nos gustan las lanzas. Además, es la única manera de contrarrestar su alcance. Examinadla, Lord Gnomo, pero no la toquéis.
La lanza era de fresno torneado, medía casi dos metros, el asta era lisa, gruesa y pesada. El último medio metro era todo acero con una punta fina en forma de hoja que se estrechaba para formar un agudísimo aguijón. Los bordes parecían tan afilados como para afeitarse con ellos. Cuando Oberyn hizo girar el asta entre las palmas de las manos emitieron un brillo negro.
«¿Aceite? ¿O tal vez veneno?» Tyrion prefería no saberlo.
—Espero que la sepáis manejar —dijo con tono dubitativo.
—No tendréis motivos de queja. Aunque puede que Ser Gregor sí. Por gruesa que sea su armadura habrá aberturas en las articulaciones. En la cara interior del codo y la rodilla, bajo los brazos... Os aseguro que ya encontraré dónde hacerle cosquillas. —Dejó la lanza a un lado—. Se dice que un Lannister siempre paga sus deudas. Tal vez os gustaría volver conmigo a Lanza del Sol cuando termine de correr la sangre. A mi hermano Doran le encantará conocer al legítimo heredero de Roca Casterly... Sobre todo si lo acompaña su encantadora esposa, la señora de Invernalia.
«¿Acaso la serpiente cree que tengo a Sansa escondida quién sabe dónde, como si fuera una nuez que guardara para el invierno?» Si era así, Tyrion no tenía la menor intención de sacarlo de su error.
—Ahora que lo decís, un viaje a Dorne sería de lo más agradable.
—Id con tiempo, será una visita larga. —El príncipe Oberyn bebió un sorbo de vino—. Doran y vos tenéis muchos intereses en común, muchas cosas de las que os gustará hablar. Música, comercio, historia, vino, el penique del enano... Las leyes de la herencia y la sucesión... Sin duda la reina Myrcella agradecerá el consejo de su tío en los duros tiempos que nos aguardan.
Si los pajaritos de Varys estaban escuchando, Oberyn les acababa de dar mucho que oír.
—Os voy a aceptar esa copa de vino —dijo Tyrion.
«¿La reina Myrcella?» Todo habría sido mucho más tentador si hubiera tenido a Sansa escondida en una manga. «Si ella apoyara a Myrcella contra Tommen, ¿la seguiría el norte?» Lo que la Víbora Roja insinuaba era traición. ¿Sería capaz Tyrion de empuñar las armas contra Tommen y contra su padre? «Cersei escupiría sangre.» Tal vez valdría la pena sólo por eso.
—¿Recordáis aquello que os conté cuando nos conocimos, Gnomo? —preguntó el príncipe Oberyn mientras el Bastardo de Bondadivina se arrodillaba ante él para ajustarle las grebas—. El motivo de que mi hermana y yo fuéramos a Roca Casterly no fue sólo ver si teníais cola. Habíamos emprendido una especie de búsqueda. Una búsqueda que nos llevó a Campoestrella, al Rejo, a Antigua, a las islas Escudo, a Crakehall y por último a Roca Casterly... pero nuestro auténtico destino era el matrimonio. Doran estaba prometido a Lady Mellario de Norvos, de modo que se había quedado como castellano de Lanza del Sol, pero aún no había matrimonios concertados para mi hermana ni para mí.
»A Elia todo le parecía de lo más emocionante. Estaba en esa edad, ya sabéis, y su salud delicada le había impedido viajar mucho hasta entonces. Yo en cambio me entretenía burlándome de todos los pretendientes de mi hermana. Estaba el Señorito Ojobizco, el Escudero Labiosdebabosa, uno al que llamé la Ballena Andante... cosas así. El único medio pasable fue el joven Baelor Hightower. Un muchacho atractivo, sí; mi hermana se había enamoriscado de él hasta el día en que tuvo la desgracia de tirarse un pedo delante de nosotros. Enseguida pasé a llamarlo Baelor de los Vientos y después de aquello Elia no podía ni mirarlo sin echarse a reír. He de reconocer que era yo un jovencito monstruoso, me tendrían que haber cortado aquella lengua cruel.
