—Es un ghola, no un clon.
—Entiendo.
—¿Realmente? Requiere el más cuidadoso adiestramiento prana–bindu en todos los estadios.
—Exactamente las órdenes de Taraza —dijo Teg—. Y todos nosotros obedeceremos esas órdenes.
Schwangyu se inclinó hacia adelante, sin ocultar su irritación.
—Se os ha pedido que adiestréis a un ghola cuyo papel a distintos niveles es de lo más peligroso para todos nosotros. ¡No creo que comprendáis ni remotamente qué es lo que vais a adiestrar!
Qué
vais a adiestrar, pensó Teg. No
a quién
. Aquel niño–ghola nunca sería un
quién
para Schwangyu o cualquiera de las otras que se oponían a Taraza. Quizá el ghola no fuera un
quién
para nadie hasta ser restaurado a su yo original, asentado firmemente en su identidad original de Duncan Idaho.
Teg vio claramente ahora que Schwangyu exhibía más que ocultaba reservas hacia el proyecto ghola. Se hallaba en una oposición activa, tal como Taraza le había advertido. Schwangyu era un enemigo, y las órdenes de Taraza habían sido explícitas:
—Protegeréis a ese muchacho contra cualquier amenaza.
Diez mil años desde que Leto II inició su metamorfosis de ser humano a gusano de arena de Rakis, y los historiadores aún discuten acerca de sus motivos. ¿Fue movido por el deseo de una larga vida? Vivió más de diez veces la media normal de trescientos años estándar, pero consideremos el precio que pagó por ello. ¿Fue el anhelo de poder? Es llamado el Tirano por buenas razones, pero ¿qué le proporcionó el poder que un ser humano pudiera desear? ¿Fue impulsado a salvar a la humanidad con su sacrificio? Solamente tenemos sus propias palabras acerca de la Senda de Oro para responder a eso, y yo no puedo aceptar las grabaciones hechas por él mismo de Dar–es–Balat. ¿Puede que existieran otras gratificaciones, que tan sólo sus experiencias pudieran iluminar? Sin mayores pruebas, la pregunta es debatible. Nos vemos reducidos a decir únicamente que «¡Lo hizo!». Tan sólo el hecho físico es innegable.
La metamorfosis de Leto II, discurso de Gaus Andaud en el 10.000 aniversario
Una vez más, Waff supo que estaba en lashkar. Esta vez las estacas eran tan altas como era posible. Una Honorada Matre de la Dispersión solicitaba su presencia. ¡Una powindah de powindah! Descendientes de los tleilaxu en la Dispersión le habían contado todo lo que sabían acerca de esas terribles mujeres.
—¡Mucho más terribles que las Reverendas Madres de la Bene Gesserit! —habían dicho.
Y más numerosas
, se recordó Waff.
Tampoco creía completamente a los descendientes tleilaxu que habían regresado. Sus acentos eran extraños, sus actitudes más extrañas todavía, y su observancia de los rituales cuestionable. ¿Cómo podían ser readmitidos al Gran Kehl? ¿Qué posible rito del ghufran podía limpiarlos después de todos esos siglos? Estaba mucho más allá de toda creencia el que hubieran mantenido guardado el secreto tleilaxu a lo largo de las generaciones.
Ya no eran hermanos–malik, y sin embargo eran la única fuente de información que poseían los tleilaxu acerca de esos Perdidos que regresaban. ¡Y las revelaciones que habían traído consigo! Revelaciones que habían sido incorporadas a los gholas de Duncan Idaho… valía la pena correr los riesgos de contaminación de la maldad powindah.
El lugar de reunión con las Honoradas Matres era la presunta neutralidad de una no–nave ixiana que giraba en una órbita estable en torno a un planeta gaseoso gigante elegido mutuamente en un sistema solar abandonado del antiguo Imperio. El propio Profeta había extraído hasta el último gramo de riqueza minera de aquel sistema. Los nuevos Danzarines Rostro ocupaban varios puestos como ixianos en la tripulación de la no–nave, pero Waff seguía temiendo aquel primer encuentro. Si esas Honoradas Matres eran realmente más terribles que las brujas Bene Gesserit, ¿no sería detectada la sustitución de los tripulantes ixianos por Danzarines Rostro?
La selección de aquel lugar de encuentro y los distintos arreglos habían creado tensión entre los tleilaxu. ¿Era seguro aquello? Se tranquilizó pensando que llevaba consigo dos armas ocultas que jamás habían sido vistas fuera de los planetas más interiores de los tleilaxu. Las armas eran el concienzudo resultado de largos esfuerzos por parte de sus artífices: dos minúsculos lanzadores de dardos ocultos en sus mangas. Llevaba años entrenándose con ellos, hasta que el agitar de las mangas y la descarga de los dardos envenenados se habían convertido casi en un reflejo instintivo.
Las paredes de la sala de reunión estaban adecuadamente decoradas en tonos cobrizos, evidencia de que estaban protegidas contra los dispositivos espía Ixianos. ¿Pero qué instrumentos podía haber desarrollado la gente de la Dispersión más allá del saber Ixiano?
