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Authors: Clive Barker

Tags: #Fantástico, Terror

Sortilegio (72 page)

BOOK: Sortilegio
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—¡Cal!

Suzanna estaba ya en la última puerta y se lanzaba al remolino que había más allá de la misma.

La luz de la tierra había adquirido el mismo color que las magulladuras, azul negruzco y púrpura. En lo alto, el cielo se retorcía dispuesto a descargar las entrañas. Suzanna había pasado de pronto de la música y la exquisita geometría de luz del interior del Templo a encontrarse en medio de la más absoluta confusión.

Cal estaba apoyado contra la pared del Templo. Tenía la cara blanca, pero estaba vivo.

La muchacha se acercó a él y se arrodilló a su lado.

—¿Qué está pasando? —le preguntó Cal con voz perezosa a causa del agotamiento.

—No tengo tiempo de explicártelo —repuso Suzanna acariciándole la cara con una mano. El menstruum jugueteó en la mejilla de Cal—. Tienes que confiar en mí.

—Sí —convino él.

—Muy bien. Tienes que pensar por mí, Cal. Pensar en todo aquello que recuerdes.

—¿Que recuerde...?

Al tiempo que Cal demostraba extrañeza por lo que ella le decía, una grieta, de un palmo de anchura, se abrió en la tierra, corriendo desde el umbral del Templo como si se tratase de un mensajero. Y la noticia que llevaba era terrible. Al verla, Suzanna se llenó de dudas. ¿Cómo podía conseguirse nada en medio de semejante caos? El cielo arrojaba truenos; el polvo y la tierra se levantaban desde las grietas que se iban abriendo por doquier.

Se esforzó por aferrarse a la comprensión que había hallado en los pasillos que ahora quedaban atrás. Trató de conservar en la cabeza las imágenes del Telar. Los rayos que se intersectaban. Un pensamiento encima de otro, y otro encima de éste, en sucesión. Mentes llenando el vacío con recuerdos
compartidos
y sueños
compartidos
.

—Piensa en todo lo que recuerdes de la Fuga —le indicó Suzanna.

—¿En todo?

—En todo. En todos los lugares que has visto.

—¿Por qué?

—¡Confía en mí! —le dijo ella—. Por Dios, Cal, confía en mí. ¿Qué es lo que recuerdas?

—Sólo fragmentos, trozos.

—Intenta recordar todo lo que puedas. Hasta los trozos más pequeños.

Le apretó la cara con la palma de la mano. Cal estaba febril, pero el libro que Suzanna tenía en la mano estaba aún más caliente.

En momentos bastante recientes la muchacha había compartido intimidades con su mayor enemigo, Hobart. Más fácil seria, por lo tanto, compartir el conocimiento con este otro hombre cuya dulzura había llegado a amar.

—Por favor... —le dijo ella.

—Por ti... —repuso Cal; parecía comprender por fin todo lo que Suzanna sentía por él—, cualquier cosa.

Y entonces los pensamientos acudieron. Suzanna los sintió fluir en su interior, por todo el cuerpo; ella era un conducto, y el menstruum el torrente en el cual se transportaban los recuerdos de Cal. Con el ojo de la mente solamente alcanzó a vislumbrar lo que él había visto y sentido allí, en la Fuga, pero eran cosas estupendas y hermosas.

Un huerto; la luz de una hoguera; fruta; gente bailando; cantando. Una carretera; un campo; De Bono y los equilibristas. El Firmamento (habitaciones llenas de milagros); una
ricksha
; una casa en cuyo umbral había un hombre de pie. Una montaña, y también planetas. La mayor parte de todo esto le acudía demasiado de prisa para que Suzanna pudiera enfocarlo convenientemente, pero el objetivo de aquello no era que
ella
comprendiese lo que Cal había visto. Ella era sólo una parte de un ciclo... como lo había sido en la Sala de Subastas.

