Tormenta de Espadas (147 page)

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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Fantástico

BOOK: Tormenta de Espadas
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—Cuánto te he echado de menos, mi querido Petyr, no lo sabes, no te lo puedes ni imaginar. Yohn Royce me ha estado causando muchos problemas, no para de exigirme que llame a mis banderizos y vaya a la guerra. Y todos los demás que revolotean a mi alrededor, Hunter, Corbray, ese odioso Nestor Royce... se quieren casar conmigo y tomar a mi hijo como pupilo, pero ninguno me ama de verdad. Sólo tú, Petyr. Llevo tanto tiempo soñando contigo...

—Y yo contigo, mi señora. —La rodeó con un brazo y la besó en el cuello—. ¿Nos podremos casar pronto? ¿Cuándo?

—Ahora —suspiró Lady Lysa—. He traído a mi septon, un bardo y aguamiel para el banquete de bodas.

—¿Aquí? —Aquello no le gustó en absoluto—. Preferiría casarme contigo en el Nido de Águilas, delante de toda tu corte.

—A la porra con mi corte. Ya he esperado demasiado, no soportaría esperar un minuto más. —Lo estrechó entre sus brazos—. Quiero compartir la cama contigo esta noche, mi amor. Quiero que tengamos un hijo, un hermano para Robert o tal vez una niñita adorable.

—Yo también sueño con eso, cariño. Pero nos convendría mucho más una gran boda pública, a la vista de todo el Valle...

—¡No! —Dio una patada contra el suelo—. Te quiero ahora, esta misma noche. Y te lo aviso, después de tantos años de silencio y susurros pienso gritar cuando me hagas el amor. ¡Voy a gritar tan fuerte que me oirán desde el Nido de Águilas!

—¿Y por qué no nos acostamos ahora y nos casamos más adelante?

—Ay, Petyr Baelish, qué malo eres. —Lady Lysa rió como una niña pequeña—. No, he dicho que no, soy la señora del Nido de Águilas, ¡te ordeno que te cases conmigo ahora mismo!

—Será como ordene mi señora —dijo Petyr encogiéndose de hombros—. Como de costumbre, no puedo decirte que no a nada.

Pronunciaron los votos antes de una hora bajo la cúpula azul del cielo, mientras el sol se ponía por el oeste. Después se montaron mesas sobre caballetes bajo el pequeño torreón de sílex y celebraron un banquete a base de codornices, venado y jabalí asado, que pasaron con un buen aguamiel muy ligero. A medida que oscurecía se fueron encendiendo las antorchas. El bardo de Lysa cantó «El voto que no se pronunció», «Las estaciones de mi amor» y «Dos corazones que laten como uno». Incluso varios caballeros jóvenes invitaron a Sansa a bailar. Su tía también bailó; sus faldas giraban cuando Petyr le hacía dar vueltas. El aguamiel y el matrimonio le habían quitado años a Lady Lysa. Se reía de cualquier cosa mientras su esposo la tuviera cogida de la mano y cada vez que lo miraba le brillaban los ojos.

Cuando llegó la hora del encamamiento sus caballeros se la llevaron torre arriba desnudándola por el camino y gritando chistes soeces. «Tyrion me salvó de eso», recordó Sansa. No habría estado tan mal que la desnudaran para el hombre que amaba, que la desnudaran amigos que los querían a ambos... «Pero Joffrey...» No pudo contener un escalofrío.

Su tía sólo traía tres doncellas, de manera que insistieron a Sansa para que las ayudara a desvestir a Lord Petyr y a llevarlo a su lecho nupcial. Él se dejó hacer con buen talante y dando tanto como recibía. Cuando lo tuvieron en la torre y desnudo las otras mujeres tenían los rostros congestionados, los corpiños desanudados, los mantos torcidos y las faldas revueltas. Pero Meñique se limitó a sonreír a Sansa mientras lo llevaban al dormitorio donde lo aguardaba su señora esposa.

Lady Lysa y Lord Petyr tenían el dormitorio del tercer piso para ellos solos, pero la torre era pequeña y, fiel a su palabra, su tía había gritado. Afuera había empezado a llover, de manera que los invitados del banquete tuvieron que trasladarse al salón del piso de abajo y oyeron casi cada palabra.

