—¡Tía Afreyt! —exclamó Brisa en cuanto llegaron a su lado—, ¡Hemos vivido una gran aventura y tenemos las más sorprendentes noticias que darte!
—Eso no importa ahora —respondió Afreyt con cierta brusquedad—. Dinos, ¿dónde está Fafhrd?
—¿Cómo lo has sabido? —Los ojos de Brisa se agrandaron todavía más—. Bueno, iba a darte una larga explicación, pero ya que lo has preguntado... El tío Fafhrd ha nadado por el aire para abordar una nave nubosa de Arilia o hacer señales desde Star—dock. Creo que busca ayuda para encontrar al tío Ratonero. —Deja de decir tonterías —le ordenó Cif. —Fafhrd no puede nadar por el aire —señaló Afreyt. —¡Túneles marinos de Simorgya! ¡Naves nubosas de Arilia! —protestó Groniger—. Son demasiadas tonterías para una fría mañana de verano.
—Pero eso es lo que ha ocurrido —insistió la niña—. Tú misma,
tía Afreyt, viste a Fafhrd y Mará volar por el aire cuando la invisible princesa Hirriwi cíe Stardock les rescató del Fuego del Infierno en su invisible pez aéreo. Dedos ha visto más que yo. Ella os lo dirá.
Entonces habló la camarera de a bordo ilthmareña.
—Los marineros de la
Comadreja
me aseguraron que en la Isla de la Escarcha amarran los barcos más extraños, incluidos los galeones nubosos de la Reina del Aire. Y vi, en efecto, que el capitán Fafhrd nadaba por encima de la niebla hacia una nube que podría ser uno de tales barcos.
—Arilia es una fábula, chiquilla —le dijo en tono amable Groniger—. Los marineros dicen toda clase de mentiras. En realidad, la Isla de la Escarcha es el lugar menos fantástico de todo Nehwon.
—Pero el tío Fafhrd se remontó de veras en el cielo —insistió Brisa testarudamente—. No sé cómo lo hizo. Tal vez la princesa Hirriwi le enseñó a volar y no nos habló nunca de ello. Es muy modesto. Pero lo hizo, las dos lo vimos.
—De acuerdo, de acuerdo —le dijo Cif—. Creo que será mejor que nos contéis toda la historia desde el principio.
—Pero primero necesitáis una taza de vino para calmaros y también calentaros. Habéis estado mucho tiempo afuera en una fría mañana que puede ser legendaria.
Abrió el cesto, sacó una jarra de vino fortificado y dos tacitas de plata, las llenó a medias e hizo que ambas niñas bebieran. A continuación sirvió vino a todos los demás.
—Dedos debe empezar —dijo Brisa—. Al principio yo estaba dormida.
La muchacha ilthmareña habló entonces:
—El capitán Fafhrd regresó de la excavación después de que todos los demás os marcharais. Tomó un poco de gahvey con aguardiente y empezó a pasear arriba y abajo, con el ceño fruncido y frotándose la frente, como si intentara pensar en algún problema. Estaba muy nervioso y raro. Finalmente cogió una jarra, colgó una lámpara de su gancho y fue a reunirse con vosotros. Desperté a Brisa y le dije que me parecía que deberíamos vigilarle.
—Es cierto —intervino Brisa—. Así que saltamos de la cama, corrimos al fuego y nos vestimos.
—Eso lo explica —dijo Afreyt.
—¿Qué? —preguntó Pshawri.
—Por qué Udall observó a Fafhrd durante tanto rato. Sigue, querida.
Brisa continuó:
—Era fácil seguir al tío Fafhrd gracias a su lámpara. De todos modos la oscuridad estaba disminuyendo y las estrellas se desvanecían. Al principio no intentamos darle alcance o hacerle saber que íbamos tras él.
—Temíais que os hiciera volver —conjeturó Cif.
