Aunque al principio estas palabras parecieron desconcertarle, el delgado ex ladrón se puso en pie con una evidente sensación de alivio y afán creciente.
—Estoy contigo, señora, por supuesto, en cualquier esfuerzo por recuperar al capitán. ¿Qué he de hacer?
Mientras caminaban hacia la cabecera del pozo, ella se lo explicó. Los demás les siguieron con la mirada. Al cabo de un rato Skullick y Rill se levantaron y fueron tras ellos, y algo después lo hizo Groniger. Pero el viejo Ourph y la madre Grum así como Pisanieves y el otro perro, a los que habían quitado los arneses, permanecieron calientes al lado del fuego.
Un cubo cargado hasta más arriba de los bordes subía por el agujero. Una vez esparcida la tierra, Pshawri se colocó al lado del pozo, con las rodillas dobladas y un poco extendidas y la cabeza agachada, mirando afanosamente aquel objeto dorado y negro, el cubo con las cenizas empotradas, suspendido de un codo de bramante de marinero que había encontrado en su bolsa y sostenido en lo alto entre los dedos pulgar y anular de la mano izquierda.
Cif permanecía al norte de él, extendiendo su manto para impedir que pasara cualquier resto de la brisa del norte, aunque no parecía necesario. El frío aire estaba muy quieto.
Pero aunque el objeto parecía un péndulo, no se comportaba como tal, ni empezando a oscilar adelante y atrás en cualquier dirección ni todavía alrededor de un círculo o eclipse.
—Y tampoco hay ninguna vibración —informó Pshawri en voz baja.
Cif extendió un esbelto dedo índice y lo depositó con mucho cuidado en la juntura que formaban los dedos unidos del lugarteniente. Al cabo de tres latidos de corazón, ella asintió, confirmando lo que el hombre decía, y propuso:
—Vamos a intentarlo en el lado contrario del pozo.
—¿Por qué usas el dedo anular y la mano izquierda? —preguntó Rill con curiosidad.
—No lo sé —respondió el perplejo Pshawri—, Tal vez porque ese dedo parece el más sensible de todos, y la mano izquierda parece apropiada para la magia.
—¡Humm! —gruñó Groniger al oír la última palabra.
Fafhrd y Afreyt seguían cavando y cerniendo esforzada pero cuidadosamente en el fondo del pozo, que tenía ya un pie de profundidad. Desde lo alto, Cif les dio una explicación de lo que ella y Pshawri estaban haciendo, y concluyó:
—...y entonces nos moveremos en espiral a partir de aquí en círculos cada vez más anchos, tendiendo el péndulo cada pocos pies. Cuando obtengamos alguna reacción visible, si llega el caso, os lo señalaré.
Fafhrd agitó una mano para comunicarle que la había comprendido y reanudó la excavación.
La segunda vez se saldó con el mismo resultado. Pshawri y Cif se apartaron cuatro varas e iniciaron su primer rodeo metódico del pozo, tendiendo el péndulo cada pocos pasos. Uno tras otro, los escasos espectadores regresaron al lado del fuego, fatigados por la monotonía. Un cubo lleno de tierra llegó a la boca del pozo. Y, al cabo de un rato, otro.
Lentamente, la linterna de luz blanca que Cif se había llevado fue alejándose del pozo. Lentamente fue creciendo el montón de tierra excavada. Dedos y Brisa dormían abrazadas. Entretanto la luna llena se iba desplazando imperceptiblemente por el cielo occidental.
El tiempo transcurría.
La luna amarillenta no estaba a más de dos puños por encima del horizonte occidental que formaban las colinas centrales de la isla cuando la pala de Fafhrd tropezó con piedra. Habían ahondado el pozo un nuevo trecho equivalente a la altura de una mujer por debajo de la segunda hilera de puntales. Al principio Fafhrd creyó que la obstrucción era una piedra pequeña e intentó cavar a su alrededor. Afreyt le advirtió que no se precipitara pero él persistió. La piedra creció más y más. Pronto todo el suelo del pozo era un suelo llano de sólida roca.