Waff entró en la estancia con paso vacilante. La Honorada Matre estaba ya allí, sentada en una silla basculante de piel.
—Me llamarás del mismo modo que me llama todo el mundo —le saludó la mujer—. Honorada Matre.
Hizo una reverencia, tal como se le había instruido que debía hacer.
—Honorada Matre.
Ningún asomo de poderes ocultos en su voz. Una contralto baja, con insinuaciones que hablaban de desdén hacia él. Tenía el aspecto de una atleta o acróbata envejecida, perdidos sus reflejos y retirada, pero conservando aún su tono muscular y algunas de sus habilidades. Su rostro era una piel tensa sobre un cráneo con pronunciados pómulos. La boca de finos labios daba una sensación de arrogancia cuando hablaba, como si cada palabra fuera proyectada hacia abajo sobre un interlocutor insignificante.
—¡Bien, entra y siéntate! —ordenó, señalando con una mano hacia una silla basculante frente a ella.
Waff oyó el silbido de la puerta cerrándose tras él. ¡Estaba a solas con ella! La mujer llevaba un detector. La vio recoger su información llevando su mano al lugar donde lo tenía emplazado, su oído izquierdo. Sus lanzadores de dardos habían sido sellados y «lavados» contra detectores, y luego mantenidos a menos 340 grados Kelvin en un baño de radiación durante cinco años estándar para asegurar que eran a prueba de detectores. ¿Era eso suficiente?
Con suavidad, se dejó caer en la silla indicada.
Unas lentes de contacto teñidas de color naranja cubrían los ojos de la Honorada Matre, proporcionándole una apariencia felina. Resultaba intimidante. ¡Y sus ropas! Unos leotardos rojos debajo de una capa azul oscuro. La superficie de la capa había sido decorada con algún material perlino para producir extraños arabescos y diseños dragoniles. Permanecía sentada en su silla como si se tratara de un trono, sus manos parecidas a garras descansando relajadamente sobre sus brazos.
Waff miró a su alrededor. Su gente había inspeccionado aquel lugar en compañía de un equipo de trabajadores ixianos de mantenimiento y representantes de la Honorada Matre.
Hemos hecho todo lo que hemos podido,
pensó, e intentó relajarse.
La Honorada Matre se echó a reír.
Waff se la quedó mirando con una expresión tan calmada como consiguió producir.
—Estáis midiéndome —acusó. Os estáis diciendo que poseéis enormes recursos que emplear contra mí, sutiles y vulgares instrumentos para llevar adelante vuestras órdenes.
—No emplees este tono conmigo. —Las palabras eran suaves y átonas, pero arrastraban un tal peso en veneno que Waff casi retrocedió.
Contempló los correosos músculos de las piernas de la mujer, con la tela rojo oscuro de los leotardos que cubrían su piel como si fuera una parte orgánica de ella misma.
La hora de la entrevista había sido ajustada de modo que coincidiera con la media mañana de ambos, habiendo sincronizado sus períodos de sueño durante el camino. Sin embargo, Waff se sentía como dislocado, y eso era una desventaja. ¿Y si las historias de sus informadores eran ciertas? Ella debía tener armas allí.
Ella le sonrió sin ningún humor.
—Estáis intentando intimidarme —dijo Waff.
—Y estoy teniendo éxito.
La ira hirvió dentro de Waff. Impidió que se trasluciera en su voz.
—He acudido a vuestra invitación.
—Espero que no lo hayas hecho para iniciar una confrontación que seguramente vas a perder —dijo ella.
—He venido para firmar una alianza entre nosotros —dijo él. Y se preguntó:
¿Qué necesitan de nosotros? Seguramente deben necesitar algo.
—¿Qué alianza puede existir entre nosotros? —preguntó ella—. ¿Pretendes construir un edificio en una balsa que se está desintegrando? ¡Ja! Los acuerdos pueden ser rotos, y a menudo así ocurre.
—¿Sobre qué bases debemos negociar? —preguntó él.
—¿Negociar? Yo no negocio. Estoy interesada en este ghola que hicisteis para las brujas. —Su tono no dejaba traslucir nada, pero el corazón de Waff empezó a latir aceleradamente.
En una de sus vidas ghola, Waff se había adiestrado a las órdenes de un Mentat renegado. Las capacidades de un Mentat estaban más allá de él y, además, razonar con él requería palabras. Se habían visto obligados a matar al Mentat powindah, pero había habido algunas cosas de valor en la experiencia. Waff se permitió una pequeña mueca de desagrado ante el recuerdo, pero rememoró las cosas de valor que había aprendido.
¡Ataca y absorbe los datos que produce ese ataque!
—¡No me ofrecéis nada a cambio! —dijo en voz muy alta.
—La recompensa es a mi discreción —dijo ella. Waff mostró una sonrisa desdeñosa.
—¿Estáis jugando conmigo?
Ella exhibió unos blancos dientes en una sonrisa felina.
—No sobrevivirías a mi juego, no aunque lo quisieras.
—¡Así que debo depender de vuestra voluntad!