—Es cierto. Al principio parecía seguiros, pero cuando girasteis al sur él continuó en línea recta hacia el este. Ya había bastante luz, aunque el sol todavía estaba oculto. De vez en cuando Fafhrd se detenía y miraba adelante, a la niebla, los tejados y el arco con las campanas que sobresalían de ella, y alzaba la cabeza para explorar el cielo —fue entonces cuando vi la flotilla de nubes— y alzaba la mano ante el rostro para invocar a los dioses y pedirles ayuda.
—¿Era la mano con la que sujetaba la jarra? —le preguntó Afreyt.
—Debía de serlo —replicó la niña—, pues no recuerdo que la lámpara subiera y bajara.
«La niebla nos envolvió y le perdimos de vista. Llegamos al Arco de la Luna y Dedos empezó a trepar por él antes de que pudiera decirle que eso está mal visto. Subió por encima de la niebla y llamó...
Brisa tendió una mano a Dedos, la cual continuó:
—Ciertamente, señores, vi al capitán Fafhrd volando por encima de la niebla, subiendo por la larga cuesta blanca, mientras que a buena distancia por encima de él estaba la meta de su potente ascensión... Sé que los ojos pueden sufrir una ilusión y que mi mente estaba llena de historias de marineros, pero os doy mi palabra como bruja novicia, había allí una nube densa que se parecía mucho a un barco blanco con un alto castillo de popa. La luz del sol brillaba en su casco plateado. Entonces el mismo sol me dio en los ojos y dejé de ver con claridad. Desde allí arriba le dije a Brisa algo de lo que veía y cuando bajé le conté el resto.
Brisa continuó el relato:
—Corrimos a través de Puerto Salado hasta el cabo oriental. La niebla se estaba disipando, pero no podíamos ver nada con claridad. Cuando llegamos allí, el Maelstrom hervía y se alzaba una bruma de sus aguas, pero por encima estaba despejado y vi al tío Fafhrd, ahora a mucha altura, al lado de la nave nubosa blanca, que sólo mostraba la quilla. Había cinco gaviotas a su alrededor. Entonces la bruma procedente de abajo se interpuso entre nosotros. Pensé que deberías saberlo, tía Afreyt. Pero como teníamos que pasar por el sitio de la excavación, decidimos decírselo primero a tía Cif.
—He visto lo que he visto, señores —añadió Dedos—. Pero por entonces el capitán Fafhrd estaba muy alto. Podría haberse tratado de una gran ave marina..., un mandragón marino escoltado por cinco halcones de mar.
Los oyentes intercambiaron miradas.
—Eso parece cierto —dijo Afreyt en voz baja—. La última vez que estuve con Fafhrd en el fondo del pozo, le noté raro.
—¿Crees lo que nos dicen estas niñas? —preguntó Groniger sólo con cierta incredulidad.
—Puedes estar seguro de que así es —respondió la madre Grum.
—Pero ¿por qué habría de dirigirse a seres aéreos en busca de consejo para rescatar a un hombre perdido bajo tierra? —quiso saber Skullick.
—No se pueden adivinar los propósitos de un visionario —le dijo Rill.
—Pero ¿qué hacemos ahora con respecto al Ratonero Gris? —le preguntó Cif a Afreyt—. Como portavoz de Fafhrd, ¿qué dices de enviar a Pshawri a Fuego Oscuro?
—Dejar que vaya, por supuesto, y que tenga suerte. Suerte y la inactividad de Loki —respondió la dama sin vacilación—. Aquí tienes provisiones, lugarteniente.
Sacó del cesto una pequeña
hogaza,
una salchicha dura y la jarra de vino dulce casi
vacía,
que serviría para transportar el agua fresca que podría recoger en el Último Manantial por el camino.
