Cuatro jinetes Frey salieron del torreón de entrada más occidental envueltos en pesadas capas de gruesa lana gris. Catelyn reconoció a Ser Ryman, hijo del difunto Ser Stevron, el primogénito de Lord Walder. La muerte de su padre había convertido a Ryman en heredero de Los Gemelos. El rostro que asomaba bajo la capucha era carnoso, ancho y bobalicón. Probablemente los otros tres fueran sus hijos, los bisnietos de Lord Walder.
Edmure confirmó su suposición.
—El mayor se llama Edwyn, es el larguirucho pálido con cara de estreñido. El nervudo de la barba es Walder el Negro, un mal bicho. El que monta al zaino es Petyr, mira qué rostro tiene ese chico. Sus hermanos lo llaman Petyr Espinilla. Apenas es un poco mayor que Robb, pero Lord Walder lo casó a los diez años con una mujer que le triplicaba la edad. Dioses, espero que Roslin no se parezca a él.
Se detuvieron para dejar que sus anfitriones se acercaran a ellos. El estandarte de Robb pendía del asta, y el sonido constante de la lluvia se mezclaba con el ruido de las aguas crecidas del Forca Verde, que les quedaba a la derecha.
Viento Gris
avanzó con la cola tiesa y los ojos color oro oscuro entrecerrados. Cuando los Frey estuvieron a media docena de metros, Catelyn lo oyó gruñir, un rugido sordo que casi era como el de las aguas del río. Robb se sobresaltó.
—
Viento Gris
, conmigo. ¡Conmigo!
Lejos de obedecer, el huargo dio un salto hacia delante y volvió a gruñir.
El palafrén de Ser Ryman retrocedió con un relincho de terror, y el de Petyr Espinilla se encabritó y derribó a su jinete. El único que pudo controlar su montura fue Walder el Negro, que echó mano al pomo de su espada.
—¡No! —gritaba Robb—. ¡
Viento Gris
, aquí! ¡Ven aquí!
Catelyn picó espuelas y se situó entre el lobo huargo y los caballos. Los cascos de su yegua levantaron salpicaduras de barro cuando se detuvo ante
Viento Gris
. El lobo cambió de dirección y sólo entonces pareció oír la llamada de Robb.
—¿Así se disculpan los Stark? —gritó Walder el Negro con la espada desenvainada—. ¿Queréis congraciaros azuzando al lobo contra nosotros? ¿Para eso habéis venido?
Ser Ryman había desmontado para ayudar a ponerse en pie a Petyr Espinilla. El muchacho estaba cubierto de barro, pero ileso.
—He venido para disculparme por la ofensa que cometí contra vuestra casa y para asistir a la boda de mi tío. —Robb bajó de la montura—. Tomad mi caballo, Petyr. El vuestro ya debe de estar casi en los establos.
Petyr miró a su padre.
—Puedo montar a la grupa con uno de mis hermanos.
Los Frey no se molestaron en hacer ningún gesto respetuoso.
—Llegáis tarde —declaró Ser Ryman.
—Las lluvias nos han demorado —dijo Robb—. Os envié el mensaje con un pájaro.
—No veo a la mujer.
Todos supieron al momento que con «la mujer» Ser Ryman se refería a Jeyne Westerling. Lady Catelyn esbozó una sonrisa de disculpa.
—La reina Jeyne estaba agotada de tanto viaje, mis señores. Sin duda será un placer para ella visitaros cuando corran tiempos menos turbulentos.
—Mi abuelo se va a disgustar. —Walder el Negro había envainado la espada, pero su tono de voz seguía siendo hostil—. Le he hablado mucho de la dama y quería verla en persona.
Edwyn carraspeó para aclararse la garganta.
—Os hemos dispuesto habitaciones en la Torre del Agua, Alteza —le dijo a Robb con cortesía cautelosa—. Y también para Lord Tully y Lady Stark. Vuestros señores banderizos serán bienvenidos bajo nuestro techo y están invitados al banquete de bodas.
—¿Qué hay de mis hombres? —preguntó Robb.