—¡Dependencia! —La palabra fue escupida de su boca como si produjera una sensación de desagrado—. ¿Por qué vendéis esos gholas a las brujas y luego matáis a los gholas?
Waff apretó los labios y permaneció en silencio.
—De alguna forma habéis cambiado a este ghola sin alterar sus posibilidades de recuperar sus memorias originales —dijo la mujer.
—¡Sabéis tanto! —dijo Waff. No era una burla y, esperaba, no revelaba nada.
¡Espías!
¡Ella tenía espías entre las brujas! ¿Había también algún traidor en el cuartel general tleilaxu?
—Hay una muchacha en Rakis que figura en los planes de las brujas —dijo la Honorada Matre.
—¿Cómo sabéis esto?
—¡Las brujas no realizan ningún movimiento sin nuestro conocimiento! ¡Estás pensando en espías, pero no puedes llegar a saber lo lejos que llegan nuestros brazos!
Waff se sintió desanimado. ¿Podía leer ella su mente? ¿Era aquello algo que había nacido de la Dispersión? ¿Un extraño talento de ahí afuera que la semilla original humana no podía observar?
—¿Cómo habéis cambiado a ese ghola? —preguntó ella.
¡La Voz!
Waff, armado contra tales artilugios por su maestro Mentat, casi estuvo a punto de saltar en respuesta. ¡Aquella Honorada Matre tenía algunos de los poderes de las brujas! Había sido algo tan inesperado procediendo de ella. Uno esperaba esas cosas de una Reverenda Madre, y estaba preparado. Necesitó un tiempo para recobrar el equilibrio. Unió sus manos frente a su barbilla.
—Posees interesantes recursos —dijo ella.
Una expresión infantil cubrió los rasgos de Waff. Sabía la desarmante inocencia que podía exhibir.
¡Ataca!
—Sabemos cuánto habéis aprendido de la Bene Gesserit —dijo.
Una expresión de rabia barrió el rostro de la mujer y desapareció.
—¡No nos han enseñado nada!
Waff alzó su voz hasta un humorístico nivel suplicante, halagando.
—Por supuesto, esto no es ninguna negociación.
—¿No lo es? —Ella pareció realmente sorprendida.
Waff bajó sus manos.
—Vamos, Honorada Matre. Estáis interesada en ese ghola. Habláis de cosas en Rakis. ¿Qué pensáis darnos a cambio?
—Muy poco. Te estás volviendo menos valioso a cada instante.
Waff captó la fría máquina de la lógica en su respuesta. No había ninguna capacidad Mentat en ello, sino algo mucho más estremecedor.
¡Ella es capaz de matarme aquí mismo!
¿Dónde estaban sus armas? ¿Necesitaba realmente armas? No le gustaba la apariencia de aquellos fibrosos músculos, los callos en sus manos, el brillo del cazador en sus ojos naranja. ¿Era posible que sospechara (o incluso supiera) acerca de los lanzadores de dardos en sus mangas?
—Nos enfrentamos a un problema que no puede ser resuelto por medios lógicos —dijo ella.
Waff la miró sorprendido. ¡Un Maestro Zensunni hubiera podido decir aquello! Él se lo había dicho a sí mismo en más de una ocasión.
—Probablemente nunca has considerado una tal posibilidad —dijo ella.
Fue como si sus palabras dejaran caer una máscara de su rostro. Waff vio de pronto a través de ella hasta la calculadora persona que se escondía tras aquellas posturas. ¿Acaso lo había tomado por algún estúpido cegato apto únicamente para recoger mierda de slig?
Poniendo en su voz todo el acento de vacilante desconcierto que le fue posible, preguntó:
—¿Cómo puede ser resuelto un problema así?
—El curso de los acontecimientos se hará cargo de él —dijo ella.
Waff siguió mirándola con simulado desconcierto. Sus palabras no ofrecían ningún indicio de revelación. ¡Sin embargo, las cosas que implicaban! Dijo:
—Vuestras palabras me dejan trastornado.
—La humanidad se ha vuelto infinita —dijo ella—. Ese es el auténtico don de la Dispersión.
Waff luchó por ocultar el torbellino creado por aquellas palabras.
—Infinitos universos, infinito tiempo… cualquier cosa puede ocurrir —dijo.
—Ahhh, eres un brillante pequeño maniquí —dijo ella—. ¿Cómo puede uno calcular para nada? No es lógico.
Sonaba, pensó Waff, como uno de los antiguos líderes del Yihad Butleriano, que había intentado liberar a la humanidad de las mentes mecánicas. Aquella Honorada Matre estaba extrañamente anticuada.
—Nuestros antepasados buscaron una respuesta con las computadoras —aventuró.
¡Dejemos que pruebe eso!
—Pero tú ya sabes que las computadoras carecen de una capacidad de almacenaje infinita —dijo ella.
Sus palabras lo desconcertaron de nuevo. ¿Podía realmente leer las mentes? ¿Era aquella una forma de imprimación mental? Lo que los Tleilaxu hacían con Danzarines Rostro y gholas, otros podían hacerlo también. Centró su consciencia y la concentró en los ixianos, en sus perversas máquinas. ¡Máquinas powindah!