Tras un rápido vistazo para asegurarse de que los demás no estaban pendientes de ellos, Pshawri se dirigió a Afreyt en voz baja:
—Señora, ¿añadirás a tu amabilidad un favor más? —Y cuando ella asintió, le entregó un papel doblado escrito en tinta violeta con sellos verdes rotos—. Guárdame esto. Si no regresara (tales cosas suceden), dáselo al capitán Fafhrd, si ha vuelto. De lo contrario, léelo tú misma... y muéstralo a la señora Cif, a tu discreción.
—Así lo haré —dijo ella en voz baja, y entonces, adoptando de nuevo su tono normal, llamó—: Cif, querida, nos sustituirás a Fafhrd y a mí en la excavación. Te daré el anillo de Fafhrd.
—Así lo haré —respondió Cif, apartándose de la madre Grum, con la que había estado conversando.
Afreyt siguió diciendo:
—Ahora me toca a mí meditar un poco sobre alguien perdido... y ocuparme de que estas dos niñas demasiado cansadas duerman como es debido. Las llevaré a tu casa, Cif, y allí me ocuparé de todo. Skama, protégeme de las visiones, excepto si tú las inspiras.
Así, sin más ceremonia, los dos grupos y Pshawri se separaron: el último hacia el norte, en dirección al lejano y humeante Fuego Oscuro; Cif, Skullick y Rill regresaron a la excavación; Afreyt, Groniger, los ancianos fatigados y las niñas volvieron a Puerto Salado.
Dedos, que iba con el último grupo y de repente parecía tan fatigada como Afreyt la había descrito, se puso a recitar como si ya estuviera dormida y soñando.
Después de que el perro haya devorado su corazón,
el gato su hígado, y sus panes secretas
hayan sido arrancadas y devoradas por el cerdo,
tendrá un sueño más profundo que el de un tronco,
un príncipe de sombras con una túnica de niebla iluminada por la luna.
—¿Era tu hermano, princesa? —le preguntó Brisa, arrugando la nariz—. Veo que sabes los poemas más bonitos.
Al cabo de un momento, Afreyt le preguntó pensativa:
—Pero ¿qué clase de poema era ese, querida princesa? ¿De dónde lo has sacado?
Todavía con un sonsonete adormilado, la cansada muchacha respondió:
—Es la tercera estrofa aumentada de un hechizo de muerte quarmalliano que sólo es efectivo en su totalidad. —Sacudió la cabeza, parpadeó y se despertó más—. Pero ¿cómo sabía eso? —inquirió—. Mi madre nació en Quarmall, es cierto, pero ésa era otra de las cosas que no debíamos decir a la mayoría de la gente.
—Sin embargo, te enseñó ese hechizo de muerte quarmalliano —observó Afreyt.
Dedos meneó la cabeza decididamente.
—Mi madre nunca se ocupó de los hechizos de muerte ni me enseñó ninguno. Es realmente una bruja blanca. —Miró perpleja a Brisa y luego a Afreyt y preguntó—: ¿Por qué un recuerdo desaparece cada vez que intentas examinarlo con atención? ¿Será porque no podemos vivir eternamente?
Cuando la conciencia volvió a encenderse como una luz tenue y vacilante, resplandeció con más intensidad y finalmente brilló como el sol al mediodía en el cerebro del Ratonero Gris, éste habría jurado que estaba soñando, pues notaba el olor de la tierra de Lankhmar, con el denso aroma de los campos de cereales, la gran marisma salada, el río Hlal, las cenizas de innumerables fogatas y la podredumbre de una miríada de entidades, una mezcolanza de olores única en su género, y que él estaba oculto en una de las habitaciones más secretas de toda la ciudad de Lankhmar, una que conocía bien aunque la había visitado una sola vez. ¿Cómo era posible que su viaje subterráneo le hubiera llevado tan lejos, a dos mil leguas de distancia o más, por le menos la décima parte del perímetro de todo el mundo de Nehwon? Pero jamás en su vida había tenido un sueño en el que los muebles y los actores fuesen tan nítidos y susceptibles de escrutinio en todos sus detalles.
