¿Volvíamos allá para dar escarmiento a quienes se habían portado de manera tan torticera? Bien que se lo hubieran merecido, mas nuestro general dijo que no eran ésas las órdenes de la Real Audiencia, y fray Urdaneta añadió que lo que habíamos de ver era si quedaban españoles esclavos para liberarlos. De todas maneras entramos en la rada de Cebú con gran poderío de disparos de artillería de suerte que todos los habitantes de la isla se refugiaron en la selva, donde se estuvieron no menos de una semana, mas viendo que no nos íbamos, uno de sus reyezuelos se bajó a la playa y, muy sumiso, sólo acertaba a pedir perdón diciendo que el rey que hiciera la fechoría de matar castellanos ya era muerto; el general López de Legazpi, generosamente, se lo concedió. A continuación dijo que en nombre de Su Majestad tomaba, y tomó, y aprehendía, y aprehendió la tenencia, posesión, propiedad y señorío de la dicha esto hace ya unos años y desde entonces esa isla y otras muchas de las Filipinas se encuentran gozosamente sujetas a la Corona de Castilla, con no poco provecho. Mas ésa es otra historia que no conviene para esta
Relación,
pues fray Urdaneta no fue hasta allá para conquistar islas, sino para hacer el viaje de retorno, que otros no sabían hacer.
Este viaje lo comenzamos desde el puerto de Cebú después de dar cumplimiento al punto sesenta de la
Instrucción
secreta en el que se disponía que para el descubrimiento de la vuelta se tenía confianza en Dios, y luego en fray Andrés de Urdaneta por las experiencias y prácticas que tenía de aquellas partes y otras calidades que había en su persona, para que acertara en la navegación de vuelta a la Nueva España, a cuyo fin elegiría el navío que él prefiriera, con el capitán que señalare; el navío que elegimos fue, como no podía ser por menos, el
San Pedro,
el de los quinientos toneles, con una tripulación de doscientos hombres, en su mayoría marineros, aunque también iban algunos soldados, y de bastimentos pan, arroz, millo, habas, garbanzos, aceite, vinagre y vino, como para que nada faltara en ocho meses, y de agua doscientas pipas de las grandes. Y, cosa de admirar, por capitán eligió a un nieto del López de Legazpi, de nombre Felipe Salcedo, que más joven no podía ser pues estaba por cumplir los diecinueve años, y a los que mostraban extrañeza les decía que menos años tenía él cuando se vino al Moluco y supo cumplir, y que el Salcedo no iba a ser menos. Esto decía, mas bien sabíamos que lo hacía por precisar de un capitán que hiciera cuanto le mandara, sin discutir, pues las disposiciones que pensaba tomar no serían bienquistas por quienes se decían sabedores de las cosas de la mar. Luego se cuidó de nombrar como prior de los frailes que se quedaban en el Cebú, al padre Diego de Herrera, encareciéndole lo mucho que le iba en evangelizar a aquellos paganos que habían de ser los primeros de los muchos que habían de venir después, y que él por su gusto se quedaría allí, mas eran otros los menesteres que la Corona esperaba de su persona.
Zarpamos de Cebú en junio de 1565 y se vino con nosotros cosa de una legua el general López de Legazpi, quien con mucho amor díjole al fray Urdaneta cuánto le agradecía que le hubiera propuesto para aquella hazaña, y en cuánto tenía su amistad, y por fin le besó la mano en señal de reverencia, a lo que el Urdaneta respondió que las gracias se las tenía que dar a Dios, que era quien disponía que las cosas fueran así, y que cuidase de hacer la conquista como buen cristiano que era. Luego se abrazaron y en esta vida ya no se volvieron a ver más. Esto último se lo dijeron en euskera.
