La Hermandad de las Espadas (30 page)

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Authors: Fritz Leiber

Tags: #Fantástico

BOOK: La Hermandad de las Espadas
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—El capitán debe de tener frío ahí abajo —susurró Pshawri con un estremecimiento involuntario.

—Estás preocupadísimo por él, ¿no es cierto? —observó Cif—. Más allá de lo ordinario. Vengo observándolo desde hace un par de semanas, desde que recibiste una misiva escrita en tinta violeta y con un sello verde que trajo el último mercante de Lankhmar antes de que llegara la
Comadreja.

—Tienes una mirada aguda, señora.

—La vi cuando el capitán Ratonero vació la saca del correo. ¿De qué se trata, Pshawri?

Él meneó la
cabeza.

—Con todo el respeto, señora, es un asunto que sólo nos concierne al capitán y a mí... y a otra persona. No puedo hablar de ellos sin su permiso.

—¿Lo sabe el capitán?

—Creo que no, aunque no estoy seguro.

Cif
habría
continuado su interrogatorio, aunque la renuncia de Pshawri a responder por extenso parecía auténtica y bien arraigada —y era más que algo misteriosa— pero en aquel momento las cinco personas que habían estado junto al fuego llegaron a su lado y se perdió la atmósfera apropiada para intercambiar confidencias. Cif y Pshawri tuvieron la sensación de que estaban dando un espectáculo, pues durante las dos siguientes pruebas con el péndulo cada uno de los recién llegados vio por sí mismo y de cerca el milagro del pesado cubo con las cenizas empotradas que se movía realmente, apartándose de la boca del pozo definitiva aunque ligeramente. Al final incluso el escéptico Groniger se convenció.

—Debo dar crédito a mis ojos —dijo a regañadientes—, aunque la tentación de no hacerlo es fuerte.

—Creer en estas cosas de día se hace cuesta arriba —señaló Rill—, Es mucho más fácil de noche.

La madre Grum asintió.

—Lo mismo ocurre con la brujería.

El sol ya había salido, abriéndoles un sendero amarillo a través de la parte superior de la niebla, que persistía extrañamente.

Tanto Cif como Pshawri tuvieron que responder a las presuntas sobre las sutiles vibraciones del cordel imperceptibles a la vista.

—Es algo que está ahí, simplemente, un ligero temblor —dijo ella.

—No puedo deciros cómo sé que proviene del capitán—tuvo que admitir él—. Lo siento así.

Groniger soltó un bufido.

—Ojalá pudiera estar tan segura como Pshawri —les dijo Cif—. Yo no lo relaciono con el Ratonero.

Otras dos pruebas con el péndulo les llevó a la vista de la costa meridional de la isla. Se dispusieron a hacer una tercera prueba a pocos pasos de donde terminaba el prado para dar paso a una pendiente rocosa y bastante pronunciada que se extendía unos diez pasos más hasta la estrecha playa lamida por las pequeñas olas del Mar Exterior. Hacia el oeste aquel pequeño acantilado se empinaba gradualmente y se aproximaba a la vertical. Al este, la niebla testaruda llegaba a tiro de flecha de donde ellos estaban. Más lejos veían, alzándose de la blancura, los extremos de los mástiles de las naves ancladas en el puerto de la ciudad o amarrados en sus muelles.

Le tocaba a Pshawri el turno de probar con el péndulo. Parecía algo nervioso y sus movimientos eran más rápidos, aunque bastante firmes, mientras se colocaba en posición con las piernas dobladas y el ojo derecho centrado en la juntura de los dedos que agarraban el cordel.

Cif y Rill se habían arrodillado a los lados, para observar el péndulo desde el nivel de los ojos. Parecieron a punto de hacer una observación, pero Pshawri, cuyo punto de mira era superior, se lo impidió.

—La inclinación ya no se dirige al sudeste —les dijo en un tono rápido y estridente—, ahora el péndulo apunta directamente hacia abajo.

