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Authors: Clive Barker

Tags: #Fantástico, Terror

Sortilegio (71 page)

BOOK: Sortilegio
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La sonrisa de Immacolata no se alteró.

—No tengo miedo —respondió; y, flotando, empezó a bajar hacia él.

«No te pongas a su alcance», le dijo mentalmente Suzanna. Aunque la Hechicera había causado daños terribles, Suzanna no deseaba verla abatida por la maldad de Shadwell. Pero el Vendedor permaneció frente a frente con la mujer sin hacer movimiento alguno. Sencillamente, le dijo:

—Has llegado aquí antes que yo.

—Casi me había olvidado de ti —repuso Immacolata. Su voz había perdido todo vestigio de estridencia. Estaba llena de suspiros—. Pero
ella
me hizo recordar —continuó echando una breve ojeada en dirección a Suzanna—. Me prestaste un buen servicio, hermana —le dijo—. Al recordarme a mi enemigo. —Volvió de nuevo los ojos hacia Shadwell—. Tú me volviste loca. Y yo me olvidé de ti. Pero ahora me acuerdo. —De súbito la sonrisa y los suspiros había desaparecido por entero. Sólo había ruina y rabia—. Me acuerdo muy bien —concluyó Immacolata.

—¿Dónde está el Telar? —exigió Shadwell.

—Siempre fuiste muy
literal —
repuso Immacolata con desprecio—. ¿De verdad esperabas encontrarte una
cosa
? ¿Otro objeto que poseer? ¿En eso consiste tu divinidad, Shadwell? ¿En la posesión?

—¿Dónde cojones está?

Y entonces la Hechicera se echó a reír, aunque los sonidos que le brotaron de la garganta no tenían nada que ver con el placer.

Las burlas de Immacolata presionaron a Shadwell hasta hacerle perder los estribos, y se arrojó contra ella. Pero la Hechicera no estaba dispuesta a permitir que le pusiera las manos encima. En el mismo instante en que el intentó agarrarla, a Suzanna le pareció que el rostro arruinado de la Hechicera se abriera, desgarrado, y derramase una fuerza que en otro tiempo hubiera podido ser el menstruum —aquel río fresco y brillante en el que Suzanna se había sumergido por primera vez por mandato de Immacolata—, pero que ahora era un torrente pútrido y condenado que le emanaba de las heridas igual que pus. No obstante, poseía tuerza. Shadwell fue lanzado contra el suelo.

En lo alto, las nubes lanzaban relámpagos al otro lado del tejado, paralizando la escena que tenía lugar abajo mediante el escoplo de luz. Con toda segundad el golpe mortal sólo tardaría un segundo en producirse.

Pero no fue así. La Hechicera titubeó, chorreando de poder corrompido por aquel rostro roto, y en ese mismo instante la mano de Shadwell empuñó el cuchillo de cocina que yacía a su lado.

Suzanna lanzó un grito de advertencia, pero Immacolata o no la oyó o decidió no oírla. Entonces Shadwell se puso en pie, ofreciendo a su víctima, al levantarse, un momento de ventaja para golpearlo, pero la Hechicera no aprovechó la oportunidad y el Vendedor le hundió la hoja en el abdomen, un corte de carnicero que le abrió una herida traumática.

Por fin Immacolata pareció percatarse de que Shadwell buscaba darle muerte, y entonces reaccionó. El rostro empezó a encendérsele de nuevo, pero antes de que aquella chispa pudiera convertirse en fuego la hoja del cuchillo que manejaba Shadwell ya la estaba abriendo en dos hasta los pechos. Las entrañas se le escaparon a Immacolata por la herida. Gritó y echó hacia atrás la cabeza, desperdiciando el poder que desencadenó contra las paredes del lugar sagrado.

En aquel mismo instante la habitación se llenó de un rugido que daba la impresión de proceder tanto de los ladrillos como de las entrañas de Immacolata, Shadwell dejó caer el cuchillo, brillante ahora a causa de la sangre, e hizo ademán de apartarse del lugar del crimen, pero su víctima alargó la mano y lo atrajo hacia sí.