—Mi señor abuelo lamenta no poder albergar ni alimentar a un ejército de tal magnitud. Hemos tenido serias dificultades para conseguir forraje y provisiones para nuestros reclutas. Pero no descuidaremos a vuestros hombres. Si quieren cruzar y montar el campamento junto al nuestro, llevaremos barriles de vino y cerveza para que todos beban a la salud de Lord Edmure y su prometida. Hemos plantado tres grandes tiendas en la otra orilla para que se refugien de la lluvia.
—Vuestro señor padre es muy generoso. Mis hombres se lo agradecerán. Llevan muchos días cabalgando empapados.
—¿Cuándo conoceré a mi prometida? —preguntó Edmure Tully adelantándose con su caballo.
—Os espera dentro —le aseguró Edwyn Frey—. Estoy seguro de que sabréis disculpar su timidez. La pobre doncella ha aguardado este momento muy nerviosa. Pero ¿no sería mejor proseguir esta conversación a cubierto de la lluvia?
—Sin duda. —Ser Ryman volvió a montar y alzó a Petyr Espinilla para sentarlo tras él—. Si tenéis la bondad de seguirme, mi señor padre os aguarda.
Hizo dar la vuelta al palafrén y se dirigió hacia Los Gemelos.
—El Tardío Lord Frey podría haberse molestado en recibirnos en persona —se quejó Edmure poniéndose a la altura de Catelyn—. Soy su señor y pronto seré su yerno. Y Robb es su rey.
—Cuando tengas noventa y un años, hermano, ya veremos si tienes muchas ganas de salir a cabalgar bajo la lluvia.
Pero no estaba segura de que aquello fuera del todo cierto. Por lo general Lord Walder salía en una litera cubierta, que lo habría protegido casi por completo de la lluvia. «¿Un desaire deliberado?» Si era así, seguramente sería el primero de muchos.
Junto al torreón de la entrada hubo más problemas.
Viento Gris
se detuvo en seco a mitad del puente levadizo, se sacudió la lluvia del pelaje y empezó a aullar al rastrillo. Robb le silbó con impaciencia.
—¿Qué pasa,
Viento Gris
? Conmigo. Ven conmigo.
Pero el huargo empezó a enseñar los dientes.
«No le gusta este sitio», pensó Catelyn. Robb tuvo que acuclillarse junto al lobo y hablarle en voz baja para que accediera a pasar bajo el rastrillo. Para entonces Lothar el Cojo y Walder Ríos ya estaban a su altura.
—Lo que le da miedo es el ruido del agua —dijo Ríos—. Los animales saben que hay que mantenerse lejos de un río crecido.
—En cuanto esté en una perrera seca con una pierna de carnero se encontrará mejor —comentó Lothar alegremente—. ¿Queréis que mande llamar al encargado de los perros?
—Es un huargo, no un perro —dijo Robb—, y es peligroso para aquellos en los que no confía. Ser Raynald, quedaos con él. No quiero que entre así en los salones de Lord Walder.
«Muy hábil —pensó Catelyn—. Así Robb evita que Lord Walder se encuentre cara a cara con un Westerling.»
La gota y los huesos frágiles habían cobrado un alto precio al anciano Walder Frey. Los recibió apuntalado con cojines en su sillón y con una manta de armiño sobre el regazo. El sillón era de roble negro, tenía el respaldo tallado con la forma de dos gruesas torres unidas por un puente arqueado y era tan enorme que en él el anciano parecía un niño grotesco. El aspecto de Lord Walder era un poco de buitre, y todavía más de comadreja. En la cabeza calva, que brotaba entre los hombros huesudos, se veían manchas de edad. Bajo la escasa barbilla le colgaba la piel flácida de la papada, tenía los ojos nublados y llorosos, y movía sin cesar los labios sobre las encías desdentadas, succionando el aire como un bebé que mamara del pecho de su madre.