Alzó los ojos hacia Afreyt.
—¿Qué hacemos ahora?
Ella meneó la
cabeza.
A
tiro de lanza al sudeste del pozo, los dos zahones empezaron a obtener resultados.
El péndulo formado por el bramante y el cubo suspendido de la mano izquierda de Pshawri, en vez de colgar verticalmente, como lo había hecho por lo menos cien veces sucesivas, empezó a moverse lentamente adelante y atrás, alejándose del pozo y dirigiéndose a él. Ambos lo miraron extrañados y suspicaces.
—¿Eres tú el causante de ese movimiento, Pshawri? —susurró ella.
—No lo creo —respondió el hombre, dubitativo.
Y entonces se produjo el milagro. Los movimientos del cubo hacia el agujero empezaron a acortarse progresivamente, mientras los que se alejaban de él se hicieron cada vez más largos, hasta que se detuvieron del todo y el cubo colgó tenso desviado del agujero y perceptiblemente fuera de la vertical.
—¿Cómo haces eso, Pshawri? —inquirió ella en un tono bajo y respetuoso.
—No lo sé —replicó él estremecido—. Se mueve solo. Y estoy notando una vibración.
Ella le tocó la mano con el dedo índice, como antes. Asintió casi de inmediato, mirando al lugarteniente con un temor reverencial.
—Llamaré a Afreyt y Fafhrd. No te muevas.
Sacó un silbato metálico de su bolsa y lo tocó. La nota era aguda y penetrante en el aire frío y quieto.
Los que estaban en el fondo del pozo la oyeron.
—Es la señal de Cif —dijo Afreyt.
Pero Fafhrd ya se había encaramado a la estaquilla más baja y escalaba las restantes, mano sobre gancho. Ella se colgó una de las linternas del brazo y le siguió, usando las dos manos y los pies.
Fafhrd exploró a su alrededor y vio un pequeño resplandor blanco en el helado prado, al otro lado del agujero junto al que ahora estaba. Aquel resplandor se movía adelante y atrás para
llamar la atención. El norteño miró el interior del pozo forrado de madera y distinguió en el pie la marca ocre amarillo que había hecho para indicar la dirección en la que había señalado Garra de Gato cuando la encontraron. Estaba alineada con la lámpara distante. Aspiró hondo, cogió la lámpara encendida de Afreyt, la sostuvo en alto y la movió dos veces de un lado al otro, a modo de respuesta. En seguida bajaron la luz del prado.
—Está claro —le dijo a Afreyt, bajando la lámpara—. La daga y la indicación del zahorí concuerdan. Ahora hay que cavar el pozo en esa dirección, con la base en la roca que acabamos de descubrir y forrado y techado con madera para evitar que se derrumbe.
Ella asintió y se apresuró a decir:
—Skullick ha sugerido antes que ése era el mensaje que quería transmitir el Ratonero Gris mediante la posición horizontal y la dirección en que apuntaba Garra de Gato.
Los ociosos les rodearon para enterarse de lo que ocurría. El norteño que estaba junto a la polea miró fijamente a Fafhrd. Éste continuó, absorto:
—Ese pasaje lateral debería ser estrecho y bajo a fin de ahorrar madera. Las tablas de apuntalamiento pueden aserrarse en tres trozos para hacer las paredes. Lateralmente podremos cavar con más rapidez, aunque hay que tener mucho cuidado al remover la tierra.
—Sin embargo —observó Afreyt— habrá que cavar con brío para abrir el pasadizo hasta el punto donde están ahora Cif y Skullick.