«Sí», asintió Tyrion para sus adentros. Baelor Hightower ya no era joven, pero seguía siendo el heredero de Lord Leyton, rico y atractivo, un caballero de impecable reputación. Ahora lo llamaban Baelor el Sonriente. Si Elia se hubiera casado con él, en vez de con Rhaegar Targaryen, estaría viviendo en Antigua mientras sus hijos crecían junto a ella. Se preguntó cuántas vidas habría apagado aquel pedo.
—Lannisport era la última parada en nuestro viaje —prosiguió el príncipe Oberyn mientras Ser Arron Qorgyle lo ayudaba a ponerse la túnica de cuero acolchada y empezaba a atársela a la espalda—. ¿Sabíais que nuestras madres se conocían desde hacía mucho?
—Creo recordar que habían estado juntas en la corte. Como compañeras de la princesa Rhaella, ¿no?
—Exacto. Me parece que las madres lo tenían todo planeado. El Escudero Labiosdebabosa y los demás, y las diferentes doncellas granujientas que habían desfilado ante mí, no eran más que las almendras antes del banquete, su único objetivo era abrirnos el apetito. El plato fuerte se iba a servir en Roca Casterly.
—Cersei y Jaime.
—Qué enano tan listo. Elia y yo éramos mayores, claro. Vuestros hermanos no tendrían más allá de ocho o nueve años. Pero una diferencia de cinco o seis años no es gran cosa. Y en nuestro barco había un camarote vacío, un camarote muy bonito, como el que se reservaría para una persona de noble cuna. Como si nuestra intención fuera volver con alguien a Lanza del Sol. Tal vez con un joven paje, o con una compañera para Elia. Vuestra señora madre pretendía comprometer a Jaime con mi hermana, o a Cersei conmigo. Puede que ambas cosas.
—Es posible —dijo Tyrion—, pero mi padre...
—Gobernaba los Siete Reinos, pero en casa lo gobernaba su señora esposa. Eso decía siempre mi madre. —El príncipe Oberyn levantó los brazos para que Lord Dagos Manwoody y el Bastardo de Bondadivina pudieran meterle por la cabeza la cota de mallas—. En Antigua nos enteramos de la muerte de vuestra madre y del niño monstruoso que había dado a luz. Podríamos haber dado media vuelta, pero mi madre decidió seguir adelante con el viaje. Ya os conté el recibimiento que nos esperaba en Roca Casterly.
»Lo que no os dije es que mi madre esperó el tiempo que consideró oportuno y habló con vuestro padre sobre nuestras intenciones. Años más tarde, en su lecho de muerte, me contó que Lord Tywin nos había rechazado de malos modos. Le dijo que su hija se casaría con el príncipe Rhaegar, y cuando le pidió que comprometiera a Jaime con Elia os ofreció a vos en su lugar.
—Oferta que ella consideró un insulto, claro.
—Es que lo era. Hasta vos tendréis que reconocerlo.
—Claro, claro. —«Todo tiene raíces en el pasado, en nuestras madres, en nuestros padres y en los padres de nuestros padres. No somos más que marionetas, nos mueven los hilos de los que nos precedieron, y algún día nuestros hijos tendrán que bailar como les dicten nuestros hilos»—. Bueno, el príncipe Rhaegar se casó con Elia de Dorne, no con Cersei Lannister de Roca Casterly. Así que al final ese combate lo ganó vuestra madre.
—Eso creía ella —asintió el príncipe Oberyn—, pero vuestro padre no es hombre que perdone ese tipo de menosprecios. Les enseñó esa lección a Lord y Lady Tarbeck, y también a los Reyne de Castamere. En Desembarco del Rey se la enseñó a mi hermana. Mi yelmo, Dagos. —Manwoody se lo entregó; era un yelmo alto, dorado, con un disco de cobre sobre la frente, el sol de Dorne. Tyrion vio que le habían quitado el visor—. Elia y sus hijos llevan demasiado tiempo esperando justicia. —El príncipe Oberyn se puso unos guantes de cuero rojo y suave, y volvió a coger la lanza—. Hoy por fin la van a tener.