—Petyr —gemía su tía—. Oh, Petyr, Petyr, mi amado Petyr, ah, ah, ¡ah! Ahí, Petyr, ahí. Ahí es donde tienes que estar. —El bardo de Lady Lysa se lanzó a cantar una versión soez de «La cena de mi señora», pero ni siquiera su voz y su instrumento conseguían imponerse a los gritos de Lysa—. Hazme un hijo, Petyr —aulló—. Hazme un bebé, un bebé. Oh, Petyr, mi amor, mi amor, ¡Peeetyyyr!

El último grito fue tan escandaloso que los perros empezaron a ladrar, y dos de las doncellas de su tía apenas pudieron contener las carcajadas.

Sansa bajó por las escaleras y salió al exterior, a la noche. Una lluvia ligera caía sobre los restos del banquete, pero el aire tenía un olor fresco y limpio. No la abandonaba el recuerdo de su noche de bodas con Tyrion. «En la oscuridad soy el Caballero de las flores —le había dicho—. Podría ser bueno contigo.» No era más que otra mentira Lannister. «Los perros olfatean las mentiras, ¿sabes?», le había dicho en cierta ocasión el Perro. Era casi como si pudiera oír su voz rasposa, su tono brusco. «Mira a tu alrededor y olisquea bien. Esto está lleno de mentirosos... y todos son mejores que tú.» Se preguntó qué habría sido de Sandor Clegane. ¿Sabría que habían matado a Joffrey? ¿Le importaría? Había sido el escudo juramentado del príncipe durante muchos años.

Se quedó allí mucho rato. Cuando por fin se fue a la cama, helada y empapada, sólo quedaban unas brasas de turba en la chimenea del salón oscuro. Arriba ya no se oía nada. El joven bardo estaba sentado en un rincón, tocando una canción queda sólo para sí mismo. Una de las doncellas de su tía besaba a un caballero en la silla de Lord Petyr, ambos tenían las manos perdidas bajo las ropas del otro. Algunos de los caballeros dormían el sueño de los borrachos, otro estaba en el retrete y vomitaba estrepitosamente. Sansa se encontró al perro ciego de Bryen en la pequeña alcoba en que ella dormía bajo las escaleras y se tumbó a su lado. El animal se despertó y le lamió la cara.

—Pobre perro viejo —dijo mientras le acariciaba el pelaje.

—Alayne. —El bardo de su tía estaba de pie junto a ella—. Hermosa Alayne, soy Marillion. Os he visto regresar de la lluvia. La noche es fría y húmeda, deja que te dé calor.

El viejo perro levantó la cabeza y gruñó, pero el bardo le dio un manotazo y el animal gimoteó y se escabulló.

—¿Marillion? —dijo insegura—. Sois... sois muy amable al preocuparos por mí, pero... os ruego que me disculpéis. Estoy muy cansada.

—Lo que estáis es muy bella. Me he pasado la noche componiendo canciones sobre vos. Una melodía sobre vuestros ojos, una balada sobre vuestros labios, un dueto sobre vuestros pechos... Pero no las voy a cantar, resultarían muy pobres, indignas de tanta hermosura. —Se sentó en su cama y le puso una mano en la pierna—. En vez de eso dejad que os cante con mi cuerpo.

—Estáis borracho —le dijo cuando le llegó una bocanada del aliento del bardo.

—Yo no me emborracho nunca. El aguamiel sólo me hace feliz. Estoy en llamas. —Le deslizó la mano muslo arriba—. Y vos también.

—Apartad esa mano. No os estáis comportando.

—Tened piedad de mí, llevo horas cantando canciones de amor. Tengo la sangre alborotada, igual que vos, estoy seguro... No hay mujeres tan lujuriosas como las bastardas. ¿Estáis húmeda de amor por mí?

—¡Soy doncella! —protestó.

—¿De verdad? Oh, Alayne, Alayne, mi hermosa doncella, entregadme el regalo de vuestra inocencia. Luego daréis las gracias a los dioses. Os haré cantar más alto que Lady Lysa.

—Si no me dejáis en paz mi... mi padre os mandará ahorcar. Lord Petyr —amenazó Sansa apartándose de él, asustada.