—Es cierto —respondió él—, como también lo es que el capitán Ratonero puede haber sido arrastrado hasta no sabemos qué distancia, a juzgar por la rapidez y facilidad con que se hundió primero. Podría estar en cualquier parte. No obstante, tengo la sensación de que es vital que sigamos cavando desde este punto, siguiendo la única pista sólida que procede de él: ¡la daga que apunta en una dirección determinada! Ésa es una pista más material que los indicios y sugerencias que puedan obtener los zahones. No, la excavación que hemos iniciado debe continuar, pues de lo contrario perderemos todo el impulso y la organización. Me impacienta que no estemos haciéndolo ya, pero yo mismo estoy por ahora demasiado frenético para hacer el trabajo adecuadamente y con las debidas precauciones. —Se dirigió a Afreyt—: Tú misma, querida, me has advertido que me estaba precipitando, y tenías
razón.
Se volvió hacia el hombre fornido que estaba junto a la polea y le ordenó:
—¡Ve en busca de Skor, Udall! Pídele... cortésmente... que venga aquí. —Udall se marchó. Fafhrd se volvió hacia Afreyt y le explicó—: Skor tiene la paciencia para la tarea que a mí me falta, por lo menos de momento. —El tono de su voz cambió—: Y en cuanto a ti, querida, ¿podrías no sólo continuar cerniendo sino también sustituirme en la dirección de toda la tarea en mi ausencia? Toma, aquí tienes mi sello. Llévalo en el puño. —Le tendió la mano derecha con los dedos extendidos, y ella extrajo el anillo del meñique—. Quiero alejarme un poco, pues no puedo pensar bien en compañía, y reflexionar sobre este asunto, sobre otras maneras de rescatar al Ratonero aparte de cavar y usar el método de los zahoríes. Estoy seguro de que al final regresará aquí, saldrá del inframundo por el mismo lugar por donde ha entrado (por eso debemos seguir cavando en este sitio) y, no obstante, ése es como mucho el final más probable. Hay otras mil posibilidades a tener en cuenta, Me arde la mente. El Ratonero y yo nos hemos visto en cien apuros y situaciones penosas tan malas como ésta.
«¿Harás eso por mí? —concluyó—. Puedes asignar la labor de cerner a Rill o dos de las niñas, o incluso, si es necesario, a la madre Grum.
—Déjalo de mi cuenta, capitán —dijo ella, frotándole la mandíbula con los nudillos de la mano derecha, en cuyo dedo anular lucía ahora el sello de plata con las espadas cruzadas.
Su acción fue juguetona, afectuosa, pero sus ojos violeta tenían una expresión de inquietud y el tono de su voz una seriedad mortal.
Pisanieves había respondido tan rápidamente como Fafhrd al silbato de Cif, echando a correr a través del prado helado. Se detuvo ante Cif, la cual aún hacía señales con la lámpara sostenida en alto. Entonces miró al agachado Pshawri y el objeto que colgaba extrañamente de la mano firme del lugarteniente. Lo husmeó con cautela y suspicacia, emitió un gañido de reconocimiento y corrió por el prado otras diez varas, con el morro casi pegado al suelo, hasta que se detuvo, miró atrás y ladró dos veces.
Cif bajó la lámpara al recibir la señal de respuesta de Fafhrd desde la boca del pozo. Pshawri le pidió:
—¿Quieres señalar este sitio, señora? Creo que deberíamos seguir a Pisanieves y avanzar a toda prisa mientras el olor que husmea sea intenso, usando el Apaciguador como un péndulo de zahorí a intervalos.
Utilizando el mango de su daga como martillo, Cif clavó en el suelo, donde Pshawri había sostenido el péndulo, una de las pequeñas estacas que llevaba consigo, a la que ató un trozo de cinta gris que sacó de su bolsa.
—Creo que tienes razón —le dijo—. Aunque mientras señalaba, pensé que la ceniza que usamos para esta tarea es de Loki y tal vez nos guía hacia él en vez de hacerlo hacia el Ratonero, y sé por experiencia que ese dios podría conducirnos a persecuciones inútiles, a la búsqueda de extrañas quimeras.