Se oyeron murmullos bajos y un «¡sí!» por parte de Rill. Cif sugirió en seguida que ella repetiría la prueba y el lugarteniente le dio el péndulo de inmediato, aunque su nerviosismo parecía ir en aumento. Se situó entre ella y el agua. Los demás les rodearon. Rill seguía arrodillada.

—Sigue tirando hacia abajo —dijo Rill al cabo de un rato, y Rill volvió a confirmarlo—, Y la vibración.

Entonces intervino Skullick:

—Si el ladeo significa que se mueve en esa dirección, entonces el hecho de que apunte hacia abajo quiere decir que el Capitán Ratonero está debajo de nosotros pero ahora no se mueve.

Cif le miró.

—Si se trata del Capitán.

—Pero ¿cómo es posible todo esto? —preguntó el perplejo Groniger, meneando la cabeza.

—Mirad —dijo Rill en un tono extraño—. El péndulo vuelve a moverse.

Todos contemplaron la nueva maravilla. El péndulo volvía a oscilar adelante y atrás entre la dirección de la boca del pozo y el mar, pero por lo menos cinco veces más lento de lo que lo ha ría un péndulo de su longitud. Semejante lentitud parecía imposible.

Cuando Skellick habló, había un temor reverencial en su voz generalmente irreverente.

—Es como si ahora mismo ahí abajo estuvieran paseando de un lado a otro.

—Tal vez ha encontrado un túnel marino —sugirió la madre Grum.

—Esas fábulas... —gruñó Groniger.

Sin previo aviso, el péndulo de color oscuro con destellos dorados se movió bruscamente hacia el mar y el cordón, al tensarse, tiró de la mano de Cif. Ésta emitió una exclamación de dolor y el péndulo siguió adelante, arrastrando el cordón como la cola de un cometa, y estuvo a punto de estrellarse contra la cabeza de Rill. Pshawri se lanzó contra él con la mano derecha ahuecada y aferró el cubo, que le golpeó audiblemente la palma. Cerró la otra mano sobre el objeto mientras él mismo rodaba y se ponía en pie con ambas manos fuertemente apretadas, como si enjaularan a un animalillo o un gran insecto, el cordel oscilando entre ellas, y regresó al lado de Cif mientras los demás observaban fascinados.

Skullick habló en un tono casi religioso.

—Es como si, después de pasear de un lado a otro, el capitán hubiera salido disparado bajo el mar, a través de la sólida tierra, como un rayo..., si es posible imaginar tal cosa.

Alzando los codos, Pshawri se dirigió a Cif:

—Señora, ¿me haces el favor de abrirme la bolsa?

Ella estaba examinando las yemas enrojecidas del anular y

el pulgar de la mano izquierda, despellejadas por el brusco tirón Hel cordel, pero se apresuró a obedecer al lugarteniente, poniendo cuidado para no utilizar los dos dedos magullados.

Pshawri metió el cubo en la bolsa y siguió diciendo:

—Ahora ata el cordel alrededor del botón... no, a través del ojal que hay en el centro de la tapa. Haz un nudo cuadrado. Aunque ahora no se mueve, es mejor tenerlo a buen recaudo. Ya no confío en él, al margen de lo que nos haya indicado.

Cif siguió las instrucciones que le daba sin discusión.

—Estoy totalmente de acuerdo contigo, lugarteniente Pshawri —le dijo—. De hecho, no creo en absoluto que el cubo haya seguido los movimientos del Ratonero bajo tierra, excepto tal vez al principio, para ponernos en marcha.

El nudo estaba firmemente atado. Cuando Pshawri retiró las manos, ella cerró la tapa de la bolsa y abrochó sus tres botones.

—Entonces, ¿a qué poder crees que responde? —le preguntó Rill, poniéndose en pie.