Suzanna notó que detrás de ella los rayos de luz irrumpían a través de la última pared, como si el Telar viniera a encontrarse con ella y pusiera momentáneamente a su disposición el genio para aquella transfiguración. No había avanzado mucho. Si Suzanna dejaba escapar la onda, ya no habría otra.

—Sigue —le pidió a Cal.

Éste tenía ahora los ojos cerrados, y las imágenes seguían fluyendo de él. Había recordado más de lo que Suzanna esperaba. Y ella, a su vez, añadía visiones y sonidos a aquel flujo...

El lago; la Casa de Capra; el bosque; las calles de Nadaparecido...

...volvían a ella, afiladas como una navaja de afeitar, y Suzanna notaba que los rayos recogían aquellas imágenes y las aceleraban en su trayectoria.

Suzanna había temido que el Telar le impidiese interferir, pero no fue así en absoluto; al contrario, el Telar ensamblaba su propio poder con el del menstruum, transformando todo lo que Cal y ella conseguían recordar.

No tenía control sobre aquel proceso. Quedaba más allá de su alcance. Lo único que Suzanna podía hacer era formar parte de aquel intercambio entre significado y magia, y confiar en que las fuerzas que allí entraban en funcionamiento comprendieran las intenciones que tenía mejor que ella misma.

Pero el poder que había detrás de Suzanna se le iba haciendo demasiado fuerte para encauzarlo; no podría canalizar la energía de dicho poder mucho tiempo más. El libro se estaba poniendo demasiado caliente para seguir teniéndolo en la mano, y Cal se estremecía bajo el contacto de la muchacha.

—¡Basta! —exclamó Suzanna.

Cal abrió bruscamente los ojos.

—No he terminado aún.

—He dicho basta.

Mientras Suzanna hablaba, la estructura del templo empezó a estremecerse.

—Oh, Dios —dijo Cal.

—Es hora de que nos marchemos —le indicó Suzanna—. ¿Puedes andar?

—Claro que puedo andar.

Lo ayudó a ponerse en pie. Del interior del Templo llegaban estruendos a medida que iban capitulando una tras otra las paredes ante la rabia del Telar.

No se quedaron a contemplar el cataclismo final, sino que se pusieron en marcha y se alejaron del Templo mientras algunos fragmentos de ladrillo volaban por encima de sus cabezas.

Cal había dicho la verdad: de hecho podía andar, aunque muy lentamente. Pero correr les habría resultado imposible en aquel yermo que ahora se veían obligados a cruzar. Así como la creación había sido la piedra de toque del viaje de ida, una completa destrucción marcaba el camino de regreso. La flora y la fauna que habían brotado a la vida al paso de los intrusos estaba ahora sufriendo una veloz disolución. Las flores y los árboles se marchitaban, y los vientos que arrasaban el Torbellino transportaban el hedor de su podredumbre.

Al haberse hecho mortecina la luz que emanaba de la tierra, la escena se había vuelto tenebrosa; las tinieblas se iban espesando a causa del polvo y de las partículas de materia que transportaba el aire. De la oscuridad se elevaban gritos de animales al abrirse la tierra y tragarse a los mismos seres que había producido solamente unos minutos antes. Aquellos que no eran devorados por el lecho del cual habían brotado se veían sometidos a un liado todavía más terrible, ya que los mismos poderes que los habían creado los estaban deshaciendo ahora. Objetos pálidos y esqueléticos que una vez habían tenido brillo y vida ensuciaban ahora profusamente el paisaje, exhalando el último aliento. Algunos volvían los ojos hacia Cal y Suzanna en busca de esperanza o ayuda, pero ellos no tenían nada que ofrecerles.

Ya estaban ocupados al máximo tratando de evitar que las grietas del terreno se los tragase también a ellos. Iban dando tropezones, abrazados el uno al otro, con las cabezas agachadas bajo una descarga de piedra de granizo que el Manto, como si quisiera rematar la desgracia que ya sufrían, había desencadenado.