El fuego había desaparecido por completo del rostro de Immacolata. Se estaba muriendo muy aprisa. Pero incluso en aquellos últimos momentos agarraba a Shadwell con fuerza. Mientras el rugido se hacía más fuerte le otorgó al Vendedor el abrazo que siempre le había negado, manchándole la chaqueta. Shadwell soltó un grito de repugnancia, pero la Hechicera no lo soltó. Él se debatió, y finalmente logró zafarse de aquel abrazo; apartó a Immacolata y se alejó tambaleante, con el pecho y el vientre cubiertos de sangre. Lanzó una mirada más en dirección a la mujer y luego echó a andar hacia la puerta dando pequeños gemidos de horror. Al llegar a la salida levantó la mirada hacia Suzanna.

—Yo no... —empezó a decir; había levantado las manos y miraba cómo la sangre le corría entre los dedos—. No he sido yo... —Aquellas palabras suyas tenían tanto de súplica como de negativa—.
¡Ha sido la magia! —
continuo mientras las lágrimas le brotaban de los ojos. No a causa de la pena, Suzanna lo sabía, sino de súbita y justa rabia—.
¡Asquerosa magia! —
chilló. El suelo se meció al oír que renegaban de su gloria.

Shadwell no esperó a que el techo le cayera sobre la cabeza, sino que salió huyendo de la cámara mientras los rugidos aumentaban en intensidad.

Suzanna se dio la vuelta y miró a Immacolata.

A pesar de la cruel herida que había sufrido no estaba muerta todavía. Se encontraba de pie, apoyada contra una de las paredes, y se agarraba a los ladrillos con una mano mientras con la otra impedía que se le cayeran las entrañas.

—Se ha derramado sangre —dijo, al tiempo que otro temblor, más furioso aún que el que le había precedido, desprendía los cimientos del edificio—. Se ha derramado sangre en el Templo del Telar. —Esbozó aquella terrible y torcida sonrisa—. La Fuga está deshecha, hermana...

—¿Qué quieres decir?

—Vine aquí con intención de derramar la sangre de Shadwell y echar abajo el Torbellino. Y al parecer soy yo la que sangra. Da igual. —La voz se le hizo más débil. Suzanna se acercó más a ella para oírla mejor—. Al final es lo mismo.
La Fuga está acabada
. Será polvo. Todo polvo.

Se apartó con esfuerzo de la pared. Suzanna extendió la mano para impedir que se cayera. El contacto hizo que la palma de la mano le hormigueara.

—Ya están desterrados para siempre —continuó diciendo Immacolata; estaba débil, pero sin embargo había triunfo en la voz—. Aquí termina la Fuga. Borrada como si nunca hubiera existido.

Y tras decir eso las piernas se le doblaron debajo del cuerpo. Empujando a Suzanna para apartarla, cayó hacia atrás contra la pared. La mano le resbaló del vientre; las entrañas quedaron sueltas.

—Yo solía soñar... —dijo la Hechicera— con un terrible vacío... —Dejó de hablar al tiempo que se deslizaba pared abajo, y algunos mechones de pelo se le quedaron enganchados en los ladrillos—. Arena y la nada. Eso es lo que soñaba. Arena y la nada. Y helo aquí.

Y como para corroborar aquel comentario el estruendo se convirtió en cataclismo.

Satisfecha con sus esfuerzos, Immacolata se dejó caer en el suelo.

Suzanna echó un vistazo hacia la ruta de escape que tenía, mientras los ladrillos del Templo empezaban a rodar unos sobre otros con renovada ferocidad. ¿Qué más podía hacer allí? Los misterios del Telar la habían derrotado. Si se quedaba allí quedaría enterrada en las ruinas. No quedaba nada que hacer, excepto salir de aquel lugar mientras aún pudiera.