Con buena ventura zarpamos de Cebú rascando la costa, y el mayor apuro fue salir de aquel laberinto de islas, y hasta tuvimos algún descalabro con indígenas, cosa de poco, mas cuando ya estábamos en la alta mar durante siete días dispuso el Urdaneta tomar derrota nordeste hasta alcanzar los cuarenta grados, cosa nunca vista, pues la Nueva España estaba para abajo, como a los veinte grados, y nosotros íbamos para arriba. Luego subimos hasta el grado cuarenta y uno y la desazón de la tripulación era grande pues entramos en un mar antes nunca navegado, digo por cristianos, con la color del cielo plomiza todos los días iguales unos a otros y llegamos a ver la estrella del Norte, bajo la cual comienzan los hielos, aunque nosotros no nos topamos con ellos y veces había que el propio Urdaneta, cuando veía vacilar a los pilotos, él mismo tomaba la rueda del timón, cierto como estaba de lo que había de hacerse, que no era otra cosa que salvar los vientos adversos que eran los que azotaban de revés, la latitud veinte y más. El mal de los navegantes que fracasaron fue que cuando subían mucho decían que se habían equivocado, y que debían volver a los principios y por ahí les venía el quebranto. Fray Urdaneta no ordenó cambiar el rumbo hasta que comprobó que los vientos ya no venían de través, y así fue como acertó.
Sería agosto cuando estuvimos ciertos que la hazaña estaba consumada pues las tierras que teníamos enfrente ya eran de las Indias, y poco después dimos con una isla que se dice de San Salvador, que ya es de la Nueva España, a treinta y cuatro grados menos un sesmo, y ahí fue cuando dispuso fray Urdaneta que rezáramos un
le Deum
dando gracias al Altísimo. Habíamos conseguido el deseado tornaviaje, corto en tiempo más largo en penas, pues cuando menos nos lo esperábamos, camino de Acapulco, se presentó la maldición de siempre, el mal de encías y los muertos fueron no pocos entre ellos el contramaestre y el piloto mayor. Fray Urdaneta y el fraile de su compañía, fray Andrés de Aguirre, dándoseles poco de que les pudiera venir el mal se afanaron en atender a los enfermos, como no lo haría el mejor de los cirujanos.
¿Qué se hizo de aquel joven que se vino al Moluco sediento de hazañas, y que todo le parecía poco para su gloria y para la de la Corona de Castilla? Ahora, por contra, sólo miraba a la gloria de Dios, y esta hazaña del tornaviaje apenas la mentaba y eran otros los que lo hacían por él. Porque el viaje desde Acapulco hasta la villa de México, donde nos aguardaba la Real Audiencia, era de ver y no creer, pues decían que aquel mar misterioso del cual no se regresaba, ya estaba dominado y, por tanto, la Nueva España se convertía en el corazón del mundo; a nuestro paso se reunían los cabildos haciendo doblar las campanas de las iglesias, en las que celebrábamos
Te Deum,
y también hacían salvas de artillería, lo cual no era muy del agrado de fray Urdaneta pues decía que otras hazañas hicimos de las que nadie tomó razón y, ahora, en la que todo fue acertar con los vientos y las mareas echaban las campanas al vuelo como lo nunca visto. Él procuraba estar apartado de este bullicio y dejaba que el Felipe Salcedo, que más ufano no podía mostrarse, se llevara la gloria, y hasta decía que a él se debía el logro, lo cual no era de creer si se miraba a su corta edad; otro que también se ufanaba mucho y contaba la hazaña según su conveniencia, era el piloto Rodrigo de Espinosa, que fue de los que más temió cuando subimos al grado cuarenta y uno, y hasta dejó el mando del timón y fue de las veces que fray Urdaneta tuvo que hacerse con él. Esto lo vide yo, mas el Urdaneta prohibióme decir tal, y que yo fuera a lo mío, y por fin lo conseguí que fue mi nombramiento de corregidor de la región de Ávalos, que el señor virrey, conforme me lo había prometido, cumplió.