—No, señora —le aseguró Pshawri—. Las señales que obtengo son del capitán. Conozco sus vibraciones. Y Pisanieves nunca le confundiría con ese dios extraño y tramposo. Aún más, esta vez el perro no ha aullado, como lo hizo tan lastimeramente cuando la luna estaba alta, sino que se limitó a gañir..., señal de que husmea a un ser vivo, no una carroña.
—Le tienes mucho cariño al capitán, ¿verdad? —observó Cif—. Ruego a Skama que estés en lo cierto. Sigamos, pues, adelante. Los otros ya nos ciarán alcance.
Se refería a las cinco formas oscuras entre ella y la fogata y las demás luces alrededor de la boca del pozo: Rill, Skullick, Groniger, Ourph y la madre Grum, cuya curiosidad iba en aumento. Más allá de ellos y las luces alrededor de la boca del pozo, la luna poniente estaba tocando el horizonte, como si fuese a aterrizar entre las colinas centrales de la isla.
Fafhrd, que había regresado junto a la fogata ahora solitaria se sirvió medio
tazón
del gahvey que hervía a fuego lento, lo perfumó con aguardiente, se bebió la mitad de un gran trago y se dispuso a pensar sagaz y sistemáticamente en la penosa situación del Ratonero Gris, como le había dicho a Afreyt que haría.
En seguida descubrió que no podría dominar de esa manera la zarabanda de sus pensamientos y fantasías. Tampoco el resto del tazón, que apuró de otro trago, transformaron el tormentoso desorden en tranquilidad y lógica.
Paseó un poco, moviéndose en círculos, pero dejó de hacerlo cuando vio que empezaba a contorsionarse y patear el suelo, buscando frenéticamente el dominio de sí mismo. Agitó los dedos ante su rostro, como si tratase de conjurar apariciones en el aire.
En una repentina y frenética inversión de su actitud, se preguntó si deseaba realmente rescatar al Ratonero. Que su viejo camarada de gris escapara por sus propios medios. ¡Por Kos, ya se las había ingeniado bastante a menudo en el pasado!
Le habría gustado confrontar sus imaginaciones más desenfrenadas con el pragmatismo de Rill, la porfiada razón de Groniger, los dogmáticos razonamientos brujeriles de la madre Grum o el fatalismo mingol de Ourph. Pero todos ellos habían seguido a los zahoríes. Les había dicho a Afreyt que deseaba soledad, pero ahora le preocupaba cómo un hombre podía pensar sin hablar. Se sentía confuso, aturdido y liviano, como si un soplo de viento pudiera derribarle.
Miró las cosas que le rodeaban: el fuego, la sopa, la madera amontonada, las ropas de las niñas que se calentaban, la tienda en que se refugiaban, sus camastros.
Se dijo que no necesitaba hablar con las niñas. Que durmieran, ojalá también él pudiera hacerlo.
Pero su extraño nerviosismo iba en aumento. Finalmente, para librarse de él mediante la acción, cogió una nueva jarra de aguardiente con la mano derecha, aferró una lámpara con el gancho y partió a través del prado hacia los zahoríes.
Caminó de una manera desigual, desviándose y corrigiéndose a sí mismo. No estaba seguro de que quisiera dar alcance a los zahoríes, pero tenía que moverse o de lo contrario estallaría.
En el cómodo nido desde donde había estado observando todas las acciones de Fafhrd, Dedos despertó a Brisa tirándole de la fina y rubia cabellera.
—Me has hecho daño, loca —protestó la muchacha isleña, restregándose los ojos—. Nadie me había despertado jamás de ese modo.
—Duele más donde más amas —recitó la camarera de a bordo como si lo hiciera de memoria, y, en un tono más animado, siguió diciendo—: Sabía que querrías estar bien despierta, querido demonio, para escuchar las últimas noticias de tu heroico tío de nombre farfullante.