Al avanzar hacia la puerta, dos rayos de luz hendieron el aire sucio y le dieron en el brazo. El brillo de los mismos la sobresaltó. Y más chocante aún era la fuente de donde procedían. Venían de las órbitas oculares de uno de los centinelas. Suzanna se apartó de la trayectoria de aquella luz, y al dar los rayos en el cadáver situado enfrente, allí también se encendieron luces; a continuación en la cabeza del tercer centinela, y en la del cuarto.

Aquellos hechos no le pasaron inadvertidos a Immacolata.

—El Telar... —susurró, escapándosele el aliento.

Los rayos brillaban al intersectarse, y el aire cargado se suavizó con un sonido de voces que murmuraban muy bajo palabras tan etéreas que eran casi una música.

—Llegáis demasiado tarde —dijo la Hechicera dirigiendo el comentario al cuarteto muerto, no a Suzanna—. Ya no podéis salvar la Fuga. —La cabeza empezó a caérsele hacia delante—. Demasiado tarde... repitió.

Luego la recorrió un estremecimiento. Y el cuerpo, abandonado por el espíritu, se desplomó. Immacolata yacía muerta en su sangre.

A pesar de sus últimas palabras, el poder seguía acumulándose allí. Suzanna reculó hacia la puerta para despejar por completo el camino de los rayos. Sin nada que les impidiera el paso, éstos redoblaron de inmediato el brillo, y desde el punto de colisión lanzaron otros rayos hacia todos los ángulos. Los murmullos que llenaban la cámara encontraron de pronto un nuevo ritmo; las palabras, aunque todavía ajenas para Suzanna, corrían como un melodioso poema. De algún modo aquellas palabras y la luz formaban parte de un único sistema; los encantamientos de las cuatro familias —Aia, Lo, Ye-me y Babu— estaban funcionando juntos: música de palabras acompañando a una danza de luz entretejida.

Aquello era el Telar; claro.
Aquello era el Telar
.

No era pues de extrañar que Immacolata hubiera despreciado el literalismo de Shadwell. La magia puede concederse a lo físico, pero no
reside
en lo físico. Reside en la palabra, que se pronuncia mentalmente, y en el movimiento, que es la manifestación de la mente; en el sistema del Tejido y en las evocaciones de la melodía: todo
mente
.

Pero, maldita sea, aquel reconocimiento por parte de Suzanna no bastaba. Al fin y al cabo ella no era más que un Cuco, y resolver el rompecabezas en el mundo no iba a aliviar en nada la rabia de aquel lugar profanado. Lo único que la muchacha podía hacer era mirar cómo la ira del Telar hacía temblar la Fuga y todo lo que contenía, destrozándola.

Y en medio de aquella frustración, los pensamientos de Suzanna volvieron hacia Mimi, quien la había embarcado en aquella aventura pero que había muerto demasiado pronto para prepararla como era debido. Lo más seguro era que Mimi ni siquiera hubiese previsto lo que estaba sucediendo: la destrucción de la Fuga, y Suzanna en pleno corazón de la misma, incapaz de mantenerlo latiendo.

Las luces seguían entrechocándose y multiplicándose, los rayos se iban haciendo tan sólidos ahora que Suzanna habría podido caminar sobre ellos, la actuación de aquellos rayos la tenía totalmente pasmada. Le daba la impresión de que podía quedarse allí mirando eternamente, sin cansarse de tales complejidades. Y éstas se hacían cada vez más elaboradas, más sólidas, hasta que la muchacha tuvo la certeza de que las paredes del lugar sagrado ya no serían capaces de contenerlas, sino que estallarían... ...adentrándose en la Fuga, a donde ella tenía que ir. Tenía que salir hacia el lugar donde yacía Cal, para consolarlo lo mejor que pudiera en el mare mágnum que se avecinaba.

Junto con este pensamiento le acudió otro. Que quizá Mimi
hubiera
sabido, o temido, que al final sólo quedarían Suzanna y la magia, y que quizá la anciana, después de todo, hubiera dejado un poste indicador.