Junto a él, de pie, se encontraba la octava Lady Frey. A su lado se sentaba una versión más joven del anciano, un hombre flaco y encorvado de unos cincuenta años cuya lujosa indumentaria de lana azul y seda gris se reforzaba de manera extraña con una corona y un collar adornado con diminutas campanitas de metal. El parecido con su señor era asombroso, a excepción de los ojos; los de Lord Frey eran pequeños, sombríos y desconfiados; los del otro eran grandes, afables y vacíos. Catelyn recordó que uno de los hijos de Lord Walder había engendrado hacía muchos años a un retrasado mental. En anteriores visitas, el señor del Cruce siempre había tenido buen cuidado de que nadie lo viera.
«¿Llevará siempre una corona de bufón, o es otra burla a costa de Robb?» Jamás se habría atrevido a preguntarlo en voz alta.
El resto de la sala estaba abarrotada con los hijos, nietos, esposos, esposas y criados de los Frey, pero el que habló fue el anciano.
—Estoy seguro de que disculparéis que no me arrodille. Las piernas ya no me funcionan como antes, aunque lo que me cuelga entre ellas sigue trabajando bien, je, je. —Su boca se hendió en una sonrisa desdentada al contemplar la corona de Robb—. Hay quien diría que un rey que se corona con bronce no es gran cosa como rey, Alteza.
—El bronce y el hierro son más fuertes que el oro y la plata —respondió Robb—. Los antiguos Reyes del Invierno llevaban una corona de espadas como ésta.
—De mucho les sirvió cuando llegaron los dragones, je, je. —Aquel «je, je» pareció agradar al retrasado, que agitó la cabeza a un lado y a otro haciendo tintinear la corona y el collar—. Perdonad a mi Aegon, siempre hace mucho ruido —siguió Lord Walder—. Tiene menos sesos que un lacustre y no había visto nunca a un rey. Es uno de los hijos de Stevron. Lo llamamos Cascabel.
—Ser Stevron me habló de él, mi señor. —Robb sonrió al retrasado—. Bienhallado, Aegon. Vuestro padre era un hombre valeroso.
Cascabel hizo tintinear las campanillas. Un reguerillo de baba le corrió por la comisura de la boca cuando sonrió.
—Ahorraos vuestra regia saliva. Es como si hablarais con un orinal. —Lord Walder paseó la mirada por el resto de los visitantes—. Vaya, Lady Catelyn, si habéis vuelto con nosotros. ¿Y a quién tenemos aquí? Al joven Ser Edmure, el vencedor del Molino de Piedra. Ah, ahora es Lord Tully, siempre se me olvida. Sois el quinto Lord Tully que he conocido. Sobreviví a los otros cuatro, je, je. Vuestra prometida debe de andar por aquí. Me imagino que querréis echarle un vistazo.
—Así es, mi señor.
—Pues así será. Pero vestida, ¿eh? Es doncella y además muy tímida. No la veréis desnuda hasta que os encamemos. —Lord Walder soltó una risita crepitante—. Je, je. Será pronto, será pronto. —Inclinó la cabeza hacia un lado—. Ve a buscar a tu hermana, Benfrey. Y date prisa, que Lord Tully ha hecho un viaje muy largo desde Aguasdulces. —Un joven caballero ataviado con una sobrevesta cuartelada hizo una reverencia y salió, y el anciano se volvió de nuevo hacia Robb—. ¿Qué hay de vuestra esposa, Alteza? ¿Dónde está la hermosa reina Jeyne? Es una Westerling del Risco, según tengo entendido, je, je.
—La dejé en Aguasdulces, mi señor. Como le dijimos a Ser Ryman, estaba agotada después de tanto viaje.
—No sabéis cuánto me entristece lo que me decís. Quería contemplarla con mis ojos, que cada vez me fallan más. La verdad es que todos queríamos verla, je, je. ¿No es así, mi señora?
Lady Frey, pálida y etérea, pareció sobresaltarse cuando se pidió su opinión.
—S-sí, mi señor. Teníamos grandes deseos de rendir pleitesía a la reina Jeyne. Debe de ser muy bella.
—Es bellísima, mi señora.
En la voz de Robb había una calma gélida que a Catelyn le recordó a la de Ned. El anciano no la oyó o se negó a oírla.
—Más que mis niñas, ¿eh? Je, je. De lo contrario, ¿cómo habrían conseguido su rostro y su cuerpo que el rey olvidara su solemne promesa?