—¿Meñique? —El bardo rió entre dientes—. Lady Lysa me aprecia mucho y soy el favorito de Lord Robert. Si vuestro padre me ofende lo destruiré con un verso. —Le puso la mano en un pecho y se lo apretó—. Tenéis que quitaros esas ropas empapadas, no querréis que os las arranque. Vamos, mi dulce señora, seguid los dictados de vuestro corazón...

Sansa oyó el susurro del acero sobre el cuero.

—Bardo —dijo una voz ronca—, lárgate de aquí si quieres volver a cantar.

Había muy poca luz, pero vio el destello de una hoja. El bardo también.

—Búscate una moza para ti... —El cuchillo se movió como un relámpago y el hombre gritó—. ¡Me has cortado!

—Te haré algo peor que cortarte si no te vas.

Un instante después Marillion había desaparecido. El otro hombre se quedó allí, mirando a Sansa de pie en la oscuridad.

—Lord Petyr me dijo que cuidara de vos.

Era la voz de Lothor Brune. «No la del Perro, no, claro, era imposible. Tenía que ser Lothor, por supuesto...»

Aquella noche Sansa apenas pudo dormir, se la pasó dando vueltas como cuando había estado a bordo de la
Rey Pescadilla
. Soñó con la muerte de Joffrey, pero mientras se desgarraba la garganta y la sangre le corría por los dedos vio con espanto que se transformaba en su hermano Robb. También soñó con su noche de bodas, con los ojos de Tyrion que la devoraban mientras se desnudaba. Aunque aquel Tyrion era mucho más alto, era enorme, y cuando se subía a la cama su rostro sólo tenía cicatrices en un lado. «Cantarás para mí», gruñó, y Sansa despertó para encontrarse de nuevo al lado de la cama al perro viejo y ciego.

—Ojalá fueras
Dama
—le dijo.

Al llegar la mañana, Grisel subió al dormitorio para llevar a los señores una bandeja de pan recién hecho, mantequilla, miel, frutas y nata. Cuando volvió le dijo que se requería la presencia de Alayne. Sansa, todavía adormilada, tardó un momento en recordar que Alayne era ella.

Lady Lysa seguía en la cama, pero Lord Petyr estaba levantado y vestido.

—Tu tía quiere hablar contigo —le dijo mientras se ponía una bota—. Le he dicho quién eres.

«Loados sean los dioses.»

—Os... os lo agradezco, mi señor.

—Ya he tenido más dosis de hogar de lo que puedo aguantar. —Petyr se subió la otra bota—. Partiremos hacia el Nido de Águilas esta tarde.

Besó a su señora esposa, le lamió de los labios una mancha de miel y se dirigió hacia las escaleras.

Sansa se quedó al pie de la cama mientras su tía se comía una pera y la examinaba.

—Ahora lo veo claro —dijo Lady Lysa. Dejó el corazón en la bandeja—. Te pareces mucho a Catelyn.

—Eres muy amable.

—No es un halago. A decir verdad, te pareces demasiado a Catelyn. Habrá que hacer algo al respecto. Te tendremos que oscurecer el pelo antes de llevarte al Nido de Águilas.

«¡Oscurecerme el pelo!»

—Lo que tú digas, tía Lysa.

—No me llames así jamás. No debe llegar a Desembarco del Rey noticia alguna de tu presencia aquí. No pienso poner en peligro a mi hijo. —Mordisqueó un trocito de panal—. He conseguido que el Valle quedara al margen de esta guerra. La cosecha ha sido abundante, las montañas nos protegen y el Nido de Águilas es inexpugnable. Pero de todos modos no quiero atraer las iras de Lord Tywin. —Lysa dejó el panal y se lamió la miel de los labios—. Me ha dicho Petyr que estuviste casada con Tyrion Lannister. Ese enano malvado...

—Me obligaron a casarme con él, yo no quería.