Suzanna se metió la mano en el bolsillo y sacó el libro.
Secretos de los Pueblos Ocultos
. No tuvo necesidad de abrir el libro para recordar el epígrafe de la página donde la dedicatoria rezaba:

«Aquello que puede imaginarse no hay que perderlo nunca.»

Suzanna se había esforzado repetidamente buscando el significado de aquellas palabras, pero el intelecto le había fallado en conseguir encontrarles algo de sentido. Ahora abandonó el pensamiento analítico y dejó que otras sensibilidades más sutiles emprendieran la tarea.

La luz del Telar era tan brillante que le hacía daño en los ojos, y al salir del lugar sagrado Suzanna descubrió que los rayos estaban abriendo grietas en el ladrillo —o bien era eso, o bien estaban comiéndose la pared— y salían a través de ellas. Unas líneas de luz tan finas como agujas estratificaban el pasadizo.

Pensando tanto en el libro que tenía en la mano como en ponerse a salvo, recorrió a la inversa el camino por el que había venido: puerta y pasadizo, grieta y pasadizo. Ni siquiera las capas más exteriores del pasillo eran inmunes al resplandor del Telar. Los rayos se habían abierto paso a través de sus paredes sólidas y se estaban haciendo más anchos por momentos. Al caminar entre ellos, Suzanna notó que el menstruum se agitaba dentro de ella por primera vez desde que entrase en el Torbellino. Sin embargo no le subió a la cara, sino que le fluyó por los brazos hasta las manos, que apretaban el libro, como si lo estuviesen cargando de energía.

«Lo que puede imaginarse...»

Los cánticos aumentaron de volumen; los rayos de luz se multiplicaron.

«...no hay que perderlo nunca.»

El libro se hizo más pesado; más cálido; como algo vivo en sus brazos. Y sin embargo, a la vez tan lleno de sueños. Un objeto de tinta y papel en el que otro punto esperaba a que lo liberasen. Quizá no un solo mundo, sino muchos; porque tal como había demostrado el tiempo que ella y Hobart pasaran dentro de aquellas páginas, cada aventurero volvía a imaginar los relatos a su manera. Había tantos Bosques Salvajes como lectores que vagasen por ellos.

Ahora ya se encontraba en el tercer pasillo, y el Templo entero se había convertido en una colmena de luz y sonido. Allí había mucha energía esperando ser canalizada. Ojalá Suzanna pudiera ser el catalizador que convirtiera aquella fuerza en un fin mejor que la destrucción.

Tenía la cabeza llena de imágenes, o de fragmentos de imágenes.

Ella y Hobart en el bosque de su relato intercambiando pieles y ficciones.

Ella y Cal en la Sala de Subastas, y era la mirada de ambos el motor que volvía el cuchillo contra el Tejido.

Y, finalmente, los centinelas sentados en la cámara del Telar. Ocho ojos que tenían, incluso estando muertos, el poder de deshacer el Tejido. Y... ¿quizá de volverlo a
hacer
?

De pronto Suzanna ya no caminaba. Corría, y no por miedo a que se le cayera el techo encima de la cabeza sino porque estaba aclarando las últimas piezas del rompecabezas y le quedaba muy poco tiempo. No podía redimir a la Fuga ella sola. Claro que no. Uno solo no puede llevar a cabo
ningún
encantamiento. La esencia estaba en el intercambio. Por eso era por lo que las Familias cantaban, bailaban e hilaban: la magia de ellos florecía
entre personas
: entre actor y espectador, entre hacedor y admirador.

¿Y acaso no había un encantamiento funcionando entre su mente y la mente del libro que sostenía? ¿Mientras ella examinaba con los ojos aquella página y absorbía los sueños de otra alma? Era igual que el amor. O mejor dicho, el amor era la forma más elevada de aquello: una mente dando forma a otra mente, visiones haciendo piruetas sobre las hebras que se tendían entre los amantes.

BOOK: Sortilegio
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