—Sé que no hay palabras suficientes para disculparme —dijo Robb, soportando el reproche con dignidad—, pero he venido a excusarme por la ofensa que cometí contra vuestra Casa y para suplicar vuestro perdón, mi señor.
—Perdón, je, je. Ah, sí, ya me acuerdo, que jurasteis pedir perdón. Soy viejo, pero ciertas cosas no se me olvidan. A diferencia de lo que pasa con algunos reyes, por lo visto. Los jóvenes no se acuerdan de nada en cuanto ven una cara bonita y un buen par de tetas, ¿verdad? Yo era igual. Hay quien dice que todavía lo soy, je, je. Pero se equivocarían, igual que os equivocasteis vos. Bueno, el caso es que ahora habéis venido a enmendar el error. Pero a las que despreciasteis fue a mis niñas. A lo mejor son ellas las que deberían escuchar vuestras disculpas, Alteza. Mis niñas doncellas... Miradlas, miradlas.
Hizo un gesto con la mano, y una bandada de muchachas abandonó su lugar junto a las paredes para ir a alinearse ante el estrado. Cascabel también hizo ademán de levantarse, las campanillas sonaron alegres, pero Lady Frey agarró al retrasado por la manga y lo obligó a sentarse de nuevo.
Lord Walder fue recitando los nombres.
—Mi hija Arwyn. —Señaló a una muchachita de catorce años—. Shirei, la más joven de mis hijas legítimas. Ami y Marianne son mis nietas. Casé a Ami con Ser Pate de Sietecauces, pero la Montaña mató al muy imbécil, así que me la devolvieron. Aquella es Cersei, pero la llamamos Abejita, su madre es una Beesbury. Más nietas. Una se llama Walda y las otras... bueno, todas tendrán nombre, yo qué sé...
—Yo soy Merry, señor abuelo —dijo una niña.
—Lo que eres es una parlanchina. Al lado de Parlanchina podéis ver a mi hija Tyta. Luego hay otra Walda. Alyx, Marissa... ¿Tú eres Marissa? Ya me parecía a mí. No siempre está calva. El maestre le tuvo que afeitar la cabeza, pero dice que el pelo le volverá a crecer. Las gemelas son Serra y Sarra. —Entrecerró los ojos para mirar a una de las niñas más pequeñas—. Je, je, ¿tú eres otra Walda?
—Soy la Walda de Ser Aemon Ríos, señor bisabuelo —dijo con una reverencia la niña; no tendría más de cuatro años.
—¿Cuánto hace que sabes hablar? Qué más da, no dirás nada sensato en tu vida, igual que tu padre. Que encima también es hijo de bastardo, je, je. Lárgate, aquí sólo quiero a las Frey. Al Rey en el Norte no le interesa el ganado sin raza. —Lord Walder miró a Robb; Cascabel sacudió la cabeza y las campanillas tintinearon—. Aquí las tenéis, todas doncellas. Bueno, y una viuda, pero hay hombres que prefieren mujeres ya estrenadas. Podríais haber tenido a cualquiera de ellas.
—Me habría sido imposible elegir, mi señor —dijo Robb con cauta cortesía—. Todas son demasiado hermosas.
—Y dicen que a mí me falla la vista. —Lord Walder soltó un bufido—. Las hay que no están mal, sí, pero otras... En fin, qué más da. No eran suficiente para el Rey en el Norte, je, je. Bueno, venga, hablad de una vez.
—Mis señoras... —La incomodidad de Robb era evidente, pero había sabido desde el principio que aquel momento iba a llegar y se enfrentó a él sin un parpadeo—. Todos los hombres deberían mantener la palabra dada y los reyes más que nadie. Me comprometí a contraer matrimonio con una de vosotras y rompí mi juramento. La culpa no es vuestra. No lo hice para ofenderos, sino porque amaba a otra. No hay palabras que os puedan compensar, lo sé, pero me presento ante vosotras para suplicaros vuestro perdón, de manera que los Frey del Cruce y los Stark de Invernalia vuelvan a ser amigos.