El lugar elegido para el combate era el patio exterior. Tyrion se vio obligado a correr para mantenerse a la altura del príncipe Oberyn, que caminaba a largas zancadas.
«La serpiente está deseando empezar —pensó—. Esperemos que tenga el veneno a punto.» El día era gris y hacía viento. El sol luchaba por asomarse entre las nubes; Tyrion era tan incapaz de predecir quién vencería en aquella batalla como de aventurar el resultado de la otra, de la que dependía su vida.
Al parecer más de un millar de personas se habían congregado para ver si su destino era la vida o la muerte. Estaban de pie en los adarves del castillo y se apelotonaban en las escaleras de torres y torreones. Observaban desde las puertas de los establos, desde ventanas y puentes, desde tejados y balcones... Y el patio estaba abarrotado, había tanta gente que los capas doradas y los caballeros de la Guardia Real tuvieron que empujarlos hacia atrás a fin de hacer sitio para el combate. Algunos habían sacado sillas para ver más cómodos el espectáculo, otros estaban subidos sobre barriles.
«Tendríamos que haberlo organizado en Pozo Dragón —pensó Tyrion con amargura—. Podríamos haber cobrado un penique por persona y tendríamos para pagar la boda de Joffrey y también su funeral.» Algunos de los mirones hasta habían llevado a sus hijos pequeños, los subían a los hombros para que no se perdieran detalle. En cuanto divisaron a Tyrion empezaron a gritar y a señalar.
La propia Cersei parecía una niña al lado de Ser Gregor. La Montaña, con armadura, era el hombre más gigantesco que se había visto jamás. Bajo la larga sobrevesta amarilla con los tres perros negros de la Casa Clegane llevaba una gruesa coraza sobre la cota de mallas, de acero gris mate, mellada y arañada en mil combates. Debajo debía de vestir prendas de cuero endurecido y acolchamientos. Llevaba un yelmo de cúspide plana atornillado al gorjal, con respiraderos en torno a la boca y la nariz, y una estrecha hendidura que le permitía ver. La cresta del yelmo era un puño de piedra.
Si las heridas que había recibido afectaban a Ser Gregor, Tyrion no veía ningún indicio de ello desde el otro lado del patio.
«Parece como si lo hubieran tallado en roca.» Su espadón estaba clavado en el suelo delante de él, eran casi dos metros de metal mellado. Las gigantescas manos de Ser Gregor, enfundadas en guanteletes de lamas de acero, agarraban el puño a ambos lados de la cruz. Hasta la concubina del príncipe Oberyn palideció al verlo.
—¿Vas a luchar contra eso? —preguntó Ellaria Arena con voz insegura.
—Voy a matarlo —replicó su amante con tono despreocupado.
Ahora que se acercaba el momento definitivo, Tyrion también empezaba a tener sus dudas. Cada vez que miraba al príncipe Oberyn deseaba más y más que su defensor fuera Bronn... O mejor todavía, Jaime. La Víbora Roja llevaba una armadura ligera: grebas, avambrazos, gorjal, hombreras y bragadura de acero. Por lo demás el atuendo de Oberyn era de cuero flexible y finas sedas. Sobre la cota de mallas llevaba las lamas de cobre brillante, pero entre ambas cosas no le proporcionaban ni la cuarta parte de protección que a Gregor su pesada armadura. Sin el visor, el yelmo del príncipe era poco más que un casco, ni siquiera tenía defensa para la nariz. El escudo redondo de acero era muy brillante y mostraba el emblema del sol y la lanza en oro rojo, oro amarillo, oro blanco y cobre.
«Bailará a su alrededor hasta que esté tan cansado que no pueda ni levantar el brazo; luego lo derribará.» Por lo visto la Víbora Roja tenía el mismo plan que Bronn, pero el mercenario le había expuesto muy claramente los riesgos que conllevaba semejante táctica. «Espero por los siete infiernos que sepas lo que haces, serpiente.»
Al lado de la Torre de la Mano, a medio camino entre los dos campeones, se había erigido una plataforma. Allí estaban sentados Lord Tywin y su hermano Ser Kevan. El rey Tommen no estaba presente, cosa por la que Tyrion dio las gracias.