—¿Cuánto falta? —quiso saber Cal.

Se detuvieron, y Suzanna se quedó mirando atentamente hacia adelante; no podía tener la certeza de que no estuvieran caminando en círculos. La luz que se hallaba a sus pies estaba ya casi extinguida. Aún resplandecía aquí y allá, pero sólo para iluminar alguna otra escena lamentable: los últimos momentos de ruina de la gloria que la presencia de ellos dos allí había desencadenado.

Y entonces:

—¡Allí! —
dijo Suzanna señalando entre la cortina de granizo y polvo—.
Veo luz
.

Emprendieron de nuevo la marcha, con toda la rapidez que aquella tierra supurante les permitía. A cada paso que daban se les hundían más los pies en un pantano de materia en descomposición, en la cual aún se movían restos de vida; eran los herederos de aquel Edén: gusanos y cucarachas.

Pero había una luz que resultaba perfectamente distinguible al final del túnel: Suzanna la vislumbró de nuevo a través del denso aire.

—Mira hacia arriba, Cal —le dijo.

Él lo hizo, pero le costó un gran esfuerzo.

—Ya no queda mucho. Unos cuantos pasos más.

Cal se iba volviendo más pesado por momentos; pero el roto en el Manto era lo suficientemente grande como para espolearlos a recorrer los pocos y últimos metros de aquel terreno traicionero.

Y por fin salieron a la luz, casi escupidos de las entrañas del Torbellino al entrar éste en sus últimas convulsiones.

Se alejaron del Manto a trompicones; poco después Cal le dijo:

—No puedo más...

Y cayó al suelo.

Suzanna se arrodilló junto a él; se puso a acunarle la cabeza y luego miró a su alrededor en busca de auxilio. Sólo entonces notó realmente las consecuencias de los acontecimientos que habían tenido lugar en el interior del Torbellino.

El País de las Maravillas había desaparecido.

Las glorias de la Fuga se habían rasgado hasta hacerse trizas, y los jirones se estaban evaporando en aquel mismo momento. Agua, madera y piedra; tejido vivo animal y Videntes muertos: todo había desaparecido, como si nunca hubiese existido. Quedaban unos cuantos vestigios aún, pero no durarían mucho. Al tiempo que el Torbellino retumbaba y se estremecía, aquellos últimos retos del terreno de la Fuga se convertían en humo y hebras, y luego sólo quedó el aire vacío. Fue horriblemente rápido.

Suzanna se dio la vuelta y miró hacia atrás. El Manto también iba disminuyendo ahora que ya no tenía nada que ocultar, y en su retirada dejaba al descubierto un baldío de polvo y roca destrozada, incluso el terreno iba disminuyendo.

—¡Suzanna!

La muchacha se dio la vuelta y vio a De Bono que venía hacia ella.

—¿Qué ha pasado ahí dentro?

—Ya te lo explicaré luego —le dijo ella—. Primero tenemos que conseguir ayuda para Cal. Le han disparado.

—Iré a buscar un coche.

Cal abrió los ojos.

—¿Ha desaparecido?

—No pienses en eso ahora —le indicó Suzanna.

—Quiero saberlo —exigió Cal con una vehemencia sorprendente; y empezó a hacer esfuerzos para incorporarse. Sabiendo que no se calmaría, Suzanna lo ayudó.

Cal lanzó un gemido al ver la desolación que se extendía ante él.

Grupos de Videntes, con algunos hombres de Hobart dispersos entre ellos, se encontraban de pie en el valle y en las laderas de las colinas circundantes, sin hablar ni moverse. Eran lo único que quedaba.

—¿Qué ha sido de Shadwell? —inquirió Cal.

Suzanna se encogió de hombros.

—No lo sé —dijo—. Escapó del Templo antes que yo.

El ruido del motor de un coche acelerado hizo imposible continuar la conversación; De Bono llegó conduciendo uno de los vehículos de los invasores a través de la hierba muerta, deteniéndolo a poca distancia de donde yacía Cal.