Pero como sabemos, el Ratonero tenía la costumbre al despertarse en cualquier parte de no mover más que un músculo ocular o hacer el menor sonido, ni siquiera el de la respiración profunda, hasta que hubiera observado y conociera a fondo la naturaleza de su entorno y sus propias circunstancias en el mismo.
Estaba cómodamente sentado con las piernas cruzadas más o menos a un codo lankhmarés (la longitud de un antebrazo) detrás de una mesa baja y estrecha al pie de la ancha cama, con sábanas de seda blanca tejidas de una manera curiosamente áspera, en la combinación subterránea de dormitorio y saloncito íntimo de Hisvet, la princesa de las ratas, que fue en otro tiempo su amante más atormentadora, hija del rico mercader de cereales de Hisvin, en la ciudad sepultada de Lankhmar Inferior. Sabía que se trataba de esa habitación y no de otra por sus colgaduras de color violeta claro, sus apliques de plata y otro medio centenar de detalles oportunos, y entre ellos los principales eran quizás dos paneles pintados en la pared del fondo, que representaban a la doncella desnuda y un cocodrilo eróticamente entrelazados, y un joven y una hembra de leopardo en una posición similar. Como había sucedido cinco años atrás, la habitación estaba iluminada por estrechos depósitos de gusanos de luz al pie de las paredes, pero ahora también por jaulas plateadas que colgaban de la cornisa y encerraban destellantes escarabajos de fuego, avispas luminosas, abejas nocturnas y moscas diamante que tenían el tamaño de tordos o estorninos. Sobre la mesa baja, ante el Ratonero, descansaba un reloj de agua con pileta visible, sobre el centro de la cual caía una gota de cada tercer aliento o duodécimo latido del corazón, trazando ondas circulares, y una botella de cristal tallado que contenía vino dorado claro, el cual le recordó que estaba terriblemente sediento.
Tal era el mobiliario de su sueño, visión o realidad. Entre los actores figuraba la esbelta Hisvet, vestida con una túnica violeta a los pies de la cama y su aspecto alegre, con una inocencia de colegiala y diabólicamente atractivo era el de siempre, el fino cabello rubio plateado recogido detrás de la cabeza, a través de un aro de plata. De pie ante ella, atentas y obedientes, estaban dos doncellas descalzas con el pelo muy corto y vestidas con túnicas idénticas, blanquinegras y muy ceñidas hasta las caderas. Hisvet les daba instrucciones o exponía ciertas reglas, al parecer, y ellas la escuchaban muy serias, aunque lo mostraban de maneras distintas, la morena asintiendo, sonriente, y con un brillo de aguda inteligencia en su mirada mientras que la rubia tenía una expresión reservada y distante, aunque con los ojos muy abiertos, como si estuviera memorizando cada palabra de Hisvet, inscribiendo cada una en un compartimiento de su cerebro reservado exclusivamente a ese fin.
Pero aunque Hisvet movía sus labios violeta y la punta de su lengua moteada de azul y rosa y de vez en cuando alzaba el dedo índice con gesto admonitorio y una vez tocó sucesivamente las puntas de los dedos extendidos de la mano izquierda para resaltar los puntos uno, dos, tres y cuatro, el Ratonero Gris no podía oír una sola palabra. Tampoco ninguna de las tres miraba en su dirección, ni siquiera la sensual morena cuya mirada se movía incansable de un lado a otro.
Puesto que ambas doncellas con sus túnicas cortísimas eran tan atractivas como su encantadora dueña, el hecho de que no le hicieran el menor caso empezó a herir no poco la vanidad del Ratonero.
Como por el momento no parecía tener otra cosa que hacer más que mirarlas, el Ratonero no tardó en experimentar el deseo de verlas desnudas. Con respecto a las doncellas, podría satisfacer su deseo limitándose a esperar. Hisvet tenía un instinto notable para tales cosas, y estaba totalmente dispuesta a permitir que otras mujeres agasajaran por ella... distribuyeran sus favores, por así decirlo.