—Al de Loki —afirmó Cif—. Creo que quiere llevarnos a una búsqueda quimérica a través del mar. Todo esto tiene la marca de su proceder: un señuelo fascinante, extraños acontecimientos mezclados con dolorosas sorpresas. —Se metió en la boca los dedos magullados y los lamió.

—Parece, en efecto, responder a su conducta tramposa —convino Rill.

—Es un dios facineroso, de eso no cabe duda —asintió la madre Grum—. Y vengativo. Probablemente es quien ha enviado ahí abajo al capitán Ratonero.

—Lo que es más —murmuró Cif, todavía con los dedos en la boca—. Creo que conozco la manera de frustrar sus maquinaciones y tal vez de rescatar al Ratonero.

—¡Eh, zahones! —les llamó una voz nueva y vibrante. Al volverse vieron que Afreyt avanzaba briosamente por el prado, llevando un cesto de junquillos trenzados—. Hay noticias de la excavación que creo que todos debéis saber, pero especialmente Cif. Por cierto, ¿dónde está Fafhrd?

—No le hemos visto, señora —dijo Pshawri.

—¿Por qué habría de estar aquí? —inquirió Groniger con semblante inexpresivo.

—Hombre, dejó de cavar para tomarse un descanso y pensar a solas —explicó Afreyt, que ya había llegado a su lado y dejó el cesto sobre la hierba—. Pero entonces Udall y otro le vieron coger una jarra y una lámpara y dirigirse hacia vosotros. Udall dijo que no tenían nada que hacer y le estuvieron mirando hasta que recorrió la mitad de la distancia.

—Ninguno de nosotros le ha visto —le aseguró Cif. —Pero ¿dónde están Brisa y Dedos? —inquirió Afreyt a continuación—. Su camastro en la tienda estaba vacío y han desaparecido sus ropas que se estaban calentando junto al fuego. Creo que deben de haber seguido a Fafhrd, como han hecho durante toda la noche.

—Tampoco a ellas les hemos visto el pelo —insistió Cif—. Pero
t
¿cuáles son esas noticias de que hablabas?

—Pero entonces, ¿en qué parte de Nehwon...? —empezó a decir Afreyt, mirando a los demás, todos los cuales hicieron! gestos negativos con la cabeza. Afreyt pensó que era mejor dejarlo y se dirigió a Cif—: Creo que esto te satisfará. Hemos avanzado unos quince pasos por el corredor lateral..., la excavación era más rápida que hacia abajo, se trataba de un trecho blando, de arena, y era más fácil apuntalar, a pesar de la tarea añadida de colocar un techo... y mira lo que encontramos empotrado en la tierra.

Y entregó a Cif una funda de daga salpicada de partículas de tierra.

—¿Es la de Garra de Gato? —La misma.

—¡Muy bien! —exclamó Cif mientras la examinaba ávidamente. Y estaba tendida en sentido horizontal, con la punta hacia nosotros—siguió diciendo Afreyt—, como si la tierra se la hubiera arrancado del cinto cuando le arrastraban o avanzaba de alguna otra manera, o como si la hubiera dejado así para darnos una pista.

—Eso demuestra que el capitán Ratonero está, efectivamente, ahí abajo —dijo Skullick.

—Desde luego, aumenta la importancia de los dos hallazgos anteriores de la daga y la capucha —admitió Groniger.

—Comprenderéis, pues, por que quería decírselo en seguida a Fafhrd —siguió diciendo Afreyt. Y, naturalmente, también a ti, Cif. Pero ¿qué ha ocurrido con el péndulo? ¿Qué os ha traído a la costa? No le habréis localizado incluso aquí, tan lejos... ¿o sí?

Cif le contó a Afreyt lo sucedido, cómo el péndulo había tratado de escaparse durante la última prueba de sus poderes y ya
'
no era posible confiar en él, y también su suposición de que 5 Loki estaba detrás de todo ello.