Por estar en el Michoacán atendiendo mi trabajo de corregidor, con el celo que fray Urdaneta me decía había de poner en tan alto menester, no pude acompañarle en el viaje más importante de su vida, el que emprendió el 3 de junio de 1568 en su convento de San Agustín de México, camino de la eternidad, donde no dudo que habrá sido bien recibido, pues si mucho pecó de joven, también reparó de viejo, y obedeció a la autoridad legítima, como manda san Pablo, pues aunque hasta el final de sus días entendió y mantuvo que las islas Filipinas eran de Portugal, no por eso dejó de hacer lo que le ordenaban Sus Majestades. Dios lo tenga en su gloria.
(Observación final del transcriptor: A continuación Martín Andonegui se mete en prolijas disquisiciones sobre los derechos de Urdaneta, prometidos por la Corona en carta de 24 de septiembre de 1559, y que parece ser que el fraile Urdaneta nunca reclamó, y que ahora reclama él «en la parte que me tocan como socio que fui de fray Andrés de Urdaneta en este y en otros negocios. » El resultado de su reclamación se desconoce cuál pudo ser.
Lo que sí consta es que como consecuencia del famoso tornaviaje se creó una línea de navegación regular entre las Indias Occidentales y las islas Filipinas, conocida como la «nao de Acapulco», y también como la «ruta de Urdaneta», que durante más de tres siglos permitió a la Corona de España obtener buenos frutos de las Filipinas, no siempre bien aprovechados).
LTC, Agosto de 2011
JOSÉ LUIS OLAIZOLA, nació en San Sebastián en 1927. Es licenciado en Derecho. Actualmente cultiva la literatura y el cine. Ha obtenido valiosos galardones, entre ellos el Premio Planeta 1983. Biznieto de un patrón de pesca, él mismo, siguiendo la tradición familiar, fue remero en su juventud y participó en campeonatos de España de bateles. Estudió Derecho y ejerció como abogado durante quince años, profesión que abandonó para dedicarse a la literatura.
Lleva publicados cerca de setenta libros de diversos géneros (cultivando especialmente la novela, el ensayo histórico y la literatura infantil), de los que ha vendido unos dos millones de ejemplares.
Es Presidente de la ONG Somos Uno, dedicada a la lucha contra la prostitución infantil en Tailandia.
Es padre de nueve hijos. Actualmente vive en Boadilla del Monte (provincia de Madrid).
Algunos de sus libros más conocidos son:
Mi hermana Gabriella
,
Bibiana y su mundo
,
El secreto de Gabriella
y
Barbara es hermosa
.
Bibiana y su mundo
está basado en la vida de una niña sin madre y con un padre alcoholico.
[1]
Japón.
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[2]
Brasil
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[3]
Así se denominaba al escorbuto, enfermedad frecuente en las travesías largas, por falta prolongada de vitamina C en la alimentación. (N. del T.)
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[4]
Es una isla que se halla en la ruta de las Filipinas entre las Célebes y Mindanao. (N. del T.)
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[5]
Será de las pocas veces que Martín Andonegui deja de lado su afición a narrar las aventuras que vivió, para intentar hacer ver a los reyes de España los derechos adquiridos como consecuencia de su colaboración con Andrés de Urdaneta. (N. del T.)
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[6]
Se refiere a la isla de Mindanao, en las Filipinas. (N. del T.)
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[7]
Se refiere a la China. (N. del T.)
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[8]
El juicio negativo de Martín Andonegui respecto de los portugueses, debe ser acogido con las naturales reservas, pues las disputas por las islas Molucas, entre portugueses y españoles, duraron varios años, con guerras intermitentes en las que se cometieron las crueldades propias de todas las guerras, y no es fácil de creer, atendida la condición humana, que las felonías las cometieran sólo los portugueses.
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[9]
Después de las digresiones antecedentes, Martín Andonegui parece acordarse de que está escribiendo un memorial de agravios dirigido a Felipe II y trata de centrar sus pretensiones, aunque pronto vuelve a sus desahogos personales. (N. del T.)
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