—Tampoco quería casarme yo —dijo su tía—. Jon Arryn no era un enano, pero sí un viejo. A lo mejor ahora al verme no te das cuenta, pero el día de mi boda yo era tan bonita que nadie habría mirado a tu madre. Y lo único que quería Jon eran las espadas de mi padre para ayudar a sus muchachitos. Tendría que haberlo rechazado, pero era tan viejo... ¿cuánto podría vivir? Le faltaban la mitad de los dientes y el aliento le olía a queso podrido. No soporto a los hombres con mal aliento. Petyr siempre lo tiene fresco... Fue el primer hombre al que besé, ¿sabes? Mi padre decía que era de origen demasiado humilde, pero yo sabía que llegaría muy alto. Jon le encargó las aduanas y el tráfico marítimo de Puerto Gaviota para complacerme, pero cuando multiplicó por diez los ingresos mi señor esposo se dio cuenta de lo listo que era y le encomendó otros encargos, hasta lo llevó a Desembarco del Rey para que fuera consejero de la moneda. Fue muy duro verlo todos los días estando casada con aquel hombre tan viejo y tan frío. Jon cumplía con su deber en el dormitorio, pero no me podía dar placer igual que no me podía dar hijos. Su semilla era vieja y floja. Todos mis bebés menos Robert murieron, perdí tres hijas y dos hijos. Perdí a todos mis bebés, y aquel viejo seguía viviendo, y seguía, con su aliento asqueroso... Así que ya ves, yo también he padecido. —Lady Lysa sorbió por la nariz—. ¿Sabes que tu pobre madre ha muerto?

—Me lo dijo Tyrion —asintió Sansa—. Me contó que los Frey la habían asesinado a ella y a Robb en Los Gemelos.

—Tú y yo somos dos mujeres que estamos solas. —De repente a Lady Lysa se le habían llenado los ojos de lágrimas—. ¿Tienes miedo, pequeña? Sé valiente. Jamás abandonaría a una hija de Cat. Nos une la sangre. —Hizo un gesto a Sansa para que se le acercara—. Puedes venir a darme un beso, Alayne.

Ella, obediente, se acercó y se arrodilló junto a la cama. Su tía estaba bañada en perfumes dulces, pero por debajo de ellos olía a leche agria. Sabía a maquillaje y a polvos.

Cuando se levantó y dio un paso atrás Lady Lysa la agarró por la muñeca.

—Ahora dime la verdad —le ordenó con tono brusco—. ¿Estás preñada? No me mientas, si me mientes me daré cuenta.

—No —dijo ella, desconcertada por la pregunta.

—Pero eres una mujer, has florecido, ¿no?

—Sí. —Sansa sabía que aquello no lo podría ocultar mucho tiempo en el Nido de Águilas—. Pero Tyrion no... nunca me... —Se sintió sonrojar—. Todavía soy doncella.

—¿Es que el enano era impotente?

—No. Es que era... era... —«¿Bueno?» No podía decir aquello, su tía lo detestaba—. Tenía... tenía prostitutas, mi señora. Me lo dijo él.

—Prostitutas. —Lysa le soltó la muñeca—. Claro, claro. ¿Qué mujer se iría a la cama con un monstruo así si no fuera por oro? Tendría que haber matado al Gnomo cuando lo tuve en mi poder, pero me engañó. Es un bicho astuto. Su mercenario mató a mi buen Ser Vardis Egen. Catelyn no lo tendría que haber traído aquí, ya se lo dije. Además, cuando se fue se llevó a nuestro tío. No estuvo bien. El Pez Negro era mi Caballero de la Puerta, desde que nos dejó los clanes de las montañas se han vuelto cada vez más insolentes. Bueno, Petyr lo solucionará pronto. Lo nombraré Lord Protector del Valle. —Por primera vez su tía sonrió y fue casi con afecto—. Puede que no parezca tan alto o tan fuerte como otros, pero vale más que ninguno. Confía en él y haz lo que te diga.

—Eso haré, tía... mi señora.

Lady Lysa pareció satisfecha.

—Conocía a ese muchacho, a Joffrey. Siempre estaba insultando a mi Robert, una vez le pegó con una espada de madera. Los hombres te dirán que el veneno es deshonroso, pero las mujeres tenemos otro tipo de honor. La Madre nos hizo para proteger a nuestros hijos, para nosotros la única deshonra es no conseguirlo. Lo sabrás cuando tengas un hijo.

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