Al oír estas palabras, Afreyt comentó:

—El mismo Fafhrd me advirtió que las pruebas obtenidas con el péndulo serían inciertas y ambiguas comparadas con las pistas que daría la excavación. Creía que ésta debería proseguirse en todo caso, a fin de mantener abierta una salida del Inframundo para el Ratonero Gris en el mismo lugar por donde había entrado. Es muy posible que tengas razón en eso de que Loki trata de confundirnos. Era un dios tramposo, como sabes mejor que yo, y amaba la destrucción por encima de cualquier otra cosa. Y tampoco Odín era digno de confianza, un dios capaz de llevarse la mano de Fafhrd después del afectuoso culto que éste le había prodigado...

—Señora Cif —dijo entonces Pshawri—, poco antes de que la señora Afreyt se reuniera con nosotros, dijiste que creías saber la manera de frustrar los manejos de Loki y despejar el camino para el regreso del capitán Ratonero.

Cif asintió.

—Puesto que el cubo con la ceniza no nos sirve como talismán, creo que uno de nosotros debería cogerlo y arrojarlo al pozo de llamas, el lago de lava fundida del volcán Fuego Oscuro, confiando así en que Loki vuelva a su elemento propio y quizás mitigue su ira contra el capitán.

—¿Y perder para siempre uno de los iconos de la isla, el Cubo Dorado del Juego Limpio? —protestó Groniger.

—Ese oro está contaminado para siempre con la esencia del dios forastero —le informó la madre Grum—, algo que yo no puedo exorcizar. La idea de Cif es buena.

—Un icono de oro se puede hacer de nuevo y volver a santificarlo —observó el viejo Ourph—. Un hombre no.

—No puedo argumentar nada contra semejante acción, aunque me parece producto de la pura y simple superstición —dijo Groniger en tono cansado—. Los acontecimientos de esta mañana me han dejado al margen de mi elemento natural, que es la razón.

—Y si debe hacerse —siguió diciendo Cif—, eres tú Pshawri, quien debe hacerlo. Tú arrebataste el cubo con las cenizas de las fauces del Maelstrom. Debes ser tú quien lo devuelva al fuego.

—Si esa maldita cosa se deja arrojar al pozo llameante —intervino Skullick, que por fin había recuperado su irreverencia habitual—. Arrójalo y se irá volando adonde sólo saben los dioses.

—No temas, encontraré la manera de obligarle —le aseguró el joven lugarteniente, con una firmeza en su tono que era desacostumbrada en él. Se volvió hacia Cif—: Desde lo más profundo de mi corazón, te doy las gracias, señora, por la tarea que me has encomendado. Cuando arrebaté ese condenado objeto de las fauces del torbellino, creo que condené al capitán Ratonero a su atroz situación actual. No deseo más que reparar esa falta.

—Esperad todos un momento —intervino Afreyt—. También yo me inclino a arrojar el Apaciguador al Fuego Oscuro. Creo que es lo más sensato que podemos hacer. Pero éste es un paso que puede significar la vida o la muerte del capitán Ratonero, y no creo que debamos hacerlo sin el consentimiento del capitán Fafhrd, su camarada cíe toda la vida. Llevo su anillo, es cierto, pero en este caso no voy a hablar por él. Así pues, vuelvo a lo de antes: ¿dónde está Fafhrd?

—¿Quiénes son esos que vienen hacia nosotros desde Puerto Salado? —la interrumpió Rill en un tono apremiante—. Si no me equivoco, pueden traernos noticias relacionadas con esa cuestión.

Finalmente la manta de niebla extendida por el este se estaba deshaciendo bajo el silencioso bombardeo de los brillantes rayos de sol, aunque estos últimos perdían parte de su fuerza dorada a medida que el astro ascendía en el cielo. A través de los blancos jirones avanzaban lentamente dos figuras ligeras vestidas de blanco, las cuales agitaron las manos y echaron a correr cuando vieron que las observaban. Al acercarse más, se vio .] que los ojos de la pelirroja eran grandes en su rostro pequeño, pero los de la rubia plateada más grandes todavía.

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