—Yo conduciré —dijo Suzanna una vez que hubieron acomodado a Cal en el asiento de atrás.

—¿Qué vamos a decirle a los médicos? —preguntó Cal con la voz aún más débil—. Tengo una bala dentro.

—Ya nos preocuparemos de eso cuando llegue el momento —le dijo Suzanna. Al ocupar el asiento del conductor que De Bono había abandonado de mala gana, alguien la llamó por su nombre. Nimrod se acercaba corriendo al coche.

—¿A dónde vas? —le preguntó Suzanna.

Ésta señaló al pasajero.

—Amigo mío —dijo Nimrod al ver a Cal—, parece que no te encuentras en muy buenas condiciones. —Trató de esbozar una sonrisa de bienvenida, pero en lugar de eso sólo Consiguió que le brotaran las lágrimas—. Se acabó —dijo entre sollozos—. Destruida. Nuestra bella tierra... —Se limpió los ojos y la nariz con el dorso de la mano—. ¿Y ahora qué vamos a hacer? —le preguntó a Suzanna.

—Alejarnos del daño —repuso ella—. Lo más rápidamente que podamos. Todavía tenemos enemigos...

—Eso ya no tiene importancia —comento Nimrod—, la Fuga ha desaparecido. Todo lo que poseíamos en el mundo
está perdido
.

—Estamos vivos, ¿no? —le preguntó Suzanna—. Mientras estemos vivos...

—¿Adonde iremos?

—Encontraremos un lugar.

—Ahora tienes que guiarnos tú —le dijo Nimrod—. Sólo nos quedas tú.

—Luego. Primero tenemos que ayudar a Cal...

—Sí —dijo el otro—. Desde luego. —La había cogido por el brazo y la soltó de mala gana—.
¿Volverás?

—Claro que sí —le aseguró la muchacha.

—Me llevaré a los que quedan hacia el Norte —le indicó Nimrod—. Iremos a dos valles de distancia de aquí. Allí te esperaremos.

—Muévete —
le urgió Suzanna—. Estamos perdiendo el tiempo.

—¿Te acordarás? —preguntó Nimrod.

Suzanna se habría echado a reír de aquellas dudas, pero aquel acordarse lo era todo. Y en lugar de reír le tocó el rostro húmedo a Nimrod, dejándole que sintiera el menstruum en los dedos de ella.

Sólo al alejarse con el coche cayó en la cuenta de que probablemente lo había bendecido.

IV. SHADWELL

El Vendedor había salido huyendo del Torbellino al comenzar la primera disolución de la Fuga en el exterior.

Por eso su huida no sólo no había sido obstaculizada, sino que tampoco había sido vista. Con la patria haciéndoseles pedazos por todas partes, nadie prestó la menor atención a aquella figura mugrienta y manchada de sangre que se alejaba dando tumbos en medio de la total confusión.

Sólo en una ocasión se vio obligado a detenerse y a buscar un lugar en medio de aquel caos donde poder dar rienda suelta a sus náuseas. El vómito le salpicó los zapatos, en otro tiempo de primera calidad, y empleó unos momentos más en limpiárselos con un puñado de hojas, que empezaron a evaporársele en las manos nada más empezar.

¡Magia! ¡Cómo le repugnaba ahora! La Fuga le había seducido mañosamente con sus promesas. Se había pavoneado delante de Shadwell con aquellos presuntos encantamientos suyos hasta que él —que no era más que un pobre Cuco— se había visto cegado por completo. Luego le había hecho bailar a un alegre son. Le había hecho cubrirse con una piel prestada; le había obligado a engañar y a manipular. Y todo por amor a aquellas mentiras. Pues
mentiras
es lo que eran, ahora lo comprendía. En el momento en que él había tendido los brazos para abrazar el premio, éste se había evaporado, denegándole la posesión y dejándolo aparecer como culpable ante los demás.

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